Literalmente, Cristina
Cristina Fernández de Kirchner es el principal acontecimiento teórico-político de nuestra época. Esto supone algo distinto de simplemente reconocer su importancia histórica o su superioridad política. El consenso que existe en torno a su figura sin duda crecerá con los años. Pero cabe preguntarse si, amén de este reconocimiento, no ha llegado el momento de pensar a fondo en lo que Cristina hizo y en lo que Cristina dijo. No se trata meramente de elogiar su oratoria ni su capacidad argumentativa, sino de algo más: considerar su praxis y sus enunciados como una obra, en el mismo sentido en que El príncipe de Maquiavelo o Conducción política de Perón son obras. Por diferentes motivos, de Cristina ha llamado la atención todo excepto el alcance teórico de su pensamiento, que brilla en algunas de sus sentencias más luminosas y que hoy deberíamos ocuparnos de restaurar.
Por ejemplo, consideremos esta frase del 9 de diciembre de 2015, en su último discurso como presidenta: “cada uno de ustedes, cada uno de los 42 millones de argentinos, tiene un dirigente adentro”. Releamos estas palabras, para estar seguros de lo que implican: 42 millones de dirigentes. ¿Está nuestra política a la altura de este enunciado? ¡42 millones de militantes! Nadie fue tan osado en la historia reciente, nadie dijo algo tan inmenso, tan primordial: que todos y todas pueden ser militantes. Por supuesto que se podrá argüir que Cristina exageraba, que lo suyo era una forma de hablar. Que no era literal. Pero esto Cristina lo dijo en el discurso que (según suele decir Máximo Kirchner) fue el más importante de su presidencia: nada menos que el último, ante una Plaza llena, cuando sólo quedaba establecer su legado hasta ese momento y la noche macrista comenzaba a oscurecer el frente de la Casa Rosada. ¿Por qué no tomarla en serio? O mejor: ¿a quién deberíamos tomar en serio, a quién deberíamos comprender literalmente si no a Cristina?
“Cada uno de ustedes, cada uno de los 42 millones de argentinos, tiene un dirigente adentro”, dijo en su último discurso como presidenta.
42 millones de dirigentes: tenemos acá una invitación que desborda por todas partes a la doxa politológica reinante. Cristina no pretende describir una realidad ya palpable en 2015 o en ningún momento de la historia. No es una descripción, es una apuesta. Tal vez deberíamos arriesgar: es un programa, el auténtico programa de la militancia.
El mostrador y el buen gobierno
Para aislar la increíble novedad de Cristina basta comparar un enunciado como el de recién con otros que circulan en la discusión cotidiana y en los ámbitos militantes. Por ejemplo, éste: “el municipio es el primer mostrador del Estado”.
Salta a la vista la diferencia de magnitud. La metáfora del Estado municipal como un almacén donde se atienden “demandas” supone que el pueblo está en el lugar del demandante, incluso del cliente, y la dirigencia en el lugar de la respuesta. De esta imagen se deriva límpidamente que la política consiste en satisfacer las demandas de la sociedad. El perfume antipopulista del razonamiento es claro. ¿No dijo Laclau que la política populista consiste en articular demandas insatisfechas de “los de abajo”? En ese caso, el mostrador es el lugar donde se reciben estas demandas en forma desagrupada, individualizada. El buen gobierno será entonces el que satisfaga la mayor cantidad de demandas sociales. Por consiguiente, la política es en realidad gestión. Por consiguiente, la militancia es en realidad burocracia.
Ni la estatización de las AFJP, ni los millones de puestos de empleo, ni el desendeudamiento, fue lo más grande que ella legó: lo más grande fue el empoderamiento.
Pero la aseveración de Cristina está completamente en otro registro. Ella dice: cada uno de los 42 millones de argentinos tiene un dirigente adentro. La dirigencia no se distingue por naturaleza de las bases, sino sólo por la interioridad o la manifestación de su condición dirigencial. Pero si todos somos dirigentes, entonces nuestro rol ya no puede consistir en acercarnos al mostrador del Estado más cercano para elevarle nuestras demandas. Si somos dirigentes, deberíamos más bien ubicarnos en el lugar de la respuesta. Digamos que Cristina trata de poner al conjunto de la población del otro lado del mostrador. Y esto cambia radicalmente las cosas. El buen gobierno ya no es el que responde más demandas, es el que puede generar la mayor cantidad de dirigentes dentro del pueblo. ¿No dijo Cristina, también el 9 de diciembre de 2015, “lo más grande que le he dado al pueblo argentino es el empoderamiento popular”? Ninguna medida de gestión: ni la estatización de las AFJP, ni los millones de puestos de empleo, ni el desendeudamiento, fue lo más grande que ella legó: lo más grande fue el empoderamiento. ¿Y qué es el empoderamiento sino “tener un dirigente adentro”? Subrayemos de nuevo la insólita originalidad del planteo: lo más elevado, lo más espiritual, es el empoderamiento, y “resolver los problemas de la gente” es algo que finalmente tiene sentido si se inscribe en una estrategia de politización social. Y tal vez sólo en ese caso. Porque, en definitiva, resolver sin empoderar, ¿no sería despolitizar? Diremos por consiguiente que la política, aunque suponga la gestión, es en verdad encuadramiento. Y diremos que la militancia no es burocracia, sino a la inversa: el poder estatal a la larga sólo tiene sentido si logra más empoderamiento, más poder popular. Gobernar es crear militantes.
