Patricia Bullrich, fiel a su estilo, lanzó una fake news por tevé. En este caso, dos mentiras históricas: dijo en el programa de la nieta de Mirtha Legrand que Montoneros mató al padre Mugica y que ella no integró esa organización armada. Ambas afirmaciones son falsas. Además: la muerte de la que prefiere no hablar.
Sin ser un canto al pluralismo, el ciclo La noche de Mirtha Legrand –ahora a cargo de su nieta, Juanita Viale– suele ofrecer momentos sublimes. Ese fue el caso de su emisión del 3 de octubre, que reunió a los siguientes comensales: el autor de libros que enaltecen la “teoría de los dos demonios”, Ceferino Reato, el flogger libertario Javier Milei, la ex ministra de Seguridad y actual cabecilla del PRO, Patricia Bullrich, y, de relleno, la cronista de TN, Carolina Amoroso.
Había que ver cómo Milei acorralaba por derecha a la señora Bullrich, provocando en ella un incómodo tartamudeo. Aún así esa mujer se convirtió en la estrella de la “mesaza” al incursionar ante casi un millón de televidentes –según la medición de IBOPE– en el campo del revisionismo histórico y, a la vez, autobiográfico, al revelar, en exclusiva, que el cura tercermundista Carlos Mugica “fue ejecutado por Montoneros” y que ella jamás integró sus filas.

La primera afirmación provocó un tímido reparo por parte de Reato:
– Bueno, eso que vos decís es nuevo. Porque la justicia federal, cuando estaba el juez (Norberto) Oyarbide, dictaminó que fue la Triple A…
– ¡Eso es mentira!
Aquella frase bastó para que él –que algo sabe de tales asuntos– fingiera el tipo de asombro de quien, súbitamente, descubre la verdad de la milanesa.
Y ella, sin que se le moviera un solo músculo del rostro, amplió:
– Lo mataron los montoneros. Era vox populi. Pero nunca se dijo. Y a mí me agarró una crisis total.
En este punto pasó a señalar su ajenidad a la “Orga”, reconociendo que únicamente estuvo en la Juventud Peronista (JP), una de sus agrupaciones de superficie, en calidad –según su versión– de militante periférica. “Pero yo no pertenecí a Montoneros”, supo insistir.

Tal vez ambos embustes estén enraizados en el ejercicio macrista de la “posverdad”, tal como se le llama al acto de privilegiar el impacto emocional de una información por sobre su veracidad. Sin embargo es notable que ella se animara a tanto.
Con respecto al ataque contra Mugica, su amigo, Ricardo Capelli, tardó apenas unas horas en desmentir rotundamente los dichos de Bullrich a través de un comunicado, allí señala: “Yo fui testigo y víctima en esa noche, cuando me impactaron cuatro balas y nos llevaron juntos al Hospital Salaberry”.
El hecho tuvo lugar el 11 de mayo de 1974 en la iglesia San Francisco Solano, de Villa Luro, cuando el sacerdote se aprestaba a dar misa.
De acuerdo al testimonio de Capelli –vertido en diversas oportunidades ante jueces y periodistas– en la nave del templo estaba Rodolfo Almirón, un guardaespaldas de José López Rega, a quien él había visto en el Ministerio de Bienestar Social, cuando el cura fue nombrado “asesor en villas”.
Sus dichos no difieren de la reconstrucción realizada por María Sucarrat para su libro El Inocente-Vida, pasión y muerte de Carlos Mugica: “El cura se encontraba en el altar y Capelli en la puerta de la parroquia. Los fieles eran los de siempre. Salvo dos. A Capelli le llamó la atención uno de ellos, con bigote espeso, sentado en la última fila. Cruzaron miradas varias veces”.

Tras concluir la misa, la siguiente escena transcurrió en la calle Zelada, y fue observada por todos los feligreses.
– Padre Carlos– le gritó el hombre de bigotes espeso, al tiempo que sacó una ametralladora de entre sus ropas.
– ¡La puta que te parió, hijo de puta! –alcanzó a gritar Mugica, y su voz quedó tapada por el sonido de los disparoCs.
“Fue un instante. Capelli se dio vuelta. Vio a Mugica en cámara lenta. Y cayó hacia atrás. En ángulo recto. Como en dos tiempos”, consigna Sucarrat.
Y agrega que “(Capelli) sintió otra ráfaga, desde el lugar opuesto al que había caído su amigo. Las balas le pegaron a él y cayó”.
Lo cierto es que llegó a ver al matador. Era Almirón.
Tal como determinó la pesquisa judicial, hubo otros dos sicarios: Edwin Duncan Farquharson y Ramón Morales.
Los tres, reconocidos por numerosos testigos, eran los jefes de la Triple A. Y murieron procesados entre 2007 y 2008.

