En las ficciones todo es inventado, salvo lo que es totalmente inventado. La realidad siempre se cuela como cita, parafraseo o reescritura en toda ficción. Es el caso de “La chica de Oslo”, película que cuenta una historia que realmente ocurrió: según informes de los servicios de inteligencia israelíes que se conocieron en 2013, un ciudadano noruego, pediatra, de nombre Ingvild Selvik Ask, junto con un acompañante de Israel, fueron secuestrados por fuerzas del “extraño” grupo ISIS, que la serie presenta como una facción radicalizada del gobernante Hamás.
Las dudas sobre el origen, financiación y funcionalidad de ISIS nunca son puestas en duda, cuando en realidad sabemos que las distinciones entre la OLP, Hamás e ISIS no son de grado de radicalidad (presentada siempre como grados de terrorismo), sino de concepción prospectiva sobre el pueblo sojuzgado de Palestina.
Las dudas sobre el origen, financiación y funcionalidad de ISIS nunca son puestas en duda.
Los creadores de la serie, Kyrre Holm Johannesse y Roni Weiss Berkowitz, reescriben la historia donde el secuestro es el de una joven hija de negociadores del “Acuerdo de Oslo”, de 1993, en el que Israel se comprometió a algo que nunca cumplió: el retiro de tropas y el reconocimiento del Estado Palestino.
En la miniserie, una de la secuestradas es puente entre dos de los países del fallido pacto y su personaje transita la historia a los gritos y empujones de variantes musulmanes, reforzando estereotipos peligrosamente arabofóbicos, mientras Gaza es mostrada como un territorio bajo bombardeo y muertes constantes, pero justificados por el carácter “terrorista” de Bashir, el representante del brazo político de Hamás, que oficia como primer ministro en un bunker muy poco seguro.
Entrarle al “conflicto” de Medio Oriente es imposible sin pisar alguna susceptibilidad, pero entrarle con estereotipos es solo reproducir al infinito el horror que sufre el pueblo de Palestina.