En Francia, en 1789, durante una asamblea nacional constituyente, el debate se centró en discutir el peso de la autoridad de Luis XVI en la futura constitución. El debate fue entre los adeptos a la Corona, sentados a la derecha, que buscaban contener la revolución y que el Rey conservara el poder y el derecho a veto sobre toda ley, y los de la izquierda: revolucionarios que anhelaban un cambio de orden radical limitando el poder del rey y el de la monarquía. El senado Francés registró 673 votos de los sentados a la izquierda, contra 325 de los de la derecha; resultado que terminaría marcando el curso de la Revolución Francesa y de la historia del mundo que habitamos. Ahora bien: dadas las cartas como están repartidas hoy, la derecha se transformó en extrema y defiende capitales, y bien les sentaría un anexo, alejado y autárquico, que no entorpezca más el curso de las democracias.
El camino es siempre similar: empieza con un comentario por lo bajo, luego no alcanza, no llega, y entonces se debe enfatizar más, actuar con cierto descaro, admitir que el odio también es parte del relato, que la enajenación es una característica más, que la ignorancia a veces puede suceder, y pasa, que dirán lo que sea que tengan que decir para lograr su fin. En el camino del miedo todo vale: aunque nada sea aceptable. “No, las palabras no hacen el amor, hacen la ausencia. Si digo agua, beberé? Si digo pan, comeré?”, escribió la gran poeta Argentina, Alejandra Pizarnik. No, claro que no, claro que Alejandra tenía razón. Pero su poesía parece no entrar en la curricular del sistema educativo al que Soledad Acuña y Rodriguez Larreta continúan afinándole el lápiz, hasta que acabarán por clavárselo, y quizá no la han leído y, menos aún, comprendido. Las palabras hieren pero hacer, no hacen nada. Y ellos tienen la boca llena de ellas, y son todas de odio y sometimiento.
En el marco de una reunión de la Fundación internacional para la Libertad, presidida por Mario Vargas Llosa, el ex presidente Mauricio Macri dijo que “la sociedad Argentina debe ser la más fracasada de los últimos 70 años”. Dios los cría y el viento los amontona: Vargas Llosa declaró hace pocas semanas que “entre las payasadas de Bolsonaro y Lula, yo prefiero a Bolsonaro”. Lo que el escritor llama payasadas bien podrían ser las fosas comunes que las políticas del presidente de Brasil conllevaron ante la pandemia por Covid, o bien los índices de pobreza, que se ubican en el peor lugar de la última década. Lo que Vargas Llosa llama payasadas, para los seres humanos es hambre y sangre aunque quizá, ciertamente, lo ignora. Lo que Mauricio Macri llama sociedad fracasada, en cambio, fue una gran ampliación de derechos de todos y todas las Argentinas, asignaciones, igualdad de género, democracia sostenida por cuatro décadas, voto a los 16 años, juicio a las juntas militares que asesinaron y desaparecieron Argentinos, satélites puestos en el espacio, niveles próximos al pleno empleo, y más, mucho más; pero él, a todo eso, lo llama fracaso. Lo peor no son las declaraciones de personajes políticos que accionan para arrodillar a los pueblos llenándolos de miedo para así, después, poder controlarlos: lo peor es que hay quienes se vanaglorian de esas declaraciones, y las llevan adelante con honor: como si fueran ciertas y acertadas.
La perversidad es la flecha que cruza a todas las artimañas que utilizan quienes pretenden que la política se base en el aborrecimiento y la falacia y no, en cambio, en las palabras y la acción. El modo de operar es similar al del acoso, o mobbing, en donde la humillación, el menosprecio, el aislamiento y la intimidación se ponen al día y se lanzan para deshojar la autoestima y la salud mental de las víctimas, o la sociedad, en este caso. La extrema derecha parece estar sincronizada y se abalanza sobre multitudes, desde diferentes frentes, y ya no se trata de ganar una elección sembrando miedo, porque ya no alcanza, sino de que no nos queden fuerzas siquiera para ir al cuarto oscuro a votar, después de tantas pedradas a, incluso, nuestra propia nacionalidad. El proceso es explícito, lo mismo que en una partida de truco: cantaron vale cuatro con dos sotas y un caballo y ahora sólo pueden amedrentar al oponente para que, lastimado, se vaya al mazo. Así como la simetría sólo se advierte en las asimetrías, la lógica de la democracia sólo se advierte en su fractura, o en el intento de ello, y es eso lo que intentan los distintos jugadores de la extrema derecha.
En la misma línea se ubicó, hace pocos días, Javier Milei: quien salió a interpelar la cantidad de desaparecidos que hubo en la Argentina durante la última dictadura militar. Si Milei viviera en Alemania, de seguro iría preso, ya que allí, negar un nefasto acontecimiento es considerado un delito. Pero no importa: sólo buscan los ejemplos europeos cuando les son útiles a sus críticas y falacias. Nos hablan de mirar al mundo y de imitarlo; les falta aclarar que sólo hay que hacerlo cuando ese mundo se ajusta a sus zapatos.
Capítulo aparte para Isabel Díaz Ayuso; la presidenta de la comunidad de Madrid que se sienta en las mismas sillas bien inclinadas hacia la derecha y que acusó al Peronismo de ser el artífice de la pobreza y la dependencia. Populismo fiscal, dijo, como hacen los Peronistas: “primero le quitan el dinero a la gente para luego repartirlo en pagas, ayudas y subsidios a la gente”. Todo esto en el marco de su oposición a un impuesto a la riqueza que intenta aprobar el gobierno Español, de la mano de Pedro Sánchez. Bien vendría que Ayuso comprendiera que sin impuestos y recaudación no hay nada que discutir: ni estado, ni políticas, ni sociedad democrática, ni salud, ni educación. Otra vez: el peronismo mal usado para justificar el odio y la avaricia de quienes gobiernan, para que sigan tirando agua para los mismos molinos, aunque ahora lleven corbata en lugar de coronas. Primero mienten y luego hacen la de judas: te venden por unas monedas, te utilizan como moneda de cambio. Fue la misma Ayuso la que dijo “En Madrid no vamos a gastar el dinero del contribuyente en feminismo cosostenible con perspectiva de género integral empoderado”. Ya ven: a las empresas todo, a la gente: ni derechos. El fenómeno no es casual: si el odio fue la entrada, el menosprecio es el plato principal. El ex presidente lleva la bandera de la anti política, vocifera, menosprecia y humilla a la propia sociedad de la que es parte, y que lo votó, y abre así una puerta difícil de cerrar y que trae congénitamente artimañas ya usadas en el pasado, nefastas y perversas, que sólo intentan degradar al pueblo.