Es jueves 28 de abril y el Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires, conducido por Florencia Saintout, organiza un nuevo reconocimiento a un/a artista popular en el Salón Dorado de la gobernación.
En este caso, a la inmensa obra de Marilina Ross.
El homenaje es una mezcla de entrevista conducida bellamente por Teresa Parodi, una autobiografía y, sobre todo, música, la música de la propia Marilina.
Junto a ella, mujeres artistas que compartieron y comparten momentos de la vida de Marilina como Cristina Banegas, Sandra Mihanovich, Marian Farías Gómez y Cecilia Rosetto.
Cada anécdota, cada canción y cada charla vuelven el encuentro más bello y emotivo. Me resulta imposible no recordar las imágenes y las canciones de la multifacética Marilina en tantos éxitos televisivos, cinematográficos y musicales que resuenan en mi infancia/adolescencia del primer lustro de los setenta, hasta la llegada de la cruel dictadura genocida.
Y es justamente en ese momento de la noche en que se me hace tan presente la dimensión profunda del retroceso cultural –como en todo lo demás- que significó la última dictadura.
Y, a la vez, no puedo dejar de pensar que ese hermoso homenaje es, además, un reconocimiento a toda una generación: la de las/os jóvenes de la Cultura de principios de los años setenta.
¿Qué duda cabe que la juventud peronista tuvo un rol central (no el único, claro) en aquel proceso final del exilio de Juan D. Perón y su llegada al poder? Ese retorno puede leerse (y debe leerse) en términos políticos, sindicales y económicos. Pero hay otra dimensión – invisibilizada por “la cultura oficial” liberal o de derechas- que es el rol de aquella juventud que asociaba el retorno del líder exiliado con una profunda renovación-creación- construcción de una nueva cultura: innovadora, contestataria y cuestionadora, politizada pero también humanizada, abierta a todos los estilos y nacional a la vez. Pero por sobre todas las cosas, popular, masiva, colectiva.

¿Cómo no recordar la profunda renovación cinematográfica que se produjo de la mano de la lucha por el retorno de Perón y durante el propio tercer gobierno peronista? Mientras Pino Solanas y Octavio Gettino producían “La Hora de los Hornos” (1968) y “Los Hijos de Fierro” (1975) –emblemas para la juventud peronista y símbolo de un cine comprometido-; un joven Leonardo Favio creaba “Crónicas de un niño sólo” (1965), “El romance del Aniceto y la Francisca”(1967), Juan Moreira (1973) y Nazareno Cruz y el Lobo (1975). Ni hablar de la carrera como cantante del propio Favio que reunía multitudes.
Los cines se llenaban para ver “La Raulito”, que no sólo significó la consagración actoral de Marilina Ross sino que se convirtió en la película que mostraba toda la hipocresía de la sociedad burguesa y la desolación de los/as más vulnerables.
¡Cómo no tener presente el aporte a la necesaria renovación cultural surgida en la Cátedras Nacionales de la UBA, los aportes a una sociología que dejara atrás el eurocentrismo y la intelectualidad de la “isla democrática”!
¿Cuál era el promedio de edad de aquellos jóvenes? ¿Treinta años? Tal vez menos. Sin ser una lista exhaustiva, participaron allí jóvenes docentes y estudiantes como Amelia Podetti, Horacio González, Alcira Argumedo, Héctor Schmucler, Marta Neuman, Oscar Landi y Roberto Carri, entre otros.
La universidad liberal tenía que dejar paso a la universidad popular. En la otra gran universidad – la Nacional de La Plata – los jóvenes estudiantes de la Federación Universitaria para la Liberación Nacional (FURN) proponían en las Bases para una nueva Universidad: “Esta reversión de la cultura, de sus instituciones y sus contenidos, supone un cambio en la propia conciencia de los universitarios, superando motivaciones de fidelidad sólo para consigo mismo, para comenzar a pensar y actuar en términos de lealtad para con su país y su propio pueblo”.
Una universidad no sólo masiva sino popular.
El teatro y la música también se volvieron “militantes”. La idea de un teatro y una música dedicada exclusivamente al entretenimiento por el entretenimiento mismo fue puesta en duda y criticada. Las obras teatrales y musicales debían estar conectadas con la política de “Liberación Nacional”. Los temas de Marilina Ross, Pedro y Pablo, León Gieco, el folclore de los uruguayos Olimareños y Alfredo Zitarrosa y los temas de tradición latinoamericana significaron un aire totalmente nuevo a la música tradicional clásica, o la que comenzó a llamarse “pasatista”. Música con conciencia social, comprometida, politizada y, sobre todo, masiva.
Recordaba los aportes a la literatura y el periodismo de Rodolfo Walsh – La CGT de los Argentinos, ANCLA, la Carta abierta de un escritor a la Junta Militar -, los de Paco Urondo como escritor, poeta, periodista y guionista de cine; Juan Gelman y su tarea como periodista, escritor y poeta. La literatura y el periodismo también debían “comprometerse”. No había espacio para el juego superficial de un periodismo “neutral” o una literatura “escapista” en una nación, como la Argentina, que debía ser liberada de sus cadenas colonialistas.
Y pensar que para la cultura liberal de aquella época – ¿y la de ahora? – el peronismo no era más que un “vacío cultural”. Los textos, declaraciones y calificativos de escritores consagrados como Jorge Luis Borges o Silvina Ocampo – junto a tantos otros/as más- construyeron ese mito tan arraigado de la “ barbarie peronista”, que perduraba y se profundizó a medida que precisamente los aportes de los/as jóvenes a la cultura nacional se volvían maravillosos y masivos. ¿Cuánto de aquel mito de la barbarie cultural incidió para que amplios sectores sociales apoyaran el golpe de Estado de 1976? ¿Cuánto de ese discurso justificó las desapariciones, la tortura , el exilio o la muerte?
Mientras transcurría el homenaje y reconocimiento a Marilina Ross, no podía dejar de pensar en aquellos años claves en los que política, juventud y cultura se entremezclaban para crecer y acompañar la lucha por la liberación nacional.
No podía dejar de recorrer en las canciones de esas mujeres maravillosas las huellas de toda una generación joven que se lanzó hacia la revolución peronista, convencida de la necesidad de terminar con el país de la obscenidad que crea la desigualdad social; y batallar por lo tanto para una Nación para el pueblo.
Por eso, reitero, estos homenajes no son, en definitiva un reconocimiento individual: son la referencia para homenajear a toda un generación de militantes de la cultura los/as que – por lo visto en el escenario con Marilina y sus compañeras- están, aún hoy, totalmente vigentes.