A 46 años del asesinato del padre Carlos Mugica, Contraeditorial propone la relectura de un fragmento de “El Inocente”, el enorme libro de la periodista y escritora María Sucarrat sobre la vida, pasión y muerte del sacerdote.
Epílogo
–La tarde del sábado 11 de mayo de 1974, los ex policías Rodolfo Eduardo Almirón Sena y Juan Ramón Morales asesinaron a Carlos Mugica e hirieron a Ricardo Capelli con subfusiles Ingram MC-10. Todavía no se sabe por qué utilizaron armas con tanto poder de fuego en un espacio tan reducido. El ex policía Edwin Duncan Farquharson, alias “El Inglés”, de la Unidad Especial del Ministerio de Bienestar Social, apoyó el operativo de la calle Zelada.
-Almirón viajó a España en 1975 cuando López Rega huyó del país. Fue localizado en 1983 mientras trabajaba como custodia del líder de la Alianza Popular, Manuel Fraga Iribarne. En diciembre de 2006, fue detenido en Torrent, una localidad cercana a la ciudad de Valencia y extraditado a la Argentina por orden del juez federal Norberto Oyarbide. Fue acusado de “asociación ilícita en concurso real con homicidio doblemente agravado en hechos reiterados” por los asesinatos del diputado nacional Rodolfo Ortega Peña, el ex jefe de la Policía bonaerense Julio Troxler, Silvio Frondizi y su yerno Miguel Ángel Mendiburu. Murió en 2008 sin condena.
Morales cumplió prisión domiciliaria en su casa de la Ciudad de Buenos Aires. Se estima que la Triple A cometió 1500 asesinatos. Murió sin condena.
Ninguno de los dos confesó el crimen del sacerdote aunque, según testigos, habrían respondido al deseo de López Rega, quien expresó en varias oportunidades: “Este curita está molestando políticamente”.
-Según el testimonio de Graciela Daleo, en la ESMA, dos represores alardeaban de haber participado en el crimen de Mugica y nombraban a un tercero de apellido “Generoso”, miembro del Servicio Penitenciario.

-Al momento de la muerte de Mugica, Montoneros salió a desmentir la autoría del crimen en un comunicado y a acusar a la Triple A: “A pesar de las diferencias que mantenía nuestra organización con las últimas posiciones públicas de Mugica, reivindicamos su acción en el campo popular. Ese crimen fue cometido por bandas armadas de la derecha”. Unos días después, Mario Firmenich escribió tres artículos en el diario Noticias y luego habló personalmente con el padre Alberto Carbone para explicarle su relación de afecto con Mugica a pesar de sus diferencias ideológicas. Hasta la fecha, los ex conductores de la organización niegan la autoría del crimen.
En tanto, la Triple A publicó en El Caudillo una nota en la que el cura era calificado como “un mártir del peronismo”. Decía Felipe Romeo en el editorial: “Sus hermanos cristianos, sus compañeros peronistas, sus villeros queridos vamos a levantarle una valla inexpugnable para defenderlo como no supimos hacerlo cuando vivía”. López Rega, en tanto, bautizó “Presbítero Mugica” a un barrio ubicado en lo que años más tarde se conocería como Fuerte Apache.
-Alejandro Mugica escribió una solicitada para publicarla en todos los diarios del país. En ella acusaba directamente a López Rega por la muerte de su hermano. Sus amigos Bernardo Neustadt y Héctor Ricardo García lo convencieron de que no la publicara aduciendo que su vida correría peligro.
-Mugica fue velado en la capilla Cristo Obrero y enterrado en el cementerio de La Recoleta. El féretro fue cargado en andas por sus amigos más cercanos. El arzobispo Caggiano asistió a la procesión junto a su secretario Emilio Teodoro Grasselli. Una procesión de 10 mil personas acompañó el cortejo fúnebre, entre ellas Lucía Cullen. Montoneros le envió coronas de flores. Perón no hizo ni la más mínima referencia al hecho. Cincuenta días después, murió y lo sucedió en la presidencia su esposa, María Estela Martínez.
-Ricardo Capelli fue sometido a una docena de operaciones. Durante su internación fue amenazado y hubo que trasladarlo a escondidas a otro hospital.
Mugica fue velado en la capilla Cristo Obrero y enterrado en el cementerio de La Recoleta. Una procesión de 10 mil personas acompañó el cortejo fúnebre.
