El aislamiento social a raíz de una pandemia es un caldo de cultivo ideal para el malestar social. La incertidumbre ante un virus desconocido hace que busquemos certezas. Las certezas las buscamos en aquello que refuerza nuestro sistema de creencias. Necesitamos información que confirme nuestros miedos a la vez que nos haga sentir y mostrarnos informados. Para esto los grupos concentrados de poder tienen en las fake news (noticias falsas) un arma difícil pero no imposible de contrarrestar.
Las fake news son una herramienta que funciona como una aguja hipodérmica en las emociones alimentando y fortaleciendo odios y prejuicios establecidos en la persona. Utilizar una pandemia tiene un ineludible efecto emocional. La razón pierde por goleada ante los factores que entran en juego generando inestabilidad en los sujetos susceptibles de alienación. Inseguridad, incertidumbre, miedo, son todos motores primarios para generar presión y desconcierto entre la ciudadanía.
Las noticias falsas no son una novedad. En la Historia hay ejemplos cuantiosos de su utilización por parte del poder para ejercer control social o justificar decisiones. En el siglo XX el nazismo las utilizó para llegar al poder y EE.UU. hizo lo propio para ir a la guerra en Vietnam o invadir Irak, por citar ejemplos notorios.
Las fake news son una herramienta que funciona como una aguja hipodérmica en las emociones, alimentando y fortaleciendo odios y prejuicios.
Pero en el siglo XXI las fake news mutaron y aumentaron su letalidad al encontrar en las redes sociales su vía de contagio ideal. Previamente los grupos concentrados contaban con sus medios de comunicación adictos para propagar las falsedades. Pero ahora, con el uso intensivo de las redes sociales, la infodemia tiene en cada ciudadana y ciudadano una portadora o un portador del virus.
Internet en sus inicios había permitido la utopía por la cual las versiones de los hechos por parte de los medios tradicionales y/o los gobiernos se iban a poder contrastar si, por ejemplo, el usuario @fulanito compartía en el lugar de los hechos la situación real. Imaginen si hubiese existido Internet cuando aconteció el falso conflicto en el Golfo de Tonkín que fue utilizado por el gobierno norteamericano para enviar tropas a Vietnam. Ejemplos sobran.
Sin embargo Internet se convirtió en un acelerador de la falsedad. Los medios de comunicación tradicionales no son los únicos que informan, o desinforman: gracias a la facilitación de las redes sociales, nosotros mismos somos generadores y propagadores de contenido. Pero con un condimento interesante que complica aún más las cosas: se demostró que las noticias falsas llegan más rápido y más lejos que las verdaderas. Apelando a la emotividad y el odio atraen a sus consumidores y luego estos las comparten.
Rompa el aislamiento
En junio de 1976 Rodolfo Walsh crea la Agencia de Noticias Clandestina (ANCLA) pensada como un medio para denunciar la represión cotidiana de la dictadura. Anticipando la vacuna contra las noticias falsas, Walsh decía, nos decía que “el terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror”.
Los medios tradicionales no son los únicos que informan y desinforman, gracias a las redes sociales nosotros mismos somos generadores y propagadores de contenidos.
En efecto, la alienación informativa social permite que las emociones se impongan ante la realidad y la razón. Y las fake news refuerzan el prejuicio y el miedo preexistente. Por eso la persona alienada, sin sentido de pertenencia colectivo, sin voluntad de contrastar con la realidad sus prejuicios, es el portador ideal del germen. Las noticias falsas que le llegan a su Whatsapp o que se replican en su muro de Facebook son la munición que alimenta su odio e ira como elementos motivadores.
Las fake news apelan a la fuerza emotiva de una persona a la que no le interesa chequear o contrastar con la realidad. La psicología cognitiva lo llama exposición o percepción selectiva. Los sujetos tienden a exponerse y percibir los mensajes que son afines a su sistema de creencias. “Si entendemos a la información desde su definición más literal –esto es, como mensaje sobre un hecho objetivo y contrastable con la realidad–, bien podríamos decir que las fake news no apuntan tanto a desinformar como a sensibilizar”, explica Pablo Martín Méndez1.
La persona alienada, sin sentido de pertenencia colectivo ni voluntad de contrastar con la realidad sus prejuicios, es el portador ideal del germen.
Según Méndez “[s]iempre tenemos preferencias, establecemos jerarquías y hacemos exclusiones en la manera de informarnos. Son principios básicos de nuestro aparato cognitivo. El problema con las fake news es justamente que, allí donde actúan, vienen a cristalizar nuestras preferencias, jerarquías y exclusiones. No solo se trata de desinformar, sino también de exacerbar una sensibilidad previa”2. El objetivo no es meramente difundir una mentira. Es hacer daño eventual a determinada persona o colectivo, pero además “contribuyen a producir la realidad misma toda vez que generan estados de ánimo o sensibilizan”, indica Méndez3.
Esa falsedad creíble, amable para los esquemas mentales de ciertos grupos, se viraliza para otros sujetos susceptibles de recibirla con satisfacción. Se reenvía el mensaje por Whatsapp, se retuitea en Twitter o se comparte un estado en Facebook porque las personas quieren sentirse informadas y hacer saber eso. El difundir algo que se sabe será atractivo para otrxs contactos o seguidores brinda un status y genera una sensación de satisfacción. Por eso en las redes sociales los trolls de Marcos Peña y Patricia Bullrich, con el apoyo de algunos periodistas que dan “legitimidad”, han logrado una minoría que los apoya sin concesiones. Este batallón de acólitos es algo imprescindible para su accionar. “Hay algo que te enseñan tanto en el Ejército como en Goldman Sachs: consigue una minoría suficientemente sólida que sea inamovible” sostiene Steve Bannon, el ideólogo de las campañas de Donald Trump y Jair Bolsonaro, las cuales fueron basadas en noticias falsas para atacar a sus oponentes electorales.El arma para dar esta pelea es la política. Política con inteligencia para contrarrestar la mentira con realidad irrefutable. Hay que enojarse, el enojo es inevitable, pero no debe nublarnos la razón. “Es la política, pavotes”, aseguró.
Cristina Fernández de Kirchner hace tiempo con palabras, aunque también lo reafirma con hechos. “Rage, rage against the dying of the light” (“Enfurécete contra la muerte de la luz”), escribió el poeta Dylan Thomas. Y por último, otro poeta dijo “la única verdad es la realidad”.
1 Méndez, Pablo Martín (20-06-2020). Fake News. Una reflexión urgente desde la pandemia. Disponible en http://vientosur.unla.edu.ar/index.php/fake-news-una-reflexion-urgente-desde- la-pandemia/
2 Op. cit.
3 Op. cit.