Juan Moreira era un vago mal entretenido, según aclaraba su prontuario, un gaucho de bigote con su labio inferior marcado por una cicatriz que le dejó un impacto de bala. Tenía ojos verdes y, la nariz, aguileña. Había nacido en el barrio de Flores, y fue finalmente acribillado contra un paredón en la ciudad Lobos.
Moreira estaba casado con Andrea Santillán, La Vicenta, y llevaba una vida de gaucho manso. Hacía trabajos rurales y había conseguido hacerse de su propio rancho. Era dueño de ganado y de un puñado de hectáreas que usaba para la siembra. Pero cuando los ojos Don Francisco, el teniente alcalde de le zona, se posaron sobre La Vicenta, el gaucho empezó a ser víctima de las intenciones del teniente de quedarse con su esposa, y sufrió el constante hostigamiento de la ley. Cuando fue falsamente acusado por el teniente (en complicidad con un almacenero) por reclamar lo que no era suyo, se defendió asesinando a puñaladas a ambos. Y su vida tomó otro rumbo. Pero cuando caés, todos piensan que no lo hacés desde ningún lugar, que antes no estabas donde tenías que estar. Que nacés en esa caída. Y él no fue la excepción: nadie recuerda el punto de inflexión, el empujón que lo corrió del camino; a la autoridad obligándolo a ser criminal o carne de cañón, como acertó Adolfo Prieto.
Todos somos Juan Moreira, sólo que algunos tienen más suerte que otros.
Así lo dicta la historia, a pesar de que ese título se le atribuya falsamente a A Sangre Fría, de Truman Capote, publicada en 1966. Gutiérrez corrió con la misma suerte que Moreira y, como él, murió ignorado.
Fue en La Matanza en donde ganó su fama de invencible y de matón, de criminal y héroe popular. Moreira comenzó sin querer una vida errática, fuera del camino, hundiéndose con cada duelo en el mito de él mismo, mientras se alejaba cada vez más de quién siempre había sido. El periodista Eduardo Gutiérrez tomó sus historias y las publicó, primero en un folletín, para luego unificarlas todas y darle forma, en 1879, a la novela Juan Moreira. En ella se detallan sus batallas y sus penas. Moreira fue protegido por la ley y usado como matón electoral. Fue guardaespaldas de Adolfo Alsina. Vivió con los indios. Se escondió y estuvo preso sin notarlo: escapando de su torcido destino. Moreira jamás pudo retroceder el tiempo (quién pudiera) y continuar con su vida gaucha y tranquila. Delatado por otro gaucho con la intención de cobrar la recompensa, Juan Moreira, traicionado y desprevenido, fue acorralado y asesinado a bayonetazos contra un paredón en el fondo del prostíbulo La estrella, en Lobos.
La novela de Eduardo Gutiérrez, periodista de La patria Argentina, fue la primera del género de novelas de no ficción. Creó, quizá sin buscarlo, una nueva forma de hacer literatura: basada en hechos reales. Así lo dicta la historia, a pesar de que ese título se le atribuya falsamente a A Sangre Fría, de Truman Capote, publicada en 1966. Gutiérrez corrió con la misma suerte que Moreira y, como él, murió ignorado. La historia fue llevada al teatro, por los hermanos Podestá, y también al cine, de la mano de Leonardo Favio. Y es que Juan Moreira no es solamente la historia de un hombre acorralado por el destino, no es solamente el desenlace de una vida torcida por el poder y el abuso de él, ni es solamente el relato de la subsistencia del ser humano en una vida árida, no: Juan Moreira es, también, la historia de todos.