Patricio Finnen, el hombre fuerte de la SIDE del menemismo, brindó por el comienzo del nuevo año estando tras las rejas. Específicamente, en una celda de la Unidad 34 de Campo de Mayo, algo que él jamás imaginó para sí.
Reside allí desde la tercera semana de diciembre junto con otros cuatro antiguos secuaces (Luis Nelson González, Rubén Escobar, Hugo Ángel Carlet y César Albarracín), luego de que el juez federal Daniel Rafecas ordenara sus detenciones en una causa por crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura.
Tal vez en esos primeros minutos de 2023, luego de levantar su copa de “pajarito” –la bebida “tumbera” por excelencia– haya evocado con González (a) “Pinocho” algunos instantes de gloria. Como cuando fueron condecorados por el mismísimo Carlos Menem en la Quinta de Olivos, hacía casi 27 años, a raíz de la captura ilegal en México del guerrillero Enrique Gorriarán Merlo.
Quizás entonces también recordara la tercera pata de aquella hazaña, el ya finado Alejandro Brousson, su gran camarada de correrías.
Finnen, al igual que el famoso Horacio Antonio Stiuso (a) “Jaimito”, era en la SIDE parte de una capa geológica nacida durante los años de plomo. Una camada de fisgones que se educó bajo las reglas del terrorismo de Estado y que después supo madurar al amparo de los gobiernos democráticos.
Pero su suerte parece ahora definitivamente echada.
Conviene reparar en este personaje para entender las hendijas secretas del poder real en Argentina, hendijas que aún hoy persisten.
El represor precoz
Crease a no, Finnen había sido en su juventud un militante del Peronismo de Base (PB) –la estructura política devenida, en 1973, de lo que habían sido las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) –, pero por razones que aún se desconocen fue coptado a los 22 años por la SIDE. Corría el invierno de 1974.
Finen era en la SIDe parte de una capa geológica nacida durante los años de plomo.
Su identidad de cobertura fue “Patricio Fonseca”, pero allí sus pares lo llamaban “Paddy”. Y se inició en la denominada Base Billinghurst, bajo cuyo ala, a partir de 1976, estuvo el centro clandestino de exterminio Automotores Orletti, del barrio de Floresta, que además oficiaba como “chupadero” oficial del Plan Cóndor, la alianza represiva de las dictaduras del Cono Sur. Ese sitio estaba al mando del director de la SIDE, general Otto Paladino, y sus jerarcas operativos fueron dos oficiales del Ejército, Rubén Víctor Visuara y Eduardo Cabanillas, mientras que en su plantel resaltaba la banda del pistolero Aníbal Gordon. Un verdadero dream team del horror.
Sin embargo, Orletti tuvo una vida útil algo breve, ya que, en noviembre de ese mismo año, la fuga a balazos de un matrimonio cautivo –valiéndose de dos FAL apropiados ante una distracción de la guardia– determinó su urgente desmantelamiento.

El reemplazo edilicio de aquel inframundo fue una casona sobre la calle Gregorio Pomar, casi en la esquina con la avenida Chiclana, de Boedo. Dicho sea de paso, su existencia era desconocida hasta ser descubierta recientemente por Rafecas en el marco del expediente que instruye.
También pudo precisar que Finnen integraba su staff, al igual que los otros cuatro ahora detenidos.
La restauración de la democracia, a fines de 1983, fue benévola con él. De hecho, no hubo datos de su paradero ni de las tareas que desarrolló para la central de inteligencia, hasta el 17 de marzo de 1992.
Aquel día, un atentado con explosivos pulverizó a la Embajada de Israel en Buenos Aires. Fue el delegado de la SIDE en Tel Aviv quien, oficialmente, se encargó allí de informar al Mossad sobre lo ocurrido. El heraldo en cuestión no era otro que Finnen.
Aquel resultó el primer peldaño de su salto hacia la luz pública.
Después de su accionar durante la dictadura, no hubo noticias de sus tareas de inteligencia hasta comienzos de 1992.
Ese tipo atildado y ya cuarentón tendría un notable futuro por delante.
El espía de moda
El agente que se hacía llamar “Fonseca” fue repatriado pocos días después por el jefe de la SIDE menemista, don Hugo Anzorreguy.
A partir de aquel momento, Finnen fue puesto al frente de “Sala Patria”, un nuevo grupo de la SIDE cuya “cueva” secreta –todo el barrio lo sabía– se encontraba en el cuarto piso del Edificio Barolo, sobre la Avenida de Mayo. Eran los fisgones de cabecera del “Señor Cinco”, tal como en la SIDE se les dice a sus sucesivos directores. Lo cierto es que esa alegre cofradía contaba con poderes y recursos ilimitados.
Allí, Finnen hizo excelentes migas con otro esbirro, el joven Brousson, un ex capitán del Ejército que sirvió al Batallón 601 antes de ser asimilado por la SIDE. Ambos entablarían un memorable vínculo.

Ya se dijo que uno de sus hitos fue el secuestro de Gorriarán Merlo en México, durante la primavera de 1975.
Por entonces, la patota del Edificio Barolo ya mantenía una inocultable rivalidad con los muchachos del “Grupo Estados Unidos” (llamado así por el nombre de la calle donde anidaban). Su cabecilla era Stiuso.
Cabe destacar que éste fue el hombre de la SIDE que tuvo a su cargo el primer tramo de la pesquisa del atentado que redujo a escombros al edificio de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), ocurrido el 18 de julio de 1994. Pero, súbitamente, sus agentes fueron reemplazados por los de Finnen, quienes se adueñaron del asunto.
La proeza de Sala Patria fue haber manejado a su antojo la causa AMIA en complicidad con el juez federal Juan José Galeano, los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, además del comisario de la Policía Federal, Jorge “Fino” Palacios. Y bajo una precisa directiva del presidente Carlos Menem: no investigar la llamada “pista siria” y concluir el caso lo más rápido posible.

