Experta en escraches, revelaciones divinas y maniobras sucias, la ex diputada macrista estuvo detrás del apriete al cortesano Lorenzetti en Rafaela. Sus vínculos con los espías y la desconfianza de sus aliados. La burda operación contra Aníbal Fernández. Biografía política de la referente ultraconservadora que desvela, incluso, a Patricia Bullrich.
El supremo Ricardo Lorenzetti vivió su propia Kristallnacht –tal como pasó a denominarse el ataque nocturno a casas y tiendas de la comunidad judía en la Alemania nazi, a fines de 1938–. Pero la suya, con horario vespertino y clave herbívora, fue una parodia del modelo original. Ocurrió el 26 de septiembre, cuando unos 15 automóviles de alta gama sacudieron a bocinazos y gritos la calma chicha de la ciudad santafecina de Rafaela, al desfilar con amenazante lentitud ante su hogar para presionarlo a que vote el per saltum en beneficio de los jueces trasladados a dedo por el ex presidente al edificio de Comodoro Py.

El asunto fue encabezado por la señora Corina Vecchioli, una puntera local de Elisa Carrió. Y ésta, en razón a los repudios que provocó el escrache –incluso entre ciertos sectores de la oposición–, salió con premura a defender su legitimidad frente a quienes –según soltó a la prensa– buscan “criminalizar la protesta”. Ya envalentonada por su repercusión, ancha como nunca y con el ímpetu de una orca que se abre el paso en el mar, también dejó entrever que ese apriete fue fruto de su inventiva, y que –según confió a sus íntimos– así se ubicaría en la vanguardia de la lucha contra el populismo.
Quizás sea una ambición viable. ¿Acaso su personalidad no cuaja con la tipología disparatada de quienes suelen nutrir regularmente los “banderazos” en el Obelisco? ¿Acaso sería extraño que ella se perfile –y hasta en desmedro de la desgastada Patricia Bullrich– para ser la guía espiritual de la restauración conservadora?
Corina Vecchioli, puntera de Carrió en Rafaela, fue la organizadora del escrache a Lorenzetti.
A tal desafío se le suma un pleito judicial entre el ministro de la Corte Suprema y la jefa de la Coalición Cívica (CC), el cual terminó por tornarse muy desfavorable para ella. Pero vayamos por partes. En primer lugar, bien vale reparar en la trayectoria de esta mujer para así comprender su resurrección política.

La Divina Providencia
Apenas con 23 años recién cumplidos “Lilita”, así como todos ya la llamaban, tenía su diploma de abogada y una promisoria carrera en la justicia del Chaco. De hecho, en 1979, nada menos que el interventor de esa provincia, general Antonio Serrano, firmó un decreto para designarla como asesora en la Fiscalía del Estado. Tiempo después atribuiría su etapa como funcionaria judicial de la última dictadura cívico-militar a una razón atendible: “Yo necesitaba una obra social”. Al perecer, poco antes había sufrido un accidente vial. “Si no hubiera aceptado esa tarea, hoy no estaría con vida”, fueron sus palabras. En 1980 fue designada secretaria de la Procuración del Superior Tribunal de Justicia, un cargo con jerarquía de juez de Cámara. Aquella vez tuvo que cumplir con un pequeño formalismo: jurar por las Actas del Proceso.
Carrió justificó sus años de funcionaria judicial de la dictadura en su “necesidad de una obra social”.
Tres décadas más tarde, ya convertida en una abanderada de los valores republicanos, fustigó al gobierno kirchnerista por una orden de arresto librada por la justicia misionera contra el coronel retirado Luis Sarmiento. El hecho de que éste fuera el progenitor de la jueza María José Sarmiento –quien saltó a la fama por suspender el decreto para crear el Fondo del Bicentenario– bastó para que Carrió pusiera el grito en el cielo. “¡Es una maniobra del oficialismo para intimidar magistrados!”, fue su lectura al respecto pese a que el anciano militar –conocido entre sus camaradas como “El mago de la picana”– estaba acusado por 43 privaciones ilegítimas de la libertad con torturas seguidas de muerte, ocurridas durante su gestión como ministro de gobierno de Misiones, entre 1976 y 1977.
Entre un episodio y otro, tuvo el sueño de ocupar el sillón de Rivadavia. Y apostó todas sus fichas en hacerlo realidad. De modo que en las elecciones de 2007 compitió a tal fin con Cristina Fernández de Kirchner.

