“Tribunal de menores” es un atrapante serie coreana de 10 capítulos ofrecida por Netflix. En cada uno de ellos, la jueza Eun-Seok (Hye-Soo, en la vida real) interpreta, ya desde la primera entrega, a una “rigurosa” funcionaria judicial que tiene un claro leitmotiv: “odio a los jóvenes delincuentes”. Y con esa frase, enfrenta una serie de juicios que ocupan dos o más capítulos cada uno. Pero, a no caer en la trampa, esa cruda frase no hace de Eun-Seok una Viviana Canosa oriental, por así decirlo.
A lo largo de cada entrega, la tira va recorriendo las contradicciones y limitaciones del sistema penal juvenil coreano: la privatización en familias de los centros de contención, las influencias políticas y de los medios de comunicación sobre lo que la magistrada en cuestión quiere defender como aplicación pura del derecho.
La serie no teme mostrar las inconsistencias entre penas y “reinserción”, resumidas en un dicho coreano: “Cuando un niño nace lo cuida todo el pueblo, cuando lo pierde, también”.

La explotación sexual, el consumo problemático de drogas y la híper exigencia del sistema educativo hecho a medida de corporaciones que no te pagan ni la jubilación, son siempre mojones de las tramas ante los que Eun-Seok insiste con el derecho puro bajo la forma de impavidez y palidez, algo que a lo largo de cada juicio se le va enturbiando.
La baja de la edad de imputabilidad, en la forma de los “livianos” castigos que impondría el sistema penal juvenil coreano, es puesto en debate abiertamente, con manifestaciones callejeras y todo. En ese punto, esta serie no teme mostrar las inconsistencias entre penas y “reinserción”, resumidas en un dicho coreano: “Cuando un niño nace lo cuida todo el pueblo, cuando lo pierde, también”.
A esta propuesta, “Tribunal de menores” le suma una narrativa visual impecable y actuaciones maravillosas, parte de una industria cultural a la que vale la pena prestarle más atención.