Para visibilizar las historias y experiencias del personal sanitario, y reconocer su esfuerzo y compromiso, a fines del año pasado el Ministerio de Salud de la provincia de Buenos Aires lanzó entre sus trabajadores y trabajadoras el concurso de fotografías y relatos de no ficción “Nuestro equipo de salud en pandemia”.
A continuación, presentamos las tres fotografías (*) y los tres relatos ganadores, junto al link para acceder a la antología editada por la cartera que encabeza Daniel Gollan y que reúne todas las obras que se presentaron al certamen: www.ms.gba.gov.ar/sitios/media/files/2021/04/Antolog%C3%ADa-Nuestro-equipo-de-Salud-en-pandemia.pdf.

Se trata de un testimonio directo y emotivo, que permite acercarse a quienes hace más de un año luchan contra el Covid-19 y enfrentan múltiples desafíos, desde el reto de reorganizar el sistema y prepararse en tiempo récord ante la emergencia sanitaria, hasta los riesgos y las consecuencias individuales de estar en la primera línea de atención.
1° Puesto: Aislamiento
Por Lina María Ottenheimer. Hospital Interzonal General de Agudos Prof. “Dr. Rodolfo Rossi”, La Plata.
Sus ojos eran verdes como agua de lago que refleja la vegetación circundante. Sus rasgos fuertes, bien viriles. Su mirada tierna.
Era joven. Muy joven. Demasiado joven para morir. Su diagnóstico, cáncer de páncreas. Su pronóstico, no muy esperanzador.
Tenía mucha familia que lo quería y cuidaba. Varios hijos, una ex mujer, una pareja actual. Una mamá y un papá.
Lo empezamos a ver en el mes de abril. Lo había derivado el servicio de Clínica Médica. Estaba internado en el hospital, en el segundo piso, en la habitación 210, en la cama del lado de la ventana.
En esos días, el hospital estaba enrarecido. El miedo y la incertidumbre recorrían los pasillos y se leían en las miradas. Esas miradas que se asomaban (y lo siguen haciendo) por sobre los barbijos y por debajo de las antiparras o máscaras faciales. Se hizo difícil reconocernos debajo de tanto camisolín, cofias, botas y guantes. Con el resto de los compañeros y con nosotros mismos. Todo cambió. Se reorganizaron horarios, guardias, espacios. El olor a remedio típico de cualquier hospital, fue superado por olor a cloro y desinfectante, que siempre estuvieron, obviamente, pero ahora era más fuerte. O nuestra percepción de ellos se agudizó.
Se resignificó el trabajo en equipo. Ahora sí somos equipo o no somos. Se evidenció que las individualidades sólo valen en tanto puedan formar parte de un todo que trabaja a la par del otro, de los demás y que en el cuidarnos entre todos está nuestro propio cuidado.
Se recibieron y administraron cientos de insumos. Se designaron compañeros para este fin. Clasificaron, ordenaron y distribuyeron a cada servicio, a cada trabajador. No faltaron elementos para poder librar la batalla.
Se organizaron rápidamente capacitaciones. De colocación y retiro de EPP (equipo de protección personal), de información sobre este nuevo y tirano virus, de hisopado, etc.
El servicio de Salud Mental puso en marcha talleres de apoyo al personal del hospital.
Desde el Área Programática se llevó a cabo el seguimiento de cada persona hisopada. Se acompañó telefónicamente, se asesoró y se contuvo.
Todo sirvió. Todo fue muy útil a nuestro desesperado deseo de sentirnos seguros, protegidos.
Y en medio de esta vorágine, él estaba ahí, en la cama del lado de la ventana de la habitación 210.
Tuvo dolor, tuvo náuseas y vómitos. Se constipó. Tuvo trastorno del sueño. Toda la sintomatología esperable en alguien con su patología. Nos ocupamos de cada uno de esos síntomas. Hablamos con él, con sus seres queridos. Nos interiorizamos de la mecánica familiar, de las relaciones interpersonales. Hicimos lo que hacemos con cada una de las personas que atendemos en Cuidados Paliativos.
Pero sucedió lo inesperado: disnea, mala mecánica respiratoria, fiebre, tos.
Hisopado positivo a COVID-19.
