Ante un sistema que puede aplicar golpes blandos y lawfare así como reprimir y matar, es central mantener la estrategia de unidad que en 2019 permitió poner fin a la nueva versión del experimento neoliberal en la Argentina.
Nadie puede equivocarse. Es mucho lo que está en juego. Con solo cuatro años de gobierno, Mauricio Macri, y a quienes él representa, destruyeron y pusieron de rodillas a nuestro país. Y no es cuestión de opinión, no es subjetividad. La dinámica de la inflación, los salarios, las jubilaciones, el desempleo, las tarifas de los servicios públicos, el endeudamiento, la recesión, la inversión productiva, la perfomance fiscal y la evolución de la pobreza son demostrativas de lo que produjo el macrismo. Sí, estas cosas no “ocurrieron”, las produjeron Macri y su equipo, que incluye centralmente –por supuesto– a María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta, entre otros.
Así como es cierto y justo afirmar que cuando CFK finalizó su segundo mandato, el 9 de diciembre de 2015, no había sector de nuestra patria que no estuviese sensible y objetivamente mejor que al momento de asumir Néstor, el 25 de mayo de 2003, al terminar Macri, triste y solitario, su mandato de cuatro años no había sector de la Argentina que no estuviese mucho peor que cuando él asumió. Es cierto, muchos de sus amigos se siguieron enriqueciendo a costa de nuestro pueblo. Pero no solo implosionó la cuestión social, también el entramado productivo nacional quedó severamente dañado por sus políticas.
Cuando la historia mire el escalón de declive estructural en lo económico-social que provocó el macrismo, será comparable al de Martínez de Hoz.
Porque para que sus amigos (¿y él detrás de alguno de ellos?) se siguieran enriqueciendo, cavaron profundas canaletas: la de las tarifas, la de la tasa de interés, la de la fuga de dólares, la de la desprotección de nuestra industria y producción. Contrariamente al discurso patriarcal, racista, clasista y misógino (amén de falaz) de algunxs senadorxs, no era la AUH la que se iba por la “canaleta de la droga y el juego” (sic). Otras fueron las canaletas que bien supo cavar (como las fallidas cloacas de Morón en los 90) Macri junto a su “equipo”. Porque no se equivocaron, vinieron a hacer lo que vinieron a hacer. No hubo problemas de implementación, ni valía la distinción en el tempo de su ejecución entre una falaz distinción entre gradualismo y shock. El desastre está en el enfoque y la orientación de las políticas neocoloniales que representan. Es tan viejo como nuestra propia historia como nación: las elites locales devenidas en oligarquías diversificadas son las socias estratégicas de las políticas extractivas y coloniales que destruyen y obturan la posibilidad de políticas soberanas de independencia económica y justicia social. Así le fue a nuestro pueblo y al país a partir de los cuatro años de Macri. No hubo errores ni excesos. Cuando la historia mire a la distancia el escalón de declive estructural en lo económico-social que provocó el macrismo, será comparable al de Martínez de Hoz.

Y es por eso que ahora lo esconden –nunca es el “modelo” el problema sino que los vagos/frívolos/inútiles a quienes les tocó implementarlo son los culpables en la narrativa neoliberal para cada fracaso que paga el pueblo–, sobre todo después de los escándalos del correo, el espionaje en las cárceles, la fuga de Rodríguez Simón, la persecución a politicxs y sindicalistxs –también a empresarios para robarles sus empresas–, y en especial el contrabando de municiones a Bolivia.
Pero no seamos ingenuos, los candidatos de Cambiemos, Juntemos o como se vayan camaleoneando, representan exactamente la continuidad y profundización de las políticas económicas y sociales que destruyeron la Argentina una y otra vez: con la dictadura genocida cívico militar, con Cavallo I y Cavallo II –junto a De la Rúa– y con Macri. No es casualidad que los apellidos se repitan en cada una de estas etapas. En particular, en la gestión de De la Rúa, que abandonó cobardemente el gobierno, no sin antes asesinar a 39 argentixs en las manifestaciones de diciembre de 2001, formaban parte del equipo: Cavallo, Patricia Bullrich, Sturzenegger, Gerardo Morales, Dujovne, entre los más notorios. Son aquellos que, de la mano con el FMI, implementaron y alabaron la “ley de déficit cero”, mediante la cual recortaron ingresos nominales en un 13% a jubiladxs, docentes, investigadorxs, trabajadorxs del sector público, universidades, sistema de salud, educación, obra pública y hasta a las provincias. Curioso –o no tanto–, los mismos sectores perseguidos y estigmatizados por Macri y su gente. Una continuidad permanente. Claro: todos estos “ahorros” con que se destruía la vida de las familias argentinas tenían el objetivo de pagar la deuda usuraria que habían acumulado los mismos apellidos en contra de la Patria.
Existen diversas visiones sobre la marcha del gobierno. Somos un frente. Pero un año y medio no puede hacer perder la memoria de lo que sucedió antes.
Es lo contrario a lo que sucedió durante los gobiernos de Néstor y CFK, en los que se obtuvieron sustanciales quitas de deuda para incrementar los ingresos de lxs argentinxs y completar más de 12 años de crecimiento, con una formidable inclusión social.
