Intelectual, historiador revisionista, periodista, abogado, jurista, experto en Derechos Humanos reconocido internacionalmente, Juez de Cámara, funcionario de Néstor y Cristina, por sobretodo militante por mas de 56 años. Sería difícil para mí en pocas líneas abordar una biografía de Eduardo y no es la intención. Quiero referirme a lo que sentí, como tres muertes de forma simultáneas el 3 de abril de 2012.
Ese día murió mi hermano mayor, el que hizo intrusismo en las funciones de padre. La diferencia de edad y las características propias de Eduardo permitieron que se tomara ciertas atribuciones, consentidas por mí y por mi viejo. La relación familiar creo que no pudo ser mejor. Con él y con mi otro hermano, Carlos María, se creó un vínculo que lo afectivo, lo laboral, lo político y lo lúdico formó una malla indestructible que permitió, entre otras cosas, que cuando asesinaron al que fue nuestro cuarto hermano, Rodolfo Ortega Peña, pudiéramos sostenernos, desde ese lugar de cariño y de amor, sólido y fuertemente comprometido política e ideológicamente.
La relación diaria durante toda la vida construyo una identidad que ayudó a superar las distintas situaciones por las que pasamos. Mi militancia de los setenta, la clandestinidad, el exilio y la reinserción posterior fueron un recorrido iluminado por la lúcida guía de Eduardo.
El tres de abril de 2012, también murió mi referente político e ideológico de más de 40 años de militancia, en los que compartimos las utopías y el compromiso. Arrancando, en mi caso, a finales de los sesenta con el enfrentamiento a la dictadura de Onganía y que desde ahí atravesó todo lo que sucedió en nuestro país hasta ahora. Eduardo siempre estaba creando las herramientas eficaces para cada momento, como cuando con Rodolfo, a través del revisionismo histórico, colaboraron a despertar la conciencia de los jóvenes de la época, según decía Néstor Kirchner.
Son numerosas las publicaciones que creó aquí y en el exilio, pero sin duda la que dejó la huella más profunda fue la revista “Militancia peronista para la liberación”, desde donde se convirtieron, con el Pelado Ortega, en implacables defensores y custodios del mandato popular surgido de las elecciones de 1973.
Institutos de estudio, cátedras, grupos de trabajo, asesoramientos a organizaciones políticas, sociales y gremiales. Todo era posible para mantener una constante e infatigable actividad al servicio de los intereses del pueblo.
La tercera muerte que se produjo el 3 de abril de 2012, fue la de mi jefe en la gestión. Por mandato de Néstor primero y de Cristina después, Eduardo Luis, tuvo la responsabilidad de conducir la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación de los tres gobiernos kirchneristas, hasta su desaparición física. Él convirtió en acciones y programas la voluntad política de los presidentes del proyecto nacional y popular desde el 25 de mayo de 2003. Su capacidad creativa y la firme convicción ideológico-política fueron columnas fundamentales para sostener el cambio producido, que llevó a nuestro país a ser reconocido como referente internacional de políticas de Estado en Derechos Humanos. Desde siempre fue un brillante jurista y sus análisis y elaboraciones teóricas están consideradas internacionalmente como base de estudio para la formación de abogados especializados en Derechos Humanos. Una muestra de esto es el libro de la Comisión Argentina de Derechos Humanos –CADHU– “Proceso al genocidio”, que en colaboración con Gustavo Roca, escribió en febrero de 1977 en Madrid, donde definió por primera vez que lo que estaba sucediendo en la Argentina era un Estado Terrorista, luego de haber pasado previamente por el Terrorismo de Estado. Lo desarrolla claramente en su otra obra fundamental en el análisis y denuncia de la dictadura criminal, “El estado terrorista argentino”.
Estos libros han sido y siguen siendo sustento jurídico y político para la elaboración de las acusaciones en los juicios por delitos de lesa humanidad contra civiles y militares por los crímenes cometidos. Menciono esto sólo a modo de ejemplo, entre otros muchos posibles, de lo que la lucidez de un militante orgánico de la lucha de su pueblo produjo a lo largo de más de 56 años de compromiso inacabable.
Podría extenderme en su rol de constructor y dirigente político, o en sus aportes como historiador, o a su figura de jurista a nivel internacional, pero eso es para otra oportunidad.
Su legado, el recuerdo de su compromiso, su bonhomía, su alegría para encarar la vida, ayudan en la difícil tarea de sobrellevar las tres ausencias.