Aislamiento.
Un hombre joven y muy querido por su entorno estaba muriendo completamente solo. Una visita médica por día a la habitación, o según necesidad, las entradas requeridas por enfermería para controlar signos vitales, hidratación, administrar medicación e higienizar. Todos ellos cubiertos desde la punta del pie hasta el último pelo de la cabeza. Todo muy distante. Todo muy angustiante.
La muerte puede ser muy cruel. Puede presentarse de a poco, rondando nuestro ser, mostrándose de a ratos. Causando mucho sufrimiento.
Y en esos momentos, creemos, la mejor opción es estar en la casa de uno, en su espacio, en su cama, rodeado de sus cosas y sus afectos. Mirando el techo de la habitación que se conoce de memoria, mancha por mancha.
Con él no pudimos.
Debió permanecer en el hospital sin posibilidad de alta para regresar a su hogar y despedirse rodeado de gente querida mimándolo.
Y como flor que crece entre los escombros de una guerra, de esa angustia que nos inundó el alma, surgió una idea. Se gestó, se charló, se trabajó y dio como resultado El Protocolo de Acompañamiento a sujetos con sospecha de COVID-19 o confirmado en aislamiento.
Se hicieron montones de correcciones y borradores. Se ajustó de acá y de allá. Se pidió autorización a cada instancia requerida. Y se puso en marcha.
No sé si él tuvo un “buen morir”. Ignoro si murió como hubiera querido (si es que ese sentimiento existe). Tengo dudas en relación a si actuamos de la mejor manera. Si alcanzó. Si hicimos realmente todo lo posible. Si fuimos lo suficientemente empáticos.
Si tengo la certeza de que lo intentamos. De que trabajamos en equipo. De que ese protocolo se pudo implementar en otros casos y que además fue semilla de muchos otros que se generaron en diversos puntos del país.
También estoy segura que de esta horrible realidad surgieron y seguirán surgiendo cosas buenas. Que, aunque el panorama muchas veces es sombrío, que en la adversidad se visibiliza la maldad y el egoísmo, es mayor la solidaridad.
Nos encontramos con mucha gente mala. Pero son muchos más los buenos. Y son muchos más aún los buenos que no se ven. Esos “héroes anónimos” de los que tanto se habla, son reales. Caminan por cada centro de salud, por cada organización comunal, por cada espacio de ayuda. Y son los que dan cuenta de que hay esperanza para la humanidad sea cual sea el escenario.

Fotografía Primer Puesto: Nacer en pandemia (Agustina Sanches, María Arrieta, Patricia Peralta, Altamirano Lorena. Hospital Interzonal General de Agudos “Abraham Piñeyro”, Junín)
2° Puesto: El pasillo principal
Por Fabiana Cacciavillani. Hospital Subzonal de Rehabilitación “Dr. José M. Jorge”, Almirante Brown.
El Jorge se encuentra sobre una calle bastante transitada.
En dos cuadras se nuclea un hospital general de agudos, dos escuelas, una parroquia, un dispensario y este hospital de rehabilitación. Desde la calle se distingue el parque y su casona tan antigua que emociona verla en pie. Unos 70 metros más adelante, por un estrecho camino que no admite el cruce de dos sillas de ruedas, se llega al edificio central bien cuidado, prolijo.
Apenas ingresando, ahí nomás, se encuentra el pasillo principal que se abre en forma horizontal. Solo iluminado por la luz natural que atraviesa el doble vidrio de la puerta de entrada.
Primeros días de marzo.
Entro y veo gente que ocupa casi todos sus asientos, algunos de pie esperan la atención de Nico y Luz en el mostrador de gestión de turnos. Giro a la derecha y paso junto a Inés que con voz suave entrega un turno. Ale, enfrente, hace pasar a una familia para una evaluación psicosocial. Camino un poquito más. Amalia está con la puerta abierta compartiendo su atención entre la pantalla de la compu y el tránsito del pasillo. Me saluda -Hola Cachita. Llegando al final del pasillo un plástico negro impide ver más allá. La primera etapa de la construcción. Un nuevo pasillo y otros baños.
Fines de marzo.
