El Partido de la Gestión
El virus impone una estética televisiva: pantallas sucesivas, unas dentro de las otras, habitadas por cuerpos marciales, con sus bocas tapadas. Es 9 de julio y esas figuras quietas y distantes replican las formas rígidas de una milicia antes de entrar en operaciones.
En la primera pantalla está el presidente junto a representantes de la Unión Industrial Argentina, la Bolsa de Comercio, la Asociación de Bancos Argentinos, la Cámara Argentina de la Construcción, la Cámara Argentina de Comercio y Servicios, la Sociedad Rural Argentina y la Confederación General del Trabajo. Por detrás, hay otras pantallas: allí están los gobernadores o sus representantes. Es una escena donde se ha desvinculado la presencia y el espacio: los jefes provinciales están pero sin estar físicamente junto al Presidente.
Todas esas figuras televisivas aparecen congeladas, representando bienes sociales súbitamente valorizados: la quietud y las distancias que interrumpen el desplazamiento del germen. La inmovilidad de los funcionarios es directamente proporcional a la velocidad del virus. La patria es el otro: quieto y lejano.

Hay una segunda escena. En ella, el presidente está junto al jefe de gobierno de la Ciudad, Horacio Rodríguez Larreta, y al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof. Detrás de ellos, las otras pantallas: allí se encuentran el gobernador de Chaco, Jorge Capitanich; el gobernador de Jujuy, Gerardo Morales; y la gobernadora de Río Negro, Arabela Carreras.
En esas pantallas televisivas, periódicas e intermitentes, aparece el Partido de la Gestión. En ellas se suspenden la política partidaria, los conflictos y la representación de intereses sectoriales. Son escenas donde prevalece, como criterio unificador, la tarea común de gestionar: en este caso de administrar la pandemia o la memoria de la independencia.
El Partido de la Gestión es el de la pospolítica: en él, la totalidad de los integrantes de la nación tienen un interés común, ya sea la lucha contra el virus o la reconstrucción de un supuesto proyecto unificador de país. Esas escenas televisivas son, en sí mismas, espacios de gestión: allí los dirigentes, con gráficos, números y cálculos, gobiernan ante los ojos de las audiencias.
Con el Partido de la Gestión, se suspenden la política partidaria, los conflictos y la representación de intereses sectoriales.
La circulación de los sentimientos
El presidente tiene en sus manos un bien para distribuir: esas escenas televisivas. Por eso promueve una especie de keynesianismo de las imágenes. Todos tienen su momento audiovisual: el presidente los comparte y, entre todos, construyen la postal imaginaria de la gran familia argentina. En ese país de la unidad, de todas las partes circulan sentimientos más que ideologías.
Dice Santiago Dapelo en La Nación: “No solo no hubo diferencias de fondo en los discursos, sino que Kicillof y Rodríguez Larreta usaron palabras calcadas, como ´convivir con el virus´ o hablar de una cuarentena ´escalonada´. Después de cuatro meses de convivencia obligatoria, ya no solo se toleran, sino que hay un respeto mutuo y hasta ´cierto cariño´. ´Son como dos hermanos de padres separados en una familia ensamblada´, describió una de las personas que más conoce al mandatario bonaerense. El diálogo entre Axel y Horacio -hace rato que no se tratan por sus apellidos- es diario, aseguraron fuentes de La Plata y Uspallata”.
En el acto del 9 de julio, el presidente saludó con afecto a muchos de los gobernadores. Dijo: “querido Amigo” a Gildo Insfran; “mi querido Juan Gringo Schiaretti” al gobernador de Córdoba; “la querida Arabela Carreras” a la jefa provincial de Río Negro, “mi amigo Horacio Rodríguez Larreta” al jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, “mi querido Axel Kicillof” al gobernador de la provincia de Buenos Aires, “mi siempre amiga Alicia Kirchner” a la gobernadora de Santa Cruz, ”mi querido Jorge ´Coqui´ Capitanich”, al jefe de la provincia de Chaco, y ”otro amigo Juan Manzur” al gobernador de Tucumán. Este último, designado para hablar en el acto, fue presentado por el presidente como “querido Juan Manzur”, “mi amigo Juan Manzur” y , finalmente, “gobernador amigo”. Cuando terminó de hablar volvió a decirle: “muchísimas gracias, querido Juan”, “qué lindo es escucharte” y “qué lindo verte en tu pequeña Patria”.
