Fotógrafo documentalista y docente de larga trayectoria, Eduardo Longoni ha eternizado parte de los momentos socio-políticos más gravitantes de nuestro pasado reciente. Varias de sus fotografías han recorrido el planeta y han sido expuestas en distintos espacios culturales; en gran medida, ya pertenecen al patrimonio socio-cultural de la Argentina.
Recientemente ha visitado la Universidad Nacional de Misiones (**) donde parte de su obra alusiva a los tiempos de la dictadura e inicios del periodo democrático fue expuesta al público; un salón colmado de estudiantes, docentes e interesades asistieron a escuchar sus intervenciones y, posteriormente, visualizaron el documental “Una mirada honesta”, bajo la dirección de Roberto Persano y Santiago Nacif que evoca su vida y trayectoria.
En esta breve entrevista nos cuenta sobre sus inicios, su formación, su predilección por la historia, su amor por la fotografía y ese vínculo inescindible entre fotografía memoria e historia.
–En una charla que diste reciente en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de Misiones (FHCS-UNaM), sostuviste que gran parte de las fotos que tomaste en el contexto de la dictadura y de los inicios de la democracia fueron, en cierto modo, fruto de una “mirada brutal”, y que, en rigor, no podía ser de otro modo, pues ese periodo fue brutal. Según tu experiencia: ¿cómo caracterizarías a este tiempo actual que nos toca vivir en Argentina, en América Latina?
-Yo me refería a la mirada brutal en tanto y en cuanto carecía de elementos estéticos y técnicos de la fotografía. Me inicié medio a los ponchazos en el sentido de que empecé a fotografiar en el año ´79 con muy pocos conocimientos y, por otro lado, y también por una cuestión de edad, con poca literatura leída y pocas películas vistas. Digo esto porque creo mucho en la influencia de la literatura y del cine en la fotografía.

Por lo cual esa mirada, la mía, era una mirada que no estaba para nada cultivada. Y, sin embargo, yo me refería a eso porque, cuando hago un repaso como fotógrafo quizás mis fotos más conocidas están dentro de ese periodo: entre los 20 y los 30 años, entre el ´79 ´80 y principios de los ´90, esos diez años. Por entonces mi mirada era bastante elemental y, no obstante, mis fotos más conocidas forman parte de ese momento.
A lo largo de los años, en un momento donde no había donde estudiar fotografía, como fotógrafo, fui empezando a tener una mirada que se empezaba a cultivar, a formar, a pesar de las falencias, sobre todo por estas dos artes que te comentaba, el cine, la literatura; de modo que fui prestando más atención a los encuadres, a las luces, a ciertos detalles que hicieron que mi fotografía cambiara un poco, más allá de seguir estando en la calle.
Y una de las cosas que me pasaba era que tenía como cierta pelea con aquellas fotos del periodo ese iniciático que eran muy difíciles de superar, pero me parece que tenía que ver con la época, con lo que implicaba esa última época de la dictadura, la recuperación de la democracia, los años muy difíciles de la democracia con los intentos de los golpes de estado carapintada, saqueos, La Tablada…

A eso voy con lo de “mirada brutal”, a que en esa ápoca tenía una mirada de enfocar y apretar el obturador sin demasiada capacidad de elegir luces y encuadres. No es que yo hubiera querido aplicar esa mirada brutal en esa época. Es una cuestión muy individual, que me ocurrió a mí.
Cada fotógrafo fotografía en la situación económico-social que está viviendo, con las herramientas –me refiero a las herramientas visuales, no a las herramientas de trabajo, la cámara y demás- con las que cuenta y con la sofisticación de la mirada con la que fue aprendiendo y formándose; con lo cual no me parece que haya una regla. Lo que yo enuncie de la mirada brutal era un análisis sobre mi propia fotografía en las primeras épocas y luego, al correr de los años, con el avance de algunas pocas artes que fui aprendiendo.
Por lo demás, yendo al segundo aspecto de tu pregunta, en general, trato de no reflexionar mucho sobre el contexto de América Latina, de Argentina sino es a través de la fotografía. En ese sentido la fotografía de prensa, el fotoperiodismo está en medio de un cambio muy profundo diría yo, de una crisis… La palabra crisis tiene a veces una connotación negativa ¿no? Pero me refiero a la noción de crisis en tanto y en cuanto está cambiando todo este proceso a través de este vector que antes se movía del emisor al receptor, del fotógrafo que presentaba sus fotos en un medio periodístico, una revista, un diario, y lo redactores lo mismo, antes escribían para un diario, para una revista, un informe de televisión, etcétera, esto, de un tiempo a esta parte se ha vuelto circular: el que era receptor pasivo y de encontrarse con esa información se ha vuelto un emisor porque hay mucha gente todo el tiempo con cámaras, con sus celulares en algunos lugares que puede fotografiar y dar testimonio de algunas situaciones en donde los fotógrafos profesionales no llegan.

