Anochecer del 17 de noviembre de 2020. En el recinto de la Cámara Baja se debatía el proyecto para el Aporte Solidario de las grandes fortunas, cuando alguien, desde el bloque de Juntos por el Cambio (JxC), resumió a los gritos el modelo de país que pretendía:
– ¡La Argentina de Los Pumas! ¡La Argentina de bien!
Se trataba del diputado sanjuanino Eduardo Cáceres.
Lástima que, días después, los posteos nazis de sus admirados rugbiers –difundidos por la prensa– le arruinaran el concepto. Pero en aquel momento, otro problema concitaba su atención.
Se extinguía el tercer miércoles del mes, y él estaba en su departamento cuyano con Gimena Martinazzo. Esa mujer –nada menos que la vicepresidenta del PRO en San Juan– era su ex pareja. Ellos se habían separado hacia unos meses en términos vidriosos. Aún así mantenían citas esporádicas.

Esta, en particular, no fue la más venturosa: Cáceres le había arrebatado a la mujer su smartphone, antes de tirarla al piso. Y la estrangulaba, montado sobre su abdomen y absorto en la revisión del aparato.
Era uno de sus brotes celópatas. Buscaba en el WhatsApp el número de un tal Víctor Castro Ciotti, un amigo en común y, en sus fantasías, el tercero en discordia. Seguidamente, incurrió en una trampa algo infantil. “¿Estás?”, le escribió, añadiendo al mensaje el emoji de un beso.
Recién entonces soltó el cuello de la víctima para aguardar la respuesta. Pero no la dejó irse del inmueble. Tal espera se fue tornando interminable.
Gimena y Eduardo se habían conocido al comenzar la segunda década del siglo en ciudad de Rawson, a seis kilómetros al sur de la capital provincial.
Ella, de 35 años por entonces, era hija del dueño de la parrilla Bigote’s, había abandonado sus estudios de Educación Física para casarse y ya tenía tres pequeños hijos. Además le interesaba –como solía decir– “lo social”.
Y él, un ascendente cuadro del macrismo local, la invitó a sumarse al PRO. Pero las obligaciones familiares de Gimena se lo impedían.
Lo cierto es que reconsideró la propuesta en 2012, al enviudar de modo súbito. Al poco tiempo Eduardo y ella se hicieron inseparables.

Gimena oía embelesada a ese joven abogado que, hasta 2008, no había sentido ninguna atracción por la política.
– ¿Qué te hizo cambiar? –quiso saber ella.
Y la respuesta fue:
– La gestión de Mauricio en Boca, obviamente.
A continuación, le contó que su hermano menor, Gerardo, también supo sumarse por esa misma razón al espacio juvenil del partido. Y que después lo hicieron sus dos hermanas, Liliana y Mónica.
De su vida personal era más reservado. Apenas hablaba de los mellizos concebidos con su ex esposa.
Eduardo y Gimena comenzaron a exhibirse juntos en los actos del PRO. Se habían convertido en el prototipo de la pareja macrista.
Al año, él ganó por primera vez una banca de diputado nacional. Y ella, la candidatura a intendenta de Rawson, avalada por el propio Macri, de visita en aquella ciudad. La hija del parrillero tocaba el cielo con las manos. Y pese a que en aquella ocasión los votos le fueron esquivos, sus sueños de “ayudar a la gente” –como a ella le gustaba decir– no se evanecieron. Y los de formar una familia con Eduardo, tampoco. Claro que en ese vínculo amoroso estaba depositado el capital político de ambos. Y lo cuidaban –al menos en lo que a la imagen se refiere– como si fuese de cristal.

Durante el gobierno de Macri, él se repartía entre sus tareas legislativas en Buenos Aires y los fines de semana en San Juan, donde Gimena ya fungía como delegada del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
La relación sentimental entre ellos no era más un lecho de rosas.”¡Le hablo a la ministra (Carolina Stanley) y te hago echar mañana!”, solía advertir Eduardo a Gimena, en medio de incipientes muestras de violencia que siempre finalizaban con apasionadas reconciliaciones.
La disolución de esa pareja coincidió con el regreso de Macri al llano. Eduardo siguió siendo diputado. Y Gimena pasó a ser la vicepresidenta del PRO en la provincia. La obediencia partidaria era tal vez lo único que los unía.
Ahora, ya al clarear el miércoles 24 de noviembre, en medio de insultos y zamarreos, Gimena seguía cautiva en el departamento de Eduardo, mientras él, sin soltar ese smartphone, aguardaba que Castro Ciotti pisara el palito.
Al rato, agotado, se dio por vencido.
Entonces abrazó a Gimena, le pidió disculpas, expresándole cuanto la quería. Y hasta la llevó a su casa.
Al otro día, le escribió: “Gordita, te amo. Estaba por decirte que vinieras a almorzar”. No pudo ser. Ese jueves, ella lo denunció en el Cuarto Juzgado Correccional de San Juan, a cargo del magistrado Federico Rodríguez.
El estratega
La denuncia había tomado estado público, aunque todavía no en forma muy escandalosa. De modo que el asunto no impidió el mensaje de WhatsApp que le enviara a Cáceres la abogada, esteticista y militante provida, Paola Miers.
Su propósito: brindarle argumentos para apuntalar su voto en contra del proyecto legislativo de Interrupción Voluntaria del Embarazo, que se trataría al día siguiente (9 de diciembre) en la Cámara de Diputados.
En rigor, Cáceres esa vez no acudió al recinto por ya correr su licencia de 60 días para ponerse a derecho.
Pero el intercambio entre ellos tuvo una notable derivación: ni lento ni perezoso, él borró algunos chats de Miers y agregó otros para así manipular el sentido de aquel intercambio, instalando la ilusión de que Miers le decía que los hematomas exhibidos por Gimena en las fotos aportadas al juzgado fueron en realidad fruto de un tratamiento de belleza.
Cáceres entregó su celular con esa “evidencia” al magistrado sin que se le moviera un solo músculo del rostro.
La maniobra se desplomó al declarar la señora Miers ante Rodríguez. Y, Cáceres la denunció por falso testimonio en otro juzgado. Tampoco entonces se le alteró la expresión facial.
Dos meses después –ya procesado por “lesiones leves agravadas por el vínculo”– se dejó caer en el recinto parlamentario al concluir su licencia.