Pero en el otoño de 1974, la “crisis total” que le provocó a “Cali” –el apodo de Bullrich en la JP– la creencia de que el crimen de Mugica había sido obra de Montoneros no le impidió recalar, poco después, en una unidad básica de Villa Ballester que dependía de la Columna Norte de la “Orga”, cuando la pareja de su hermana Julieta, el famoso Rodolfo Galimberti, fue enviado allí como cuadro militar. Y con una misión iniciática: planificar el secuestro de los hermanos Juan y Jorge Born.
Tras la muerte de Perón, cuando empezaron a arreciar las acciones de la Triple A contra objetivos de la Tendencia Revolucionaria, muchos militantes de superficie fueron incorporados al aparato militar sin dejar de pertenecer a sus agrupaciones de origen. Cali fue asimilada a ese régimen.
Ya corría agosto cuando le encomendaron un relevo topográfico desde la localidad de Beccar hasta La Lucila, a través de la Avenida del Libertador, para monitorear el flujo del tránsito hacia la Capital Federal –con la duración estimada del recorrido– y las vías de repliegue en el tramo final. Obviamente, era para calcular la emboscada a los ejecutivos de Bunge & Born.
Esa operación fue comandada por Galimberti durante la mañana del 11 de septiembre. El Ford Falcon de los ejecutivos fue emboscado en la esquina de Elflein y Acassuso. Además del chofer Juan Carlos Pérez, también había un hombre cuya presencia no estaba prevista. El hecho es que Pérez estiró una mano hacia la guantera para extraer una pistola. Y Galimberti se lo impidió a balazos; el tipo murió de inmediato, al igual que el otro hombre.

Esa noche los noticieros informaron que era un gerente del holding que esa mañana había visitado a los Born: su nombre Alberto Cayetano Bosch.
Sin embargo, hubo un detalle sobre él que se mantuvo en secreto hasta septiembre de 2019, cuando el autor de este artículo publicó el libro Patricia / De la lucha armada a la Seguridad: ese individuo era nada menos que el tío segundo de Cali. Vueltas de la vida.
Raro que este percance no le haya causado a ella otra “crisis total”.
En diciembre de 1975, tras unos meses en la cárcel de Villa Devoto a raíz de su arresto al haber sido sorprendida haciendo una pintada durante el “Rodrigazo”, retornó a la militancia, y fue asimilada al área operativa de la “Orga”, pero para tareas de poca envergadura, al punto de que sus compañeros ámbito la tomaban para el churrete, diciendo que su grado militar era “cuñada primera”.
Pero al año siguiente, ya luego del golpe de Estado, le fueron confiadas responsabilidades más delicadas.
Durante la mañana del 14 de septiembre de 1976, los ocupantes de dos vehículos estacionados sobre la calle Paraná, casi Maipú, de Olivos, resultaron masacrados por una patota del Ejército.
Eran militantes montoneros. Y aquel era el punto de encuentro para una acción armada: la ejecución de un ejecutivo de la multinacional Sudamtex, que solía entregar listas de obreros a los grupos de tareas del régimen.
La cita estaba “envenenada”.

La quinta integrante del grupo era Cali. Pero olfateó la celada represiva al bajar del colectivo en la avenida. Entonces enfiló hacia la dirección opuesta. Y al quedar fuera del campo visual de los esbirros, se escondió en el jardín de una casa. Desde allí pudo escuchar los disparos que mataron a Miguel Lizaso, Cristián Caretti, Sergio Gass y un muchacho apodado “Ramón”. Ella temblaba como una hoja. Pero salvó su pellejo.
Tres meses después participó en lo que Galimberti supo denominar “el último operativo de 1976”. A bordo de un Fiat 1600 manejado por él, Cali fue llevada a la esquina de Eduardo Costa y Ascasubi, de la zona Norte. Ahí, ella bajo con un “caño” entre las manos –programado para explotar en apenas tres minutos–, y lo depositó en el porche de un chalet. Allí vivía el intendente de San Isidro, coronel José María Pedro Noguer. Exactamente cuando el vehículo atravesaba la Avenida del Libertador, Galimberti y ella oyeron la explosión. Y él se volteó para guiñarle un ojo. Ella otra vez temblaba.
Al año siguiente, junto con Galimberti y Julieta, partió al exilio: Brasil, México y España, sin abdicar a su militancia montonera.
Hasta el 22 de febrero de 1979, cuando su cuñado anunció su ruptura con la “Orga” por su “sectarismo mesiánico”.
Comenzaría así otra etapa en la lucha de Bullrich por la acumulación de poder. Pero esa ya es otra historia.