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El virus y el setentismo, por Daniel Rosso

Por Daniel Rosso
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Lo viejo que debe morir

Las ideas transformadoras, para los grandes medios, siempre son viejas: para ellos, el discurso diferente pasa rápido de moda. Dice Ricardo Roa en Clarín: “Son tres personajes que cumplen un papel secundario y expresan ideas perdidas en la historia”. Se refiere a Graciana Peñafort, a Daniel Gollán y a Adriana Puiggrós. Y agrega: “No hace mucho, entre peronistas la chicana común era: te quedaste en el 45. Ahora es: te quedaste en los 70. O en el kirchnerismo, que aunque más joven, sigue pegado a las ideas de los 70”.

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En la misma línea: algunos periodistas son letales con las ideas “de otros tiempos”. No discuten directamente sus contenidos. Las atacan porque son viejas. Para esa mirada, el kirchnerismo es una identidad en flashback. Un retorno imaginario al setentismo.

Para ellos, el envejecimiento es un proceso selectivo. Una cronología caprichosa clasifica las políticas en nuevas o viejas según el comando arbitrario de los grandes medios. Estos detentan el poder de organizar las edades de las ideas. Son viejas las de los 70, pero no las del periodo 1966 – 1970, 1976 – 1983 o  2015 – 2019, entre otras.  Hay ideas que envejecen y otras que no.

Para algunos periodistas, el kirchnerismo es una identidad en flashback. Un retorno imaginario al setenismo.

La historia, a la vez, también queda sometida a un doble estándar: es, por un lado, el lugar de sepultura de las políticas muertas y, por el otro, la que rehabilita a las que viven para siempre. En esa perspectiva, el neoliberalismo es un pensamiento continuo que se inscribe en la eternidad. En cambio, las políticas nacionales, populares y democráticas sólo existen por un déficit de olvido. El neoliberalismo es resucitado permanentemente. Las políticas nacionales, populares y democráticas son sólo el producto de una memoria superflua.

“El cristinismo atrasa ideológicamente (…)” nos recuerda desde Perfil Beatriz Sarlo. Agrega Eduardo Van der Kooy desde Clarín con respecto al impuesto a los grandes patrimonios personales: “Tuvo en el senador Oscar Parrilli y el diputado Carlos Heller a fogoneros incansables. Sería natural en hombres de formación setentista que están, por razones biológicas, en la última recta de la política. Resulta más inquietante la presencia de Máximo Kirchner, un dirigente joven, a quien el propio Presidente le augura porvenir. Si así fuera, el porvenir quizás significaría pasado”.

En este modo de organización del tiempo, las propuestas políticas  son colocadas en una línea que no se extiende de derecha a izquierda sino del pasado hacia el futuro. Es raro: de ese modo los discursos o los proyectos tienden a no coincidir en un mismo espacio temporal. Es decir: los discursos no se cruzan. Por lo tanto, no hay modo de ejercer la democracia.

En esa línea continua del tiempo hay un punto donde el  pasado se condensa y se vuelve aún más definitivamente pasado: es el setentismo. Pero una combinación aleatoria de sangre, médicos cubanos, presos liberados masivamente e impuestos a los grandes patrimonios, lo vuelve al presente. Entonces: en el cimbronazo global de la pandemia el setentismo lejano vuelve con sus sagas de palabras claves.

Lo viejo que debe volver

Hay un pasado que siempre vuelve: Cristina Fernández de Kirchner. Junto al relato de la paralización de la Justicia y del Congreso aparece el intento opositor por reinstalar la agenda republicana. Esa escena de  concentración del poder en el Ejecutivo demanda el retorno de la  ex Presidenta: es ella la que representa el regreso del “autoritarismo”. Entonces, eso que no debe volver es convocado insistentemente para que vuelva. Cristina es un tripulante del pasado traída desde el más allá para que obstaculice el presente.

La retórica conspirativa se impone en las notas de análisis que involucran a Cristina Fernández de Kirchner.

No hay discurso republicano sin la ex Presidenta: porque la  República es aquello que existe cuando ella la niega. Es decir: la República sólo existe cuando el kirchnerismo la hace desaparecer. Por eso, ese pasado está a la vez sepultado y movilizado. La oposición intenta reconstituirse en base a un discurso que reivindica lo que está siendo asediado: para ello necesita a Cristina Fernández de Kirchner, una profesional del asedio según los medios concentrados.