-El 25 de mayo de 1974, antes de ingresar a Montoneros, María del Carmen Judith Artero de Jurkiewicz, testigo directa del asesinato de Mugica, escribió una carta a una amiga relatando los hechos del 11 de mayo:
“Mi muy querida Marcela
Anoche llegó tu carta al barrio que leímos allí. Me pedís que te cuente, me pedís que te cuente y no sé si voy a poder hacerlo coherentemente, porque desde el 11 de mayo a las 19.40hs se nos ha venido la estantería abajo a todos ellos que estuvimos cerca de Carlos, unos en forma más o menos cercana, algunos en actitud crítica frente a su postura política, pero todos con un inmenso respeto por su valentía para mantener esas posturas y una admiración verdadera por su absoluta humildad.
A Carlos lo mató la CIA, es una conviccion personal que es compartida por una gran parte del pueblo, al que le quieren vender a través de una muy bien orquestada propaganda de la que participa todo el periodismo, que los asesinos fueron los montoneros. El asesinato estuvo tan bien planeado y muchas circunstancias contribuyeron a crear un clima tan adecuado, que casi todos nosotros dudamos en un primer momento.
Fue todo tan espantoso, sigue siendo todo tan espantoso, que a veces me sorprendo tratándome de convencer que todo es una pesadilla que me voy a despertar y va a volver a estar todo bien.
El 8 de mayo Nicolás se peleó con Roberto (el odiado Roberto, ¿te acordás?) Estaban Carlos, Roberto, Pichi Martínez y Nicolás en el teatro San Martín, se pelearon Roberto y Nicolás, consecuencia, Nicolás se mandó a mudar de la villa. Estuvo yirando el día 9 y el 10 me llamó a la oficina.
Estuvimos hablando y llegué a convencerlo de que debía volver a la villa. Ricardo lo llevó a casa de Mora esa noche, y el sábado 11 al mediodía me llamó para proponerme que fuésemos a buscar a Nicolás a casa de Mora y llevarlo hasta San Francisco Solano, una iglesia de Villa Luro donde Carlos siempre decía misa los sábados a las 19.00hs para hablar con Carlos y convencerlo de que lo dejara volver a Nicolás.

Llegamos a la iglesia y Ricardo y Nicolás se quedaron en el coche de Ricardo. Yo tuve el privilegio de oírlo por última vez, de recibir la comunión de sus manos, luego me recordaría cada gesto de esa tarde.
Cuando terminó la misa salí a buscar a Ricardo para que habláramos con Carlos. Nos costó medio minuto en convencerlo, bastó con que le dijéramos que no era posible dejarlo en banda cuando estaba sin guita y sin techo. Salimos los tres después de hablar unos 15 minutos, y Ricardo fue hasta el coche a buscar a Nicolás. Yo me quedé junto a Carlos, vinieron Ricardo y Nicolás, Carlos saludó a Nicolás (previamente habíamos convenido que nos íbamos los cuatro a la villa a comer un asado en la casa de un amigo de la villa), y a dos metros había un hombre esperando, Carlos le dijo a Nicolás, a quien acababa de saludar “Esperame un momentito que tengo que hablar con este señor”.
Allí comenzó todo.Todo está muy confuso para mí en ese primer instante. Me parece que aparece alguien más y Carlos retrocede hasta la pared y comienza a resbalar, y cae sentado apoyada su cabeza contra la pared.
Corrí hacia él y empiezo a escuchar como si fueran petardos y veo junto al cuerpo de Carlos una serie de fogonazos. Vi a un hombre joven que debió estar prácticamente al lado mío, caminar dos o tres pasos hasta un coche que había estacionado en ese instante ante nosotros con la puerta abierta
Sube y salen a toda velocidad, me agaché junto a Carlos y siento que se queja, le paso mi brazo por la espalda para tratar de levantarlo y siento en mi mano correr su sangre tibia y recién en ese momento Marcela, recién en ese momento, Marcela, recién me doy cuenta que lo han ametrallado.
Ahí apareció el padre Vernazza y se agachó junto a él, le dio la absolución y entre los dos lo subimos a un coche. Antes mientras gritaba desesperada su nombre, me di vuelta y vi a otra persona caída, era Ricardo, a él también le habían alcanzado las balas.
Con Vernazza llevamos a Carlos al hospital Salaberry, y Nicolás ayudó a llevar a Ricardo
Apenas llegamos empezaron las transfusiones, le dieron 10 litros, estuvo consciente durante casi todo el tiempo. Tenía una gran serenidad a pesar de que sufría muchísimo, pues pidió calmantes.