Entro al pasillo, un murmullo perenne de charla animada inunda el ambiente. Por decreto y regulaciones, solo está el personal del hospital. La atención fue suspendida y el aislamiento social es la nueva regla. Sorprendidos, excitados, el personal conversa compartiendo información que escucharon, de España, de Italia y de Argentina donde son 75 los contagiados y 2 los casos de muerte. El personal de salud es considerado esencial y por ello quedan suspendidas las licencias. Las preguntas sin respuestas son miles y los miedos se instalan.
-¿Nos asignarán a otras tareas? ¿Solicitarán que asistamos a otro lugar?- Y mientras paso escucho que se discute cuando el uso del tapabocas es correcto y cuando es ridículo. Cargo la máquina de coser que ayer pidieron para quienes se ofrezcan realicen tapabocas.
Principios de mayo.
Ya pasaron 2 meses y al encarar hacia el pasillo principal, unas barricadas me conducen al puesto del triage que me da la bienvenida. Pablo me saluda, me toma la fiebre y pregunta. -¿Algún síntoma?-. Dos kilos de más, le contestó. Él sonríe. En el pasillo. Nadie. Varios carteles describen los síntomas del coronavirus. Lavado de manos, uso de tapabocas obligatorio y sillas cruzadas cada dos por bandas que impiden sentarse. Doblo a la derecha y veo, entre la puerta de la sala de mujeres y la de kinesio, el trencito de 3 sillas de ruedas de los pacientes internados. Auto propulsan sus esperanzas de volver a mover, de volver a hacer y volver a ser y veo que mueven, hacen y son. Lore les abre la puerta y casi no la reconozco con todo el equipo puesto de protección personal suministrado por farmacia (barbijo, protección ocular, delantal largo). Toda la indumentaria necesaria para cuidarnos y cuidar a los otros, a pacientes internados, el resto del personal y nuestras familias. Pasando este punto el pasillo se extiende unos 15 metros más, lleno de luz se fue inaugurando solito en la medida que se desprendía el plástico negro hasta que finalmente desapareció lo sacaron y se inauguró sin festejo. Transité sintiendo esa ausencia hasta llegar a los baños nuevos donde lavé mis manos de acuerdo al protocolo establecido.
Fines de septiembre.
Afuera está templado, un clima acogedor, como casi todos los 200 días de aislamiento social que se cumplen en estos días. Ingreso al hospital, me limpio los pies en el trapito de la entrada, embebido en lavandina. Paso el triage y Eli me toma la fiebre y mecánicamente pregunta -¿Algún síntoma?- Todavía dos kilos de más, le contesto. Sonríe. Derivo hacia la izquierda donde Nataya repasa los picaportes de las puertas que dan al comedor con todo el equipo puesto. La saludo y miro a través de los vidrios redondos para saber si comenzó la reunión semanal de comité de crisis. Comenzaron en abril y es donde la Dirección presenta los datos en referencia al COVID-19 del hospital, del municipio y del país, condición de salud de nuestro equipo, novedades en medidas de aislamiento, estado de los recursos, aspectos de la atención de pacientes internados, atención remota y actividades destinadas a toda la comunidad. Más tarde Susana nos envía un resumen. Vuelvo a encarar al pasillo para seguir con el protocolo. Me cruzo con Ceci que comenta -Estoy harta de esta cuarentena. -Si. Es una locura. Parece un cuento de Saramago. Agrego. Juntas, salimos del pasillo. Voy por el circuito demarcado hasta llegar a mi oficina. En el camino saludo a María de los Ángeles que me avisa -Ahora te envío el SISA de un nuevo contagiado. Llego y comienzo con el ritual de ponerme un delantal largo, barbijo descartable, limpiar mouse y teclado con algodón embebido en alcohol, prender el ventilador y abrir un poquito la puerta para sentir que el aire corre. Frotar las manos con poquito más de alcohol en gel y arrancar la jornada armando la muestra del Taller de Flores. Muestra virtual con jurado semi presencial. En esa virtualidad, forzosamente presente, se desarrollaron los ateneos, las actividades de capacitación, evaluaciones de proyectos presentados a CODEI y actividades dirigidas a la comunidad. Tres horas más tarde, desando el pasillo y me despido de Eli que aún está en triage. Mientras camino por el arbolado parque del Hospital, como un pasillo natural hacia la calle, siento el cansancio, la ausencia y un poco de tristeza y me repito –Pasará…

3° Puesto: Atardecer en Rififí
Por Sebastián Ameigeiras. CAPS La Victoria, Moreno.