Y, además, está claro lo que piensan quienes hoy son oposición sobre la democracia y la voluntad popular. Por eso apoyaron el golpe de estado en Bolivia. Por eso, en lugar de ayuda humanitaria, enviaron balas y municiones para reprimir y colaborar con el golpe. ¡Qué enorme contraste con la actitud de Alberto Fernández, quien, junto a AMLO, tuvo la visión política y humanitaria de proteger la vida de Evo! Solos, frente a gobernantes regionales que miraban para otro lado o saludaban el golpe, e incluso a la OEA de Almagro, avalando el horror de un golpe que trajo a la memoria los peores momentos del continente, aquellos que parecían enterrados para siempre, a los que se les había dicho Nunca Más.
Vimos que al sistema concentrado no le alcanza con los golpes blandos, con el lawfare, con encarcelar y perseguir líderes populares. También están preparados para golpes clásicos, para matar y reprimir. Y ambas estrategias, en un entramado regional de colaboración entre las fuerzas oligárquicas de los países. Vimos todas estas fórmulas confluir en los últimos años en Sudamérica.
Entonces, ante este escenario, es central mantener la estrategia de unidad que permitió en 2019 poner fin a la nueva versión del atroz experimento neoliberal en la Argentina. Esa estrategia, eficaz y eficiente, que diseñó CFK y encarna el presidente Alberto Fernández. Es la primera tarea política. Ningún esfuerzo militante y de organización es redundante. Tenemos excelentes candidatxs, que representan adecuadamente la diversidad y amplitud del Frente de Todos.

Por supuesto que existen diversas visiones sobre la marcha del gobierno. Somos un frente. Es saludable que se elaboren debates. Existen temas que preocupan, y hoy centralmente el aumento de precios de los alimentos es un problema mayúsculo. Pero un año y medio no puede hacer perder la memoria de lo que sucedió antes. Ni perder de vista lo que sucedería hoy, durante la pandemia, con Macri presidente, subiendo las tarifas de a miles por ciento y destruyendo puestos de trabajo. O con Vidal ufanándose de no terminar hospitales y recortando las partidas de salud.
Por esto, la segunda tarea política es no obturar el debate interno. Un debate que debe ser respetuoso, propositivo, responsable… cariñoso. Un debate entre compañerxs, orientado a llenar de propuestas la caja de herramientas del gobierno. Con compromiso, creatividad y generosidad. Herramientas para reparar y sanar el daño producido por el gobierno de Macri, también para enfrentar la pandemia.
La nostalgia es un sentimiento hermoso, pero no una gran consejera. Lo que sigue siendo igual es el fondo del problema: el colonialismo.
Y aquí aparece el tema del sentido que, creo, permitirá sostener y fortalecer la construcción popular. Que permitirá reforzar el acompañamiento al gobierno. Porque cuando un gobierno representa al campo nacional y popular en tiempos de neoliberalismo global –en tiempos de la dictadura del capital patriarcal y depredadora del medio ambiente que gobierna y (des)ordena al mundo–, nada contra la corriente. Y por supuesto que la correlación de fuerzas le es esquiva. Pero la correlación de fuerzas no es una cuestión estática. Muy por el contrario: es dinámica y endógena. Es decir, no solo se puede alterar la correlación de fuerzas sino que los eventuales avances dependen de las acciones propias para acumular poder popular. Y cuando el campo nacional y popular está en el gobierno, las acciones propias son centralmente las políticas públicas que pone en marcha. Su filosofía, diseño y capacidad para la gestión de las mismas.
Ninguna situación es comparable, y la actual es particular e inusualmente difícil, y presenta desafíos impensados a escala global. A los efectos del peor y más dañino gobierno elegido democráticamente, se suma una pandemia inesperada y potente. Sin embargo, vale la pena recordar que fue la dinámica de modificación en la correlación de fuerzas el motor que conectó el 25 de mayo de 2003 –momento en que Néstor asumió con más desocupados que votos– y el 9 de diciembre de 2015, en esa hermosa e inolvidable Plaza de Mayo en la CFK saludó en el final de segundo mandato; una plaza llena de amor y compromiso, una plaza de encuentro y vínculo indisoluble. Seguramente, las medidas necesarias no serán las mismas. La nostalgia es un sentimiento hermoso, pero no una gran consejera. Lo que sigue siendo igual es el fondo del problema: el colonialismo.
No soy de los que creen que cualquier cosa vale la pena con tal de que no esté Macri –o alguna otra de sus versiones ocultas que hoy se ofrecen al electorado–, pero estoy convencido de que es un piso mínimo desde el cual avanzar hacia una patria libre, justa y soberana, donde no se confundan herramientas con objetivos. Esta es mucho más que una elección de medio término.
Creo que se parece más a la elección de 2005 que a cualquiera de las que le siguieron. Está en juego sostener el modelo de país, un país que incluya a todxs –sí, incluso a quienes no nos voten, como sucedió durante las gestiones de Néstor y CFK– o un país tardocolonial, para no más de quince millones de habitantes. Entiendo que enfrentar esta disputa, este antagonismo, debe ser el objetivo del Frente de Todos en esta elección. Es lo que plantea el momento histórico. Porque nuestro objetivo sigue siendo el amor y la igualdad. Ni más ni menos.
*Exvicepresidente de la Nación y preso político.
Publicado en la edición 52 de Contraeditorial