“Siento en mi mano correr su sangre tibia y recién en ese momento, recién en ese momento me doy cuenta que lo han ametrallado”.
Lo llevaron a la sala de operaciones y me hicieron salir de la sala, luego alcancé hacer algún llamado y me llevó la cana junto a Nicolás. Nos dejaron incomunicados. No sabía qué pasaba con Ricardo.
Nos dejaron en libertad el domingo a las 14 hs. Corrí al Rawson a donde habían trasladado del Salaberry a Ricardo.
Estaba, según los médicos, fuera de peligro, Carlos murió en la mesa de operaciones a las 22.10hs del sábado. Los diarios daban partes médicos acerca de Ricardo donde informaban que su estado era gravísimo. Tenía cuatro perforaciones en un pulmón y la clavícula rota. Lo operó un médico amigo y ya está bastante bien, aunque el brazo no lo puede mover bien y van a tener que operarlo nuevamente.
Le conté que habían llamado por teléfono y que habían escrito. El velatorio de Carlos se hizo desde las 9 hs del domingo hasta las 16 hs, a las 17 hs llego a la villa donde durante toda la noche del sábado al domingo estuvieron doblando las campanas de la capilla.
Todo el dolor y el desamparo de la gente, empequeñecía y hacía que el dolor individual, la pérdida personal, la pérdida personal se volviera egoísmo.
Marcela querida, cuando te fuiste tenías un mal presentimiento, ¿te acordás? Algo malo iba a suceder.
Me acordé de vos. Pensamos con Marilyn en vos y pensamos qué terrible no estar acá por lo menos para llorar con todos aquellos que tanto lo quisimos. Todo el pueblo lo lloró, la gente estaba indignada. Inmediatamente quisieron capitalizarlo políticamente, lo usaron asquerosamente, lo usaron para tratar de reventar a la Tendencia.

Pero no engañan a nadie, a pesar de que cuentan con todo el aparato. El lunes 13 lo llevaron después de decir una misa concelebrada detrás de la capilla, 50 sacerdotes del Tercer Mundo. Durante toda la noche del 12 al 13 estuvieron los sacerdotes turnándose y rezando y cantando frente al cuerpo de Carlos mientras desfilaban sin pausa cantidades increíbles de gente. ¡Cuántos lo amaban, Marcela!¡Qué contento debe estar él! Me lo imagino frotándose las manos en ese gesto tan característico de él y riéndose con su risa de chico.¿Qué vamos hacer con el peine, Marcela? Me acordaba del peine que te encargó. Me siento a veces tan desesperada, él me dio tanto y yo no supe hacer nada por él en ese momento.
La gente está tan desolada, nos hemos propuesto seguir adelante…El martes 14 fuimos como siempre. No era como siempre, claro, pero sí está en cada uno de nosotros que no le fallamos, es difícil de explicar pero no está y está con nosotros, todos lo sentimos. Cuando regreses vamos a charlar mucho. Todos te mandan un beso grande. Volvé pronto. Un abrazo”.
María del Carmen Artero de Jurkiewicz era secretaria del Centro de Química del INTI y trabajaba junto al padre Carlos Mugica en la villa 31 hasta que fue asesinado. Luego comenzó a militar en Montoneros. Con la llegada de la dictadura debió pasar a la clandestinidad. En 1978 María del Carmen vivía con Lucila Révora y Fassano y su hija Cristina vivía con Roberto Lazarra en otra vivienda. El 11 de octubre Cristina y María del Carmen fueron secuestradas cuando se dirigían a una cita con Cali, un compañero de militancia. El mismo día, secuestraron a Roberto Lazarra y a Pablo, el hijo de dos meses de edad de Cristina que había quedado a su cuidado. Todos fueron trasladados al CCDT Olimpo. En las audiencias judiciales de Circuito Olimpo, Cristina relató las torturas a las que fueron sometidos. Contó que su madre había sido muy torturada y que Roberto murió en una sesión de torturas.
Cristina Jurkiewicz y su hijo Pablo viven en Holanda. Su madre María del Carmen Artero de Jurkiewicz continúa desaparecida.