La pospolítica es un discurso para ganar legitimidad, pero no para llevar permanentemente a la práctica.
El discurso del gobernador tucumano duró 3 minutos y 47 segundos: en ese tiempo dijo 8 veces “querido presidente”. Es decir: pronunció la frase cada 43 segundos. ¿Puede criticarse esta proliferación de los afectos en esos escenarios? Por supuesto que no. Pero, lo que sería cuestionable es imaginar que estas escenas pueden abandonar su carácter intermitente o puntual para transformarse en la modalidad dominante de la política argentina. La condición paradójica de la pospolítica – disolver la puja de intereses y el enfrentamiento entre fuerzas – es que, mientras la mayoría del sistema político la declama, ninguno de sus integrantes la puede sostener en el tiempo. Bienvenida la política con afecto en la medida que no sustituya a la política como conflicto. La pospolítica es un discurso para ganar legitimidad, pero no para llevar permanentemente a la práctica.
Horacio no tiene un millón de amigos
Horacio (Rodríguez Larreta), cultor de la pospolítica, suele distanciarse parcialmente de ella: se diferencia, se desplaza, recurre a la politización. Es la crónica de una traición anunciada: a determinado desarrollo la pospolítica exige que se la abandone. El jefe de Gobierno entra y sale del Partido de la Gestión. De la temida frase adolescente “te quiero como amigo” se desplazó a la contraria “el presidente no es mi amigo”. Por eso: Alberto Fernández tiene ahora un amigo que no quiere ser su amigo.
Ante una pregunta del diario La Nación acerca de si se sentía amigo del presidente, Horacio (Rodríguez Larreta) respondió: “La palabra amigo es muy grande, mis amigos son con los que voy a la cancha a ver a Racing hace 40 o 50 años, con los que me junto los fines de semana a comer asado con la consigna de no hablar de política. Esos son mis amigos y les doy un valor enorme. No podría decir que soy amigo del presidente, tengo un buen diálogo, lo respeto, y estamos trabajando juntos en forma coordinada para salir adelante”. Horacio (Rodríguez Larreta) se desplaza desde la pospolítica a la política, con trazos suaves, sin las estridencias del ala dura de su partido, con los discretos encantos de la burguesía. Sabe algo que los duros han olvidado: la principal condición para que un proyecto neoliberal triunfe electoralmente en la Argentina es que no se note que lo es. Por eso, el mejor candidato neoliberal es el que mejor lo disimula. De allí que declara que tampoco es amigo de Mauricio Macri. Mientras el Partido de la Gestión afectiviza todos los espacios, Horacio (Rodríguez Larreta) comenzó a politizarlos.

Mientras tanto, en Ciudad Gótica
Uno de los principales objetivos del discurso del presidente, según el relato de los medios hegemónicos, es explicar su propio discurso. Es un presidente que necesita de dos discursos: con el segundo corrige o explica al primero.
Por ejemplo, con el primer discurso se presenta junto a los representantes del gran empresariado y ensaya un relato sobre Venezuela. Con el segundo explica o los corrige a ambos.
La distancia entre esos dos discursos presidenciales es, para los medios hegemónicos, lo que podríamos llamar la ecuación Cristina: con el primero, Alberto Fernández es él mismo, con el segundo retrocede para mimetizarse con la vicepresidenta. Entre ambos discursos hay algo que desaparece: Alberto Fernández. De este modo, construyen la imagen de un presidente disciplinado y subordinado a Cristina Fernández de Kirchner.
Para los medios hegemónicos, el presidente necesita un segundo discurso para explicar el primero.
La primera intervención del presidente marca una posición y, luego, la explicación, el desarrollo o corrección de esa primera intervención por parte de un segundo discurso del mismo presidente, es presentada como una capitulación. La deliberación democrática es convertida en derrotas o retrocesos sucesivos de Alberto Fernández. Las opiniones distintas son definidas como “internas” que imposibilita un plan de gobierno.
Algo peor que Cristina: dos Cristinas
Por eso, el kirchnerismo continúa siendo cuestionado por autoritario: la deliberación entre discursos distintos sólo existe en el momento previo a que la vicepresidenta o los dirigentes kirchneristas imponen su discurso único, eliminando las diferencias.
Hay algo peor que Cristinas, dos Cristinas. Según estos medios, termina habiendo dos: la picepresidenta y la que se reproduce en el presidente mimetizado. El ensayo electoral era, ahora lo sabemos, un experimento espiritista: el presidente estaba llamado a ser el médium de la vicepresidenta.
