“Fue el de los grupos liberales un liberalismo compulsivo…..y hasta tal punto que no vacilaron, pese a las contradicciones que la actitud entrañaba, en apoyar a las dictaduras (….) consistía en ofrecer y negar la democracia: consistía, en última instancia, en una doctrina que obligaba a una constante ampliación de los cuadros y que, sin embargo, se conducía como para transformar a los grupos liberales ilustrados en una cerrada oligarquía” .
José Luis Romero. 1967.
Recientemente, la ministra de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (gobernada por la Alianza Cambiemos-Pro) realizó una serie de desafortunadas declaraciones sobre los problemas de la educación pública en el distrito más rico del país -y que , a la sazón, viene siendo gobernado por un mismo signo político desde hace catorce años-. En dichas declaraciones la ministra señaló como responsables de los problemas de la educación pública en su distrito a la situación de “bajo capital cultural” de los pobres que llegan a la docencia después de “fracasar” en otras profesiones. También a la “edad avanzada” de los maestros de su distrito.
Los liberales argentinos reaccionan si se los vincula y/o asocian al nazismo. Y, en verdad, en América Latina y en la Argentina no hay ideología más cercana al nazismo que el liberalismo.
El diario de alcance nacional Página 12 y el portal de análisis político Contraeditorial no tardaron en vincular la trayectoria educativa de la señora ministra con las declaraciones clasistas y gerontofóbicas realizadas por la misma. En particular, vincularon estas declaraciones con la asistencia al Instituto Germano Argentino de Bariloche que fuera durante muchos años dirigido por un famoso y brutal criminal de guerra nazi: Erick Priebcke.

La respuesta indignada de la conducción del Pro-Cambiemos a dicha sugerencia y vinculación fue inmediata y sobrecomunicada por los medios monopólicos que en nuestro país apoyan desde hace décadas a las derechas: ¿Cómo podían hacerse esas acusaciones y vinculaciones?, ¡Que se banalizaba al nazismo!; y otras tantas por el estilo de dirigentes como Mauricio Macri o Patricia Bullrich.
Los liberales argentinos se ofuscan, irritan y reaccionan si se los vincula y/o asocian al nazismo. Y, en verdad, en América Latina y en la Argentina no hay ideología (sobre todo en la acción) más cercana al nazismo que el liberalismo. Como decía el gran historiador José Luis Romero (no confundir por favor con Luis Alberto), las “ideas” en nuestra América se mueven diferentes a cómo se mueven en Europa.
¿Cómo? Mitos y confusiones
Como todos sabemos, el nazismo es una experiencia política que nace en la Alemania post Primera Guerra Mundial y que conduce a la Segunda Guerra Mundial. También sabemos que ha sido uno de los fenómenos políticos más estudiados –y también tergiversados– del siglo pasado. ¿Cuál fue el nudo central de la ideología y de la práctica nazi? El racismo. Todo el movimiento nazi se sostiene en esa piedra angular: hay una raza –blanca, aria, representada por el pueblo alemán y escandinavo– superior a todas las demás. Desde allí para abajo, toda la historia y –el presente– obvio, se explican por la lucha entre las razas superiores e inferiores. Allí donde Marx detectó la razón del devenir de la historia en la lucha de clases, Adolf Hitler –escuálido y limitado intelectual– la basó en la lucha de razas.
Así, Hitler imagina un nuevo orden donde todas las demás razas le hagan lugar a los blancos arios, porque se merecen ese lugar. Además, las demás razas deberán trabajar para los arios, cederles sus tierras y reconocer su superioridad.

De modo que hay dos humanidades: la aria blanca –la verdadera– y la “otra” humanidad, los eslavos, negros, latinos, asiáticos, etc. Ah! Y todavía mas aterrador: hay una no humanidad, aquellos/as que ni siquiera entran en la humanidad: los judíos, gitanos, discapacitados y enfermos mentales. Para esos millones, el nazismo tiene reservada la “solución final”, el exterminio.
