El empresario Jorge Neuss mató a su esposa Silvia Saravia y se suicidó. Sus antecedentes de violencia machista en el club house del Martindale que nadie quiso ver. Del jugo de pomelo al negocio menemista de Thales Spectrum. Los ominosos avisos fúnebres en el diario La Nación. Antecedentes de otros femicidios high class.
Las reglas de etiqueta hicieron que el doble funeral del empresario Jorge Justo Neuss y su esposa, Silvia María Saravia de Neuss, fuera como un casamiento, pero sin baile. Aquella ceremonia, efectuada durante la mañana del martes 13 (nada menos) en el cementerio de la Recoleta, resultó un himno a la mesura, una característica anticipada por casi 80 avisos en la página necrológica del diario La Nación, donde –con apenas dos excepciones– las condolencias eran para ambos finados, mientras la revista Caras titulaba la cobertura del evento con una frase nada sensacionalista: “Sus hijos los despidieron con una foto en la vereda del cementerio”. En este punto bien vale reconstruir semejante gala.

En razón a las restricciones para evitar la propagación del coronavirus, la despedida del matrimonio –él, de 73 años, y ella, de 69– comenzó con una ceremonia ante el portón principal del camposanto. Allí –tal como consignó el citado semanario– fue colocado un retrato de ellos en el cual lucían sonrientes y felices. Había unos 200 deudos, entre amigos y familiares, encabezados por sus hijos, Germán, Patricio, Juan y Lucila. Un sacerdote oficiaba la misa justo cuando los homenajeados arribaban, por separado, en féretros cubiertos con flores blancas. En ese instante, Lucila se desvaneció, Superado el trance, uno de los hermanos entonó a viva voz una canción muy emotiva, acompañado por un primo guitarrista. Y después de un discreto aplauso, solo 20 personas –diez por ataúd– fueron autorizadas a transitar el trayecto hacia la bóveda familiar, donde también quedó el retrato de sus flamantes inquilinos.

En tal escena –digna de una película de Francis Ford Coppola– subyacía el milagroso ritual de la concordia. Una impostura únicamente posible entre almas bendecidas por la distinción, así como es el caso de quienes despidieron a estos difuntos. Porque ya se sabe que ambos llegaron a su última morada luego de que él le volara a ella la tapa de los sesos con una Magnum 357 para proseguir su faena con un balazo en su propia boca. Aquellas detonaciones sacudieron tres días antes la calma chicha del Martindale Country Club, en el partido de Pilar. Un epílogo inexplicable para la opinión pública. Un misterio que, en virtud a una omertá clasista, prometía extenderse por toda la eternidad. Lo cierto es que, en contra de todos los pronósticos iniciales, la trastienda del asunto saltó a la luz con gran rapidez para desnudar una intimidad escabrosa. Pero vayamos por partes.
El doctor Jekyll
Los Neuss eran muy mundanos. De modo que durante los inviernos porteños solían refugiarse en la mansión neoyorkina que poseían en los Hamptons, una zona exclusiva de Long Island. Durante el atardecer del 21 de agosto de 2015 don Jorge Justo atendió allí una llamada efectuada desde Buenos Aires por su hijo Juan. Su voz sonaba agitada; así le soltó una novedad infausta: un vecino del Martindale, el ejecutivo Fernando Farré –cuya residencia estaba situada a solo 150 metros de la suya– acababa de asestarle 66 puñaladas a su ex esposa, Claudia Schaefer, cuando mantenían tratativas por la división de bienes.

Al cortar la llamada, el empresario le comunicó la noticia a Silvia María con frialdad, antes de retomar la lectura del Financial Times. Obviamente no imaginaba que, un lustro más tarde, él perpetraría en aquel mismo country una hazaña parecida.
Pero tal vez entonces haya recordado la compleja trama que le costó la vida, el 27 de octubre de 2002, a María Marta García Belsunce en el country El Carmel, también de Pilar, por el cual fue condenado (y después absuelto) el viudo Carlos Carrascosa, un conocido suyo. O el crimen –todavía impune– de Nora Dalmasso, cometido el 26 de noviembre de 2006 en el barrio privado Villa Golf, de Río Cuarto. Otro femicidio de abolengo.

