A Patricia le gustaba pintar. El entrar en la adolescencia empezó a disfrutar de la lectura de los libros de Mario Benedetti y de las películas de Ingmar Bergman. También de la música nacional: era fanática del rock y del folclore. Practicaba deportes, entre ellos tenis de mesa. Y junto con sus amigas iba a bailar a las fiestas que los pibes armaban en la Hebraica. Patricia era una piba como tantas.
Nació el 8 de diciembre de 1952. Vivió con sus padres Benjamín (comerciante) y Rosa (obstetra), y su abuelo en la casa familiar, típica del barrio de Boedo de mediados del siglo XX, a dónde habían llegado desde Rosario. Decidió estudiar medicina en la universidad pública y allí tuvo una fugaz militancia en el Partido Revolucionario de los Trabajadores. Al poco tiempo ingresó a Montoneros y luego se mudó a Morón, donde comenzó a trabajar en un dispensario de la zona y se sumó a la columna Oeste para integrar el Área Logística y el Área Sanidad. Sólo dejó la carrera cuando estaba a poco de recibirse. Ya la llamaban “Mariana”. Ya había conocido a José. Al poco tiempo decidieron tener su primera hija: Mariana Eva nacería el 28 de junio de 1977. A principios del año siguiente, Patricia quedaría nuevamente embarazada

La maternidad, la dictadura y el terror, hicieron que ambos se alejaran un poco de la militancia y se dedicaran a una librería que habían abierto en la localidad de Martínez. A ese local fue el grupo de tareas de la Fuerza Aérea para secuestrar a José, que por entonces iba por los 25 años. A Patricia, un año mayor, con su panza de ocho meses, y a su beba la fueron a buscar a su casa, a pocas cuadras de allí. Era el 6 de octubre de 1978. Mariana finalmente fue entregada a su familia de su padre. Pero a ellos dos los trasladaron a la Regional de Inteligencia de Buenos Aires, un chupadero de la Fuerza Aérea que funcionaba en pleno centro de Morón y que ya en democracia fue declarado Sitio de Memoria.
Por su estado, y valga la paradoja, Patricia fue trasladada a la ESMA. Allí, el 15 de noviembre parió a un varón. El parto no fue asistido por su abuela sino por el obstetra del Hospital Naval, Jorge Luis Magnacco. Junto a José, habían decidido llamarlo Rodolfo Fernando.
José Manuel Pérez Rojo y Patricia Julia Roisinblit permanecen desaparecidos. El bebé fue apropiado por el ex agente de inteligencia de la Fuerza Aérea, Francisco Gómez (quien murió en el penal de Ezeiza en abril del año pasado) y su esposa, Teodora Jofré. Desde entonces, lo empezó a buscar Rosa Tarlovsky de Roisinblit, quien por entonces tenía 59 años. Hoy, Rosita anda por los 101 y sigue siendo una enérgica Abuela de Plaza de Mayo, una de sus vicepresidentas.

En abril del 2000, las investigaciones de Abuelas llegaron a la aproximación de que un muchacho al que llamaban Guillermo, podría ser Rodolfo Fernando. Mariana lo fue a buscar y le propuso hacerse un ADN. El estudio, realizado el 2 de junio de ese año, confirmó que era el nieto de Rosita, el hijo de José y Patricia. Desde entonces Guillermo Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit recuperó su verdadera identidad.
La memoria
La convocatoria habla por sí sola:
“En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sólo el 3% de las calles tienen nombres de mujeres y sólo una de ese porcentaje rinde homenaje a una mujer, defensora de los Derechos Humanos que fue detenida y desaparecida por el terrorismo de Estado, Azucena Villaflor.
El barrio de Boedo, carece de calles que representen a las mujeres o levanten las banderas de la MEMORIA, la VERDAD y la JUSTICIA.
Hoy proponemos renombrar el pasaje Bathurst para conmemorar a Patricia Roisinblit, una joven estudiante de medicina que creció en Boedo y fue secuestrada por la dictadura cívico militar el 6 de octubre de 1978.
Por Patricia, por las mujeres y por las víctimas del terrorismo de Estado, te invitamos a adherir y apoyar esta iniciativa, firmando en el siguiente link https://tinyurl.com/yc6vxl6c

En ese link se recuerda que un 60 por ciento de las más de 2000 calles que conforman la Ciudad de Buenos Aires fue denominado en honor a varones, y que solamente el 3 por ciento fue pensado en homenaje a mujeres. También se especifica que hay una sola que rinde un merecido recuerdo a una defensora por los derechos humanos, detenida-desaparecida por el terrorismo de Estado: es una de las calles de Puerto Madero, el Boulevard Azucena Villaflor.
Patricia Julia Roisinblit vivió más de dos décadas en Boedo. Creció en sus callejas tranquilas. Ese barrio consta de 45 calles, si se considera las avenidas así como las vías secundarias y terciarias: 28 llevan nombres de hombres, y el resto se refieren a meros sitios geográficos o hechos históricos. Pero no existe ninguna con nombre de mujer, tampoco que hagan referencia a la lucha por los derechos humanos.
La reparación está planteada por una comisión que integra, entre otros, Gabriela Llaser, quien en marzo presentará el proyecto a la Legislatura de la Ciudad. Muchas organizaciones adhieren y militan por la moción, entre ellas La Cámpora del lugar. La intención es que se modifique el nombre del Pasaje Bathurst por el de Patricia Roisinblit, para que “las mujeres tengamos nuestro merecido lugar en las calles de la Ciudad y para que el barrio de Boedo, además de tener historia, sea un barrio con memoria”.
La justicia
Es el sur porteño. Boedo nace en Juan Bautista Alberdi y formalmente forma un cuadrado entre Avenida La Plata y Sánchez de Loria para descansar su base en Avenida Caseros tocando uno de los vértices del Parque Patricios. A 200 metros de allí, paralela a la última de esas arterias y luego de Rondeau, se encuentra una cortada ancha, de adoquines parejos, que enmarcan una cuadra de casas bajas, el instituto de educación especial Grupo Caminantes y algún viejo taller pegado a una pequeña fábrica.

Esa cortada es el pasaje Bathurst. Nació como Pasaje Armonía, luego fue Nueva Armonía y finalmente, por una ordenanza del 28 de octubre de 1904 que recalificó a más de un centenar de arterias porteñas, llamó a llamarse Bathurst. Se dice que su nombre surge de la ciudad homónima australiana, una bella villa turística del estado de Nueva Gales del Sur, a unos 200 km al oeste de Sídney. Podría ser también por Guillermo Bathurst, un marino inglés nacido en Southampton, que combatió en la Guerra del Brasil y en la Campaña de Rosas al Desierto. Una estación ferroviaria del partido bonaerense de Coronel Suárez lleva su nombre.
Muy pocos porteños deben tener conocimiento de ellos. Muchísimos de ellos, en cambio, sufrieron la dictadura. Esa calle de un centenar de metros tiene solo dos carteles atornillados en las medianeras de las casas de las esquinas con la calle Virrey Liniers. Allí se lee “Bathurst 3300-3400”.
Sería mucho mejor, más justo, todo un detalle, que en cambio empezara a figurar “Patricia Julia Roisinblit”.