Populismo y nazismo: se funda el mito
Corren los años de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos finalmente entra a la guerra tardíamente y al hacerlo, le exige a todos los países de América Latina que le declaren la guerra a las potencias nazi-fascistas. Muchos países latinoamericanos se suman a la guerra y muchos otros señalan lo obvio: ¿Por qué inmiscuirse en una guerra entre potencias mundiales, potencias que sólo podían ofrecer muerte y destrucción? Entre esos países, el más refractario a ingresar, y con una larga tradición de neutralidad, es la Argentina.
El Departamento de Estado norteamericano lanza entonces su postulado: los gobiernos latinoamericanos que no le declaran la guerra al eje nazi-fascista son, lisa y llanamente, nazis. Los que sí declaran la guerra (aunque sean autoritarios y dictatoriales), entonces son “democráticos”.

Aquí nace el primer mito: Como el gobierno militar argentino se resistía a declarar la guerra al nazifascismo (aclaremos que entre 1939-43 hubo gobiernos liberales que tampoco declararon la guerra) los norteamericanos definieron que los militares argentinos eran todos nazis. El aparato de propaganda y la intelectualidad liberal hizo el resto.
Los gobiernos latinoamericanos que no le declaran la guerra al eje nazi-fascista son nazis. Los que sí declaran la guerra (aunque sean autoritarios y dictatoriales), entonces son “democráticos”.
Pero la Segunda Guerra eventualmente termina y en ese turbulento año de 1945, surge un coronel que al parecer tiene buenas chances de ganar las elecciones. Todo el aparato comunicacional y político de Inglaterra, Estados Unidos y Argentina se une para definir a Juan Domingo Perón de una sola manera: es el nazismo en América. Para colmo, liberales, socialistas, radicales y comunistas se unen –como si fuera a recomenzar una nueva guerra mundial interna– para evitar que triunfe el nazismo (o sea, el peronismo). El mito estaba fundado: Perón y el peronismo eran la expresión latinoamericana del nazismo.
¿Peronismo y nazismo? Caminos diferentes
Hagamos el mismo ejercicio que hiciéramos para definir al nazismo: ¿Cuál es el nudo , la piedra basal sobre la que se sostiene el peronismo? Sin duda alguna, lo que denomina la “Justicia Social”. ¿Qué es la justicia social en Argentina? La inclusión social de los más pobres y los más vulnerables: un inmenso mar de millones de indígenas, mestizos, “descamisados” que precisamente habían sido destratados, desconocidos, explotados y mal pagados desde hacía siglos. El sujeto social del peronismo es precisamente aquel sujeto social (indígena, negro, mestizo, aindiado) que para el nazismo constituía la humanidad “de segunda”, infértil e incapaz , por lo que que debía existir sólo para beneficio de los blancos arios.
En la experiencia histórica concreta, peronismo y nazismo no sólo van por caminos diferentes sino que son opuestos e incompatibles.
Así, peronismo y nazismo en la experiencia histórica concreta no sólo van por caminos diferentes sino que son opuestos e incompatibles. Uno, el peronismo, quiere mejorar a quienes considera el verdadero pueblo nacional –indígenas, negros, gauchos, mestizos– y el otro, el nazismo, ve en esos pueblos el atraso y la imposibilidad civilizatoria (y, finalmente, les asigna un destino: la desaparición).
Liberalismo y nazismo: tan lejos y tan cerca
Volvamos unos años antes del peronismo en la Argentina: los constructores de la Nación se asumen como herederos y luchadores por imponer los principios del liberalismo europeo. Ya Esteban Echeverría (1837) había señalado las dificultades para construir una democracia liberal debido a la incapacidad cultural de los futuros ciudadanos argentinos: había que educar primero al soberano y recién después dejarlo participar en política. Sarmiento, más radical en todo, dirá (en su Facundo, 1845): hay que transformar la barbarie –América, Argentina– en civilización. Se hará por medio de la educación primaria. Pero hay un problema: gauchos e indígenas son “impermeables” a la civilización (Conflicto y armonía de razas en América Latina, 1882) y, por lo tanto , quizás su destino sea el exterminio. Alberdi (Bases, 1852) resolverá la ecuación de otro modo: ante las incapacidades autóctonas, lo que debe hacerse es “implantar” al ciudadano económico y político ya “hecho”: el inmigrante europeo, blanco y civilizado.

