Al oír la pregunta, el tipo apretó los labios, mientras sus ojos rehuían la mirada del cronista; luego, solo atino a decir:
–El juez armó una ensalada como si fuera una gran investigación.
Con esa frase, el ministro de Seguridad porteño, Marcelo D’Alessandro, se refirió al titular del Juzgado en lo Contencioso, Administrativo y Tributario Nº2, Roberto Gallardo, en una entrevista publicada el 12 de abril por el portal del diario Clarín. Su letra no reflejaba el stress que envolvía al funcionario. Es que los últimos días habían sido agitados para él. Bien vale repasarlos.
Corría la primera tarde del mes cuando los mastines humanos bajo sus órdenes cargaban a bastonazos sobre el acampe de piqueteros en un carril de la avenida 9 de Julio.
En ese mismo instante, sus caras eran “escrachadas” desde el Centro de Monitoreo Urbano (CMU) de la Ciudad, a través del ahora famoso Sistema de Reconocimiento Facial de Prófugos (SNRP).
Corría el 11 de abril cuando D’Alessandro repitió dicha hazaña, en esta ocasión contra quienes se manifestaban frente al edificio del Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales (Incaa).

En ese mismo instante, el CMU se mostró nuevamente muy activo en su tarea orwelliana, ya que las caras de los revoltosos fueron también registradas.
Pero este asunto no tardó en estallar.
Apenas 24 horas después, la Policía de Seguridad Aeroportuaria (PSA) allanó la sede del CMU y el bunker ministerial de D’Alessandro, en Barracas, por disposición del juez Gallardo.

Fue en el marco de su pesquisa sobre la utilización delictiva del SNRP. Un juguete rabioso que le permitía al Poder Ejecutivo porteño el acceso a los datos biométricos de 10 millones de personas. Y con el cual ya se efectuaron fisgoneos específicos sobre funcionarios nacionales, legisladores, magistrados, periodistas, referentes de derechos humanos y hasta figuras del macrismo que podrían entorpecer los sueños presidencialistas de Horacio Rodríguez Larreta.
Tanto es así que, por caso, sobre Cristina Fernández de Kirchner se realizaron –entre el 25 de abril de 2019 y el 15 de diciembre de 2021– no menos de 222 búsquedas para averiguar dónde estaba y con quienes se reunía.

Aquel martes, mientras la PSA irrumpía en el Ministerio, D’Alessandro lograba escabullirse cómo un prófugo por una puerta lateral para correr hacia la sede del Gobierno de la Ciudad, en Parque Patricios. Allí se lo vio ingresar con premura al despacho de Rodríguez Larreta.
Tal encuentro –según confió una asesora municipal a Contraeditorial– habría sido “tenso y breve”. La fuente también aseguró que el alcalde estaba “contrariado”, al punto de dar por concluida la visita del ministro después de impartirle una tajante directiva:
–Vas a tener que poner vos la cara.
De ser así, dado el cariz de la trapisonda en cuestión, nunca mejor dicha esa última palabra. ¿D’Alessandro se habría sonrojado ante tamaña paradoja?
Lo cierto es que obedeció a pies juntillas.
Y al cabo de unas horas, Clarín reprodujo su frase sobre la “ensalada”.
Sin embargo, esa desafortunada comparación bastó para que Gallardo lo intimara a que explique con un informe –en apenas un plazo de dos 48 horas hábiles– la razón por la cual se accedió a los datos biométricos de millones de personas. Además suspendió con una cautelar el funcionamiento del SNRP.
De modo que el pobre D’Alessandro quedó en el centro de la tormenta. Una buena oportunidad para reparar en este personaje.
Nace una estrella
Tras arrastrar un pasado anodino y silencioso, la primera vez que la prensa lo mencionó fue, en 2013, al ser incluido por el líder del Frente Renovador (FR), Sergio Massa, en su lista de candidatos a diputados nacionales. El tipo tenía 37 años, un título de abogado –obtenido en la Universidad Católica Argentina (UCA) – y una virtud de gran utilidad en el campo de la política: ser el ahijado de la jueza federal (con competencia electoral) María Servini de Cubría, con la cual estaba muy unido. Por demás, su único antecedente partidario fue haber sido el fugaz apoderado de Unión Popular (UP), una pequeña agrupación que, en 2011, supo apoyar la deslucida candidatura de Eduardo Duhalde.