En consecuencia muchas veces este público, aparente receptor, se vuelve emisor y basta mirar un canal de noticias para darse cuenta que las cámaras de seguridad, las cámaras de los comercios, los teléfonos celulares, pongamos por caso, ocupan una porción enorme de espacio, mucho más grande que la de los camarógrafos de ese canal y lo mismo pasa en los medios gráficos.
En efecto, más allá de mi mirada, lo que yo creo, es que esta democratización de la fotografía, a partir de que todo el mundo tiene un aparato para tomar fotos, ha puesto patas para arriba este oficio. Siento que estamos como dentro de un lavarropas, así, agitándonos para un lado y para el otro, centrifugándonos y habrá que ver de eso que sale. Si de eso sale alguna depuración de la imagen, si de eso sale lo que estamos observando ahora como una catarata de imágenes que se matan unas a otras y entonces es muy difícil, en esa maraña, encontrar las fotografías más conmovedoras o más valiosas.

De esto hablaba un tipo al que admiro mucho como pensador de la fotografía que es Joan Fontcuberta, un español, que dice que tal vez es momento de dejar de tomar fotos y convertirse en editores de las fotos porque hay demasiadas fotos en el mundo; es una provocación, pero también es una idea que no podría haber salido en otra época, es una idea de la época, que me parece que hay que prestarle atención en tanto provocación, en tanto nos interpela.
–Resulta insoslayable no percibir el valor documental de muchas de tus fotos de la última dictadura, los militares, las Madres… O, ya en democracia, las imágenes de los acontecimientos de La Tablada, por ejemplo; ¿qué reflexión te merece esta posibilidad de contribuir a un abordaje del pasado reciente argentino a partir de tus aportes, de tu mirada, a poco de cumplirse 40 años de democracia? ¿Qué desafíos se nos plantea hacia delante?
-Creo que ahí hay un lazo indisoluble entre la fotografía y la memoria. No solamente con la fotografía documental por lo cual me parece que todos esos hechos que yo pude fotografiar en la última época de la dictadura, los primeros años de democracia, la lucha de las Madres, sobre todo la lucha de las Madres; las pequeñas manifestaciones que empezaron a aparecer a fines de los ´70, principios de los ´80 con los sindicatos…; recuerdo la marcha liderada por Saúl Ubaldini de Pan, paz y trabajo a la iglesia San Cayetano.

Y bueno, después en democracia el juicio a las juntas, los alzamientos carapintadas, La Tablada, los saqueos, la hiperinflación…, me parece que todo eso, de alguna manera, es lo que me ocurrió a mí, personalmente, de haber dejado de estudiar mi carrera de historia, que era mi pasión, y además de mi pasión el motivo que me llevó a acercarme a la fotografía que era tener una fuente de ingresos para poder estudiar. Más allá de que después fui tomado fuertemente por la fotografía, me enamoré de la fotografía y la elegí por sobre la historia.
Pienso que, modestamente, dejé de estudiar algunos documentos históricos para producirlos, porque las fotografías documentales no son ni más ni menos que retazos de documentos históricos que, bueno, en su momento, como algunos dicen, forman parte del periodismo que es el borrador, el primer borrador de la historia y después algunas fotos, no todas, obviamente, se van consolidando como documentos.

Me parece que, cuando uno va haciendo ese trabajo, la cotidianidad, salir todos los días a la calle, en fin, enfrentarte a algunas situaciones, no estás pensando en lo que va a pasar con esas fotos, no estás pensando en la posteridad, estás pensando en la noticia caliente de ese momento. Que, después, algunas de esas fotos cobren otra importancia, o tengan otra entidad, ellas casi ni me pertenezcan, que le pertenezcan a la sociedad argentina, que la sociedad las pueda usar -insisto mucho con el tema de la memoria-, que se puedan sobre todo en estos tiempos usar como bandera de memoria, de lo que pasó, de lo que no queremos que vuelva, de reafirmar el horror que resignificó la dictadura frente a estos nuevos negacionistas, en fin. Me parece que era algo que, en su momento, cuando yo tomé cada una de esas fotos, no podía prever.
–¿Cuál es el valor que les das a la fotografía, a la imagen, en tanto lenguaje, en tanto forma de comunicación, de evocación, de poder narrar, de dar testimonio? Lo pregunto pensando en esta época de hegemonía de las imágenes, con las diversas pantallas y la inteligencia artificial…
-Lo primero que podría decirte es que no se nada de la inteligencia artificial…, lo miro como espectador entre horrorizado y esperando que alguien pueda parar esa cuestión que tal vez se nos vuelve en contra como humanidad.