-José Luis Nell se suicidó en septiembre de 1974. Lucía perdió su embarazo de ocho meses. El 22 de junio de 1976, cuando tenía 30 años, fue secuestrada en su departamento de la calle Concepción Arenal. La llevaron al Centro Clandestino de Detención Omega, muy cerca del Camino de Cintura, en la zona sur del conurbano bonaerense. Según Rafael Cullen, su hermana fue secuestrada en venganza por los hechos de Ezeiza y por ser la mujer de Nell. Lucía María Cullen permanece desaparecida. La causa en la que figuran los nombres de sus secuestradores permanece archivada.
Al momento de la operación de Carlos Mugica, en el quirófano había unas 300 personas mientras el doctor Larcade intentaba salvarle la vida.
-En 1999, los restos de Carlos Mugica fueron acompañados por una multitud en su trasladado del Cementerio de la Recoleta a la Villa Comunicaciones de Retiro. Allí Descansan desde entonces.
-Según el censo 2010, la villa de Retiro tiene 27.000 habitantes, sin embargo se estima que hoy viven 40.000 personas en los barrios que la componen.
La ley 148, que ordena la urbanización de las villas, está vigente desde 1998. La ley de Urbanización no recibió veto y el Gobierno de la Ciudad debería haber invertido 900 millones de pesos en cinco años. Las obras proyectadas por la Universidad de Buenos Aires deberían haber comenzado en mayo de 2010. El objetivo era demoler el 30% de las casas y construir unas 8 mil.
-Cuarenta años después del asesinato, el doctor Marcelo Larcade, cirujano, se reencontró con Ricardo Capelli. De su charla, salieron nuevos datos, hasta ese momento desconocidos por el mismo Capelli. Uno de ellos es que en el quirófano, al momento de la operación de Carlos Mugica, había unas 300 personas mientras el doctor Larcade intentaba salvarle la vida.
La charla se realizó en la redacción del diario Tiempo Argentino. Allí se vieron por primera, o en rigor de verdad, segunda vez en sus vidas. Lo que sigue es la nota publicada en el diario el 25 de mayo de 2014.
Ricardo Capelli: –¡Qué lindo verte! ¡Qué lindo verte! Un cacho de este cuerpo que me quedó ¡te lo debo a vos!
Marcelo Larcade: –Para mí, este encuentro es inimaginable.
Los que hablan son paciente y médico. Un baleado por la Triple A, el 11 de mayo de 1974, y el jefe de guardia del Hospital Salaberry, donde fue trasladado. Carlos Mugica, el sacerdote, debería haber estado en el encuentro pero murió en el quirófano. Marcelo Larcade anunció su deceso después de pelear contra un cuerpo con 14 orificios de bala. Ricardo Capelli se salvó. Tenía cuatro disparos y mucha suerte porque una de las balas le pasó por la curva que pega la aorta cuando sale del corazón.

Cuarenta años más tarde de esa tarde, en la redacción de Tiempo Argentino se vuelven a ver. En realidad, el único que vuelve a ver es Larcade, porque Capelli casi no se acuerda de él. El shock se ocupó de permitirle recordar sólo lo soportable. Y a lo largo de la tarde, se encontrará con sorpresas que lo emocionarán. Larcade le contará cómo lo operó, le dirá que Mugica pidió que no lo tocaran a él hasta que no lo operaran a su amigo, dirá algo inédito: que el quirófano, mientras operaba a Mugica, estaba ocupado por unas 300 personas, entre policías uniformados y de civil, que esperaban la confirmación de la muerte. Los dos contrastarán certezas, hipótesis, entre risas y lágrimas. Y se abrazarán fuerte, se prometerán verse a menudo.
ML: –Un día en Mataderos era tres veces peor. Era un hospital de guerra. Venían apuñalados de todas partes. Y en esa época se peleaba a cuchillo. No es chiste.
RC: –Yo no sé lo que duele el cuchillo, pero la bala duele mucho. Es terrible.
ML: –Tiene una capacidad de destrucción inimaginable.
RC: –Hubo balas que a Carlos le dieron vuelta por todos lados.
ML: –Sí, hasta el páncreas le agarró. Después de leer la autopsia, a la que accedí hace unos pocos días, respiré hondo y me dije: “Se murió porque se tenía que morir.”
RC: –De todas maneras, qué compromiso el tuyo. Operar con el quirófano lleno de matones. Yo no salí del pasillo. Lo que vos me hiciste a mí me lo habrás hecho en el pasillo.
ML: –En el consultorio de la guardia. Ahí estaban los dos. Te puse anestesia local. ¿De qué lado había sido?
RC: –Izquierdo.