De allí que la retórica conspirativa se impone en las notas de análisis que la involucran: hay un relato de lo que sucede en la superficie de la política que sólo puede ser explicado por los movimientos clandestinos de un sujeto que no aparece, pero que es acusado de producir los hechos. En todo clima de conspiración la acusación une acontecimientos visibles con un actor no visible que los produjo. En esa incertidumbre entre lo visible y lo invisible se sitúan los grandes medios: armando sospechas que organizan las tramas ocultas de la política. De allí que no trabajan develando secretos sino ocupando sus territorios con acusaciones.

Dice Eduardo Van Der Kooy en Clarín: “Algo más que inquieta: esas oscuridades parecen espoleadas, sobre todo, desde el oficialismo (…) Las provocaciones no emergen desde algún escalón inferior o marginal. Corresponden a Cristina Fernández. La vicepresidenta y líder natural –todavía- de la fuerza que se encaramó en el poder. La ex presidenta asoma como una de las responsables de la parálisis del Congreso. De hecho, el Senado que comanda no ha tenido ninguna actividad desde que se declaró la cuarentena. Ni siquiera de las comisiones”.

En ese espacio de la sospecha, lo que predomina es la construcción de hipérboles: los hechos son exagerados para poner en escena el retorno espectacularizado de la jefa suprema de la maldad.

Se reanima una rara tensión entre lo viejo que hay que eliminar y lo viejo que debe volver para ser estigmatizado.

Dice Nicolás Wiñazki en Clarín: “En las últimas semanas, el secretario de Derechos Humanos de la Nación, Horacio Pietragalla Corti, actuó de modo formal ante diferentes juzgados para lograr la liberación de siete presos. Al menos cinco de ellos están o estuvieron detenidos por causas de corrupción. El funcionario actuó en secreto (…) El secretario de Derechos Humanos forma parte de un numeroso grupo de funcionarios que responden a otra jefatura política, la de Cristina Fernández”.

A partir de allí, las exageraciones se desplegaron de modo aluvional hasta llegar a sugerir que, detrás de los levantamientos en las distintas cárceles durante la semana que pasó, hay un plan kirchnerista para liberar masivamente a los presos acusados de violaciones y de crímenes.

El inefable Joaquín Morales Solá llevó la construcción hiperbólica al absurdo: partió desde la palabra “sangre”, escrita por Graciana Peñafort en un tweet, a preguntarse por la eventualidad de una guerra civil en la Argentina. “Un contrato social y político vigente desde 1983 fue destruido por un desquiciado tweet de pocas palabras. Ese pacto implícito señalaba un nunca más a la violencia política, después de que la Argentina sufriera en los años 70 los criminales desbordes de la guerrilla y de la represión. El proceso de ruptura lo inició Graciana Peñafort, directora de Asuntos Jurídicos del Senado, quien escribió, en una clara y pública presión a la Corte Suprema, que el tribunal “debe decidir ahora si vamos a escribir la historia con sangre o con razones, porque la escribiremos igual” (…) ”Cristina ya no está sentada en su casa ni dedicada a la tramoya política en el Instituto Patria; es la vicepresidenta de la Nación. ¿Existe la amenaza de una guerra civil? ¿De una resucitación de la lucha de clases? ¿De un regreso a la violencia política en alguna de sus formas? Ninguna historia se escribe con sangre si no hay violencia en el medio. Cualquier alternativa es posible”.

De ese modo, se reanima una rara tensión entre lo viejo que hay que eliminar y lo viejo que debe volver para ser estigmatizado. El setentismo es, a la vez, lo que hay que olvidar y lo que es necesario que vuelva.

Un tweet de Graciana Peñafort con la palabra sangre fue transformado en una metonimia de los años 70. Fue acompañado por una corriente muy crítica al arribo de los médicos cubanos, la creación del fantasma de la liberación “kirchnerista” de miles de presos – con una implícita referencia al Devotazo, la manifestación que liberó a cientos de detenidos políticos el 25 de mayo de 1973 – y la fuerte oposición al impuesto del 1,1 por ciento a los mayores patrimonios personales en la Argentina. Están diseñando el escenario donde intentan que se discuta lo que realmente les interesa: el impuesto a las grandes fortunas. Ese es un escenario de setentismo imaginario: con la sangre del tweet de Peñafort, con los médicos cubanos, con la liberación masiva de presos, con el impuesto a la riqueza, con la violencia y con la muerte de la república, con Cristina y Máximo Kirchner.

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Tags: ClarínCristinaDaniel Rossosetentismo
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