“Reproduzca esta información, hágala circular por medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez le estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”. Eso solicitaba Rodolfo Walsh desde ANCLA; la agencia de noticias clandestina que fundó en 1976, poco después del inicio del último golpe militar, con el fin de derrotar el terror al acceso a la información de los que informaban.
Si para la mayoría (de periodistas, medios, diarios) algo es verdadero: entonces es verdadero. Aunque no, no lo es.
La historia no ha cambiado demasiado. Ocultan, como antes, y blindan mediáticamente a personajes, pero también, soslayan lo importante y recrean una ficción en la que los culpables son siempre los mismos, aunque no posean argumentos para demostrarlo e incurran en un llamado a la ignorancia. No les importa. Hoy sucede algo similar a lo que Walsh denunciaba, y contra lo que él peleaba, sólo que en democracia (lo cual es, sin dudas, un agravante): los medios concentrados ponen y quitan las noticias según sus intereses y no permiten que la información llegue cruda y transparente a la población. Como prestidigitadores de los medios saben que lo que no sale en primera plana, pareciera, no existe, y desde esa intransigencia construyen discursos que, repetidamente, tienen como común denominador, el ensañamiento y el odio. La doble vara de los medios hegemónicos: con una no miden (sus actos) y, con la otra, apuñalan (injusta y tendenciosamente lo que no les conviene).
El terror se basa en la incomunicación. O en comunicar errada y selectivamente, que es, al final del día, la otra cara de la misma moneda. ¿Cuál es la diferencia entre ocultar o equivocarse de verdad? Lo que los medios hegemónicos pretenden que la sociedad tome por verdad se basa en el antiquísimo argumento ad populum que es, sencillamente, quitar los argumentos reales de la mesa y poner, en cambio, como argumento, que ésa es la verdad porque mucha gente lo cree así. Si para la mayoría (de periodistas, medios, diarios) algo es verdadero: entonces es verdadero. Aunque no, no lo es.

Hace pocos días, el editor de la mesa central de Clarín, Pablo Vaca, tituló Cristina: entre la bala que no salió y el fallo que sí saldrá. Luego, en el desarrollo de su columna, argumentó sobre la supuesta utilización del intento de magnicidio sobre la Vicepresidenta de la Nación para encapotar una posible sentencia en su contra, e incluso arriesgó el mes en el que la justicia se expedirá y, advirtió: diciembre suele ser un mes complicado en la Argentina. Para el editor del diario Clarín el problema no es el atentado ni la frágil situación en la que se intentó poner a la democracia; el problema es qué se hace, o no, con él, según su tergiversada visión. A su vez, aprovecha los caracteres para salvaguardarse y saltar del barco de los culpables cuando advierte que los discursos de odio no generan odio; algo así como que la lluvia no moja las calles, o que el sol no calienta si uno se le expone demasiado. Confunden defender y utilizar, como si fueran el mismo verbo, como si significaran lo mismo o quizá, más acertadamente, porque en el ejercicio de la profesión como ellos la ejecutan, defender algo tiene siempre, como contra partida, sus propias utilizaciones y servicios como periodistas. Señalan con el dedo mirándose al espejo, sin darse cuenta.
Construyen discursos que, repetidamente, tienen como común denominador, el ensañamiento y el odio
Es imposible no volver a recordar a Walsh y su tan acertada máxima: “Creo que el periodismo es libre, o es una farsa, sin términos medios”. En tiempos donde la prensa hegemónica tira la piedra y esconde la mano, es importante buscar referentes que con ideas claras dejaron incluso sus vidas, en el afán de lograr un cambio a través de las palabras y el periodismo libre. El mensaje y el despotismo con el que le periodismo llena horas de programación y páginas de diarios, no es sino una muestra de en qué quieren convertirnos. El mero hecho de titular, como lo hizo el diario Clarín, Detienen a un brasileño que gatilló un arma en la cabeza de Cristina, horas después del atentado, no es un acto ni una oración libradas al azar, sino una construcción que pone el foco y comienza con la caricia y la alabanza hacia la policía y la justicia, porque lo detuvieron, prosigue con la explícita, violenta y detestable imagen de un atentado, y finaliza con el desprecio que supone usar el nombre de pila, al referirse a la Vicepresidenta de la Nación. No hablan de atentado, de magnicidio, de democracia, de peligro, de fragilidad, no. La construcción de la notica no es aleatoria: desde allí forjan las bases para lo que luego, no más tarde sino simultáneamente, construyen con todo su aparato sincronizado. Odio y, después, acostumbramiento al odio. Pretenden que tomemos por aceptable, lo que es intolerable.

Les tomó poco más de seis décadas, desde la Revolución Libertadora, comprender que censurar no funciona, que prohibir algo no logra que eso desaparezca, y descubrieron entonces que en la incesante y espiralada repetición de un nombre seguido de un sin fin de adjetivos descalificativos, se logra algo mucho más potente y peligroso: el odio. Pero: no se puede jugar al poder y, después, cuando los reclamos y las consecuencias aparecen, hacer la del perro que volteó la olla. Bien les sienta la expresión original del latín: Res non verba que, traducida, significa Hechos, no palabras. O, citando al escritor Argentino Julio Cortázar: De las palabras a los actos, che. No alcanza con las condolencias, si son meramente formales y de cartón, y no alcanza con una tregua momentánea, si a las pocas horas vuelven a arremeter con discursos de odio y persecución. Es necesario un cambio de paradigma y un revisionismo sobre la forma en la que comunican y qué comunican.
El terror se basa en la incomunicación. O en comunicar errada y selectivamente, que es, al final del día, la otra cara de la misma moneda.
“En esa perspectiva lo que ustedes liquidaron no fue el mandato transitorio de Isabel Martínez sino la posibilidad de un proceso democrático donde el pueblo remediara males que ustedes continuaron y agravaron”, dice Rodolfo Walsh en su carta abierta a la junta militar. En esta perspectiva lo que ellos están intentando liquidar no es el mandato del presidente de turno sino la posibilidad de un proceso democrático. Porque, en estas condiciones, la democracia tiembla y sufre, y porque es inconcebible, y de una ignorancia supina, que desconozcan que jugar con fuego, tarde o temprano, acabará con alguien quemado.