Fragmento de ¿Cómo se fabrica un best seller político? La trastienda de los éxitos editoriales y su capacidad para intervenir en la agenda política (Siglo XXI).
El sector editorial se hace eco de los temas de los que hablan los argentinos. Hace décadas que los libros de política se posicionan entre los más vendidos. Existe uno para cada acontecimiento político, para cada medida controvertida que una administración toma, o para cada personaje que deja su estela en la escena pública. Los gobiernos pasan y el género editorial se mantiene. Históricamente el mercado reacciona ante la coyuntura con títulos que buscan sensibilizar al lector, ayudarlo a vivir y a comprender una época, a formar o reafirmar sus opiniones. Por eso, una vía para entender la historia y la política argentina reciente es estudiar los libros publicados que hablan de ella. No porque lo que digan refleje de manera cabal la historia y la política, sino porque su proceso de producción, su circulación, sus lecturas y las prácticas de quienes los elaboraron configuran un prisma desde el cual observar cómo se materializan y circulan las ideas y el debate político en nuestro país.
En 1991, la colección Espejo de la Argentina de la editorial Planeta publicó Robo para la corona. Los frutos prohibidos del árbol de la corrupción, del periodista Horacio Verbitsky, y fue un suceso: vendió 250.000 ejemplares. Este título, pionero del boom de la investigación periodística, fue un encargo de los editores al autor al advertir que la corrupción menemista afloraba como tema candente. Fue contratado, editado y difundido por la editorial mediante una campaña de publicidad y de prensa que incluyó su lanzamiento en vivo en el programa Hora Clave, de Mariano Grondona, con un debate en prime time entre el propio autor y uno de los acusados en el escrito, el entonces diputado Miguel Ángel Toma. En pleno programa, y mostrando el ejemplar en mano directo a la cámara, Toma les rogaba a los televidentes que no compraran ni leyeran aquel libro plagado de “denuncias falsas” y mentiras, escrito por un periodista “hipócrita” a quien le “queda grande la toga de fiscal de la República”. Sucedió lo contrario: el resultado fue un cimbronazo editorial.
Los gobiernos pasan y el género editorial se mantiene. Una vía para entender la historia y la política argentina reciente es estudiar los libros publicados que hablan de ella.
Durante esos años, el periodismo de investigación se consolidaba como un actor fundamental en la política argentina: junto con expertos, fundaciones, jueces y fuerzas políticas hicieron de la transparencia un “estandarte” en su batalla contra la corrupción (Pereyra, 2013). Muchos periodistas que hasta hoy mantienen vigencia “destaparon” los casos que más golpearon al menemismo y lo hicieron desde la prensa y desde tanques editoriales que, a fuerza de su poder de circulación y visibilidad, se instalaron en agenda y posicionaron la corrupción como un problema público. Así, esos temas, llevados al público por periodistas, editores, agentes de marketing y de prensa, amparados en una aceitada logística editorial, parecían ingredientes de una fórmula que auguraba grandes best sellers; éxitos de ventas que volvieron a hacerse realidad durante el kirchnerismo, ya con una maquinaria editorial más moderna y consolidada.
¿Qué nos pasa a los argentinos?
La crisis de 2001 marcó un hito en cuanto a la movilización de los sectores populares y medios. Las narrativas sobre el estallido fueron tratadas por libros de divulgación histórica no académica y por ensayos políticos que coincidían en tomar el pasado argentino como lente para pensar el presente. Como observa Pablo Semán (2006), hubo libros que funcionaron como respuesta sintética y efectiva a los interrogantes que amplios sectores se planteaban acerca de un presente que, con la crisis como evidencia, era considerado un nuevo y recurrente fracaso nacional. ¿Habrá algo “genético” en nuestra argentinidad que explique de manera convincente y general por qué cada diez años nos hundimos en una nueva crisis?
Una respuesta, quizá algo deshistorizada y esencialista, alude a esa “personalidad básica” –una supuesta identidad argentina inerte a lo largo de la historia– propuesta por el periodista Lanata en ADN. Mapa genético de los defectos argentinos, publicado por Planeta en 2004. Un libro que busca “puntos comunes que conforman lo que somos y lo que quisimos ser para preguntarnos qué tenemos que ver nosotros con nuestra propia vida y nuestro destino”. En treinta y siete capítulos breves, el libro elaboraba una descripción del “ser nacional” según la cual los argentinos no pensamos la democracia como un valor, sino como un medio para llegar al poder; nos vinculamos con la política con un “pensamiento mágico” inmediatista, y nuestro antagonismo constituye una de las heridas más profundas y antiguas de la identidad nacional.
Las narrativas sobre 2001 fueron tratadas por libros de divulgación histórica no académica y por ensayos políticos que coincidían en tomar el pasado como lente para pensar el presente.
