Lewis Carl Davidson Hamilton nació hace 35 años en Stevenage, pequeña ciudad de Hertfordshire, muy católica, desarrollada merced a la migración. En su propio país, antes de ser siete veces campeón mundial de F-1, relativizaban su condición de afrodescendiente porque sus abuelos paternos provenían de la insular caribeña Granada, ex feudo inglés. Lo calificaron de mulato. Se llama Lewis por un homenaje paterno al atleta estadounidense Carl Lewis.
Aún no le había igualado el récord de coronas de Michael Schumacher, cuando apoyó una rodilla en el asfalto del circuito austríaco de Splielberg. Llevaba una remera negra sobre su antiflama con la leyenda “Black lives matter”, en protesta contra el racismo y la brutalidad policial. Sus colegas de la F-1 se sumaron con la frase “End racism”. Sólo 40 días antes, el afroamericano George Floyd había sido asesinado por un policía blanco en Mineápolis. La ceremonia se convirtió en un ritual de la selectísima categoría. Hamilton lo impuso.
Hace unas horas aseguró: “El abuso racial en redes sociales contra nuestros jugadores es inaceptable. La tolerancia y el respeto no debería ser condicional. Nuestra humanidad no debe ser condicional. Desafiemos a aquellos que reparten odio, a que vean la humanidad sin importar su color de piel”.

El disparador fueron los episodios que ocurrieron desde el domingo, cuando Marcus Rashford, Bukayo Saka y Jadon Sancho, los tres integrantes de la selección inglesa de fútbol, fallaron la ejecución de penales en la final de la Eurocopa, disputada en la catedral de Wembley. Son de raza negra. Los responsabilizaron de la frustrante derrota. La andanada de mensajes xenófogos y amenazas se realizó a la par de la brutal agresión que sufrió un grupo de hinchas italianos de parte de sus pares británicos.
Saka (19) nació en Earling, con ascendencia nigeriana. Sancho es de Camberwell (21), pero sus padres de Trinidad y Tobago. Rashford (23) es hijo de sancristobaleños. El actual delantero del United, durante la pandemia, participó de campañas procurando ayuda gratuita a comedores de niños, cuando los colegios permanecieron cerrados. Muy querido y popular: le pintaron una gigantografía en un conocido pub de Manchester que en la madrugada del lunes fue vandalizado. La diputada conservadora Natalie Elphicke debió disculparse luego de tuitear: “Han perdido. ¿Sería poco generoso sugerir que Rashford debería haberse dedicado más a perfeccionar su juego y menos a jugar a la política?”.
Rashford respondió: “Sentí que había defraudado a mis compañeros de equipo. Pero soy Marcus, hombre negro de Withington y Wythenshawe. No voy a pedir perdón por ello”.

La propaganda de esta Eurocopa se estableció con la imagen de seis jugadores. Por delante, Romelu Lukaku: nació en Amberes, Bélgica, cuando su padre congoleño, Roger, jugaba para el Ruper Boom. El otro negro de ese grupo promocional calzaba la camiseta 10 inglesa: Raheem Sterling. Su segundo nombre es Shaquille. Hace 26 años nació en Maverley, un suburbio de la jamaiquina Kingston, donde su padre fue asesinado en una pelea de pandillas. Ya en Londres, durante su infancia vivió a 500 metros del estadio de Wembley, detrás de las vías del tren, salvo los tres años que pasó en el reformatorio Vernon Houseal. Allí, un profesor le auguró: “Si seguís así, cuando tengas 17 vas a estar jugando con la selección inglesa o en la cárcel”. A los 18 cumplió el presagio futbolístico; a los 24, en 2019, en ese mítico Estadio Imperial, convirtió un gol decisivo para el triunfo ante Bulgaria que los clasificó para la Eurocopa 2020. El encuentro debió detenerse cuando bajaron insultos xenófogos desde la tribuna búlgara.
La pandemia hizo que el torneo se postergara un año: la final se jugó el pasado domingo en Wembley. Sterling, además de figura en su equipo, siempre fue un adalid de la pelea contra el racismo: “La única enfermedad en este momento es el racismo contra el que luchamos”.

“En la Premier hay casi 500 jugadores y un tercio son negros, pero no es sólo arrodillarse en la cancha”, dijo. Entre los 44 clubes de la Premier League y la segunda, sólo dos técnicos son de minoría étnica. En 1925, Jack Leslie fue el primer jugador negro en ser seleccionado, luego quitado del equipo sin siquiera debutar. Hasta que en 1978 Vivian Alexander Anderson, un robusto defensor, hijo de padres jamaiquinos, fue el primero de raza negra en debutar en la selección. Integró los planteles de los mundiales de España 82 y México 86.
Sterling juega para el Manchester City y fue el impulsor que el seleccionado realizara el acto de poner la rodilla en tierra. Ese gesto siempre tuvo el aval de su entrenador, Gareth Southgate, quien aseguró que el equipo había sido “un rayo de luz a la hora de unir a la gente y representa a todo el mundo”. Otro que los bancó fue el primer ministro Boris Johnson: llamó “héroes” a los jugadores y dijo que los agresores deberían sentirse “avergonzados”. Tal vez sin recordar que él mismo había rechazado más de una ocasión las adhesiones que concitaba el “Black lives matter”.
Así, en mayo pasado un grupo de seguidores del Chelsea armaron un escándalo en el subte, impidiendo el acceso a un aficionado afrofrancés. En el video, muy viralizado, se los oye cantar “We’re racist and that’s the way we like it” (“Somos racistas y así es como nos gusta”). Es sólo una gragea, un ejemplo de los infinitos episodios que se podrían relatar: el fútbol es, claramente, reflejo de una sociedad británica que, en los últimos años, volvió a edificar grupos ultranacionalistas que encarnan su lado oscuro y que nacieron a la par de las campañas del Brexit. Dos de los que más crecieron son English Defence League (EDL) y United Kingdom Independence Party (UKIP), a pesar de la promulgación en 2010 de la llamada Ley de Igualdad. También recrudeció la acción de los hooligans, tras un lapso en el que, al menos, parecían controlados.

Y como si se requiriera una frutilla en el postre, un informe de hace algunas semanas de The Guardian, revela que en la Casa Real británica se cumplían protocolos internos respecto a que no se empleara a “inmigrantes de color o extranjeros” para puestos administrativos. La investigación asegura que se implementó a rajatabla hasta el final de los pasados ’70 y que luego, “a pesar de la la reina Isabel II”, se habían logrado distender esas disposiciones, aunque sosteniendo que los “solicitantes de color” sean sólo considerados para empleos domésticos. La polémica no se ciñó a la corona y hasta hubo quienes caratularon de racista a Winston Churchill.
No sorprende entonces que los tres penales desaprovechados hayan provocado la ira xenófoba. Ya vendrán nuevas campañas anti-racistas, como el “No To Racism” de la UEFA. No debería soslayar, una famosa y controversial frase de Bobby Robson, pronunciada en Inglaterra cuando aún gobernaba Margaret Tatcher: “El virus del racismo infectó nuestros viajes al extranjero, incluso se subió a nuestro avión”. Fue uno de los más recordados delanteros ingleses y quien fuera por una década entrenador de la selección. Fue quien dirigió a ese equipo al que un “sudaca”, Diego Armando Maradona le convirtió el gol de la Mano de Dios y el más bello de la historia de los mundiales. Fue también quien en ese encuentro tenía en entre los suplentes a Viv Anderson e hizo ingresar a John Charles Bryan Barnes un extremo izquierdo negro, también nacido en la jamaiquina Kingston que tanto proveyó al fútbol inglés.