ML: –Te puse un tubo de drenaje y con eso se descomprimió el hemotórax que tenías. Vos tuviste una conexión para el Rawson.
El médico Marcelo Larcade anunció el deceso de Mugica después de pelear contra un cuerpo con 14 orificios de bala.
RC: –Sí. Vino un amigo mío médico a ver qué pasaba y habló con un colega tuyo y le dijo: “No, no te preocupes. Eso cierra solo.” Entonces mi amigo entró a llamar por teléfono a otros cinco y entre todos me robaron. Me metieron en una chata. Yo me desperté ahí y vi una prima mía que estaba sosteniendo un suero que ahora supongo que me lo pusiste vos.
ML: –Sí. Aparte tenías un tubo en el tórax que iba a un recipiente que en esa época era de vidrio, con un drenaje bajo agua que permitía que saliera aire del tórax pero que no entrara.
RC: –¿Y a vos te dejaron trabajar conmigo?
ML: –Con vos sí.
RC: –Porque calculá que yo era también boleta. A mí me sacaron al Rawson a los tres días después de que vino el yerno del Brujo, Jorge Conti, a verme. Me dijo: “Ricardo, ¿viste lo que le pasó a Carlitos?” Y así yo me entero de que Carlos había muerto. A mí me lo estaban escondiendo. “Mirá –me dijo–, yo vengo de parte de don Pepe para lo que necesites.” Don Pepe era López Rega.
ML: –¡Uy, la puta madre!
RC: –Entonces yo le dije a mis amigos: “Sáquenme de acá.” Y así todo entubado como estaba, rodeado de canas, me sacaron.
ML: –El quirófano, cuando lo operé a Mugica, estaba lleno de canas. Habría 300 personas adentro mientras operaba.
RC: –¡¿Esperando que se muriera Carlos?!
ML: –Sí. Esperando la certificación.
RC: –Una vez que se murió, ¿se fueron?
ML: –Sí. Hubo como una especie de desbande y luego salieron. El objetivo estaba cumplido. Era la certificación
RC: –¡Qué hijos de puta!
ML: –Había policías y también mucha gente de civil. Es decir, de esa gente que uno en esa época no paraba por la calle para preguntarle cualquier cosa.

RC: –Yo sólo alcancé a ver al padre de Carlos y a mi hermano.
ML: –Yo hablé con el padre de Carlos, Adolfo Mugica. Un señor bajito, muy elegante, con un sobretodo con el cuello levantado y la solapa de terciopelo, y un sombrero que si no era un bombín, era parecido.
RC: –Adolfo era del Partido Conservador. Y como toda familia patricia, ellos querían tener un hijo cura o un hijo militar, en lo posible en la marina. Se les cumplió lo del hijo cura, pero les salió “fallado”. Como yo no recordaba qué pasó después, siempre me quedé pensando, Marcelo, cómo habría sido la atención de Carlos. Yo no sabía. No llegué a saber quién fue que operó. Vos me viste a mí, pero eso que viví ahí no recuerdo.
ML: –Para todos esa noche fue siniestra y espantosa. Inimaginable, a pesar de que en ese momento pasaba de todo.
RC: –Yo nunca pensé que se iban a animar.
ML: –Pero se animaron.
RC: –Lo que pasa es que cuando sabés quiénes son te das cuenta.
ML: –¿Cómo no se iban a animar? Si tenían todo para eso y mucho más.
RC: –Yo los veía en Bienestar Social, pero siempre creí que era la custodia del Brujo. No sabía entonces que era la Triple A. Ellos mataban por las dudas, también. Si había error en exceso no pasaba nada.
ML: –Mi esposa tiene un hermano detenido desaparecido. Tuve muchos meses gente caminando por la cuadra de mi casa, esperándolo.
RC: –Ellos también mataban donde había guita. Mataban y se llevaban la plata. ¡Había inmobiliarias! Una vez llegué al despacho de Jorge Conti, que estaba con un tal Roque Escobar, y un tal Martínez, de Mendoza. Los tres miraban un plano enorme. Yo trabajaba en la Bolsa de Cereales entonces. Y me decían; “Vos Ricardito, que estás en cereales, agarrate una parte de esto.” Era un plano de Camet. Habían liquidado a todos y se quedaban con sus campos. ¿Sabés que no tengo título para eso? No sé cómo llamar a esa gente. Así como pasó con las Chacras de Coria, con Massera. ¡Se repartieron todo! Después, en el ’78 me chuparon. Y, Marcelo, ¿qué te dice tu familia de que te encontraste conmigo después de tanto tiempo?
