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A la política (algunos) le escupieron en la boca

Por Alejo Álvarez Tolosa

El mito de Casandra es una historia fantástica que nos permite poner luz sobre el comportamiento humano y la cultura, para luego trazar conclusiones y aprendizajes. Como en casi todos los mitos, existen diversas versiones, pero todas encuentran el mismo resultado y moralejas similares. Casandra era la hija de los reyes de Troya, Príamo y Hécuba, y era una bella e inteligente mujer que ansiaba tener un don. Día y noche le pedía al dios de las artes, Apolo, que se lo concediera. Éste, enamorado de Casandra, decidió concederle el don de la clarividencia, para que pudiera ver el futuro y advertirle a todos lo que iba a suceder.

Pero, tras concederle el don, Casandra lo rechazó y Apolo, enfurecido, decidió castigarla escupiéndola en la boca y lanzándole así la maldición de que podría seguir viendo el futuro, pero que nunca jamás nadie le creería sus presagios. Y así fue. Casandra pudo anticipar el ingreso del caballo griego a Troya, pero nadie le creyó. Más tarde alertó al famoso sacerdote Laocoonte de su muerte, pero de nuevo, nadie le creyó. Pudo también anticipar su muerte, la cual fue ineludible nuevamente por carecer de veracidad sus palabras. Tener el don y la capacidad de poder anticipar lo que va a suceder, pero que nadie crea esas palabras, arroja automáticamente la conclusión de que, a veces, el mensajero es aún más importante que el mismísimo mensaje y que, también, la credibilidad es más importante que la clarividencia.

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Analizando actores y no políticas, y socavando su imagen pública con artilugios y gracias a la concentración de medios: a la política (algunos) le escupieron en la boca.   

Para saldar esa distancia, entre la claridad y la clarividencia, y los oyentes y víctimas, sólo resta entonces intentar correr a los intermediaros, socavar la incredulidad y tejer un puente en donde ahora solo han dejado un precipicio. Romper con convicción el escepticismo que baña todas las palabras que se dicen y construir, con paciencia y dedicación, escenarios que no hagan más que corroborar lo que se enuncia a sabiendas de lo que va a venir. La realidad muestra que existe la intención de lograrlo. Pero que también hay resistencia. Y mucha.

La fisura que existe hoy en la sociedad argentina discrimina, básicamente, entre quienes quieren algo y quienes no quieren nada. Los segundos, teñidos por un escepticismo atroz, descreen de la política y de los políticos per se, maldicen al país que los vió nacer y patalean mientras se alinean bajo la capa y desde allí recetan enfermedades para las curas que, los que quieren algo, enuncian. Los otros, los que quieren algo, siguen ambicionando un escenario más fructífero, más inclusivo, con menos pobreza y más trabajo, y lo buscan en quienes son los únicos capaces de dar el primer golpe certero, que son los actores de la política. Allí radica la verdadera fisura de la Argentina. Y hay que saldarla.

En esa línea parece caminar haciendo equilibrio la Vice Presidenta de la Nación. Buscando el acercamiento y la clarividencia sobre errores y fallas en el sistema político que tienen, como resultado, la compleja y difícil situación que atraviesa a los argentinos y las argentinas. Lo hace públicamente, como si quisiera liquidar dudas y distancias que la separan de la sociedad y de la credulidad de ésta. Va al grano, apelando a la lógica social más elemental, y busca en sus discursos anclajes en la realidad que son indiscutiblemente ciertos. Y, muchos de ellos, trágicos. La reproducción del video en donde un ex ministro del gobierno Macrista describe el real estado de lo que significaba la deuda argentina, es una clara muestra de su intención: demostrar que sus clarividencias no son erradas, sino totalmente ciertas, y que aunque algunos continúen incesantemente intentado socavar la veracidad de sus palabras, los hechos le dan la razón. Y entonces, a partir de allí: ¿con qué elemento fehaciente acaso uno puede descreer de lo que ella nos presagiará a continuación? La respuesta acertada es la más sencilla: con ninguno.

La vicepresidenta hace lo que casi ninguno: le pone rostro a sus palabras intentando buscar que su clarividencia sobre la realidad no se vea opacada por la falta de credibilidad que, los que están del otro lado de la fisura, construyen a diario. Les pone el cuerpo y lo hace frente a cuarenta y siete millones de habitantes, sin intermediarios. Sin redes sociales. Sin los financistas medios concentrados que elevan o desintegran políticos, casi como un deporte nacional, mientras se sienten poderosos y superdotados alumbrados por la luz de su propia hoguera, y no se dan cuenta.

Con medido entusiasmo buena parte de la sociedad espera mejoría tras comprender los análisis y los meollos producto de los cuales hoy nos encontramos en el medio de la tormenta. Bien sabido es que el primer paso para resolver un problema, es aceptarlo. Y, después, entender sus causas, desmenuzar sus procedencias, analizar sus complejidades. Y darle pelea. El camino no puede ser, ni ha sido nunca, el de caer en maldiciones que aniquilan al mensajero, aunque de forma simbólica, con soberbia y preconceptos que lo único que hacen es alejarnos de las soluciones. El desafío ahora es que no sea tarde: que no termine de ingresar el enorme caballo repleto de traición y engaño, y que sean finalmente oídas las palabras de quien ha sabido dar en el clavo, más de una vez.

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Tags: desafíoEl Mito de CasandraVicepresidenta
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