“El miedo sólo sirve para perderlo todo”.
Manuel Belgrano
Vivo, hace un tiempo, en un barrio tranquilo del conurbano norte. Una localidad alejada, cuasi bucólica, en donde me despierta ese ruido infernal que es el canto de los pájaros. Donde los vecinos, cuando se cruzan, se saludan, aunque, en verdad uno se cruza poco… con pocos: algún jardinero; algún guardia de Seguridad; los pibes de los delivery… Un barrio que, a pesar de su condición, ha asumido ese extraño remedo de posmodernidad que son los grupos de Whatsapp. En ese idílico enclave de viejas casas quinta donde podríamos comunicarnos hasta con latas de conserva unidas por un piolín (o con pequeñas señales de humo de las chimeneas) se ha acudido a esta tecnología por la que circula la más variopinta oferta que va, desde propuesta para lavar autos a precios muy razonables hasta las famosas “ventas de garaje” que, pandemia y cuarentena mediante, sólo pueden hacerse on-line, sin olvidar los melosos versos de una vecina que define al efecto humo entrerriano sobre la luna como “la poesía sangrando por el planeta”… agachate que vienen los cherokees.
Hace un par de semanas, ese grupo compartió una noticia espantosa. Un hombre mayor, jubilado, que vivía solo en un chalet con cerco electrificado, cámaras, servicio de vigilancia, alarmas y otros chiches tecnológicos como monitoreo a distancia, apareció asesinado. No pasó mucho rato antes que las aves necrófagas de los canales de TV de Buenos Aires sobrevolaran el predio y convirtieran ese asesinato en diez, cien, mil asesinatos gracias a la repetición de las notas, los reportajes a vecinos que aman verse en la pantalla del televisor y los análisis carroñeros.
“Los Medios no determinan cómo pensar, pero sí en qué pensar” (Bernard Cohen).
¡Alarma en el avispero! El grupo de Whatsapp se transformó en una guerra de opiniones, un espacio catártico para los distintos miedos y, finalmente, en un territorio de críticas y reclamos al intendente del partido, al gobernador de la provincia, al presidente de la Nación y hubo quien hasta incluyó al jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La excitación inicial fue aflojando, el tema se enfrió, pero la psicosis colectiva se fue extendiendo como una mancha subterránea hasta explotar hace un par de días cuando, los atentos y precavidos vecinos “detectaron” una camioneta blanca sospechosa que rondaba las casas y llamaba en algunas presentándose como “técnicos de Fibertel” (sic), “cuando todos sabemos que el servicio de internet en la zona lo presta otra empresa”.
Salieron cual vigilantes de San Francisco a buscarlos; intentaron interceptarlos en una ruta, pero (siempre según el relato en el grupo) “los maleantes eludieron a gran velocidad”; llamaron a la policía local y a la provincial hasta que finalmente dieron con la famosa camioneta blanca y entonces vinieron a enterarse que se trataba de operarios del prestador local que estaban controlando líneas y torres dañadas. Dijeron “fibertel” como uno le dice “Gillette” a la hojita de afeitar o “scotch” a cualquier cinta adhesiva que se precie pero los canales, y los diarios… ¡Haceme la Caridad!
Con alrededor de 7000 contagios diarios de Covid-19, los medios salieron a recuperar el remanido tema de la inseguridad.
El miedo no sólo es zonzo… es perverso
La anécdota, que resulta hasta risueña en un punto, sirve para revisar, una vez más, el efecto del periodismo de guerra sobre las calenturientas mentes de sensibles vecinos. Gentes de a pie poco/nada advertidas sobre las herramientas que los medios concentrados utilizan para corporizar la teoría de la Agenda Setting. La síntesis fue expresada por el mismo Bernard Cohen, historiador de la Ciencias que enunció esta hipótesis de la instalación de agendas. “Los Medios no determinan cómo pensar, pero sí en qué pensar”, explicó, para definir la capacidad de los medios de comunicación para “graduar la importancia de la información que se va a difundir, dándole un orden de prioridad para obtener mayor audiencia, mayor impacto y una determinada conciencia sobre la noticia”.