Ahora, me parece que más allá de esta catarata de imágenes que tenemos siempre, más allá de la inteligencia artificial en Instagram, en Facebook, más en Instagram, que tiene hasta una forma de catarata, esta cosa de ir pasando las fotos, una a otra, prestándole más atención al hecho de esa tira de fotos que estamos viendo más que a cada imagen en particular…
De todas maneras me parece que la fotografía sigue siendo un lenguaje que apunta a la emoción, apunta al entendimiento más directo, más allá de que tiene que estar enfocada la fotografía testimonial en un texto y un contexto. Ya lo dice Roland Barthes (un gran escritor y pensador, sobre todo de la fotografía): la fotografía es un lenguaje al que le falta códigos; sin un texto y un contexto que la englobe muchas de esas fotos pueden hasta no entenderse, o pueden entenderse mal.
Pero de todas maneras yo sigo eligiendo ese lenguaje porque es muy potente, que, bien usado, hay muchas fotos que te golpean, que te atrapan, que no te sueltan. Me parece que eso es algo que, obviamente le pasa a un puñadito de fotos, no le pasa a todas las fotografías…; pero me parece que es un lenguaje a seguir explorando más allá de la enorme cantidad de imágenes que nos invaden.

–¿Cómo pensás la relación entre fotografía, memoria e historia?
-Para mí fotografía, memoria e historia están totalmente enlazadas. La fotografía siempre es un instante detenido de esa vida que en realidad nos rescata, rescatamos luego la memoria, no solamente de ella, y no solamente la fotografía documental, la fotografía del álbum familiar, en las fotografías que tomamos a nuestros hijos, que nos tomamos con nuestros amigos…; ahí está directamente unida la fotografía con la memoria y muchas de esas fotografías, obviamente no todas, ese enlace lo hace de nuevo con la historia, porque muchas de esas fotos terminan siendo históricas.
A veces porque retratan hechos que ya de por si pueden tener un valor histórico: una gran manifestación en medio de una dictadura, la recuperación de la democracia, un intento de golpe de estado…Pero hay fotografías que talvez en su momento se toman como foto de álbum familiar y después se entrelazan con la historia…, por ejemplo, la fotografía de cuando era chico, iba a la escuela primaria Alfonsín, o cualquiera de nuestros ex presidentes por ejemplo –se me ocurrió Alfonsín-; son fotografías que en su momento formaban parte solamente del recuerdo del álbum familiar, del chico en la escuela, del chico en la primera comunión, en la colimba, lo que fuera, y que después son fotos históricas porque ese personaje después trasciende.

De allí que siempre digo que las fotografías tienen muchas vidas: vuelvo a la foto de Alfonsín cuando era chico, en ese momento tuvo una vida, después cuando él fue transformándose en un personaje importante, llega a ser el presidente de la democracia, esa foto se vuelve parte de la historia y parte de la historia de todos los argentinos además; cobra otra vida.
Lo que conté de la foto de La Tablada ¿no? una foto de dos guerrilleros que se rinden y para mí en ese momento es la foto de los dos bandos en pugna pero, sin embargo, después esos dos guerrilleros yo me entero después que desaparecen y que tienen nombre y apellido: uno se llama José Alejandro Díaz otro Iván Ruiz y entonces esa foto ya tiene otra vida y después hay un juicio que se basa casi fundamentalmente en esta serie de fotos, por lo cual vuelven a tener otra vida. En consecuencia, esa fotografía periodística, que nació tal, termina siendo una prueba judicial.
Entonces me parece que fotografía, memoria e historia están íntimamente ligadas.
* El autor es doctor en Comunicación Social FHCS-UNaM.
**Longoni brindó una charla titulada “Argentina en los últimos 40 años. Fotografías y testimonio del reportero gráfico”, entre otras actividades, invitado desde el proyecto de extensión “Comunicación y Memoria Visual” de las Facultades de Artes y Diseño (FayD) y de Humanidades y Ciencias Sociales (FHyCS), bajo la coordinación de las profesoras Ernestina Morales y Fernanda Iturrieta; dicha actividad se inscribió en el marco de las Jornadas de Investigación, Extensión, Vinculación y Transferencia. Miradas y reflexiones críticas. Edición especial por los 50 años de la UNaM y los 40 de democracia en Argentina.