A la remembranza de esos asesinatos, que se filtraban de tanto en tanto en las tertulias que Neuss mantenía con su círculo de amistades, se le añadía la evocación de una añeja historia de cuyos pormenores accedió siendo un niño de seis años, por boca de su progenitor. De él heredó –entre otros bienes– sus dos nombres de pila.
Jorge Justo Neuss (p) también tenía seis años cuando su propio papá, el próspero industrial Hermann Neuss, le contó la tragedia en cuestión; un caso que por entonces –corría el otoño de 1924– se encontraba en pleno juicio oral: los asesinatos cometidos por el hacendado Mateo Banks, siendo las víctimas seis familiares suyos y dos peones rurales, a raíz de intereses sucesorios. Un hecho maldito para su casta social. El tipo tenía dos estancias, era socio del Jockey Club, se había afiliado al Partido Conservador y portaba el palio en las procesiones religiosas. Pero era un derrochón y un jugador empedernido que no honraba sus deudas. De manera que mató a sus parientes para heredar.
Al promediar la década del ’30, el joven Jorge Justo, de solo 22 años, empezó a tomar las riendas del negocio familiar, diversificándose con servicios para el sector público, la energía y las finanzas.
Herr Hermann, un inmigrante alemán radicado en Buenos Aires a fines del siglo XIX, les contaba este tipo de historias a sus hijos para que no cayeran en ninguna ambición malsana. Y ellos a su vez se las transmitían a sus propios vástagos con idéntico propósito.
El abuelo del femicida, un hombre con cierta formación en el campo de la química, probó suerte al fundar en 1891, tras su arribo al país, una modesta planta de bebidas gaseosas, la Soda Neuss Belgrano. Al cabo de un lustro, su emprendimiento dominó el mercado local. Ya al promediar la década del ’30, el joven Jorge Justo, de solo 22 años, empezó a tomar las riendas del negocio, diversificándose con servicios para el sector público, la energía y las finanzas.
En 1945 se casó con Alicia Raquel Carderelli Ibarreche; fruto de aquella unión, al año nació el niño bautizado Jorge Justo, y luego su hermano Germán.
Ellos fueron educados para ser los continuadores del imperio familiar, cuya nave insignia seguía siendo el Pomelo Neuss.
Para ello tuvieron que aguardar la llegada de los venturosos años ’90. Fue cuando dicho refresco fue vendido a la británica Cunnington, iniciándose así un proceso de expansión que incluyó el rubro de la energía –a través de la firma Edersa, que se hizo cargo de la distribución eléctrica en la provincia de Río Negro– además de pisar fuerte en la actividad petrolera y en el negocio inmobiliario con la compañía Urban Yard, que se adjudicó la concesión para administrar el Yacht Club de Puerto Madero.
Con la llegada del macrismo volvió a sentirse a sus anchas, anotándose, con resultados venturosos, en varias licitaciones.
Fue una época dorada, en la cual Jorge Justo iba acumulando exitosas operaciones financieras a fuerza jugar al golf con el presidente Carlos Menem.
“¡Che, Pomelo!”, le gritaban entre carcajadas los amigotes del “Turco” para desconcentrarlo en los links de Olivos. Y él se daba por aludido con gran sentido del humor.
Así, mientras el hermano Germán articulaba pingües contratos para el desarrollo inmobiliario en Madero Este, Jorge Justo accedía a la gallina de los huevos de oro: nada menos que el control del espacio radioeléctrico a través de la empresa Thales Spectrum, un obsequio del amigo presidente, que derivó en una sonada denuncia internacional –con su consiguiente juicio– por desvío de fondos, lavado de activos y fraude millonario. Sin embargo, Jorge Justo mantuvo aquel contrato en pie durante la accidentada presidencia de Fernando de la Rúa. Finalmente fue rescindido en 2004 por Néstor Kirchner.