Es posible que Massa también evaluara su cercanía con el entonces jefe de Gobierno porteño, Mauricio Macri. Un lazo que le permitió abocarse a una rama del Derecho que lo apasionaba: la aplicación de multas. Y al respecto, el cabecilla del PRO le había concedido la titularidad de la Dirección General de Administración de Infracciones de la Ciudad, una de las cajas más florecientes de su gestión. Cabe estacar que, desde ese cargo, D’Alessandro se convirtió en uno de los pollos del operador judicial y presidente de Boca, Daniel Angelici.
Eso a su vez lo unió a Martín Ocampo, otra joven promesa del PRO. El futuro tendría para ellos planes venturosos. Pero vayamos por partes.
Sin desatender el asunto de las infracciones, D’Alessandro se volcó con ímpetu a su campaña electoral. Contaba con el apoyo del diputado Francisco De Narváez, quien solía fotografiarse con él.
En diciembre, D’Alessandro estrenó su banca en la Cámara Baja.
En lo formal, integraba el bloque del FR. Sin embargo, su alineamiento con el macrismo fue cada vez más explícito.
Su entusiasmo inicial por el quehacer legislativo hizo que se sumara a la Comisión de Libertad de Expresión y también a la Bicameral Investigadora de Instrumentos Bancarios. De hecho, por aquellos días proclamaba a los cuatro vientos su propósito de combatir la evasión impositiva y el lavado de divisas desde ese puesto de lucha. Cabe destacar que ese ímpetu no fue duradero. Ni siquiera asistía a las reuniones semanales. Tampoco se recuerdan proyectos de ley que tuvieran su rúbrica.
Pero, ya en febrero de 2015, obtuvo una módica fama al atribuírsele una “iniciativa en honor a la memoria de René Lavand”. Ocurría que el ilusionista manco, una figura muy querida por el público, acababa de morir a los 86 años. Y por enaltecer su recuerdo en el ámbito parlamentario, el bueno de Marcelo hasta era felicitado por algunos peatones en la calle. Claro que ello se debía a un lamentable malentendido, puesto que el verdadero impulsor del homenaje fue su tocayo patronímico y compañero de bancada, Mauricio D’Alessandro.

Tras las debidas aclaraciones, el ex recaudador municipal cayó otra vez en el olvido. Aunque no para Angelici.
–Es el muchacho ideal. Y tiene toda mi confianza, Horacio –aseguró el pope boquense, con mucha firmeza en la voz.
Rodríguez Larreta no se mostraba muy convencido. Apenas recordaba al otrora capataz de multas.
Con ellos estaba Ocampo, el compinche del aludido, quien avalaba con su silencio los dichos del operador.
La escena transcurría en una mesa de Los 36 Billares, durante una tarde primaveral de aquel año. Rodríguez Larreta ya era el jefe electo del Gobierno porteño –con Diego Santilli por vice–, y preparaba su futuro Gabinete. En esa repartija, a Ocampo le tocó el Ministerio de Seguridad.
–Haceme caso –insistió Angelici.
Rodríguez Larreta finalmente asintió con un leve cabeceo.
De modo que, el 12 de febrero de 2016, D’Alessandro tuvo el honor de asumir como secretario de Seguridad porteño. El acto se desarrolló en la sede de la Policía Metropolitana, de Parque Patricios. Y contó con la presencia de prestigiosas personalidades: algunos jueces y dirigentes de Cambiemos, junto con otros flamantes funcionarios. La velada se prolongó con una comilona en un restó de Puerto Madero.

D’Alessandro lucia exultante. Ya era parte de lo que podría llamarse “la burocracia patrullera del macrismo”, una camada de dirigentes sin formación policial ni experiencia en materia de orden urbano, pero dedicada a funciones relacionadas a la seguridad pública sin más atributos que una desbordante y peligrosa pulsión punitivista.
Mano dura todoterreno
La gestión de D’Alessandro fue signada por un desafío inicial: el traspaso del personal capitalino de la Policía Federal al control del Gobierno porteño, para fusionarlo con La Metropolitana y así dar luz a la Policía de la Ciudad. Esa fue una meta clave en el primer año de la gestión larretista. Y el secretario trabajó con ahínco en aquella metamorfosis institucional.
Tanto es así que, el 5 de octubre de 2016, D’Alessandro pudo presentar la nueva mazorca en el playón del Instituto Superior de Seguridad Pública, de Villa Lugano. Mientras él se prestaba a la requisitoria periodística, Rodríguez Larreta sonreía de oreja a oreja. Ocampo lo miraba con orgullo. Junto a ellos, el flamante jefe de la fuerza, José Pedro Potocar, lucía circunspecto.
Pero aquel evento –en el cual fue exhibida una muestra vehicular de la agencia policial naciente– se malogró al descubrirse que la estrella de su flota, un espectacular helicóptero, era en realidad una unidad del SAME ploteada a las apuradas para la ocasión.
Aquel papelón anticipó otras circunstancias más picantes.
Lo cierto es que, solo en sus primeras 15 semanas de vida, la Policía de la Ciudad consumó los siguientes hitos: la emboscada con golpizas y arrestos arbitrarios a mujeres tras la marcha organizada el 8 de marzo de 2017 por el colectivo Ni Una Menos; el ataque con postas de goma a vecinos de La Boca que el 21 de marzo protestaban por el asesinato a quemarropa de una mujer y graves heridas a otras dos en medio de una desaforada persecución a presuntos delincuentes; el ataque furibundo del 9 de abril a los docentes que armaban la Escuela Itinerante en la Plaza de los dos Congresos y la intimidación del 21 de abril a los estudiantes y profesores de la Escuela Normal Mariano Acosta por efectivos de la Comisaría Vecinal 3A.

