Ante un dilema que es climático-ambiental, ecológico y existencial, “abrazar la política” asoma como la forma de volver a anudar una realidad compleja y multidimensional que el sistema Occidental se ocupó de escindir.
Las tres crisis anidadas
No hace falta ser una persona avezada en pensamiento sistémico para lograr entender que lo que estamos atravesando como civilización, eso que algunos llaman la “crisis civilizatoria”, es el resultado de, al menos, tres grandes crisis anidadas, sistémicamente interconectadas e interdependientes. Partiendo de la escala (u orden) mayor, la crisis climático-ambiental que estamos afrontando es realmente desoladora. El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés), presentado este 9 de agosto, es lapidario respecto a nuestra influencia en la modificación del clima y los ambientes a escala planetaria:
1) La concentración de dióxido de carbono atmosférico (principal gas de efecto invernadero) es la mayor en al menos 2 millones de años.
2) El aumento en el nivel del mar se está dando a tasas máximas desde al menos los últimos 3000 años.
3) El área cubierta por hielo en el Ártico se encuentra en su nivel mínimo de los últimos 1000 años.
4) La retracción en los glaciares de montaña de todo el mundo no registra precedentes, al menos en los últimos 2000 años.
Sumado a esto, 2021 es el año de temperaturas máximas récord para el hemisferio norte –por ejemplo, el miércoles 11 de agosto se superó el máximo histórico registrado en Europa– y muy probablemente sucederá lo propio de este lado del globo el próximo verano. Sequías e incendios por todos lados, inundaciones sin precedentes en países potencia como Alemania. El desastre distópico ya está entre nosotros y acá nadie está a salvo.

Montada sobre este escenario dantesco, se da la crisis ecológica vinculada a la pérdida sostenida de biodiversidad y a la degradación de los ecosistemas, de sus funciones y de las contribuciones que proporcionan a los seres humanos. Así, la Plataforma Intergubernamental de Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES, por su sigla en inglés), en su último informe, publicado el 6 de mayo de 2019, indicó con contundencia:
1) Más de un millón de especies se encuentran en riesgo de extinción por las acciones humanas en el planeta.
2) La pérdida de biodiversidad constituye una amenaza real para el bienestar humano.
3) Los impulsores directos de cambios en la biodiversidad y los ecosistemas son a) cambios en el uso de los suelos y el mar, b) explotación directa de especies, c) cambio climático, d) contaminación y e) especies exóticas invasoras.
4) Las tres cuartas partes del ambiente terrestre y alrededor de 66 % del ambiente marino han sido alteradas significativamente por las actividades humanas.
5) La contaminación por plásticos se ha multiplicado por diez desde 1980.
Y esto solo por mencionar algunas de las conclusiones del estudio.
Para intentar sintetizar la evidencia científica que da cuenta de estas dos crisis anidadas y buscar posibles soluciones conjuntas, el 10 de junio se publicó un informe común entre el IPCC y el IPBES en donde concluyen que hasta aquí las políticas internacionales han abordado en gran medida la pérdida de biodiversidad y el cambio climático de forma independiente; que el cambio climático causado por el hombre amenaza cada vez más a la naturaleza y sus contribuciones a las personas; y que los cambios en la biodiversidad, a su vez, afectan el clima, especialmente a través de los impactos en los ciclos del nitrógeno, el carbono y el agua.
Por último, inmersa y atravesada por estas dos crisis, se da la más profunda y menos mediática (por obvias razones) crisis existencial que padece en la actualidad nuestra especie. Una verdadera catástrofe valorativa, afectiva y metafísica. En palabras del propio Comité Invisible1, “más que ‘globalización neoliberal’, hemos primeramente tenido la mundialización del nihilismo” (Comité Invisible 2015, página 23). Y remata: “El desastre objetivo [como el descripto por mí más arriba, en función de los recientes informes del IPCC e IPBES] nos sirve en primer lugar para ocultar otra devastación, aún más evidente y masiva. El agotamiento de los recursos naturales está probablemente bastante menos avanzado que el agotamiento de los recursos subjetivos, de los recursos vitales, que afecta a nuestros contemporáneos. Si se encuentra tanto placer en detallar la devastación del medio ambiente, es también para velar la aterradora ruina de las interioridades. Cada derrame de petróleo, cada llanura estéril y cada extinción de una especie es una imagen de nuestras almas harapientas, un reflejo de nuestra ausencia en el mundo, de nuestra íntima impotencia para habitarlo” (página 27; el énfasis es mío).

