Entrevista a Delia Méndez, sobreviviente de la casa de la calle Bacacay.
“Hay que luchar por las cosas que se quieren”, dice por teléfono Delia Méndez. Ella fue secuestrada del departamento de dos plantas de sus padres en la calle Araoz, en la ciudad de Buenos Aires. Y recién, 44 años más tarde, pudo conocer el lugar al que la llevaron. El Centro Clandestino de Detención Tortura y Exterminio de la calle Bacacay 3570, en el barrio porteño de Flores, se suma a la lista de los 770 identificados que funcionaron en el país en la última dictadura cívico militar. “Y luchar por lo que se quiere tiene que ver con develar en pos de la memoria todo lo sucedido en esa época. No es una reivindicación personal: es colectiva y es social. La búsqueda del lugar material donde estuvimos mis compañeras y yo detenidas-desaparecidas se inserta en este camino de la restitución de memoria”.
-¿Cuánto crees que todo aquello que vos y tantos atravesaron queda atrapado en una escena de justicia, llámese declaración, juicio, testimonio, y cuánto crees que la sociedad toma y lo hace propio?
-En términos simbólicos te diría que a veces la justicia tiene los ojos vendados. No es el caso del juzgado de Daniel Rafecas que ha trabajado incansablemente por la recuperación de la memoria, como otros tantos jueces que han ido develando estas cuestiones. Pero creo que la mejor prueba que dio la sociedad, aun los que son opositores a los gobiernos nacionales y populares, fue el límite que le pudieron al gobierno neoliberalista de Mauricio Macri cuando intentó la conmutación del 2×1. Gran parte de la sociedad ha encarnizado que la justicia es la justicia y el genocidio es el genocidio. Sabe que el terrorismo de Estado, además de sembrar el terror, hizo lo más indigno que se puede hacer a un ser humano: ocultar los cuerpos del enemigo y robar bebés y niños. Eso ha calado en la sociedad, sobre todo en la generación de los millennials. Ese ocultamiento sólo ocurrió en el tiempo en el que imperó el terror. Pero aún en ese tiempo, las Madres y las Abuelas fueron por todo el mundo. ‘Las Locas’ decían que tiraban a los compañeros y compañeras de los aviones y la prueba fue evidente. Los procesos históricos tienen esas contradicciones. Los temas más duros son más difíciles de procesar, sobre todo para quien no lo ha vivido en cuerpo propio.

Delia tenía 21 años cuando se la llevaron. A los 18 se había recibido de maestra. Por eso época militaba en la Juventud Peronista y un tiempo después en la Juventud Trabajadora Peronista. Había ingresado a la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires y estaba comenzando a cursar sus primeras materias. “Era un combo bastante interesante, te imaginás”, dice y se ríe. Psicología fue cerrada y Delia secuestrada.
-¿Qué pasó en la intimidad de tu memoria con esa casa de la calle Bacacay?
-Lo primero que debo decir es que el reconocimiento fue sensorial menos del sentido de la vista porque desde que me sacaron de la casa de mis padres hasta que me liberaron estuve con los ojos tapados. Lo último que vi fue un Falcon verde en el que me metieron, me tiraron al piso, me pisaron la cabeza y me pusieron unos gigantes pompones de algodón con cinta adhesiva gruesa. Cuatro hombres subieron al departamento de mis padres. Un quinto estaba al volante del Falcon.
“La búsqueda del lugar material donde estuvimos mis compañeras y yo detenidas-desaparecidas se inserta en el camino de la restitución de memoria”.
Veintiocho años, ocho meses y ocho días después de ese día, Delia se encontró con Beatriz, la chica con quien había estado detenida. “No nos conocíamos ni éramos entonces compañeras de militancia”. El destino las cruzó: una persona que estudió con una en la Escuela de Arte y con la otra el Profesorado tuvo la lucidez de juntarlas.
La tercera compañera de Delia es Emma. Pero ahí la vida fue más explícita. Delia, referente de SUTEBA, y Emma trabajan juntas en la docencia pero nunca habían hablado del tema hasta que asomó la noticia de la casa de la calle Bacacay o “El Pozo”, o “La Cueva”. Después, todo fue coincidencia. Un amigo poeta, que vive en Luján como Beatriz. La sobrina de Delia que trabaja con la hija de Emma en la Universidad de Lanús.
“Les llegué a pedir que no me llevaran (a reconocer ningún posible centro clandestino) si la propiedad no tenía un sótano, porque a mí me tuvieron en un sótano”.
-Como Beatriz es artista plástica, nos pusimos a hacer una reconstrucción. Cada una recordó lo que pudo ver a través de una rendijita. En mi caso, como me sumergían en el agua ese algodón se iba ablandando y algo podía ver. El piso del baño era blanco y negro, típico de las casas antiguas. El de madera con cámara de aire. Un sótano no muy amplio… Emma también aportó lo que vio. Ahora estamos las tres en absoluta consonancia.
-¿Y qué te fue pasando con ese lugar a lo largo de los años?
-Que quería saber a dónde me habían llevado, dónde salvajemente nos trataron.
La casa operativa de Bacacay 3570 era un desprendimiento de Talleres Orletti. Un mundo muy particular. Estaba bajo el mando de la SIDE, en colaboración con el Ejército, y fue una de las sedes de Plan Cóndor. Al ser un Centro de dimensiones pequeñas, el daño hacia los secuestrados era sostenido e implacable.