En esos días asistió a una comida ofrecida en la casa de un prominente hombre de la cultura. Y tras vaciar su copa de vino, dijo:
–A mí, Dios se me apareció dos veces.
Al concluir la frase, volvió a llenar la copa.
Los otros comensales digirieron aquella confidencia cruzándose miradas incómodas. Sin embargo, el anfitrión supo mitigar la tirantez del momento con una fingida curiosidad.
Eso bastó para Lilita ampliara tal revelación sin ahorrar ningún detalle. Entonces dijo que las visitas divinas habían ocurrido de madrugada y que para ella fueron “muy angustiosas”.
“A mí, Dios se me apareció dos veces… en ambas ocasiones, Dios me pidió que fuera presidenta” (Elisa Carrió)
Finalmente, soltó:
–En ambas ocasiones, Dios me pidió que fuera presidenta.
Ya se sabe que aquella vez la Divina Providencia no estuvo de su lado.
Una década después, ya convertida en uno de los artífices de la triple alianza entre la CC, la Unión cívica Radical (UCR) y el PRO, tuvo un enorme éxito en las elecciones legislativas, donde revalidó su banca de diputada. Pero restringiendo al máximo su participación en actos proselitistas por indicación expresa de Mauricio Macri. Porque, semanas antes, sus desafortunados dichos sobre la desaparición forzada de Santiago Maldonado (“Hay un 20 por ciento de probabilidades de que esté en Chile”, y la comparación con Walt Disney al ser hallado su cuerpo en las aguas heladas del río Chubut) impulsaron su voto de silencio. Aún así, durante una reunión con afiliados en un local del barrio de Belgrano no vaciló en afirmar que buscará “el consenso” para dar impulso a la revisión de los juicios a represores por delitos de lesa humanidad, al decir que muchos de ellos fueron “condenados sin pruebas”. Macri puso el grito en el cielo por lo poco oportuno de la cuestión.

Para él una aliada así siempre fue una fuente inagotable de jaquecas. De modo que sus intentos de contención siempre fueron extremos.
Lo prueba el fisgoneo sobre Lilita en su ya olvidado viaje “secreto” a la capital paraguaya para tomar el té con el mayor Alejandro Camino, un antiguo carapintada que residía allí. Aquella resultó otra típica comedia orwelliana del régimen macrista.
Al clarear el 17 de abril de 2017 ella abordó en el mayor de los sigilos un vuelo de Aerolíneas hacia el vecino país. La acompañaban sus habituales guardaespaldas y Mónica Frade, su colaboradora de cabecera. El motivo del viaje era enriquecer allí su pesquisa sobre el contrabando en la hidrovía del río Paraná. Un tema que, según ella, le quitaba el apetito.
“Arribas me explicó que en Paraguay me cuidaba una persona cercana a él”, dijo Carrió días después de ser fotografiada en Paraguay mientras se reunía con el carapintada Alejandro Camino.
Tal propósito había causado cierta alarma en el octavo piso del edificio de la AFI, donde tenía su despacho la subdirectora Silvia Majdalani, ya que un alto funcionario del Poder Ejecutivo no era ajeno a esa maniobra delictiva. De modo que allí obraban los datos de su travesía “antes, durante y después” de la misma.
El resto es conocido: la vigilancia sobre Lilita en Paraguay estalló seis semanas después, incluso con una foto tomada a hurtadillas por los agentes durante su encuentro en una confitería con el tal Camino, y publicada el 24 de mayo de aquel año por el diario Clarín.
Ella entonces se mostró contrariada con el director de la AFI, Gustavo Arribas. Pero una semana más tarde se desdijo con el siguiente argumento: “Arribas me explicó que en Paraguay me cuidaba una persona cercana a él”. Esas fueron sus exactas palabras. Así concluyó esta historia. Y jamás se supo lo que realmente pudo disuadirla de seguir agitando su enojo.