Lo primero se tradujo en el “extravío” de pruebas valiosas y en el aviso a los sospechosos acerca de la inminente realización de procedimientos en su contra. Lo segundo, en fabricar la antojadiza hipótesis de la “conexión local”, una impostura que incluyó el arresto de los policías bonaerenses y el pago de 400 mil dólares a Carlos Telleldín para involucrarlos en su declaración. Dicha estrategia contó con el apoyo incondicional de la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA), liderada por Rubén Beraja.
Sin embargo, el final del ciclo de Menem propició la caída en desgracia de estos simuladores, con el consiguiente ascenso de la otra línea interna; es decir, la del Grupo Estados Unidos, que tomó las riendas del caso.
Así fue el nacimiento de la “pista iraní”. Una construcción hipotética a la medida de la CIA y de la derecha israelí, que además contó con la adhesión de todos los dirigentes comunitarios que condujeron la DAIA desde la primera década del siglo en curso hasta la actualidad.
Sobre el final del gobierno de Menem comenzó a tomar fuerza la denominada “pista iraní” en la causa AMIA.
Pero aún faltaba una puesta en escena final, urdida y ejecutada en 2001 por los popes de Sala Patria con el propósito de frenar su descenso al infierno.
La excusa argumental: un falso atentado contra Bill Clinton.
Aquella historia tuvo su origen cuando el marido de Hillary, a poco de dejar la Casa Blanca, viajaba a Buenos Aires para un coloquio internacional. La dupla Finnen-Brousson vio entonces la ocasión propicia para articular una fina operación de inteligencia. Su objetivo: ganarse la confianza de la CIA. Así fue como contrataron en la Triple Frontera a un soplón paraguayo que antes había trabajado para los norteamericanos. A cambio de un suculento fajo de billetes, concurrió a la Embajada de los Estados Unidos en Asunción para informar que se preparaba un complot en contra del ex mandatario. Al mismo tiempo, desde Buenos Aires, Sala Patria irradiaría un informe idéntico. Los autores del plan creían que ambas advertencias, llegadas en paralelo por vías supuestamente distintas, encenderían todas las luces de Washington, logrando así la estima de la central de inteligencia más poderosa del mundo. Pero algo falló: los agentes criollos no habían previsto que el paraguayo sería sometido en la Embajada al detector de mentiras; el sujeto terminó confesando que la SIDE le había pagado para llevar el dato apócrifo. Y proporcionó la identidad de sus empleadores. El escándalo fue mayúsculo. A partir de entonces, Finnen y Brousson quedaron con un pie afuera de la agencia.
Triste, solitario y final
Quien esto escribe se cruzó a fines de 2005 en un restaurante de Palermo con el ex juez Galeano, quien acababa de ser destituido. Masticaba a desgano una pechuga de pollo acompañado por su antigua secretaria letrada, María Susana Spina. Y por todo saludo, dijo: “El Lobo me ganó”.

Se refería al ex comisario de La Bonaerense, Juan José Ribelli, a quien mantuvo injustamente preso por 115 meses junto a otros tres miembros de esa fuerza, en el marco de la causa por el atentado a la AMIA.
Galeano dejó su pollo a medio comer y se retiró sin dejar propina.
Ya estaba encausado por todas sus trapisondas en la instrucción de tal pesquisa, al igual que sus mandantes y cómplices; a saber: Menem, Beraja, los ex fiscales Mullen y Barbaccia, el policía Palacios, Finnen y Brousson. Aquel lote se completaba con otros cinco acusados de escasa significancia.
Brousson falleció repentinamente en 2007, tras disputar un partido de tenis. Al parecer, fue por el disgusto de haber sido derrotado.
Después de muchas idas y venidas, el Tribunal Oral 2 empezó a juzgar a los acusados el 6 de agosto de 2015.

Fue un proceso casi interminable, y con pormenores escandalosos. Nada resume mejor sus propias irregularidades que la denuncia del ex titular de la Unidad Especial AMIA, Mario Cimadevilla (designado por el propio régimen macrista), contra el ex ministro de Justicia, Germán Garavano, y el mismísimo Mauricio Macri por eludir el compromiso de buscar la verdad en la voladura del edificio de la calle Pasteur, por sujetar la pesquisa a los deseos de Estados Unidos e Israel y por proteger en tal juicio a los amigos del Gobierno. Un nido de intrigas donde también salieron a la luz las internas en la vieja SIDE, entre la dupla Finnen-Brousson y Stiuso.
Ya a comienzos de 2019, los jueces absolvieron a Menem y Palacios; en tanto que Galeano fue condenado a seis años de prisión (no efectiva), Beraja y Telleldín recibieron tres. Mullen y Barbaccia dos (en suspenso). Y Finnen se fue a su hogar libre de culpa y cargo.
Sin embargo, a veces la impunidad no es eterna, Ahora, ya en su celda de la Unidad 34, deberá pagar por sus antiguos crímenes de lesa humanidad.