No voy a contar cuando lo conocí y demás, porque estaría hablando de mí, no de él. Hoy murió Alberto Carbone, ¡un grande! ¡Inmenso!
No seré yo la persona más adecuada para hacer memoria, pero no quiero dejar de abrazarlo. De brindar con él una vez más. De aprender de él. Siempre.
Lúcido hasta el final. Irónico. Enamorado de Dios y del pueblo. Con un sentido del humor maravilloso.
A veces era difícil de entender porque su mente iba más rápido que sus palabras y, al hablar, a veces se salteaba un paso. Bromeábamos diciendo que había que saber “carbonés” para seguirlo. Pero, cuando esto ocurría, era saber que hablaba con densidad. Era de las personas, pocas, con las que, si se estaba en desacuerdo, era muy sensato pensar otra vez las propias posiciones, porque no hablaba de balde.