Jimena Néspolo, Vértigo de mí, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Caterva, 2020, 132 páginas.
Isa tiene una exitosa posición laboral y económica. Pero esta mañana ha faltado por su enfermedad a su trabajo y es entonces cuando asistimos a este lúcido monólogo. Y así aparecen varias historias más y quien lo dice, por sus saltos temporales, espaciales y temáticos, no deja en ciertos momentos de transmitir un tono delirante. Vemos, o más bien escuchamos, parte de la cinta de una vida desde la voz de Isa, y cómo en su voz aparecen múltiples voces, que traen distintos momentos de su vida social y cultural. Aparece en la enunciación el deseo vital que, con sus contradicciones y paradojas, manifiesta ese vértigo de sí misma en un momento existencial de extrema dificultad y crisis. Y esto le sucede a Isa, ahora con un padecimiento corporal que presume síntoma de tumor, quien además viene de haberse quedado viuda, hace ya un tiempo, tras la muerte de Pedro y se encuentra frente a las múltiples demandas de su existir: seguir como gerente exitosa de una “Superfarma” que tiene negociados con el gobierno de turno, sostener su alto ritmo de vida y de consumos de clase media alta, convivir en tensión con su hijo Gogo. Pero junto con eso aparecen otros momentos pasados y diversos. Como cuando recuerda su relación con Mariano Levinson –“¡Cómo le gustaban las armas a ese tipo!¡Mamita!! Una colección de Mausers tenía en su casa (…)”-; hijo de militar, quien al recordar a su madre evoca que ella había ido a Ascochinga, provincia de Córdoba, con un grupo de mujeres a acompañar a Isabel Perón a un “retiro” para que considerara renunciar a la presidencia del país. Lo histórico circula, a veces sorpresivamente, en las digresiones de Isa que siempre las resignifica desde el lado de lo íntimo y privado. Y no únicamente lo social y político -esta narración lanza una mirada corrosiva sobre los años del macrismo-, sino sobre todo la historia de las costumbres que va adoptando y dejando de lado la protagonista, a partir de las cuales cada época muestra su densidad. Así rememora aquellos años noventa de su juventud, donde ellas y ellos “crujían en la inadecuación entre acontecer y deseo”.

Lo interesante es que, recordando a Pubis angelical de Puig, esta otra “Ana” de la era digital llamada Isa que monologa digresivamente -no es menor el efecto teatral de este relato-, escenifica parte decisiva de su vida, y sobre todo muestra la vulnerabilidad de sus afectos y la tremenda indefensión en la que nos deja una enfermedad profunda. Tener “vértigo de mí” aquí no es sólo tener ímpetu por lo alcanzado, sino también aturdimiento, mareo y casi desvanecimiento por las pérdidas, ya acontecidas o inminentes. De este modo repensamos las dos vertientes de acepciones de esa cotidiana palabra, “vértigo”, condensadas en las citas iniciales de U2 y Don Quijote. Y hay tensión dramática en esto, pero también humor e hilaridad; tonos centrales de Vértigo de mí. Ese ir y volver entre lo dramático y humorístico, con miradas burlescas y satíricas sobre la fauna social que ha rodeado a la protagonista, potencia el trabajo con el lenguaje y el fraseo en la enunciación novelesca. Y equivale a un frenético registro que manifiesta aquel fluido ir y venir discursivo mediante la eliminación de los puntos seguidos y finales -detalle estilístico que de entrada llama la atención en esta prosa-; y que deviene este continuum de oraciones, de enunciados, el cual sugiere en este caso el particular efecto de intensidad que, por cierto, define a todo Vértigo de mí puesto en escena narrativa.