Potente mensaje: tanto la crisis climático-ambiental como la ecológica se deberían más a nuestra ausencia que a nuestra presencia en el mundo. Basta con ver el progreso en las cifras del consumo de bebidas alcohólicas o drogas en general, pero particularmente el de antidepresivos, ansiolíticos y/o tranquilizantes, para corroborar esta situación. Aldous Huxley, con la idea de su “soma” en Un Mundo Feliz (Brave New World, 1932), se quedó corto. Cortísimo.
¿Cómo llegamos hasta acá?
Para lograr entender un poco mejor cómo llegamos hasta acá, pero sobre todo para buscar trazar una hoja de ruta de salida a estas tres crisis anidadas, les propongo echar mano al concepto de Félix Guattari de “las tres ecologías”. En el texto homónimo, publicado en 1989, este psicoanalista y filósofo francés sostiene:
“El Planeta Tierra vive un período de intensas transformaciones técnico-científicas como contrapartida de las cuales se han engendrado fenómenos de desequilibrio ecológico que amenazan, a corto plazo, si no se le pone remedio, la implantación de la vida sobre su superficie. Paralelamente a estas conmociones, los modos de vida humanos, individuales y colectivos, evolucionan en el sentido de un progresivo deterioro. Las redes de parentesco tienden a reducirse al mínimo, la vida doméstica está gangrenada por el consumo ‘mass-mediático’, la vida conyugal y familiar se encuentra a menudo ‘osificada’ por una especie de estandarización de los comportamientos, las relaciones de vecindad quedan generalmente reducidas a su más pobre expresión… La relación de la subjetividad con su exterioridad ya sea social, animal, vegetal, cósmica se ve así comprometida en una especie de movimiento general de implosión y de infantilización regresiva”. (Guattari 1989, página 7).
Desde aquel momento, hace ya 32 años, Guattari advertía que “las formaciones políticas y las instancias ejecutivas se muestran totalmente incapaces de aprehender esta problemática en el conjunto de sus implicaciones. Aunque recientemente hayan iniciado una toma de conciencia parcial de los peligros más llamativos que amenazan el entorno natural de nuestras sociedades, en general se limitan a abordar el campo de la contaminación industrial, pero exclusivamente desde una perspectiva tecnocrática, cuando en realidad sólo una articulación ético-política que yo llamo ecosofía entre los tres registros ecológicos, el del medio ambiente, el de las relaciones sociales y el de la subjetividad humana, sería susceptible de clarificar convenientemente estas cuestiones” (página 8; el énfasis es mío). Su lectura de la incapacidad de los políticos y/o los tomadores de decisión respecto a estos temas es tan actual que apabulla, a pesar del tiempo transcurrido.
Para dimensionar con precisión la potencia de la propuesta de Guattari, es necesario ir al origen (y definición) del término “ecología”. Esta subdisciplina de la biología nace en el siglo XIX, de la mano del biólogo alemán Ernst Haeckel (1834-1919), quien acuñó dicho término en el año 1869 y la definió como “el estudio de la interdependencia y de la interacción entre los organismos vivos (animales y plantas) y su ambiente (seres inorgánicos)”. Pero Guattari, con sagacidad, decidió tomar el concepto y extrapolarlo del ambiente a las dimensiones de la subjetividad y de las relaciones sociales. Tomando la idea de Gregory Bateson, quien sostiene que “así ́ como existe una ecología de las malas hierbas existe una ecología de las malas ideas” (Bateson 1980), nos invita a pensar sistémicamente el vínculo entre estas tres dimensiones.