-Si bien el ensañamiento fue particular, no hay que olvidar que por Campo de Mayo pasaron casi 5000 personas y no hay ni 80 sobrevivientes. Orletti es muy simbólico para lo que fue el Plan Cóndor. Y esa casita fue alquilada en marzo de 1976 y estuvieron ahí solo hasta fines de 1977, que es cuando la gente que hoy la habita, la compra. Cuando fuimos a testimoniar con Beatriz, dimos todos los datos que recordábamos. En el juzgado recogían las cuestiones que les parecían más llamativas, por ejemplo, el sonido del tren.
-Pero todavía no podían ubicarla…
-¡No! Era muy angustiante para nosotras. Cada lugar que nos decían, cada casa a la que íbamos se convertía en una frustración porque nos dábamos cuenta de que no era el lugar. Les llegué a pedir que no me llevaran si la propiedad no tenía un sótano porque a mí me tuvieron en un sótano. Más allá de que estaba bueno que otros compañeros reconocieran el lugar donde habían estado detenidos desaparecidos. Pero nosotras no. Y bueno, al final se dio.
“Lo que me pasó es parte de nuestra historia, por eso quizás sobrevivir es tan difícil”.
-Y ahora que se encontró el lugar. ¿Qué te pasa? ¿Cómo lo llevás?
-El dolor ya está. Es parte del pasado. Para nosotras el hallazgo es una alegría. Un alivio. Se nos da en un momento de nuestra vida en el que pasaron 44 años que nunca pasaron. ¿Entendés? Los 44 años son parte de nuestra subjetividad. La huella, la herida siempre está. Yo no recordé lo que pasó porque salió la noticia en Página 12. A veces estoy en la playa mirando el mar, disfrutando y me aparece alguna imagen. O alguien canta una canción y me acuerdo. Y entonces pienso que lo que me pasó es parte de nuestra historia, por eso quizás sobrevivir es tan difícil.
-Quizás, despejada la incógnita, una puerta se puede cerrar.
-Absolutamente. Es así. Antes era una espera constante pensando dónde me habrán llevado, cómo fue. Yo sabía que no podía ser lejos porque no tardaron tanto tiempo en llevarme.
-¿Se sabe por qué te llevaron allí?
-No. Hasta hoy no sabemos. Lo único que sé es que esta es mi vida. No me puedo negar. Es tan mi vida como si me preguntan cómo se llaman mis hijos. A otras personas les tocan otras pérdidas. A mí me tocó esto. Trataron de disciplinarnos y de querer quitarnos los sueños. Pero hoy soy una mujer grande, con una trayectoria y nadie me arrebató los sueños.

-Falta mucho por saber.
-Mucho. Viví bastante tiempo en Ituzaingó, cerca del Barrio Aeronáutico. Mis hijos iban a la escuela pública. Y un día una madre, en una discusión, dijo “Y pensar que acá están las mujeres de los que traían muebles que robaban de las casas de los desaparecidos”. Y es así. Todavía es así. Vas en el colectivo y ellos suben. Son muchísimos sino no hubiera sido tal el genocidio. Pero fijate lo que ocurre en otros países. No sabemos dónde está García Lorca. ¡Qué crueldad! No soy una romántica incrédula pero el nivel de maldad en cierta humanidad es enorme.
Ni Delia, ni Beatriz ni Emma pudieron entrar todavía a la casa de la calle Bacacay pero fantasean entre ellas con la posibilidad de ir a la puerta, a sacarse una foto.
-Cuando vi las fotografías y los planos tuve la certeza de que era el lugar. Cuando vi la foto del sótano, te lo juro por mis hijos, sentí el mismo escozor. Aunque la casa fue remodelada, queremos ir porque el cuerpo habla. Y las paredes hablan. Todavía no sé cómo hacen los que compraron la casa para seguir viviendo ahí, sabiendo lo que ocurrió. Espero que pronto podamos pensar en hacer de esa casa un Sitio de Memoria.
@mariasucarrat