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El 17 de octubre ya no es peronista

Por Roberto Caballero
No se bajó nadie: Las 10 postales del Día de la Lealtad

El viernes 16, en el cruce de Belgrano y Paseo Colón, donde está emplazada la estatua de Juan Perón que en 2016 inauguraron Mauricio Macri y Hugo Moyano, se juntó un sector minúsculo del autoproclamado justicialismo histórico para celebrar el Día de la Lealtad. El dato político es que esta vez, Moyano no estaba ahí (junto a Eduardo Duhalde, Luis Barrionuevo, Guillermo Moreno, Julio Piumato y Julio Bárbaro y otros cuarenta manifestantes) sino coordinando las alternativas de una masiva y entusiasta movilización automotor en apoyo del gobierno de los Fernández.

Además de la eficacia de los viejos métodos analógicos frente a la sobrevaloración de las plataformas digitales que ayer fueron escenario de un verdadero blef, el camionero demostró que la lealtad no trata de recrear una liturgia muerta, ni de celebrar lo mismo todos los años con ánimo avejentado, sino de la fidelidad a un núcleo de ideas, constituyentes de su propia identidad, que le dan sentido a la vida misma. En definitiva, a las convicciones.

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El peronismo de verdad, no el cuartelero del 4 de junio de 1943, el que nace de la revolución popular del 17 de octubre de 1945, no es un partido político tradicional. Es el movimiento resultante de una explosión de las bases de los partidos existentes en nuestra Argentina a mediados del siglo XX, que habían dejado de representar las necesidades de las mayorías nacionales y populares.

En el ADN del peronismo, entonces, no hay asepsia ni método esterilizado. Acá no existía el proletariado que el diario Crítica de Natalio Botana añoraba en sus crónicas contemporáneas al sublevamiento del subsuelo patrio. La que sale a la calle a pedir por la libertad de Perón aquel 17 es una multitud operaria fabril y rural, plural y diversa en su composición, con afinidades o militancias más o menos activas en grupos comunistas, nacionalistas, socialistas, anarquistas, católicos y radicales. Porque todavía no había peronistas. Así de sencillo.

Es un contrasentido pensar el peronismo como lo concibe Duhalde o Barrionuevo. O Moreno y Bárbaro. No existe el peronismo puro. Ni el peronismo peronista. Esa sería una arrogancia teológica, no una clasificación útil para comprender al mayor fenómeno político de nuestra historia. Surgido de la reacción frente al fraude y la miseria.

El peronismo no es una iglesia para el rezo amortajado, ni una excusa para el llanto ante el líder sepulto. Además de un torrente popular viciado, contaminado en origen, es una doctrina para la acción. Pero no para cualquier acción: se define por la representación de los no visibles, de los excluidos, de los ignorados y sumergidos por las clases dominantes.

Extraña que el sector más conservador del peronismo hoy se corra cada vez más a la vereda opositora al gobierno. Sus críticas a Alberto Fernández por ser “alfonsinista” o “socialdemócrata” no se condicen con la realidad más evidente. Ayer mismo, el presidente habló desde el salón Felipe Vallese de la CGT. No existe en el país otro proyecto inclusivo que no sea el del Frente de Todos. Son los núcleos el privilegio los que despotrican contra él. Más que una escultura para que se posen las palomas a descomer, el peronismo es un conjunto de acciones ordenadas por un propósito: que la gente que trabaja (eso incluye a los verdaderos empresarios nacionales, los dueños de las PyMES que garantizan 7 de cada 10 empleos en el país) pueda realizarse en el marco de una comunidad organizada.

Cuando el peronismo se cierra, como sucedió en el evento del viernes 16, y no comprende su responsabilidad ante la esperanza de millones de personas, muchas de las cuales no son peronistas, queda resumido a un hecho anecdótico que la perspectiva vuelve insignificante, como el número de asistentes a ese acto, destinado a reunir a un sector del peronismo que las corporaciones identifican como dialoguista.

A través de la movilización callejera y en la web, el gobierno recuperó este 17 el protagonismo que Juntos por el Cambio se atribuyó con ocho marchas opositoras desde que comenzó el año. La oportunidad sirvió, también, para que el peronismo frentista se vuelva a preguntar qué es el movimiento y para qué sirve. Y, fundamentalmente, para interrogarse por qué apoyan a un gobierno como el de hoy grupos numerosos que no se autoperciben como peronistas. Que son bastantes.

El kirchnerismo ya resolvió ese problema. Descubrió la manera sana de que sectores peronistas y no peronistas convivan bajo un mismo liderazgo, el de CFK. Volver al momento original, sin pretensiones de hegemonías oxidadas que incluso pactaron con Macri para quedarse con el PJ y desde allí apoyar un modelo excluyente y antiperonista como el macrista, es lo más peronista que hay. Porque el 17 de octubre fue nacional, popular y democrático, y accidentalmente peronista.

Si aquel coronel se hubiese apellidado Sánchez, Hugo del Carril cantaría “Los muchachos sanchistas, todos unidos triunfaremos…”. El proceso histórico no es lineal, ni personalista. Es la puja histórica entre capital y trabajo, nada menos.

La revolución en Argentina, eso sí, fue pacífica. Las guillotinas siempre fueron de la derecha. Y el 17 de octubre, ya no es exclusivamente peronista. 

En esencia, nunca lo fue.

Cristina: “Que la lealtad a las convicciones, al pueblo y a la Patria sigan inalterables”

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Tags: 17 de octubreDía de la lealtadkirchnerismoPerónperonismo
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