Aún así, nunca dejó de gravitar en el mundillo financiero, añadiendo a sus actividades grandes inversiones agropecuarias, negocios inmobiliarios y hasta una fuerte apuesta en el ramo vitivinícola.
En privado decía, sin que se le moviese un solo músculo del rostro, que en aquel período le habían “facturado” sus alineamientos políticos. Y se jactaba de no hacer negocios con el kirchnerismo por un motivo de peso: “Yo no reparto bolsos de dinero”. Y lo sostenía con una sonrisa de oreja a oreja. Con la llegada del macrismo volvió a sentirse a sus anchas, anotándose, con resultados venturosos, en varias licitaciones.
En medio de sus epopeyas gananciales, el señor Neuss solía repartirse entre su piso de Puerto Madero, la mansión de Martindale, la de Long Island y su residencia de Punta del Este. Con porte aristocrático, siempre peinado a la gomina, saciaba la vocación por ser el alma de las fiestas. Junto a su simpática esposa –con quien se había casado en 1971– era indispensable en las galas de Fundaleu, Coas y cuanto evento benéfico lo haya convocado con el loable propósito de juntar billetes de baja denominación para los pobres y pasarla bien. Al respecto les sobrevive un nutrido archivo fotográfico en donde se los ve posando con celebridades como Teté Coustarot, Valeria Mazza, Mirtha Legrand, Cristiano Rattazzi y “Nicky” Caputo.
No había dudas de que era una pareja feliz.
Mister Hyde
Pasado el mediodía del 10 de octubre, la noticia sacudía a la opinión pública: un confuso episodio le había costado la vida al empresario Neuss y también la de su amada esposa. En base a la declaración en sede policial del hijo Juan, se supo que ellos estaban alicaídos porque al joven le habían diagnosticado una leucemia. ¿Acaso se trataba de un pacto suicida? De hecho, los noticieros no consideraban otra hipótesis y sus especialistas (psiquiatras y criminólogos con postgrado televisivo) teorizaban al respecto.
Los primeros resultados de las autopsias descartaron la teoría del pacto suicida que numerosos medios se aventuraron a lanzar.
Pero los primeros resultados de las autopsias, concluidas durante el alba del domingo, demostraron a la fiscal María José Basiglio que la señora Silvia María había sido tomada del cabello por su esposo antes de recibir un tiro en la cabeza que le rozó a él un dedo pulgar, además de presentar ella una serie de marcas defensivas. Conclusión: “femicidio seguido de suicidio”.
Enorme estupor entre familiares y allegados.
En tales circunstancias se produjo el festival de negaciones piadosas en los avisos fúnebres de La Nación. Y un cerrado silencio.
La verdad había sido barrida bajo la alfombra. Pero, en cuentagotas, esa verdad empezaba a salir a la superficie: Alguien del círculo íntimo del señor Neuss deslizó que tiempo atrás, en una comida, él había comentado que tenía “ataques de ira” y que no los podía controlar, razón por la que pensaba acudir a una psicóloga. También se decía que con Silvia María mantenía una crisis de pareja, y que ella se quería divorciar. A su vez, otro integrante de su círculo íntimo deslizó que Jorge Justo la trataba mal, que la menospreciaba, que le gritaba en el club house del country y que, incluso, en una ocasión la agarró del cuello, al punto de que los vecinos tuvieron que llamar al hijo Patricio.

La primera versión sobre la cadena de eventos del sábado arranca con los dos disparos oídos por las empleadas domésticas. Entonces llamaron al 911 y a la hija Lucila, cuya residencia se encuentra a 300 metros de allí. Y ella avisó a los hermanos Juan Y Patricio, quienes llegaron en pocos minutos para descubrir, al derribar la puerta del dormitorio principal, el cadáver de la madre y, a dos metros, al padre en agonía.
Ahora –en base a las declaraciones judiciales de familiares y allegados– se pudo reconstruir lo que realmente sucedió.
Casi al mediodía, tras despertar en soledad, Neuss había desayunado en dicho dormitorio. Luego envió sendas salutaciones a dos amigos que cumplían años. Todo indica que lo hizo con el Magnum, ya cargada, a su alcance.
Alguien del círculo íntimo del señor Neuss deslizó que tiempo atrás, en una comida, él había comentado que tenía “ataques de ira” y que no los podía controlar.
Los mensajes fueron enviados exactamente a las 12:36 y a las 12:37, en tanto que la llamada de las domésticas al 911 se hizo a las 12:59. En aquellos 22 minutos se desencadenaron los acontecimientos.
En ese lapso tuvo lugar la llegada de Silvia María, quien había dormido en la casa de Lucila, tras una fuerte discusión con su marido ocurrida la noche anterior. El motivo de su regreso era retirar algunos efectos personales, ya que –según el testimonio de la hija– ella, tras medio siglo de matrimonio, dio por terminada la convivencia con el empresario.
De la furibunda reacción de éste ya no hay detalles por revelar.
Ciertos misterios tienen patas cortas.