El papelón en ShowMatch parece menor al lado de las metidas de pata de Esteban Bullrich y Amadeo en 2017. La vergonzosa historia de Waldo Wolff con la nieta de un jerarca nazi.
En la emisión del 23 de julio de Showmatch, el programa de Marcelo Tinelli, la tal Sofía “Jujuy” Jiménez se lució con la canción Yo no soy esa mujer, de Paulina Rubio. Y justo al graznar que no era “esa niña consentida, mimada y perdida / que no sale de su casa”, fue proyectada a sus espaldas una inmensa imagen de Ana Frank. Desde luego que semejante delicia escenográfica causó una andanada de repudios.
El escándalo al final se enfrió al “convertirse el doloroso episodio en una experiencia educativa”, según un comunicado difundido por la empresa responsable del ciclo. Fue después de que algunos participantes y el equipo de producción en pleno disfrutaran de una visita guiada al museo del Centro Ana Frank Argentina. Allí, esa muchachada ávida de conocimientos pudo acceder a la historia de la niña judía de 13 años que, desde 1942, durante la ocupación nazi en los Países Bajos, escribió el famoso diario, oculta con su familia en un sótano. Hasta 1944, cuando fue capturada por los invasores. Su muerte ocurrió en Bergen-Belsen, un campo de exterminio al norte de Alemania. El texto fue publicado dos años después de concluir la Segunda Guerra Mundial.
Bullrich calificó al nazismo como “una dirigencia que no fue capaz de unir ni llevar la paz”.
Lo cierto es que el papelón de Showmatch sacó del olvido otro notable episodio en torno a su figura: la visita protocolar que, en marzo de 2017, hizo el entonces ministro de Educación, Esteban Bullrich, a la Casa de Ana Frank en Ámsterdam, donde pronunció las siguientes palabras: “Ella tenía sueños, y esos sueños quedaron truncos por una dirigencia que no fue capaz de unir ni llevar la paz”. Así se refirió al régimen hitleriano.
Todo indica que la interpretación del Holocausto no es la especialidad teórica más luminosa del macrismo. Lo prueba otro episodio.
En junio de ese mismo año, durante su visita oficial al país, la canciller alemana, Ángela Merkel, asistió a un acto en la sinagoga de la calle Libertad. Eso bastó para que el diputado de la alianza Cambiemos, Eduardo Amadeo, se permitiera tuitear una asombrosa observación; a saber: “Esto demuestra cómo es posible y esencial la reconciliación. El que quiera oír que oiga”. Un dislate conceptual que ya forma parte del legado de aquel sujeto. Entre otras razones, por aportar al asunto un detalle: la palabra “reconciliación” (Versöhnung, en alemán). Como si la señora Merkel fuera una representante del Tercer Reich que supo cristalizar la bella acción de amigarse con el pueblo judío.

Y sin amilanarse por las burlas que generó su frase, siguió polemizando con un dejo de enojo hacia sus detractores. “¿Qué los pueblos puedan dialogar es acaso una boludez?”, insistía con énfasis retórico. Y al ser entrevistado por María O’Donnell en Radio con Vos, hasta sobreactuó un tono reflexivo: “He pensado si el mejor verbo es ‘reconciliar’; quizás haya otros mejores, y usted me puede ayudar”. Un genio.
Pero nada fue comparable al auspicio del intendente de Vicente López, Jorge Macri, a la conferencia intitulada “Las dos Evas del poder: Eva Perón y Eva Braun” (sí, nada menos que la amante del Führer), programada para el 5 de marzo de 2014 en el ciclo “Pequeñas biografías de grandes mujeres”.
Fue uno de los tantos derrapes ideológicos en una construcción política que por entonces intentaba resultar amable y dialoguista de cara al electorado. Nada que el milagro del coaching no pudiese mantener bajo control. Aunque en este caso subyace una trama que merece ser contada.
Encuentro con mujeres notables
En esa época, las hormonas del PRO estaban a flor de piel: mientras Mauricio Macri pulía su inminente candidatura presidencial, el primo Jorge apuntaba a ser reelegido en su feudo del Norte bonaerense. Y asegurarse el voto femenino era una de sus prioridades.
En tal contexto creyó que ese programa de charlas era una brillante idea, máxime si entre las biografiadas había personalidades como Victoria y Silvina Ocampo; Alfonsina Storni, Lola Mora, Greta Garbo y Niní Marshall. Aunque –por razones estrictamente partidarias– tal vez considerara la conveniencia de no incluir a la esposa del General. Y es posible que, en medio de aquella duda, pasara por alto la inclusión de su polémica tocaya.
Eduardo Amadeo trató a la canciller Ángela Merkel como si fuera funcionaria del Tercer Reich.
Pero la presencia en tal listado de de Frau Braun se desplomó sobre la cúpula de la DAIA –ya cooptada por el macrismo– con el mismo peso que una roca gigantesca en el océano.
De modo que, a fines de febrero, su presidente, Julio Schlosser, convocó con urgencia al vice, Waldo Wolff, y al secretario general, Jorge Knoblovits.
Los tres coincidían sobre el carácter delicado de la situación: había que impedir esa bochornosa actividad sin malograr el vínculo con el PRO.
Sorprendió que Wolff se ofreciera a tomar la iniciativa, pero sin revelar de qué manera; simplemente, dijo: “Yo me ocupo”.
Dicen que le bastó una llamada telefónica al primo Jorge para arreglar una cita con él, no sin adelantarle el motivo del encuentro.
¿El intendente habría manifestado su perplejidad al respecto?