Domingo. Mañana de julio del 2020. Días de pandemia. Mate. Juli sonríe mientras duerme. Yo la espío por la puerta de su cuarto que quedó entreabierta. Ojala, como canta el Flaco… “se sienta gorrión”, o calandria, esta vez. La tapa de Página 12, anticipa: 3226 nuevos casos de coronavirus en la argentina y 43 muertes. El día con más casos de contagios nuevos en el mundo: 327000.
La derecha local arremete contra la Hebe de Bonafini, nuestra Hebe, cofundadora de la asociación Madres de Plaza de mayo, madre de Raúl y Jorge, secuestrados y aún desaparecidos por la última dictadura militar, vehemente, resiliente, soldada y comandanta de las causas nobles… una vez más. El mensaje cobarde y mafioso, por el portero eléctrico amenaza: “para que te calles, te vamos a matar”.
No estás sola compañera.
El mundo sigue en lucha contra el virus. Avances y retrocesos, como la murga en el Río de la Plata: un paso para adelante, uno para el costado, otro para atrás. Aún no está la vacuna que nos defienda, que nos ayude a defendernos, aunque hay avances serios. Mientras tanto el bicho se mete por las hendijas de cualquier casa… se multiplica en las barriadas populares, en los contextos de encierro… se ensaña con lxs viejxs. Surgen los mejores resplandores de la especie humana… solidaridades porfiadas… organización… amor que pone en juego la propia vida. También afloran las miserias más crueles. Sin dudas el mundo es otro, la calle, la plaza a la tardecita… el barrio y mi cuadra también.
América es el epicentro por estos días. En el ranking de los peores conductores de tormentas, aparecen Trump en EEUU, Bolsonaro en Brasil o Piñera en el sufriente y guerrero Chile de Salvador Allende, Violeta Parra y Don Maturana, el hachero de la canción de León. En la Argentina la vamos llevando con dignidad y no menos sufrimiento. El aislamiento temprano permitió que los equipos de salud nos formemos para la pelea cuerpo a cuerpo, las recetas no están en los manuales ni en los protocolos de las más prestigiosas asociaciones científicas. Diría el Pelado (de lxs compas más lúcidos que tenemos cerca) tomando las palabras de Simón Rodríguez para estos tiempos: “o inventamos o erramos”. También sirvió la cuarentena extendida para que el sistema pueda pertrecharse de los insumos, tecnologías y estructuras hospitalarias adeudadas por los lúcidos gobiernos neoliberales que padecimos, fervientes destructores de todo lo que huela a Público y Estatal. El peronismo gobierna en la Argentina, y a pesar de las contradicciones y rencillas, el pueblo lo sabe… Evita nos cuida más de cerca.
En el Barrio los curitas villeros, los de la opción por los pobres, los de estolas wipalas y zapatos gastados de andar por el barro, como Panchito en Merlo o Leo en Moreno Sur… transforman capillas en base de operaciones. Allí, lxs compas pelan papas para los guisos de las ollas populares, reciben y organizan bolsones de comida para las familias que viven de la changa y la pandemia les ata las manos para el laburo o discuten en asambleas como seguimos en cada escenario de esta realidad que cambia semana a semana. La virgencita sonríe orgullosa en los altares por el compromiso de su tropa. Junto con los movimientos sociales, referentes territoriales, la gendarmería, los equipos de salud y abordaje territorial, se tejen con paciencia impaciente los dispositivos de acompañamiento de las familias, identificación y diagnóstico de casos sospechosos, organización de aislamientos de personas confirmadas de infección por COVID-19 y asistencia y seguimiento de los contactos estrechos. Hay que tabicar la circulación del virus… el estado tiene que estar más presente que nunca para saldar grietas e inequidades. Cada uno en la que le toca, el partido es de todxs. Patria o patria. Al mismo tiempo en otro potrero, no faltan giles que en el obelisco y sin barbijos piden por las libertades individuales y porque “lxs montonerxs dejen de gobernar el país blanco y europeo que debemos ser”. Diría Don Arturo: “…el medio pelo en la sociedad argentina”.
