Nada nos quita más el sueño que saber que la tasa de desempleo en la población joven de 15 a 24 años en el país es de 27,5% (Datos de Cátedra Unesco, base EPH, 1er trimestre de 2020). Este es el panorama de desocupación antes de la pandemia, al que hay que agregar los datos para el mismo período de la tasa de informalidad de 72,4%.
Aunque también son preocupantes los datos sobre el crecimiento de la pobreza. En este sentido, muchos especialistas en el tema consideran que la política de transferencia de ingresos (planes sociales, asignaciones), son necesarias, un piso indispensable, pero no son suficientes para solucionar la cuestión de fondo.
Los medios representan la pobreza como algo que existe por elección y no porque existe un modelo económico que la genera.
Lamentablemente, la experiencia nos enseña que esta lógica necesaria de transferencia de dinero no modifica la condición estructural de pobreza, porque la misma no se erradica por una cuestión meramente económica, sino también hay que transformar cuestiones culturales y simbólicas.
En este sentido, los medios masivos tienen un papel superlativo en la reproducción cultural de la representación de la pobreza que realizan en forma diaria, principalmente porque la presenta como un estado natural y no como un proceso (Raiter, 2008). Según esa lectura, el actor social es pobre por elección y no porque existió un modelo económico que lo empujó hacia esa condición. Nadie elige ser pobre y los medios —por intereses económicos— no explican el proceso de cómo se originan: simplemente “son pobres”.
Para salir de la pobreza se plantea la falsa disyuntiva de la ayuda del Estado o el camino de la delincuencia.
Los medios representan a los pobres desde dos lugares distintos: la obligación y el gasto. Aparecen como simples números estadísticos, se cuantifican y aumentan o disminuyen según el tipo de transferencia de ingresos del proyecto político, pero siempre aparecen atrapados en la condición de “ser pobres”, nunca de “estar pobres”, padeciendo esa situación y exhibiendo la impotencia para las acciones materiales de revertir ese estado (Zullo, 2008).
Entonces, ¿cómo se sale de ese estado de pobreza, según la representación del mundo que nos aportan los medios? La salida siempre es la misma: o con un Estado que se ocupe de ellos y que siga manteniendo la pobreza estructural o; con el camino de la delincuencia que se convierte en la invitación al crimen organizado, pero no porque ese sea el destino, sino porque esa es la dirección a la que muchas veces los guían los profetas del odio desde su maquinaria de colonización pedagógica. Y aquí está el reverso de la trama. En la construcción y en la caracterización discursiva que se hace de la criminalización de la pobreza y que encuentra la génesis de todos los males en el estereotipo violento del Pibe chorro.
En la criminalización de la pobreza, la génesis de todos los males tiene su estereotipo violento en el llamado pibe chorro.
Un estereotipo que no admite escaparse de la lógica de la triple C, esto es, calle, cárcel y cementerio, como sostienen los curas de opción por los pobres. Por este motivo, es sustancial ganar la batalla cultural, hegemonizar todas las instituciones de la sociedad civil, reconstruir el estereotipo del “Pibe pobre” al mismo tiempo que se desmantela la estructura en la que se asienta el estereotipo del “Pibe chorro”.
¿Pero qué sabemos de los Pibes chorros? Nada. Por lo general son noticia cuando roban, caen presos o mueren en un tiroteo con la policía. Pero la realidad es que no conocemos su voz, ni tampoco su identidad porque son borrados de su condición de sujeto. Sabemos que son hombres, sus vestimentas la solemos asociar con la ropa deportiva, hablan en forma “tumbera”, viven en países limítrofes o en el conurbano y suelen ser muy violentos o, al menos, esa es la representación social que se realiza de ellos en series como: El Marginal (foto), Tumberos, El Puntero y El Tigre Verón.
Es preciso entender la pobreza no como un estado sino como un proceso/resultado de un modelo económico neoliberal.
Todo esto conforma el universo simbólico del síndrome del mundo cruel que nos lleva a creer que estos actores sociales son muchos más violentos de lo que realmente son. Aquí no hay lugar para la deconstrucción discursiva del “Pibe chorro” por la sencilla razón de que éste no tiene un binario opuesto.
En este caso, tenemos un actor social juzgado, discriminado y criminalizado, pero con una ausencia semántica de su opuesto. Por ello, la cuestión no es la deconstrucción, sino la reconstrucción, esto es, barajar y dar de nuevo. Cultivar (Gerbner, 1967) desde cero la representación social del “Pibe pobre” utilizando los mismos medios de difusión que se utilizaron para demonizar a nuestros pibes y pibas. Pero esta vez, contando sus historias de vida, sus sueños, sus metas, sus ganas de enamorarse y de estudiar, pero, por sobre todo, entendiendo a la pobreza no como un estado sino como un proceso/resultado de un modelo económico neoliberal, como fue el de Mauricio Macri, cuya herencia es la que hoy están padeciendo nuestras juventudes. Al mismo tiempo que se hace, se debe anular con leyes nacionales aquellas representaciones que tanto daño le siguen haciendo a nuestros pibes. No se puede concebir que se vincule a la pobreza con la delincuencia, la cárcel y el cementerio. No se puede permitir que, frente a la falta de imágenes, los medios coloquen una imagen de una villa para ilustrar una noticia.
“Debemos trabajar, desde el plano de las acciones, de la comunicación y de lo simbólico, para que ningún niño, niña o adolescente naturalice que sólo tiene el derecho de sobrevivir”.
Debemos fortalecer lo establecido por la Ley 26061, invertir en acuerdos entre la Nación, las Provincias y los Municipios, equipos que acompañen este desafío, ningún niño, niña o adolescente debe sentirse sólo para enfrentar a sus derechos vulnerados. Al mismo tiempo que debemos trabajar, desde el plano de las acciones, de la comunicación y de lo simbólico, para que ningún niño, niña o adolescente naturalice que sólo tiene el derecho de sobrevivir. Alimentarse, acceder a la salud, a la mejor educación posible, a jugar, a desarrollar sus capacidades artísticas, deportivas, de todo tipo. A ser feliz, a tener proyectos de vida, a vivir en un entorno de afecto, es la única garantía de que, en el mediano y largo plazo, el país sea cada vez más justo y erradiquemos definitivamente la pobreza. Los pobres solo son protagonistas como delincuentes, chorros, violentos o narcotraficantes. La única manera en que se conviertan en verdaderos actores sociales y protagonistas de la historia de los pueblos es encarando un proyecto nacional y popular con las banderas del peronismo, metiéndose en el interior de las instituciones, anulando la lógica numérica y cuantificable para denunciar el proceso que los llevó a “estar pobres”. Esta es la madre de todas las batallas.
Hasta que no lo entendamos, nuestros pibes y pibas seguirán presos de una lógica comunicacional que asocia a la pobreza con la delincuencia. Hasta que no lo entendamos, el mérito potencial de este inmenso sector nunca lo vamos a descubrir, porque le cortamos las piernas antes de que puedan jugar. Hay que potenciar el mérito de todos y todas y no quedarse con la meritocracia, que sólo permite avanzar a muy pocos, aunque no sean los más meritorios.