Romper el silencio. Por infancias y adolescencias libres de violencia sexual (Editorial DAO) es un libro escrito por la psiquiatra infantojuvenil Silvia Ongini, las psicólogas Victoria Gándara y Dolores Steverlynck (fundadoras del Centro de Prevención y Atención del Abuso Sexual en la Infancia y Adolescencia), y la periodista María Ayuso, que hace años se especializa en la problemática de vulneración de derechos de las niñas, niños y adolescentes. A continuación, adelantamos el primer capítulo.
Hablar sobre violencia sexual contra niñas, niños y adolescentes (NNyA) suele ser incómodo. Continúa siendo un tema tabú –posiblemente, “el tema”– y recuentemente lo evitamos. Ese constante esquivar la problemática, sumado a la creencia errónea de que se trata de “un problema familiar” que debe resolverse “puertas adentro”, y a los mitos y prejuicios que persisten, son las capas geológicas sobre las que se sustenta el silencio. La violencia sexual contra las infancias y adolescencias es una de las más silenciadas e invisibilizadas que existen: “De eso no se habla”. Y al no nombrarla, se niega su existencia. Poner el abuso y sus consecuencias en palabras implica aceptar el camino tortuoso de adentrarnos en una de las formas más graves de maltrato.
Que esta problemática se instale como tema de conversación en la mesa familiar, en las escuelas, en los servicios de atención de la salud y en todos los espacios donde transcurre la vida de las chicas y los chicos, es uno de los objetivos de este libro. Porque a pesar de su alta prevalencia, la mayoría de los casos no son detectados ni denunciados, lo que hace que en la Argentina y en el mundo, miles de niñas y niños no tengan acceso a un tratamiento ni a la Justicia, donde la impunidad de este delito es enorme. Las cifras con las que contamos son apenas la punta del iceberg.

Nos parece fundamental subrayar que, lejos de ser una cuestión familiar o individual, la violencia sexual contra las infancias y adolescencias es una problemática social que debería involucrar a toda la ciudadanía. Cuando hablamos, se cae el velo que nos impide visibilizarla en toda su magnitud. Hablar es el primer paso para prevenir, detectar e intervenir a tiempo. Por eso, empecemos por el principio.
¿Qué implica el abuso?
El abuso sexual contra NNyA es cuando se los involucra en actividades sexuales que no llegan a comprender totalmente, para las cuales están evolutivamente inmaduros y no están en condiciones de dar consentimiento. En otras palabras, es la intromisión de la sexualidad adulta en el cuerpo y el psiquismo de chicas y chicos. No debemos olvidar que no son comportamientos consensuados aún cuando el niño no se resista, ya que este tipo de violencia incluye tanto el coaccionar o forzar, como la persuasión.
En la inmensa mayoría de los casos, los agresores son parte del entorno familiar y social próximo de las NNyA que son víctimas, lo que dificulta la intervención. Estamos hablando de padres, abuelos, tíos, hermanos, entre otros vínculos cercanos. Al contrario de lo que pensamos, el hogar está lejos de ser el sitio más seguro para muchas infancias y adolescencias. Las estadísticas muestran que los abusadores son en general del género masculino; sin embargo, también hay mujeres que abusan. En muchos casos, la violencia sexual suele sostenerse en el tiempo, incluso durante años, antes de ser develada.

El abuso sexual se constituye siempre como un vínculo depredador que se apoya sobre uno previo de amor, confianza y dependencia, provocando que a las chicas y los chicos les cueste reconocerse como víctimas. Por el impacto que tiene en la subjetividad y en la psiquis en desarrollo de las NNyA, consideramos que podría equipararse a la tortura. Esa situación traumática sostenida en el tiempo y sin un tratamiento adecuado va a ocasionar daños neurobiológicos, subjetivos y vinculares que se van a expresar en todos los aspectos de su vida. No debemos perder de vista que estamos hablando de una niña o niño que es cosificado por quien debería estar amándolo, cuidándolo y dándole un sentido subjetivo.
Los chicos (y sus características neurobiológicas) no están maduros hasta la adolescencia –e, incluso, un poco más– para poder desplegar una sexualidad que los exprese como sujetos y, por lo tanto, para que puedan consentirla. Podemos ejemplificar esta falta de desarrollo neurobiológico si pensamos que nadie pretenderá que un chico a los seis meses camine, que al año escriba y dibuje o que a los cinco maneje un auto. Sin embargo, en muchos adultos está la creencia de que como las NNyA tienen genitales, la sexualidad puede desarrollarse en cualquier momento. Esto encubre lo que es el abuso en sí mismo, que es someter a alguien a algo que no puede comprender y por tanto tampoco metabolizar. El ser precozmente introducido en eso es totalmente traumático.
Podemos decir que en todos los casos existe o se genera:
• Una asimetría de poder, conocimiento y gratificación entre el agresor y la NNyA, independiente del modo en que se ejerza la coerción. Esa asimetría se encarna en un adulto que sí sabe lo que está haciendo, que busca placer para sí, utilizando a las chicas y chicos para satisfacer sus necesidades y expectativas, pasando por encima de las de ellos.
• Un doble daño: el que se produce en el vínculo sometedor-sometido y el que se relaciona con la exposición a la sexualidad adulta. La expresión de las consecuencias es muy variada.
• Un idioma que el niño, niña o adolescente no puede decodificar ni con su cuerpo ni con su subjetividad, por eso se inscribe como traumático.
• Un vínculo abusivo, un enclave tramposo, porque las niñas y los niños desde muy pequeños tienden a ver a esos adultos como “omnipotentes, omnipresentes y omniscientes”, y hasta pasada la adolescencia hay cierta literalidad en el pensamiento que hace que lo que es considerado bueno, bello y verdadero, esté dictado por esos cuidadores. De ahí la gran dificultad para salir de la trampa.

