“No pasa nada”, le decía nuestro vecino a la señora de enfrente, al tiempo que agregaba: “los yankis ya deben tener una vacuna que proteja a toda la sociedad”. Claro, es que durante décadas, la industria del cine de los EE.UU. nos bombardeó con imágenes que construyeron en el imaginario colectivo, la idea de que «los defensores de la libertad» se cubren con una capa de superhéroe que los hace invencibles y salvadores de la humanidad.
Sin embargo, «en la cancha se ven los pingos» nos recuerda el popular refrán. Porque cuando era el momento de trasladar este relato épico a la realidad efectiva, vimos que nos habían vendido humo. No eran los salvadores, eran los villanos. Los vimos confiscando insumos sanitarios. Los vimos dejando de financiar a la OMS (Organización Mundial de la Salud). Los vimos enterrando a sus muertos, aquellos que nadie reclama, los abandonados, los homeless –los sin techo― sin reconocer en la Isla Hart. Y vimos cómo el Estado se corrió dándole vía libre al Coronavirus para que haga lo que quiera con su población, dejando un saldo superior a las 100.000 muertes.
En la transposición de las ficciones literarias a lo real, el relato cinematográfico solo terminó siendo eso, un relato, construido con la intención de que la representación de los “salvadores” tenga consenso y conforme un imaginario colectivo, siempre subordinado a los intereses del dueño de los medios de producción.
La industria del cine de EE.UU. construyó la idea de que “los defensores de la libertad” se cubren con una capa de superhéroe que los hace invencibles.
Aquí, nuestro atento lector se estará preguntando ¿Por qué se eligió el cine para esta representación? Es que la industria cinematográfica ―y más aún la hollywoodense― refleja los sentimientos de una nación y ayuda al fortalecimiento de una identidad en común, creando un proyecto futuro colectivo, sustentado en las raíces históricas. Esto ha permitido homogeneizar a todos sus habitantes a lo largo de las generaciones y convencerlos de que su misión es la de defender su bandera, sus símbolos, sus leyendas, sus héroes míticos y su Patria.
En este sentido, desde los comienzos del conflicto internacional recordado como la «Guerra Fría», el cine como fenómeno de masas, y más precisamente, el de Hollywood, desempeñó un papel de gran relevancia en tanto mecanismo de difusión ideológico y cultural conocido como «la cultura de la victoria» de los Estados Unidos. Ésta fue elaborándose a través de los años, permitiendo mantener cohesionado al país prácticamente desde su nacimiento como nación (Augusto Fiamengo, 2010).
Por lo tanto, podemos asegurar, sin titubear, que el cine es el mejor instrumento de propaganda política. El ejemplo por antonomasia son las películas de Sylvester Stallone ―Rocky y Rambo― que se convirtieron en la excusa perfecta para la reconstrucción de la identidad cultural destruida tras la Guerra de Vietnam.
“Cuando era el momento de trasladar este relato épico a la realidad efectiva, vimos que nos habían vendido humo”.
Todos recordamos Rocky IV, ¿no es cierto? Este film, que se estrenó durante la presidencia de Ronald Reagan (EE.UU.) y Mijail Gorbachov (U.R.S.S), no tuvo solo el objetivo de entretener, sino más bien, el de formar y adoctrinar.
El argumento es el siguiente, el boxeador ruso, Ivan Drago (Dolph Lundgren) asesinó a Apolo Creed (Carl Weathers) en una pelea de exhibición, dando origen al mito triunfalista en el que Rocky Balboa (Sylvester Stallone), se enfrenta al «imperio del mal» y lo vence con sus propios puños. El final no puede ser otro: toda la dirigencia política del Partido Comunista ovaciona al deportista norteamericano tras su discurso triunfal, perdón el spoileo, pero no puede no haberla visto.
Por ello decimos que, el cine es una maquinaria cultural e ideológica que convence a sus espectadores de la política interna/externa que quiere llevar adelante el país, identificando a un enemigo, creando estereotipos para luego destruirlos. Así funciona, ―o funcionaba― construyendo representaciones imaginarias del mundo que, a la vista de los últimos acontecimientos, terminaron siendo gato por liebre.
“El único villano aquí, siempre fue Estados Unidos y el coronavirus nos ayudó a desenmascararlo”.
Y volviendo a la crédula frase del vecino, la culpa no es de él por engañar a la señora de enfrente haciéndole creer que EE.UU. se vengará de este enemigo invisible que tanto daño está haciendo. No le miente, solo reproduce el resultado de la operación mental que está en todas las películas, la que exhibe los principios de venganza como modo de aniquilar a quien fuera el responsable de sus tragedias, construyendo al mismo tiempo, un argumento que justifique todos los excesos cometidos por los “defensores de la libertad” en pos del anhelado fin.
A partir de ahora, sabremos que la industria de Hollywood nos vende espejitos de colores cuando intente reflejar, en una película pochoclera, la cultura basada en la victoria sobre el imperio del mal. El único villano aquí, siempre fue EE.UU. y el coronavirus nos ayudó a desenmascararlo.
*Los autores son miembros del Grupo Artigas.