Quien también sufrió a Lilita fue Fabián Rodríguez Simón (a) “Pepín”, uno de los principales operadores judiciales del macrismo. Lo cierto es que el romance político entre ellos osciló entre el sainete y la tragedia shakesperiana.
A mediados 2016, el presidente había convocado al entonces vicejefe de Gabinete, Mario Quintana, y a Rodríguez Simón para confiarles una misión de suma delicadeza: controlar a Lilita ante sus proverbiales derrapes. La eyección de Quintana del cargo hizo que el pobre Pepín fuera el único acompañante terapéutico de la señora.
Fue un deber no exento de mala sangre. Porque poco después ella soltó en el programa de Mirtha Legrand: “El ministro Germán Garavano no existe; la Justicia la manejan (Daniel) Angelici y los pepines”. Una amiga.
Rodríguez Simón, sentado frente a la pantalla, montó en cólera. Y por un tiempo le retiró el saludo a Carrió. Hasta que por orden presidencial tuvo a bien reconsiderar tal actitud.
En las primarias de 2019 su participación en la campaña electoral se limitó a un spot en la que aparecía en el campo con un gato”.
En las elecciones Primarias del año pasado los recaudos sobre Lilita se redoblaron con una estrategia rigurosa. Tanto es así que su participación en la campaña se limitaba a un spot que la mostraba en medio de un campo, con un gato – ¡sí, un gato! – entrando y saliendo del plano una y otra vez.
“Sé que estamos mal. Todos estamos mal”, fue su arranque, mientras el gato la observaba.
Tal video fue su único aporte a la carrera del líder por la reelección. En los pasillos del poder era un secreto a voces su virtual carácter de proscripta en las tareas proselitistas. Y los candidatos se espantan ante la sola perspectiva de ser apoyada por ella en un acto de campaña.
Pero tampoco era cuestión de ofenderla. Ese delicado equilibrio se había convertido en una política de Estado.

Públicamente, los voceros de JxC minimizaban el apartheid hacia ella. “Nosotros la invitamos a las recorridas y Lilita decide si va a no”, solían decir al respecto. Su reacción, extrañamente, fue muy pacífica: “No soy candidata y nunca voy a los actos grandes”.
Para no malograr esa tensa calma, cuatro de las figuras más cercanas a Macri (Marcos Peña Braun, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y Diego Santilli) tuvieron la delicadeza de aplaudirla en el complejo teatral San Martín, de la avenida Corrientes, durante la presentación capitalina de su libro, intitulado Vida.
Tres mese antes, el propio Peña Braun había dicho de ella: “A esa mujer nos la plantó el enemigo”. Y Macri enarcó las cejas al concederle la razón.
Fue después de que ella dijera: “Gracias a Dios que murió De la Sota”.
Esa frase fue pronunciada en la ciudad cordobesa de Cruz del Eje. Junto a ella estaba el radical Mario Negri. Había que ver su cara al oír aquella frase. Carrió estaba allí para apoyar su candidatura a gobernador. Seguramente, el tipo debió contar una y otra vez los votos perdidos a raíz de esa intervención.
“A esa mujer nos la plantó el enemigo”, se lamentó Marcos Peña después que Carrió dijera: “Gracias a Dios que murió De la Sota”.
También por aquellos días, en tren de apoyar al candidato santafecino de Cambiemos, José Corral, ella denunció a uno de sus rivales, el socialista Antonio Bonfatti, por estar “al servicio” del afamado clan rosarino de narcos Los Monos. Esa acusación le valió el repudio de todo el arco político. Corral, quien había avalado sus dichos, perdió por goleada.
Fue entonces cuando los responsables de la campaña macrista le bajaron disimuladamente el pulgar.
Días después, en una entrevista televisiva con Viviana Canosa, disparó: “El gobierno tiene que cambiar muchas cosas”.
Se la veía ofuscada,
Sus ojos estaban clavados en la cámara, como si en esa frase hubiera un mensaje encriptado.