ML: –Ellos están muy contentos. Mi familia es muy linda. Vivo con mi esposa desde hace 48 años. Tenemos cinco hijos y 12 nietos. Mi mujer me llamó hace un rato para ver cómo estaba.
RC: –¿Y por qué se te dio por aparecer ahora?
ML: –Yo estuve repasando la historia. En muchas oportunidades fui a los homenajes que se le hicieron a Carlos Mugica, pero parece que nunca estuve en el lugar y el momento adecuados.
“Debajo de la ventana que daba a la calle, de la habitación en la que dormía, habían dejado una corona con mi nombre. Tenía una bomba” (Capelli).
RC: –Yo aparecí en el ’89. Estuve 25 años autoexcluido. Hasta el ’83 estuve amenazado, controlado. Me llamaban a mi casa: “Capelli, te vas a morir.”
ML: –¿Y del Rawson a dónde fuiste?
RC: –A la casa de mi vieja. Pensé que ahí no me iban a encontrar. Una vez fui a Alpi, en la calle Echeverría. Ahí hacía la rehabilitación de la mano. Cuando volvía a mi casa, vi un revuelo de gente. Resulta que debajo de la ventana que daba a la calle, de la habitación en la que dormía, habían dejado una corona con mi nombre. Tenía una bomba. Una vecina me dijo: “Rajá.” Así eran las cosas. Mirá, yo tengo acá una marca que es de bala. Aunque Marcelo Larcade se acaba de jubilar, tiene ojos y dedos de cirujano intrépido. Capelli se abre la camisa y le muestra la zona de la clavícula. Larcade pone el dedo índice en su piel y es preciso.
ML: –Acá está. Esta es la marca. Por acá entró la bala. Ahí, al lado de esa marca está el cayado de la aorta, es una arteria de buen calibre que pega una vuelta.
RC: –Era una bala de 9 mm.
ML: –La ví.
RC: –Por eso, encontrarte a vos, es un disfrute.
ML: –Cuando Carlos y vos entran al Salaberry, yo estaba operando a otra persona en el quirófano. Y me vienen a avisar. “Doctor, está el padre Mugica y otro más, heridos de bala.” El Salaberry era un hospital de guerra. El quirófano funcionaba las 24 horas. Lo que pasaba en la Ruta 3, de allá hasta Bahía Blanca, iba a parar al Salaberry. Y siempre teníamos trabajo. Yo estaba en la guardia del sábado de 24 horas. Lo primero que aparecía cuando uno entraba al hospital era la guardia. Y los sábados estaba llena de gente. A la izquierda estaba la sala de hombres y a la derecha la de mujeres. Había una sala de espera y después una sala enorme con camas una al lado de la otra donde estaban los internados en la guardia.
RC: –¿Pero vos qué tenías?, ¿veinte años?
ML: –Tenía 32 años. Me recibí a los 21. Estaba acostumbrado a recibir heridos y gente en mal estado. Yo estaba en el servicio de tórax. El jefe era Ayas y era muy exigente, un maestro del alma, discípulo de Finochietto. Cuando terminé de operar, salgo y lo veo a Carlos y te veo a vos. A vos te iba a drenar el tórax otro. Y Carlos me dijo “No”.
RC: –Eso no lo recuerdo.
ML: –Los dos estaban despiertos. Carlos se estaba confesando con un cura amigo. Cuando yo me lo voy a llevar, me dice: “No. Operalo a él.” Le dije que sus heridas eran más importantes. “Yo no quiero que me operes a mí antes que a él”, me dijo. Y como lo tuyo era corto, era sólo poner un tubo en el tórax y un drenaje, entonces lo hice.
RC: –No te puedo creer.
ML: –Más cristiano que decir “arreglalo a él antes que a mí, conmigo después vemos” es imposible. Eso es dar la vida por el otro. Él eso lo había hecho ya. Mil veces lo había hecho.

RC: –Y enfrentándose con quienes no lo querían para nada.
ML: –Al convencido no lo parás. Y más si es un convencido de cuestiones morales, de la Iglesia. Es una decisión de vida. Y él la llevó a cabo hasta el final.
RC: –Eso no es humano.
ML: –Mirá, Carlos estaba lúcido. ¡Tenía una lucidez! La persona que está pensando, desde el punto de vista humano, en su muerte, no dice “Operalo a mi amigo.” Sólo piensa que termine lo que está pasando.