Partiendo de aquí, resulta claro ver cómo el sistema-mundo (o lo que Guattari prefiere llamar el Capitalismo Mundial Integrado), principalmente en Occidente, se organizó tras la separación, simplificación, unidimensionalización en los tres registros ecológicos y sus territorios respectivos: el eje mente-cuerpo, las sociedades y el ambiente. Pensamiento único, sociedad única y ecosistema único. Realidad única. Solo así, y dialécticamente co-determinado, se pudo dar el proceso de extractivismo masivo, sistémico y trans-territorial. Solo separados de nuestra real identidad (vía lobotomización mass-mediática), de las relaciones sociales auténticas (por ejemplo, en el uso y abuso de las redes sociales) y del ambiente (a través, por caso, de la vida en grandes centros urbanos), es que se pudo desarrollar el vaciamiento extractivo de los tres registros ecológicos.
En este sentido, llenar y vaciar constituyen una unidad dialéctica. Llenar de unidimensión y simplificación para vaciar de sentido y recursos extraíbles y monetizables. Hoy, tanto nuestros pensamientos, deseos o pulsiones (registros de la subjetividad), como nuestras relaciones sociales, son parte del Big Data que orienta las finanzas globales. Qué decir de la pobre Madre Tierra, esquilmada ya hasta sus límites biofísicos que garantizaban hasta aquí la vida en el planeta. La comodificación de los tres registros ecológicos y sus territorios se ha consumado con éxito. Y este hecho es el que hay que transformar si queremos seguir existiendo como especie.
Co-construir la salida
A mi entender, la propuesta de Guattari y sus “tres ecologías” no solo permite comprehender y diagnosticar el estado de situación actual, sino que nos orienta en la co-construcción de una salida. A partir del eje ético-político que él mismo plantea (o su ecosofía, como señalé más arriba), necesitamos propiciar procesos que desanden la separación, simplificación y unidimensionalización que únicamente reprodujeron la enfermedad y la muerte en los tres registros ecológicos. Para ello, debemos partir de reconocer las complejidades, las conexiones y la multidimensionalidad de la realidad. A la separación, organización. A la simplificación, pensamiento sistémico, dialéctico y complejo. A la unidimensionalización, diversificación, regeneración. Ante cada proceso de elección de nuestras vidas, desde el más simple al más complejo, podemos (¿y debemos?) parar, pensar e identificar si con lo que decidimos estamos abonando a la reproducción de la vida o no. Debemos abrazar la política como la herramienta que nos permita disputar el sentido hegemónico establecido y las acciones materiales desplegadas en los tres territorios donde operan las ecologías de Guattari. Tres territorios, tres ecologías, toda la militancia. Porque fueron, somos. Porque somos, serán.
Nota:
1) El Comité Invisible es un grupo anónimo de autores anarquistas conformado por “los nueve de Tarnac”. La policía francesa atribuye sus libros y la conducción a Julien Coupat, acusado y detenido en el 2008 por el intento de sabotaje a un tren de alta velocidad en la ciudad de Tarnac, Francia. En 1999, Julien fue uno de los fundadores de Tiqqun, famosa publicación francesa sobre filosofía, nacida con el fin de “recrear las condiciones de otra comunidad”.
Referencias bibliográficas
Bateson, Gregory (1980), Vers l’écologie de lésprit. Tomo II, París, Le Senil.
Comité Invisible (2015), A nuestros Amigos, Buenos Aires, Hekht Libros.Guattari, Félix (1989 [1996]), Las Tres Ecologías, Valencia, Pre-Textos.
* Investigador del CONICET en sistemas socio-ecológicos costero-marinos y ecología política. Coordinador del Consejo Asesor Científico del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación para la Iniciativa Pampa Azul. Editor de la revista Ecosystems and People.