Todos sabemos que estas perspectivas liberales latinoamericanas se alimentaron todavía más conel desarrollo del cientificismo positivista de la segunda mitad del siglo XIX. Digámoslo rápidamente: el cientificismo positivista será una de las bases centrales del pensamiento desaforado de Adolf Hitler. La influencia del positivismo inglés y francés está bastante estudiada (más de lo que aquellas “democracias” quisieran) para entender el origen del racismo europeo y dentro de él , claro , del nazismo.
En nuestro país, el cientificismo positivista sirvió para lo mismo que serviría en la expansión del nazismo sobre la Europa oriental cincuenta años después: la ocupación, la destrucción y el genocidio. En el caso latinoamericano, servirá para justificar –debido a la “inferioridad intrínseca”, “biológica” de la raza indígena– los exterminios en México, la Amazonia, la Patagonia chilena y claro, la famosa y siempre bien recordada por el liberalismo nacional “Campaña al desierto” de Julio Argentino Roca.
Mitos y realidades: La construcción de una historia
Volvamos ahora al punto de inflexión de 1945: un coronel que cree que los olvidados de la patria deben ser incluidos, tomados en cuenta y a los que considera sus hermanos. El coronel cree profundamente en la igualdad, sin distinciones de raza, credo o religión. Ese coronel es tildado –en un juego perverso del lenguaje mediático y luego histórico– de nazi.
Inversión de sentidos: el movimiento que mas luchó por la inclusión social y contra la discriminación racial se transformará en nazi; y los partidos y medios de comunicación que pretendían mantener el orden social basado en el racismo y la exclusión, en demócratas.
Enfrentado a él se halla todo el poder oligárquico de raíz liberal. Pero, henos aquí que estos son unos liberales extraños: no quieren ampliar el voto porque, formados en el positivismo biologicista, consideran que los “negros” (definición que en la Argentina se aplica a toda persona cuya piel no es “blanca europea”, o sea indígenas y/o sobre todo mestizos) no están capacitados para ser ciudadanos, no saben votar y por lo tanto no pueden decidir. En última instancia les repugna la idea de que el voto de un “negro” valga igual que el de ellos. Estos grupos liberales definen socialmente a los que se movilizan a favor del coronel igualitario: son un “aluvión zoológico”, son “cabecitas negras”, son “ la barbarie”. Extrañamente , estos grupos de tradición liberal son considerados, en otro abuso del uso perverso del lenguaje mediático de la época: los demócratas.
Y así se consuma la inversión de sentidos que –para el caso de la Argentina– transformará al movimiento que mas luchó por la inclusión social y contra la discriminación racial en nazi y a los partidos y medios de comunicación que pretendían mantener el orden social basado en el racismo y la exclusión como demócratas.
Siglo XXI, nuevas dicotomías y viejas mitologías
Y ahora regresemos a nuestro duro y pandémico 2020. La ministra de educación de CABA –nada más y nada menos– señala que los maestros son “viejos” (¿quizás si fueran “descartados” los nuevos funcionarían mejor? Y que además, como son de origen pobre tienen “poco capital cultural”. Por otro lado, nos informa la ministra, eligen la docencia porque son unos fracasados en otras actividades (que al parecer son más importantes). Resultado: el nivel educativo es bajo porque está lleno de docentes brutos y fracasados. ¿El motivo? Su origen social.
Volvamos ahora a la tapa del periódico de tirada nacional y al portal de análisis político: ¿Es descabellado asociar esos dichos con la formación recibida en una escuela dirigida por un nazi?. Evidentemente que no. Pero, el problema es mucho mas hondo que este caso particular, porque, como hemos visto, en Argentina ser liberal y pensar como un nazi no es una contradicción.