AC/DC
Es muy probable que todavía no se hayan pensado a fondo las consecuencias de los enunciados de Cristina. Podríamos acá echar de menos los libros que no se han escrito sobre ella ni sobre el kirchnerismo. La falta de producción teórica a este respecto es notoria, casi ofensiva. Incluso parece seguro que el mejor texto sobre los 12 años de Néstor y Cristina fue escrito por Cristina y se llama Sinceramente. Esto sólo demuestra que ella sigue teniendo que cumplir todas las tareas, incluso las que corresponderían a los intelectuales. Pero es obvio que una misión así no podría concernir a los “intelectuales críticos” (como Cristina definió a David Viñas en el contexto de una inolvidable discusión televisiva), sino a la militancia orgánica. El gran encuentro cultural de nuestro tiempo es el que tuvo y tiene lugar entre Cristina y la militancia. Ahí está la novedad: los patios militantes son todavía lo impensado.
La propuesta es tomar a Cristina como un suceso que rompe la cadena de la causalidad, de la normalidad, de la previsibilidad, y tiene la fuerza de abrir un mundo nuevo, fundar una nueva lógica y una nueva praxis.
Pero lo que hay que hacer no es ninguna ortodoxia ni ninguna exégesis. El pensamiento de Cristina es muy claro y no necesita traducción. Además, ella misma sigue pensando, actuando, y también escribiendo. De lo que se trata para la militancia no es solamente de saber qué piensa Cristina, sino principalmente qué se vuelve posible pensar (y hacer) a partir del acontecimiento político-intelectual llamado Cristina. Y lo cierto es que a partir de ella se puede abordar un sinnúmero de problemas para los cuales no teníamos respuesta, y a veces ni siquiera teníamos una pregunta. También ocurre que los enunciados de Cristina son asociados a pensamientos ya conocidos, cuando más bien indicaban algo nuevo que se volvía posible pensar. Un ejemplo: la distinguida expresión suya “la patria es el otro” fue comúnmente interpretada bajo el sentido de la solidaridad, quizá como la consigna más poderosa de la solidaridad. Pero, ¿no permite también subvertir por completo lo que suele entenderse por “patria”? ¿No interviene esa consigna en todos los debates, tan caros a la biblioteca de la militancia, sobre “lo nacional”? Cristina no dijo: la patria somos todos, lo que resultaría una expresión de rigor para llamar a la unidad. Dijo con toda claridad que la patria no es uno, no soy yo, no somos nosotros, no somos todos, sino que es el otro. ¿Vimos antes, alguna vez, este “nacionalismo del otro”? Porque lo nacional suele ser el nosotros, lo próximo, lo propio, lo nuestro, y Cristina ha dicho que es el otro: lo lejano, lo impropio, lo que no nos pertenece. Argentina es el otro. ¿No deberíamos cruzar la afirmación contraintuitiva de Cristina con una no menos célebre del gran poeta simbolista Arthur Rimbaud: “yo es otro”?
No es normal decir o pensar que “la patria es el otro”. Menos todavía hacerlo. ¿Qué sería poner en práctica un enunciado semejante? ¿Cómo convertir esta sentencia en un programa de gobierno, en una política pública nacional o incluso municipal? No lo hemos pensado, no del todo, no profundamente. Y la misma suerte corren, por supuesto, frases o locuciones cristinistas menos popularizadas, como “contrato social de ciudadanía responsable”, “unidos y organizados”, “capitalismo anárquico-financiero”, “nos desorganizaron la vida”. Hay que reiterar que la tarea no puede consistir en entender qué quiso decir Cristina, sino en determinar qué se vuelve posible pensar y hacer a partir de lo que pensó e hizo Cristina. La propuesta, por lo tanto, es tomar a Cristina como lo que la filosofía contemporánea llama un acontecimiento: un suceso que rompe la cadena de la causalidad, de la normalidad, de la previsibilidad, y tiene la fuerza de abrir un mundo nuevo, fundar una nueva lógica y una nueva praxis.
El gran encuentro cultural de nuestro tiempo es el que tuvo y tiene lugar entre Cristina y la militancia. Ahí está la novedad: los patios militantes son todavía lo impensado.
Quizá podrá adivinarse, en fin, la sencillez de nuestro método: consiste en tomar un evento cualquiera de la cultura y calcular su significado en cuanto lo ponemos en relación con el acontecimiento llamado Cristina. ¿Qué es el peronismo después de Cristina? ¿Qué es el nacionalismo a partir de Cristina? ¿Qué es el feminismo, la ciencia, el pueblo, el Estado, la tan mentada República e incluso el neoliberalismo desde el momento en que admitimos, como premisa analítica, la centralidad de Cristina? ¿Quiénes somos nosotros mismos, nosotras mismas, a partir o después de ella? Somos otros, sin duda, porque la patria es el otro, y nosotros también.
Ofrezcamos, en lo sucesivo, los pensamientos militantes que se vuelvan posibles por ese gran acontecimiento que todavía vibra en el horizonte de nuestra época. Pensar, decía Badiou, es pensar bajo la luz de un maestro. Pensemos bajo la luz de Cristina. Dejemos que su extraordinario coraje revolucione por completo el triste estado de nuestro debate ideológico, hoy reducido a salvar lo que se pueda del Estado de Bienestar ante los ataques enloquecidos del neoliberalismo. Dejemos que se abra para nosotros también una nueva osadía: militar, pensar y vivir a partir de lo que significa Cristina.