Poco después, luego de anunciar su retiro, se enclaustró por una extensa temporada en su residencia emplazada en Exaltación de la Cruz.
Pero su ausencia no fue definitiva.
La fiscal de la República
Es posible que en el transcurso de su retiro haya redimensionado un extraño episodio ocurrido en marzo de 2019, cuando se presentó ante el juez federal Claudio Bonadio para denunciar que al canciller Jorge Faurie le había llegado, por una comunicación interna, el dato de que su hijo Enrique Santos estaba detenido en México por narcotráfico. No era verdad. Carrió había hablado con su retoño, quien le dijo que eso jamás sucedió.
No era la primera vez que un rumor de esa índole ponía en duda el buen nombre y honor del joven Santos. Eso también había ocurrido –con idéntico soporte narrativo– un año y medio antes.
Pero en esta ocasión, la fundadora de la CC sospechaba de su antigua socia, la ministra Bullrich. Tal vez no estaba errada.

Porque días antes, el periodista Horacio Verbitsky adjudicó la operación a la Policía Federal. Sostuvo su hipótesis en su columna de El Destape Radio, al decir que “esto tiene un enganche político y es una forma maquiavélica de conducción muy propia de la mafia, de tener a los aliados con la rienda corta”.
¿Sería una réplica a sus propios chantajes, oportunamente denunciados por el ex diputado Nicolás Massot en su cara? Una forma nada sutil de decirle que entre bomberos está mal visto pisarse las mangueras.
Claro que, a fines de 2019, la derrota electoral disipó tales enconos ante el advenimiento de otras complicaciones.
Desde entonces los procesos penales que había impulsado en su carácter de denunciadora serial -junto a sus laderas, Mariana Zuvic y Paula Oliveto– se fueron desplomando como castillos de naipes. Al respecto, tres ejemplos: la causa armada contra el ex ministro Aníbal Fernández, en el triple crimen de la efedrina (en base a la impostura de que su apodo era “la Morsa”, debidamente mencionado por testigos al aludir a un sospechoso); la presentación judicial sobre el presunto complot urdido por los presos kirchneristas desde el penal de Ezeiza y también la denuncia por “enriquecimiento ilícito” contra Lorenzetti.
Los procesos penales que impulsó en su carácter de denunciadora serial se fueron desplomando como castillos de naipes.
Sobre el primer caso, ya se sabía desde agosto de 2015 que la entrevista emitida en el programa PPT, de Jorge Lanata, al ex oficial de La Bonaerense y dignatario de la mafia de los medicamentos, José María Salerno –quien allí “admitió” que Fernández era La Morsa– se realizó en el departamento de Lilita. Ahora es público que el usuario de aquel apodo comprometedor era en realidad Julio Pose, un ex agente de la SIDE relacionado con Sebastián Forza, una de los asesinados.
Sobre el segundo caso, llamado por la prensa “Operación Puf”, ahora saltó a la luz que –con el falso abogado Marcelo D’Alessio ya tras las rejas por orden del juez federal Alejo Ramos Padilla– las diputadas Zuvic y Oliveto denunciaron la falsa conspiración carcelaria basándose en audios no aportados al juzgado y que, según ellas, le tiraron a Carrió bajo la puerta, para así salvar al fiscal Carlos Stornelli, sucio hasta las orejas por su lazo con el detenido. El expediente acaba de ser cerrado por “inexistencia de delito”.
Lo de Lorenzetti es para Lilita aún más embarazoso. Su denuncia contra él y su mano derecha, Héctor Daniel Marchi, fue desestimada en su momento por el juez federal Sergio Torres, también por “inexistencia de delito”. El hecho es que Lorenzetti y Marchi acaban de ganarle a Carrió un juicio civil por “daños y perjuicios” a raíz de dicha trapisonda. Y –según se evalúa en los pesillos judiciales – semejante revés de la dirigente macrista no es ajeno al escrache que el sábado le organizó al ministro de la Corte en su Rafaela natal.
En tal contexto su carrera política cobra nuevos bríos.