Quizás. Porque su siguiente paso fue ponerse en contacto con el área de Comunicación del municipio. Así supo que la organización de esa conferencia corrió por cuenta de una asesora llamada Bettina von Alvensleben.
Se sabía que esa joven rubia y chispeante era nieta de un viejo caudillo del radicalismo cordobés, en la ciudad de Villa María, a casi 150 kilómetros de la capital provincial.

En 1963, don Ludolfo –como todos allí le decían– fue elegido concejal suplente. Pero meses después, la muerte súbita del titular del cuerpo lo llevó a la vicepresidencia primera del Concejo Deliberante.
Durante el tiempo que le tocó ocupar su banca hizo cumplir a rajatabla el reglamento y fue puntilloso con la asistencia de los ediles a las sesiones.
Su conducta era intachable, pero arrastraba la sombra de una sospecha: tiempo antes había sido inspector de caza y pesca en el Embalse Río Tercero. Y solía perseguir infractores con una escopeta.
Nunca se le pudo probar su responsabilidad en la muerte de dos turistas, cuyo auto volcó mientras era perseguido por su jeep.
En la zona del accidente había cartuchos de escopeta.
Luego, Don Ludolfo estableció en Santa Rosa de Calamuchita, abocado al quehacer agrícola. Lo ayudaban sus cuatro hijos (uno de ellos se convertiría en el papá de Bettina).
Abuelito dime tú
Ahora bien, oriundo de una pequeña urbe en la provincia prusiana de Sajonia, Ludolf Emmanuel Georg Kurt Werner von Alvensleben (así era su nombre completo) arrastraba un pasado picante: entre sus hitos resalta nada menos que haber sido integrante del estado mayor del Reichsführer Heinrich Himmler, el máximo cabecilla de las SS.
Descendiente de un linaje militar que se remonta al siglo XVIII, heredó el castillo medieval de Schochwitz, que pertenecía a su familia desde 1783. En 1929 se unió al NSDAP (Partido Nacionalsocialista), integrándose al principio a las filas de su milicia de asalto, las SA y, luego, en 1934, a las SS.
Al estallar la guerra, fue enviado a Polonia con mando de tropas y grado de Obersturmbannführer (oficial superior). En aquella etapa de su carrera fue el responsable de variadas atrocidades contra la población judía; la masacre de
Bydgoszcz da cuenta de ello. Después ejecutó el plan de exterminio de judíos en Crimea. También se le adjudica una “hazaña” familiar: enviar a la muerte a un primo suyo por haberse casado con una mujer judía. En términos contables, un total de 35 mil personas habrían sido asesinadas bajo sus órdenes.
También protagonizó una trapisonda –diríase– “privada”. Puesto que se veía cercado por deudas inherentes al mantenimiento de su castillo, no vaciló en acusar falsamente a uno de los acreedores por su participación en el fallido atentado del 20 de julio de 1944 contra Hitler. El tipo terminó fusilado.
Concluida la guerra, Von Alvensleben terminó prisionero en un campo controlado por los británicos en Dresden, del cual logró huir al año siguiente. En 1949 se partió desde Génova en un barco hacia Buenos Aires. Residió allí bajo la falsa identidad de “Carlos Lüecke”, hasta mediados de 1952, cuando se estableció en Villa María, ya con su verdadera identidad.
En la década del ’60, un tribunal polaco lo condenó en ausencia por sus crímenes. Y la URSS también pedía su extradición.
Pero el gobierno radical de Arturo Illia se negó, en 1964, a cumplir ese pedido, al igual que, en 1967, la dictadura del general Juan Carlos Onganía.
Don Ludolfo murió de cáncer en Santa Rosa de Calamuchita durante el otoño de 1970, a los 69 años.
Casi nueve décadas más tarde, Bettina, su nietita, sumaba en Vicente López a la amante de Hitler en las “Pequeñas biografías de grandes mujeres”.
Nace una estrella
“Yo me ocupo”, repitió Wolff en la reunión con Schlosser y Knoblovits. Éstos tal vez hayan sentido un ramalazo de alivio.
Por algún milagro del optimismo, confiaban en el poder de persuasión que presumía tener aquel dirigente de la Sociedad Hebraica Argentina.
En tanto, los portales de noticias ya anticipaban la extraña conferencia sobre “Las dos Evas del poder”
Wolff fue recibido la mañana siguiente por el primo Macri, quien le dio la bienvenida con una expresión de pesadumbre.
Wolff usó un escándalo de antisemitismo para convertirse en candidato a diputado de Cambiemos.
Y se encerró con él en su despacho.
Tal como luego filtraron ciertas fuentes vinculadas al municipio, el jefe comunal habría entonces reconocido “su descuido”, antes de implorar:
–Por favor, bajame el nivel del quilombo.
Wolff le habría dado a entender que eso “tenía su precio”.
Claro que no son más que versiones que corren al calor de los secretos.
Lo cierto es que, en esa primera jornada de marzo, al volver de Vicente López, Wolff volvió a reunirse con Schlosser y Knoblovits con una noticia:
–Ya lo arreglé. Jorge va a levantar la conferencia. Es un gran tipo.
Semanas después, para la sorpresa de propios y ajenos, fue anunciada su inclusión en la lista de candidatos a diputados de Cambiemos.
Wolff tocaba el cielo con las manos.
Desde luego que nunca lo rozó la sospecha de haber encubierto un acto de antisemitismo a cambio de su debut electoral.
*Publicado en el número 52 de Contraeditorial