RC: –Lo que contás me da más culpa, Marcelo. Carlos tendría que haber vivido, no yo.
ML: –¡No! Él no tenía las condiciones para vivir. Si vos tenías un 15% de probabilidades de morir, él tenía 98. O 99. Yo te la saco la culpa. ¡No te enojes con tu destino!
RC: –Cuando a mí me dice “fuerza, Ricardo, que salimos”, lo balbucea. Por eso me sorprende que me digas que estaba tan lúcido. Cuando íbamos en el auto, él no gritaba.
ML: –Vos deberías tener dos impactos.
RC: –Cuatro.
ML: –Bueno. Carlos tenía 14. Era un colador.
RC: –¡Qué bueno es conocerte! Ya creo que estoy para dar las hurras. Doy las hurras y me voy. Yo no sabía todo esto que contás. Y eso que yo estaba bien. Lo único que me acuerdo es que en un momento yo tenía la respiración chiquitita así. Como pequeños jadeos.
ML: –A vos el tubo te lo pusimos en el consultorio. Primero te dimos anestesia local. Después me fui al quirófano con Carlos.
RC: –Y ya estaban los tipos adentro.
ML: –Era un mundo de gente. Todo el quirófano lleno de gente que no conocía.
RC: –¿Y vos no podías decir que salgan?
ML: –Normalmente el cirujano hace un gesto, y todo el mundo se va. Sin hablar. Pero ese día no. Había una banda de mafiosos adentro del quirófano que lo único que buscaba era la certificación de la muerte de Carlos. Si él se salvaba y quedaba en el hospital, le podrían haber hecho mil cosas. Más inseguro que el hospital no había nada. El objetivo era que Carlos no estuviera más. Que se acabara.
RC: –¿Y cuánto tiempo estuviste operándolo?
ML: –Más o menos dos horas.
RC: –Nosotros entramos a las 8. No sé lo que tardamos en llegar porque íbamos en un Citroen 2CV. No sé lo que tarda en llegar. Atrás iban el cura (Jorge) Vernazza, María del Carmen (Artero) y Carlos. Adelante, el chofer y yo.
“Alguien entró al quirófano a avisarme que estaba Carlos Mugica. El era un tipo admirado por mí. Yo he trabajado toda la vida en barrios” (Larcade).
ML: –¿Y después cómo engancharon que eran (Rodolfo Eduardo) Almirón y (Juan Ramón) Morales los que dispararon?
RC: –Porque yo lo conocía a Almirón del Ministerio de Bienestar Social. Lo que no pude ver es el arma, porque ese día llovía y el arma estaba tapada por el piloto.
ML: –¿A Carlos lo mató Almirón?
RC: –Sí. A mí me dispararon desde otro frente. Había más. Y todos se subieron a un Chevy y se fueron arando. Ahora, si vos me decís que en el Salaberry había 300 tipos, entonces ya sabían. Se fueron para allá.
ML: –Yo estaba abstraído de todo lo que pasaba más allá de la camilla. Empecé a recapitular después de la muerte de Carlos, al rato que salimos del quirófano. El hospital era un gentío. Nunca un herido había convocado semejante cantidad de gente.
RC: –¿Cuándo te enteraste vos de que era Carlos?
ML: –Alguien entró al quirófano a avisarme que estaba Carlos Mugica. El era un tipo admirado por mí. Yo he trabajado toda la vida en barrios. En Bella Vista atendía el barrio Santa Ana con unas monjas que eran una maravilla.
RC: –¡Qué cosa que no me acuerdo de cuando me pusiste el tubo!
ML: –Es que con estrés te bancás todo. En la guerra se amputaba con estrés.
RC: –Sí, pero esto no era la guerra.
ML: –¡Pero lo que te tocó a vos, en lo personal, sí! Vos no tenías armas.
RC: –Yo no sé manejar un arma. Nunca la manejé y siempre les tuve miedo. Carlos tampoco manejaba armas. Jamás.
ML: –Esto que pasó, que hablamos 40 años después, es lo más trascendente que me pasó en mi vida de médico. Y durante mucho tiempo yo no lo pude ni contar.

RC: –Yo no lo sabía.
ML: –No lo sabía nadie.
RC: –Y mirá en qué momento me lo viene a contar. Ahora que se está poniendo otra vez de moda la teoría de la Triple A y Montoneros.