En estos días, con alrededor de 7.000 contagios diarios de COVID-19 detectados y el virus extendido a casi todas las provincias, el reclamo anticuarentena ha quedado desfasado (más allá de los festejos de Diego Leuco ante la posibilidad de alcanzar los 10.000 contagios diarios) y, dada esta situación, los mass-media -que operan como la verdadera y casi única oposición al gobierno-, salieron a recuperar el remanido tema de la inseguridad. Las tapas de los matutinos más importantes de la Argentina, los horarios centrales de los canales, -sobre todo los de noticias- y los programas de algunas radios con alto share gotean sangre: una sangre repetida y ajena que no sienten, pero que exhiben como un mantra.
“Management & Fruit” presentó una encuesta en la que pone a la inseguridad “en el pico de las preocupaciones” de los argentinos.
Sin ir más lejos, la consultora Management & Fit (eterna elegida por el Poder Fáctico para sus operetas cada vez más de pacotilla) acaba de presentar una encuesta que pone otra vez a la inseguridad “en el pico de las preocupaciones” de los argentinos (Sí, leyó bien, en el medio de la peor pandemia en la historia de la humanidad, con los países en quiebra económica y más de 700.000 muertos, la gente le tienen más miedo a los carteristas). La operación se consolida con la mismísima presidenta de la empresa, señora Mariel Fornoni, entrevistada por uno de los periodistas de guerra que conducen un noticiario, explicando que Alberto es un “presidente que ganó en ballotage” (sic). O sea… ¡lamete que estás de huevo!
Vale la pena recordar que fue “Management & Fruit” (porque siempre manda fruta) la que en 2011, unos días antes que Cristina ganase por más del 54% de los votos, sacó una encuesta en donde “demostraba” que la actual vicepresidenta estaba en “un empate técnico” con Hermes Binner (le sacó más de 37 puntos).
El recelo lleva al enojo, el enojo al malestar y el malestar al odio: allí subyace el gran negocio de una sociedad de odiadores
Pero el gran pueblo argentino no tiene memoria de estas cosas. Sí se acuerda que Aníbal dijo que la inseguridad “es una sensación” (otra mentira, porque no fue Aníbal Fernández el que lo dijo primero sino el diario La Nación a partir de un análisis encargado en 2006 al Centro de Opinión Pública de la Universidad de Belgrano) y sí, también, ha incorporado la crítica al gobierno como acto reflejo, cuando la idea de inseguridad se instala en el imaginario colectivo.
A esto ha sumado, habilitada por los años de gobierno de Cambiemos, el ejercicio de una violencia inaudita que los lleva a casi linchar a un pibito de 16 años que gritaba “soy un wachin” mientras una horda desatada de vengadores barriales lo pateaba en el suelo. Porque, como dijo James Froude, el precursor de la novela histórica: “el miedo es padre de la crueldad”. Por eso infunden miedo. Porque a través del oscuro cristal del temor, la sociedad siempre está dispuesta a ver las cosas peores de lo que son. Y los medios los saben. Y lo manejan. Y lo difunden. Y lo propagan. Porque el recelo lleva al enojo, el enojo al malestar y el malestar al odio: allí subyace el gran negocio de una sociedad de odiadores.
Esa misma sociedad, luego está dispuesta a creer que a Nisman lo mató un comando venezolano-iraní entrenado en Cuba, que los cuadernos de Centeno se quemaron pero son ignífugos, que tal o cual gobierno se robó “dos pebeíses”, que hay un tesoro enterrado en algún lugar de la Patagonia y que “son ricos… no necesitan robar”. Ché, vos, tachame la generala doble y tirá… que estás embobado con la tele.