Durante la mañana del 25 de abril, D’Alessandro desayunaba en su casa con el televisor encendido. De repente, una placa roja de Crónica interrumpió una tanda comercial. Así supo que Potocar, la esperanza blanca de su gestión, era llevado en aquel instante a la cárcel –por múltiples actos de corrupción que arrastraba de su paso por la Federal–, después de presentarse en el Palacio de Tribunales para ofrecer una declaración espontánea.
El súbito contratiempo hizo que la Policía de la Ciudad quedara en sus manos. Pero su dramática ignorancia en el manejo de una fuerza de seguridad fue para él un obstáculo insalvable. De modo que, sin renunciar formalmente a esa nueva responsabilidad, recurrió a otro jerarca de la Federal traspasado a la órbita de la Ciudad: el comisario Guillermo Calviño, quien desde las sombras sería el verdadero jefe.
Su fantasmal gestión duró hasta mediados de junio, cuando también fue citado por la Justicia por añejas extorsiones a comerciantes y trapitos.
Tras ser indagado en Tribunales, otra placa roja de Crónica interrumpió una tanda comercial para informar que el comisario era llevado tras las rejas.
D’Alessandro era nuevamente uno de los televidentes. Y había quedado pedaleando en el aire.
Recién a fin de año encontró un respiro, al ser puesto en la cúpula de la Policía de la Ciudad el comisionado Carlos Arturo Kevorkián.
Al igual que su afamado homónimo, el “Doctor Muerte” –así como la prensa internacional llamaba al médico estadounidense Jack Kevorkián, el rey del suicidio asistido–, él tampoco era un fanático de la vida ajena. Porque su foja de servicios incluía algunos “fusilamientos extrajudiciales”, entre muchas otras máculas. Ese tipo ya tenía 68 años. Y renunció por “razones personales” el 17 de agosto de 2018.
Ocampo, a su vez, fue eyectado del Ministerio en noviembre de ese año, tras el desafortunado operativo de seguridad en el Monumental con motivo de la “Superfinal” entre River y Boca.
En rigor, fue D’Alessandro el responsable del asunto. Pero por milagro se salvó de ser su fusible.
Desde entonces, Santilli alternó su condición de vicejefe del Gobierno con la jefatura del Ministerio de Seguridad. Hasta dar un paso al costado por su candidatura bonaerense.
Fue en esas circunstancias cuando D’Alessandro alcanzó su tan ansiado conchabo de ministro.
Con tal cargo, el 17 de noviembre pasado, llegó al quinto aniversario de la Policía de la Ciudad. Pero no todas fueron rosas.
Por razones de “fuerza mayor”, el Gobierno porteño decidió suspender la cena de gala en el Teatro Colón por dicha efeméride. Una lástima.
Apenas unas horas antes, el ministro había expresado su júbilo por ello en su cuenta de Twitter: “Es emocionante ver lo que se logró en estos años, y nada de ello sería posible sin la vocación y el profesionalismo de los hombres y mujeres que integran esta moderna Fuerza”.

En ese preciso instante, una patota de dicha mazorca, que se desplazaba sin uniforme en un vehículo no identificable, hería de muerte a balazos en una calle de Barracas a Lucas González, de 17 años.
En el lustro que tiene en la calle esta “moderna fuerza” (D’Alessandro dixit), sus efectivos mataron a dos personas por mes, cosechando así un record de 121 asesinatos. Una auténtica cosecha roja.
Sus métodos son variados. Por caso, poco antes del asesinato de Lucas, un policía porteño mató a un peatón con una patada en el pecho.
La justificación del ministro fue: “Es el protocolo; el policía mantuvo la distancia con la pierna para evitar que el sospechoso genere algún daño”.
Ahora D’Alessandro, por todo argumento acerca del uso delictivo de un dispositivo de vigilancia masiva para espiar a 10 millones de ciudadanos, solo dijo: “El fallo del juez Gallardo es político y no judicial”.
Una hermosura de persona.