“Cuando estuve acomodado en el asiento, viendo desfilar los árboles y los campos, después las casas y el puente de Cañada de Gómez, me dije que ése era el problema de esta época, el desinterés, el desánimo, la falta de emociones, viejo”. Con esa conclusión finaliza el cuento El terrón disolvente, publicado por Elvio Gandolfo, en 1994, en el libro Ferrocarriles Argentinos. En el cuento, escrito en primera persona, Pancho va en búsqueda de su viejo amigo Fiambretta; un crack de la biología, un erudito, un flaco raro. En su encuentro Fiambretta le asegura haber descubierto que todos vivían engañados, o drogados con una especie de LSD, y que nada de lo que veían, en verdad, existía. Pancho pensó que la teoría de su amigo era totalmente demencial.
“Y siguió enumerando todo lo que era falso, inexistente según él: la bombonera y el monumental, radichetas y peronistas, Gardel y Monzón”. Pancho no creía ni una palabra de lo que decía su amigo, entonces Fiambretta le propuso demostrárselo. Tomó un terrón de azúcar y dejó caer sobre él dos gotas desde un frasco que contenía un líquido que inhibía la acción del LSD genético y que le permitiría ver la realidad como es. Mientras el terrón se disolvía sobre la lengua de Pancho, también lo hacía todo lo que veía a través de la ventana. El efecto duró apenas treinta segundos. Pancho se aterró al ver todo aquello distinto, como realmente era, según Fiambretta, claro.
Pero podía ser exactamente al revés: que lo que vió después de ingerir el terrón fuera generado pura y exclusivamente por la sustancia, y no gracias a ella.
La última dictadura militar alteró el tejido de lo real, de la misma manera que Gandolfo lo hace a través de su cuento, y creó una dimensión en donde la lógica y el humanismo se trocaron por un terrorismo de estado que incluyó robo de bebés, ocultamientos de identidad, desapariciones, exterminio y violencia. Que el tiempo no nos ayude a olvidar. Nos obligaron a priorizar la memoria, por sobre los recuerdos, y a buscar la verdad que ellos mismos, hasta el día de hoy, intentan tergiversar, y a conformarnos con la justicia, que por definición y condición llega después, siempre tarde.
La última dictadura militar alteró el tejido de lo real.
En las vísperas del cuarenta y siete aniversario del inicio del proceso, y a pocos meses de celebrar cuarenta años de democracia, la Argentina aún debe soportar que los más de quinientos centros clandestinos de detención, los treinta mil desaparecidos, los bebés robados, la violación sistemática de los derechos humanos y los presos políticos, carezcan del respeto que se merecen. Buena parte de la dirigencia política, y de la sociedad, así como Fiambretta en el cuento de Gandolfo, descreen de la realidad y lo anuncian sin descaro, y con jocosidad, a los cuatro vientos.
“Oíme, Fiambretta, le dije, suponé que es como vos decís, que lo que vimos es la realidad, que ahí somos distintos, y todo es distinto. Ahí, ¿Sigue siendo Argentina? ¿Ahí seguimos siendo argentinos, Fiambretta? Fiambretta me miró sin entender”. ¿Cuántos Fiambrettas hay en la Argentina? ¿Cuántos viven en algo que consideran irreal y, en su búsqueda, olvidan todo lo demás? Lo que cambia una realidad no es cómo la vemos, sino qué vemos en ella. Decir que los desaparecidos no fueron treinta mil es bastante parecido a hacer apología del terrorismo de estado; es faltarle el respeto a las víctimas y es, sobre todo, ignorancia. En el año 2006 una serie de nuevos documentos desclasificados mostraron que los propios militares Argentinos estimaban haber matado, o desaparecido, tan sólo en los primeros tres años de proceso, a unas 22.000 personas. El negacionismo que comulgan es peligroso pero más peligroso aún es que, para ellos, con LSD o sin él, ésa es la realidad.
No se conforman con que la Argentina haya tocado fondo, casi cuatro décadas atrás, que incluso se apegan a los mismos, o parecidos, discursos de derecha desfachatada, en donde a una persona en situación de calle la equiparan con basura o contaminación visual. La derecha es siempre la misma, y siempre está haciendo ajuste de cuentas: en lugar de arreglar las aberraciones del pasado, incendian todo y no dejan rastros. Son bomberos pirómanos: para ellos la política se debate entre la derecha o la izquierda, cuando en verdad, el meollo, es entre dictadura o democracia. Es lógico: mientras unos intentan pasar página corrigiendo el pasado, ellos pretender arrancarlas y borrarlo todo.
El 24 de marzo es un nuevo Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, en conmemoración de quienes resultaron víctimas del proceso. La fecha fue establecida en 2002, a través de una ley, durante la presidencia de Néstor Kirchner.
¿Ahí seguimos siendo argentinos? Sí, siempre. “Este es mi lugar de combate y de aquí no me moverán”, como escribió Haroldo Conti, y después se quedó en su casa del barrio de Villa Crespo, de donde fue secuestrado y desaparecido hasta el día de la fecha.