En ese lapso no había perdido el tiempo, dado que traía su creación más reciente: el proyecto de la llamada “Ley Alejo” (en alusión a Alejo Oroño, un muchacho recientemente asesinado por su novia).
De modo que este golpeador de mujeres había puesto toda su energía en elaborar un protocolo jurídico en salvaguarda de los hombres ante la violencia femenina. Una suerte de “Ley Micaela” –sobre la capacitación obligatoria en perspectiva de género para quienes trabajan en el Estado– pero al revés. Y que además penaliza las “denuncias falsas y escraches” contra victimarios cómo él. Un psicópata de manual.
Semejante iniciativa hizo que 15 diputadas del Frente de Todos (FdT) solicitaran la suspensión parlamentaria de Cáceres, siendo incluso apoyadas por algunas legisladoras de JxC.
Sin embargo no es un dato menor que ese mamarracho presentado por Cáceres obtuviera la rúbrica de 14 cómplices de bancada. A saber: el pastor evangélico David Schlereth, el sanjuanino Marcelo Orrego (autor del proyecto para derogar la ley de IVE) y la correntina Estela Regidos Belledone (famosa por comparar, en el debate sobre el aborto, a gestantes con “perritas”), junto a Sebastián García De Luca, Gisela Scaglia, Gabriela Lena, Alicia Terada, Lidia Ascarate, Domingo Amaya, Gabriel Frizza, Gustavo Hein, Hernán Berisso, Juan Aicega y Gerardo Cipolini.

Aquello sucedía mientras el femicidio de Úrsula Bahillo –en manos de su ex pareja, el policía bonaerense Matías Ezequiel Martínez– movilizaba una marea de mujeres ante el Palacio de Tribunales. Grietas son grietas.
Interna amarilla
No es una exageración considerar que, en el ámbito sanjuanino, los efectos del asunto merecen un estudio sociológico. Tanto en la capital provincial como en Rawson, enclavadas en una zona sísmica, la virulencia machista del legislador ha provocado un verdadero terremoto. En ambas ciudades no se habla de otro tema. Mientras que en la primera, su domicilio –en Libertador y San Juan de Ameghino– se ha convertido en un lugar de peregrinación para curiosos. La segunda, una pequeña urbe de 83 mil habitantes, es el punto neurálgico de una crisis política del PRO que se extiende a través de toda la región cuyana.
La reacción del presidente local del PRO, Enzo Cornejo, cuaja con su impronta de equilibrista del poder: “Es un tema muy sensible que arranca con una situación entre privados”, supo repetir ante todo micrófono que se le puso a tiro. Y amplió: “Ya hice un pedido para que nuestro Tribunal de Disciplina, compuesto por cinco personas de San Juan, eleve un informe a las autoridades superiores”. Se refería a Patricia Bullrich. Luego agregó una frase previsible: “De todas maneras hay que esperar lo que resuelva la Justicia”.
La víctima y –como ya se sabe– vicepresidenta provincial del espacio, no parece compartir su prudencia: “Estoy luchando –asegura– contra todo el aparato del partido y con el poder que te da una banca”. Incluso especuló con una intervención del PRO en aquel distrito. “Si eso sirve para institucionalizar el partido, bienvenido sea”, afirmó.
Resulta significativo que su vía crucis haya provocado una puja dentro del macrismo de San Juan entre sectores golpistas y no golpistas (de mujeres). Y ya con síntomas de desintegración partidaria.
Por lo pronto, aquello ya se vio reflejado con la ruptura del bloque de JxC en el Concejo Deliberante de Rawson.
Fue cuando los ediles María Benedetto y Pedro Calvo solicitaron a las autoridades del cuerpo la formación de un bloque propio. De manera que en la bancada original quedaron dos concejalas: Rocío Cárdenas y Flavia Gil.
Benedetto insiste que acusar a Martinazzo por “maltratos constantes y falta de códigos”. Pero su alineamiento con Cáceres es pública, al igual que la de Cárdenas y Gil con Martinazzo.

Las esquirlas del escándalo también alcanzaron a la rama sanjuanina de la Jóvenes PRO (JPro).
A comienzos de febrero, durante la protesta nacional por el regreso a las clases presenciales, el macrismo sanjuanino mostró a Cornejo y Martinazzo al frente de una escuálida columna en la ciudad de Rivadavia.
Allí también acudieron los integrantes de JPro, quienes se retiraron con prontitud “por la hostilidad de Gimena”, aseguró su líder, Agustín Prado. Éste entonces llevó a sus muchachos al centro de la capital, donde se calzaron sus remeras y gorritas partidarias para las fotos.
Ríos no escatimó una explicación sobre el motivo de ese acto paralelo: “Nosotros no estamos para bancar actitudes que le hacen mal al partido y que quieren dividirnos”.
En San Juan nadie ignora que Prado tiene un contrato laboral con el edil Gerardo Cáceres (hermano de Eduardo) en el Concejo Deliberante capitalino.
Infierno chico, problemas grandes.