Sobre La hija oscura escuché y leí estos días varios análisis con diversas perspectivas sociológicas y psicológicas que iban desde llamados a la identificación con el personaje de la mujer que no cedió frente a su deseo teniendo que llevarlo al límite; hasta lecturas donde las mujeres quedan encerradas sistemáticamente en el agobio que los obstáculos de la vida maternal imponen cuando se desea alguna otra cosa que va más allá de las hijas e hijos. En esas miradas, las mujeres –o quienes ejercen el lugar de lo materno, deberíamos precisar- parecen quedar coaguladas en un lugar victimizante (sobre todo en la división madre-profesional) y esta película vendría a realizar el deseo de liberación de muchas, para sostener el ser no-toda-madre.
Sobre eso, por supuesto, nada que opinar, cada una sufre sus propias causas.
Desde una lectura más psicoanalítica, podríamos poner una “X” frente a tantas certezas, porque aunque se estuviera dispuesta a pagar el precio no ya social, sino subjetivo de abandonar a las hijas e hijos por un tiempo, para realizar el deseo de otra cosa, no es seguro que pudiéramos resolver con ese acto el problema de sacrificar el “tener” en nombre del “ser”.
Las mujeres –o quienes ejercen el lugar de lo materno, deberíamos precisar- parecen quedar coaguladas en un lugar victimizante (sobre todo en la división madre-profesional) y esta película vendría a realizar el deseo de liberación de muchas, para sostener el ser no-toda-madre.
Ser no-toda-madre no nos salva del problema de ser no-toda-mujer, en definitiva siempre hay una pérdida en juego y eso es lo que nuestra Leda no termina de mostrar. Ella se va, motivada por el deseo hacia un hombre que la convoca, algo que no estuvo tan presente en las lecturas que circularon sobre su agobio, que no solo era en torno a lo materno. En ese movimiento, muestra que antes de ser madre, se es un sujeto deseante en relación a otro/a, y en ella más bien aparece lo muerto que estaba su deseo en relación a su pareja, quedando las niñas incluidas en ese lugar.
En esa línea, de ir y venir, mostrar y esconder, roba la muñeca de una niña. Cuando la otra mujer-madre (verdaderamente dividida) le pregunta ¿por qué robó la muñeca y si no vio el dolor que causaba?, Leda, impávida, solo dijo “no sé”. Y ese “no sé” en nada parece interrogarla, al igual que la escena donde toma su abrigo y simplemente se va frente a sus hijas.
Ser no-toda-madre no nos salva del problema de ser no-toda-mujer, en definitiva siempre hay una pérdida en juego y eso es lo que nuestra Leda no termina de mostrar .
La película es hermosa y perturbadora, pero lo es sobre todo en el punto donde apela a la singularidad de su historia y creo que en esa singularidad está lo central del film; es cuando Leda le espeta a su marido que no lleve a las hijas con su madre cuando ella se vaya, porque allí solo encontrará el mismo agujero hecho de mierda de donde ella salió. Es un momento conmovedor que habla de sus razones, de su no poder hacer otra cosa más que irse. E irse de ese modo.
Pero esta mujer que no vacila en el abandono y que por fin pudo afrontar con decisión su deseo más allá de lo materno, no creo que pueda leerse tan rápido, generalizando esa posición singular, para elevarla a un ideal para todas. Porque para poder ser no-toda-madre también “hace falta” que la división nos atraviese.
* La autora dirige la asociación civil Territorios Clínicos de la Memoria (TeCMe).