En muchos casos, lo que perciben los adultos protectores de chicas y chicos que fueron víctimas de violencia sexual es que “dejan de jugar”.
En resumen, cuando se introduce la sexualidad adulta en NNyA, se les roba la infancia.
La inmensa mayoría de las veces los abusos no dejan marcas en el cuerpo. El prejuicio de que la violencia sexual se da únicamente cuando hay penetración atraviesa toda la sociedad, incluso a algunos profesionales de la salud. Muchos, lamentablemente, no están capacitados para leer los síntomas y al no encontrar signos físicos de este tipo de violencia, la descartan. También existe la creencia de que algunas conductas implican “un poquito” y otras “un gran” abuso. Esto es falso. El abuso es siempre abuso y en todos los casos se va a inscribir en el psiquismo de una determinada manera. Así como nadie puede “matar un poquito” o “matar mucho”, la violencia sexual irrumpe de forma tal que nunca debe ser minimizada. Cuando le restamos importancia con frases como “no fue para tanto”, “solo fue roce” o “si no se trató de una violación no es tan grave”, estamos arrancando a la NNyA de su condición de sujeto y desconociendo sus etapas y niveles madurativos.
Yo soy
Las chicas y los chicos son sujetos de derecho. No se trata de “menores”, un término que, como subrayan desde Unicef, “retrotrae al marco legal previo al actual”. Parece obvio, pero en muchos contextos no lo es y por eso nos parece clave recordarlo. La Convención de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes, que en la Argentina tiene jerarquía constitucional, apunta a modificar el paradigma de cosificación y apropiación que el “mundo adulto” hace de las infancias y adolescencias. Fue un quiebre histórico: pasar de considerar a las NNyA como “objetos”, a su reconocimiento como sujetos de todos los derechos inherentes a su condición de persona humana, los llamados “fundamentales o personalísimos”.
El profesor Santos Cifuentes los define como “derechos subjetivos, privados, in- natos y vitalicios que tienen por objeto manifestaciones interiores de la persona, y que, por ser inherentes, extrapatrimoniales y necesarios, no pueden transmitirse ni disponerse en forma absoluta y real”. Es decir, son constitutivos de la dignidad e in- susceptibles de ser ejercidos por representantes.
El derecho a ser oído es uno de ellos y cobra particular importancia en el tema que nos convoca. Sabemos que la mayoría de los abusos sexuales no dejan marcas físicas y que son perpetrados por figuras de poder, cuidado y autoridad para la NNyA; y, por lo tanto, su testimonio y su voz son la única evidencia con la que muchas veces con- tamos. El derecho a ser oídos en los ámbitos que los implican es a su vez un desafío, pero uno fundamental e impostergable. Como padres, madres o familiares en general, nos puede traer aparejado el escuchar algo diferente a lo que deseamos o esperamos, algo que tal vez no encaje con el proyecto que esa chica o chico venía a cumplir para nosotros. En las instituciones educativas escuchar a los estudiantes puede empujar la necesidad de replantear una educación eficientista y aceptar el desafío de estimular el pensamiento sin adoctrinamientos. En el ámbito de la salud requiere el trabajo inter- disciplinario e incluir en los criterios de procedimientos médicos la capacitación para una escucha activa, respetuosa y adecuada. Que las NNyA sean oídas es un eslabón indispensable para que puedan ser actores partícipes de su propio proyecto de vida, contando con nuestro acompañamiento en el desarrollo de su autonomía progresiva.
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