En una nota titulada “Cristina pone los límites y obliga al presidente a dar explicaciones“, Ignacio Miri escribe en Clarín: “Luego de que la vicepresidenta citara una nota de Página/12 en la que se ponía en duda la efectividad del diálogo del gobierno con empresarios (entre ellos, con algunos de los que habían cenado con Máximo Kirchner unos días antes) el presidente tuvo que llamar por teléfono a Hebe de Bonafini y contestarle una carta a las Madres de Plaza de Mayo, que le dedicaron un texto con acusaciones más duras que cualquiera de las declaraciones que le arrojó la oposición desde que comenzó su mandato. También, Fernández salió a explicarle a los medios oficialistas en qué consiste su política frente a la Venezuela de Nicolás Maduro”.

“Todos los días hay un kirchnerista que, con la letra de Cristina detrás, le marca la cancha a un presidente que no puede empoderarse y ocupar su lugar. La sombra de 2001”. – dice en La Nación Laura Di Marco.
El kirchnerismo sólo existe en movimiento: no existe en pausa, siempre está avanzando y, en ese avance, va generando conflictos. Nada ni nadie puede frenar esa marcha. Por eso, aparecen iniciativas para detener a la vicepresidenta y a su fuerza política y, por lo tanto, a los conflictos que va produciendo en ese avance.
“Desde el Club Político Argentino idearon un ´operativo´ para ´rescatar´ a Alberto del ´infierno´ del kirchnerismo, que inmediatamente fue respaldado por Eduardo y Chiche Duhalde y por otras figuras del peronismo no kirchnerista. ¿Qué hicieron? Elaboraron un documento -que ahora va a seguir con reuniones vía Zoom- llamando a una mesa del diálogo, como sucedió en 2001(…) ¿Qué buscan? Pasado en limpio, le dicen al Presidente esto: ´Alberto: si le querés poner un límite claro al kirchnerismo, contá con nosotros. Este espacio puede ser un dique para frenar a Cristina´” – dice Laura Di Marco en La Nación.
Además, los conflictos que genera el kirchnerismo en su avance sin pausa no son sólo hacia afuera, sino también hacía adentro: Máximo y Wado de Pedro piensan distinto que Cristina, Estela de Carlotto discute en público con Hebe de Bonafini, aseguran los grandes medios.
Buscan instalar la idea que la fuerza política que expresa Cristina se instituye como un antagonismo generalizado, un Partido del Conflicto.
“La sórdida disputa de poder genera diferencias inesperadas en la propia coalición: Máximo Kirchner y Wado de Pedro no comparten la ofensiva pública de Cristina contra Alberto. El hijo de la vicepresidenta mantuvo reuniones para bajar ´las tensiones mediáticas´” – sostiene Marcelo Bonelli en Clarín.
Estamos ante la emergencia de un kirchnerismo recargado: aquel que no puede controlar su propia conflictividad. El monstruo está fuera de control: su principal producto, el conflicto, nace y se expande por sus propios medios. Por eso, lo que reina en el escenario político es una generalización del antagonismo: el conflicto ya no está sólo afuera sino que se ha desplazado hacia adentro de la coalición de gobierno y del mismo kirchnerismo. De ese modo, la fuerza política que expresa la vicepresidenta se instituye como lo opuesto del consenso: es el antagonismo generalizado. Al Partido de la Gestión se le opone el Partido del Conflicto.
La expectativa de los medios hegemónicos consiste en que el residente se coloque en el primer polo, el de la gestión, que en esa interpretación coincide con la representación de los intereses de todas las partes. Por eso, cuando el presidente se desplaza hacia el segundo polo, es decir hacia el conflicto, es cuestionado por mimetizarse con la vicepresidenta. En el mismo sentido, cuando supuestamente toma distancia de la vicepresidenta, ésta lo obliga a retroceder.
Mientras tanto, Horacio (Rodríguez Larreta) ha descubierto que puede hacer política con leves desplazamientos entre la pospolitica y la politización, y en esos movimientos, entrar y salir desde el consenso hacia la diferencia y viceversa. Los medios hegemónicos apuestan a dos objetivos en simultáneo: intentan contribuir a crear liderazgos opositores y a que se debiliten los liderazgos oficialistas. Para esto último, desplazan el conflicto hacia el interior de la coalición de gobierno, lo generalizan y colocan al gobierno en una posición de no poder gobernarse a sí mismo.