En el día a día, allá abajo, en Moreno sur, los equipos de salud con mística combatiente intentamos la contraofensiva al ataque del virus traicionero. Siguiendo el trazo grueso que nos propone el Ministerio de salud, parimos el plan Detectar autóctono (así le dicen los compas). Una estrategia de trabajo para enfrentar al Covid 19 que implica la organización territorial para la búsqueda activa, casa por casa, de personas con síntomas. Es decir, militantes de movimientos sociales, referentes comunitarios y trabajadorxs de la salud, conforman un equipo ampliado, 40, 50 compañerxs. Se mapea la zona priorizada, se asignan manzanas, se preparan los equipos de salud en puntos de referencia a donde se derivan las personas detectadas con síntomas en el domicilio. Se realizan en esos puntos los test de hisopado nasofaríngeo para diagnóstico de Covid-19. Luego se realizan los seguimientos de cada persona entre referentes de la comunidad y equipos de salud.
Algunos resultados de lo acontecido el jueves y viernes en las manzanas del Barrio Rififi justifican el esfuerzo: 580 casas relevadas, 1860 personas evaluadas, 35 personas con síntomas compatibles con SARS Cov-2 que fueron hisopadas y aguardamos resultados de los test diagnósticos. Jornada intensa y soleada de otoño, de cercanía con el barrio, de construir puentes sólidos de accesibilidad al sistema de salud en momentos tan necesarios. Algunxs, los menos, desconfían de las buenas intenciones de lxs caminantes de camisolín celeste, barbijo y máscara que visitan entusiasmadxs a las familias del barrio, la mayoría se sorprende bien, agradece.
En el trailer sanitario trabaja un equipo de atención, el otro en el Centro de Salud ubicado a unas pocas cuadras.
Los compas que no caminan se encargan de la olla, los tablones, el fuego, el guiso de lentejas para que no decaiga la alegría ni la moral. La Jornada se extiende hasta las 16hs. De vuelta a la sala antes de cerrar el día, pasamos por la casa de Mateo, paciente nuestro de 4 años, niño de la comunidad gitana, que integra las manzanas que pertenecen a nuestra área de influencia. Estaba con fiebre, algo de tos, lo hisopamos y dio resultado positivo para Covid-19. Vamos con Tere, la pediatra a informarle a la familia y a pensar juntxs posibilidades de aislamiento y prevención. El viernes se acaba de nuevo y nos ofrece los últimos rayos de sol naranja que se posan sobre los techos de chapa del barrio gitano en Rififi…
Cecilia, paciente y vecina, por estos días nos dejó una caja con chocolates en el Centro de salud y un mensaje agradeciendo… vino preocupada, la escucharon las administrativas, el promotor de salud que pasa siempre por su casa, fue atendida por su médica, la de siempre. Se le hizo el test para covid… le explicamos todo con detalles… se sintió contenida en un momento tan difícil dice. Tiene obra social, prefiere el centro de salud pública de su barrio. También pasan buenas cosas por estos días difíciles… vamos a salir mejores de esta, no tengo dudas. Como dice Juan: “el camino también nos depara algunas victorias”.
El futuro próximo es incierto. El presente intenso nos sacude sin pena, también nos ofrece algunos guiños si sabemos mirar. Pinceladas de destinos posibles, colectivos, emancipadores. Habrá que cambiar el lente que nos trajo hasta acá, si es necesario. Hilar fino, abrir el prisma. Juntarse con lxs compañerxs a desandar hipótesis, a andarlas de nuevo, a analizar, a construir en conjunto. Habrá que pensar desde ahora los cómo, los cuándo, los con quienes, y así parir las formas, los contornos, los contenidos de esa nueva normalidad, esa, que le garantice a nuestrxs pibes vidas dignas, panzas llenas y sueños de calandrias y gorriones que mientras duermen les hagan sonreír.
*La fotografía de apertura de esta nota fue distinguida con el segundo puesto: Desvelos (María Fernanda Baglivo. Hospital Zonal General de Agudos “Dr. Ricardo Gutiérrez”, La Plata)