ML: –Pero uno vivía en una sociedad dividida. Dentro de la sociedad y hasta de la familia, había gente que veneraba al padre Mugica y otros que estaban contentos de su muerte. Otra cuestión es que yo nunca tuve acceso a la historia clínica ni al parte quirúrgico. El punto es que en un hospital de heridos, después de que atendías a una persona que llegaba en esas condiciones, te pasabas la vida desfilando por los juzgados.
RC: –¿Nunca te llamaron a declarar?
ML: –Nunca. La policía veía el parte, o la historia clínica, y te llamaba a declarar. Entonces el médico tenía que ir a contarle al juez. Después llegaba un médico legisla que ponía tribunales y preguntaba por qué no se había hecho esto o aquello. El punto es que cuando vos tenés en la camilla del quirófano un tipo que se está muriendo, lo primero que tenés que hacer es tratar de que no se muera.
RC: –Y a vos nunca te llamaron.
ML: –A mí me gustaría ver una copia del parte quirúrgico. Pero lo más probable es que hayan secuestrado la historia clínica. Hoy, en 2014, es imposible sacar una historia de un hospital si no tenés una orden judicial. En ese momento no existía nada de eso.
RC: –Pero el parte lo hiciste.
ML: –¡Sí! Y la historia también. Por eso esperaba que me llamaran a declarar. Siempre después de un herido de bala, un accidente, un muerto, tenés que pasar por el juez. Además, era un hecho muy trascendente. Nunca me llamaron para nada. El hospital quedó muy connmocionado.
RC: –Quiere decir que esto estaba todo concatenado.
ML: –Repasando la historia me preguntaba, ¿por qué había tanta gente? Porque querían certificar la muerte. No había ningún objetivo en ese momento.
RC: –¿Y no te acordás de ninguna cara?
ML: –Era un mundo de gente. Es más, toda la guardia quedó conmovida. Carlos Mugica era una persona muy conocida.
RC: –Carlos era tremendo. Era muy hábil, era muy carismático. Como cura, llegaba hasta lo más hondo y como tipo era genial. Íbamos a comer afuera, no nos cobraban. La gente por la calle lo paraba. Todos tenían algo para decirle o lo querían saludar. La gente estaba muerta con él. Y las mujeres también. Cuando entramos al hospital, estábamos los dos con las patas para adelante. Adelante nuestro estaba el quirófano.
ML: –Cuando salí de operar, los dos ya tenían las cosas básicas. Radiografía de tórax, grupo sanguíneo y las vías de suero. Las personas que se metieron al quirófano llegaron después que llegaron ustedes.
RC: –Es que entre que vos salís del quirófano y entra Carlos, ahí se habrán metido las personas. No tengo ni idea el tiempo que pudo haber pasado.
ML: –Calculá media hora. Entre que yo te veo a vos y a Carlos, ya haría por lo menos media hora que estaban en el hospital. Estaban los dos conscientes. Lo tuyo habrá llevado 20 minutos. Yo quisiera encontrarme con el parte quirúrgico.
RC: –¿Hablaba bien?
ML: –Te repito, para que una persona ceda su lugar a otro, tiene que estar más que lúcida. No es algo del orden inconsciente. Puede ser inconsciente en una mamá que cede su lugar al hijo porque piensa en él las 24 horas. Lo más probable es que intuía su muerte.
RC: –No creo.
ML: –Las personas intuyen, Ricardo. No se equivocan en eso.
RC: –Yo sentí la muerte cuando tenía la respiración “cortita”. ¿Carlos tuvo la respiración así?
ML: –No. Él entró consciente a la sala de operaciones. Nadie cede su lugar en el último escalón.
RC: –¿Vos sabías que se moría?
ML: –Sí. No había forma de solucionarlo. Hoy un herido así entra a una institución que tiene el recurso de tener una bomba de circulación extracorpórea y probablemente se salve.
RC: –¿El corazón de Carlos estaba dañado?
ML: –Sí.
RC: –Cuando Almirón le tiraba, Carlos se empezó a deslizar por la pared. Le tiraba de arriba para abajo. Por eso no tenía la cara dañada. ¿Tenía algún tiro en la espalda?
ML: –Tenía todos disparos de salida. A él lo balearon de frente.
RC: –Yo pienso que la manera de entender a Carlos es entender su bondad.
ML: –Yo siempre tuve la sensación de haber operado a un santo. Y lo que hizo Mugica en ese momento fue un acto de amor. Eso es dar la vida. Es dar todo.