Este reproche a la argentinidad en clave moral y cultural en un momento en que emergían los primeros síntomas de la recuperación económica fue muy exitoso tanto en términos editoriales como políticos ya que, según Ricardo Sabanes, director editorial de Planeta entre 1983 y 2004, “cada diez años viene el tema ‘¿Qué nos pasa a los argentinos?’ y siempre hay una generación que quiere saber y compra esos libros”. El éxito de Lanata arrastraba el que había tenido unos años antes con Argentinos (Ediciones B, 2002), el libro de historia masiva que, junto con la serie de Mitos de la historia argentina, de Felipe Pigna, le dieron una bocanada de aire a una industria editorial en crisis. Aun cuando estos libros hayan sido criticados por los representantes de la historia académica, por su visión esencialista y descontextualizada, fueron los más vendidos en los primeros años de los dos mil, desde la crisis y durante el primer mandato de Néstor Kirchner. A estos libros de divulgación histórica y de ensayo nacional y político sobre la argentinidad, se les sumaron títulos de Marcos Aguinis como El atroz encanto de ser argentinos, con dos volúmenes (2001 y 2007), y ¿Qué hacer? (2005), que ofrecieron a parte de los sectores medios un “mito fundante” sobre un idílico pasado argentino no populista y un diagnóstico eficaz acerca del presente caótico producto de años y años de peronismo, de gobiernos prebendarios y corruptos, y de la “ley del menor esfuerzo”.
El revisionismo de los setenta como lectura de la grieta
Los años kirchneristas fueron intensamente transformadores. La grieta política marcó a los argentinos y no hizo más que profundizarse. Durante el mandato de Cristina Fernández de Kirchner, las divisiones entre quienes apoyaban al gobierno y quienes no se expresaron, entre otros órdenes, en forma de libros. Cuando amplios sectores se manifestaron a favor y en contra de la controvertida Resolución 125, que establecía retenciones móviles a las exportaciones agropecuarias y terminó vetada por el voto “no positivo” de Julio Cobos, lo que comenzó siendo una puja por impuestos sectoriales dio lugar a un agudo conflicto que involucró a diversos actores políticos, económicos, intelectuales y mediáticos. En esos años se construyeron los contornos identitarios y simbólicos del kirchnerismo y del antikirchnerismo, y los polos en disputa liberaron sus energías políticas basadas en respaldo o impugnación al gobierno.
Uno de los temas que más fuerza cobró en la discusión pública de ese período fue la memoria del pasado reciente, la cuestión de los derechos humanos y la política de Estado al respecto, con la reapertura de los procesos judiciales contra los responsables militares de la última dictadura (Montero, 2012). Si hasta ese entonces las agrupaciones de civiles y militares retirados eran las principales voces detractoras del tratamiento estatal de la dictadura, a partir de 2008 diferentes actores con perspectivas disímiles pero con posiciones visibles en espacios intelectuales, académicos y políticos reforzaron su intervención sobre esta materia, en respuesta a lo que consideraban una memoria oficial, setentista, que simplificaba lo acontecido.
Pablo Avelluto, por entonces director editorial de Sudamericana, rescató aquellos discursos difundidos por pequeñas editoriales de derecha y los publicó.
En el momento de mayor legitimidad de las políticas de derechos humanos, la trilogía publicada por Sudamericana Fuimos todos (2007), Nadie fue (2008) y Volver a matar (2009), del periodista y exjefe de la SIDE Juan Bautista Yofre, se convirtió en best seller. En el mainstream editorial, y luego en paneles televisivos, en la prensa gráfica y en agrupamientos políticos que tomaron esta literatura como herramienta para sus intervenciones, se volvió a discutir si los militares habían obrado bien, si se habían excedido, si habían tenido alternativa o si podrían haber llevado adelante estrategias distintas. La histórica editorial Sudamericana, adquirida por el grupo Random House, fue la protagonista del boom del revisionismo de los setenta, con una serie de libros que buscaban “completar” la visión que reinaba desde que Kirchner había inaugurado el espacio de la memoria en la ESMA.
¿Quién fue el cerebro de estos libros? Pablo Avelluto, por entonces director editorial de Sudamericana, rescató aquellos discursos difundidos por pequeñas editoriales de derecha y los publicó. A la luz de su éxito, definió esta narrativa como el “gran género literario nacional” que puso en debate un “relato […], el de las víctimas civiles de las vanguardias armadas y alucinadas” (Avelluto, 2015). De este modo, los setenta “volvieron” en forma de libros que rediscutieron esa época, pero sobre todo discutieron el presente. Mientras Avelluto era galardonado por sus pares por poseer ese tan valorado “olfato editorial”, un editor se metía de lleno en la disputa por la memoria desde la empresa editorial más poderosa de la Argentina. Años después continuaría esta intervención como autor y como funcionario: ya con Mauricio Macri presidente, el ministro de Cultura Avelluto aplicó programas con una visión sobre los setenta que dialogaban con los libros que había publicado.