El poder religioso y el poder político se vinculan. Se recelan, se contaminan, se cooptan, se coquetean, se acusan (como en el poema 12 de Oliverio Girondo). Tomando Argentina como referencia, ya desde la época de la colonia española ha sido así.
Mucho más desde que tenemos Papa argentino. Y Jesuita. Argentino, jesuita y… ¿Peronista?
Es un país divertido la Argentina. Muchas de las personas que desconfiaban de Francisco al inicio de su pontificado ahora lo aman, y muchas otras personas que estaban extasiadas con Francisco al inicio de su papado, de golpe se desencantaron; descubrieron de pronto qué feo que es cuando la iglesia “se mete en política” (tiernas almas de cristal)
Y el fenómeno religioso evangélico se puso de moda en la región, en parte a partir del largo debate sobre sexualidad en Argentina y, especialmente, con el tratamiento de la legalización del aborto y la implementación de la ley de Educación Sexual Integral. En estos debates el colectivo evangélico tuvo alta exposición y visibilidad. Pero sin dudas el tema explotó desde la llegada al poder de Jair Bolsonaro en Brasil, con el apoyo de grupos evangélicos conservadores y toda una retórica y una estética de teleevangelista. A partir de eso, muchas personas que nos identificamos como más o menos progresistas quedamos un poco en shock, un poco en alerta.
Desde esta perspectiva, si nos ponemos a listar los “aportes” desde las expresiones de fe a la cultura, creo que saltan a la vista aportes de tipo reaccionario y legitimador de órdenes desiguales establecidos, que en Argentina han sido visibles en los debates públicos. Y en la región el panorama es similar, con Bolsonaro como nave insignia del apoyo religioso a expresiones político-culturales reaccionarias, violentas, excluyentes (me tienta escribir “antipopulares” pero, tristemente, son expresiones con sorprendente apoyo de sectores populares)
Y mientras releo este texto sale a la luz la denuncia del apoyo del gobierno de Mauricio Macri al golpe de Estado en Bolivia, ese en el que el golpista Camacho entró a la Casa de Gobierno boliviana con una Biblia, actualizando brutalmente el tipo de aportes que se suelen vincular en la región con expresiones de fe cristiana.
Por supuesto que hay aportes desde la fe con una perspectiva distinta, pero que que no son muy visibles por varias razones, entre ellas, que son demográficamente minoritarios que y no buscan, o no logran polarizar en sus posicionamientos de la agenda pública (y en el mundo de las redes sociales si no polarizás medio que no existís). Así y todo, es notorio que los aportes desde la fe que se articulan con perspectivas pluralistas y de ampliación de derechos tienen importantes antecedentes intelectuales que es posible rastrear en la relación entre el humanismo y la Reforma, así como los movimientos pacifistas radicales en la Europa del siglo XVI, o la Teología de la Liberación en América Latina en el siglo XX, o incluyendo las tan admiradas sociedades nórdicas (de trasfondo luterano) y su organización económica, política y cultural que suele ser referencia de lo deseable en diversos debates sobre cultura y política.

Pero a quién le importan todos esos antecedentes? ¿Qué peso tienen esas expresiones de fe más pluralistas? Te juntan votos para octubre? Pocos (y desperdigados). Te llenan una plaza? No, porque no terminan de convencerse de que esas movidas signifiquen un aporte a la cultura desde la fe, ni creo que les saldría bien si se lo propusieran.
Para peor de males, aman analizar y discutir todo, y manejan niveles de vanidad y egocentrismo parecidos a los del resto de la humanidad (o sea, muy altos).
¿Entonces? ¿Esos aportes a la cultura desde la fe suman o restan? Sirven para algo?
Yo estoy convencido de que si; además del aporte intelectual y militante que individualmente puedan realizar cada una de las personas , y que en el caso de ellas y ellos va a estar impulsado por su fe, además también de que en esas iglesias cualquiera, no importa lo que crea o si no cree, va a encontrar refugio y soporte en situaciones difíciles (muchas personas perseguidas por la dictadura y los organismos de Derechos Humanos pueden atestiguar esto); además de todo eso, estas expresiones religiosas que ya tienen más de 150 años en Argentina, siempre con bajo perfil, van a seguir siendo espacios valiosos para abordar a un fenómeno que parece irreductible: hay bastante gente que cree y no se muestra dispuesta a dejar de hacerlo. Pienso que incluso para quienes rechazan o experimentan como muy ajena la posibilidad de la fe, hay que asumirlo como dato fáctico: mucha, o bastante gente tiene una experiencia, una intuición, o un anhelo referido a lo trascendente, a lo divino, y no lo suelta. Esto parece ser un dato de la realidad, junto con lo ya expresado de que religiosidad y conservadurismo suelen tener expresiones coincidentes o complementarias.
¿Qué hacer frente a eso? y ¿Cómo puede influir la existencia de otras expresiones de fe más pluralistas y abiertas?
Pensar en las expresiones de fe cercanas al pluralismo como un ariete que salga a enfrentar violentamente y en el espacio público las poderosas expresiones de fe reaccionarias me parece ineficaz. Las diferencias en cuanto a volumen y niveles de agresividad lo vuelven poco recomendable y, sinceramente, creo que no aporta a ningún diálogo y a ningún encuentro entre diferentes; solo aviva la hoguera de los prejuicios y rencores mutuos.
Pero pensarlas como potenciales mediaciones de diálogo con las muchas personas que creen y viven su fe, cuidando que no terminen hablando por ellas, por supuesto, pero permitiendo que aporten desde su herencia los símbolos y categorías que ayuden a hacer esas voces inteligible para quienes están muy lejos de tales experiencias, me parece un camino necesario y potencialmente fructífero.
Una cosa es segura: quienes creen van a buscar algún conjunto de símbolos que dé sentido y cauce a su experiencia. Si no tienen ningún otro disponible más que el conjunto de símbolos y prácticas conservador y excluyente, algunas personas decidirán cercenar esa dimensión de su vida, y otras simplemente abrazaran las expresiones autoritarias y cerradas porque se les aparecen como las únicas posibles para expresar su fe. Entonces parece deseable y necesario (y posible!) que haya diversidad de expresiones capaces de dialogar críticamente tanto con el fenómeno religioso como con el secularismo, y ofrecer puentes que ayuden a la comprensión, la convivencia y la interacción (soy de los románticos que creen que de un diálogo honesto todas las partes salen positivamente transformadas)
Pero para que esto ocurra todavía falta algo difícil: que esas expresiones de fe plurales e impulsoras (o al menos no obstructoras!) de las ampliaciones de derechos hagan su su parte, se bajen del caballo (imaginario), y encuentren con humildad su registro y su lugar en el concierto de quienes queremos un mundo más justo, una humanidad respetuosa entre sí y con el resto de la naturaleza, y donde nadie sobre.
*Pastor de la Iglesia Evangélica Luterana Unida
Ex Presidente de la Iglesia Luterana Unida