Todo parece indicar que la elecciones presidenciales de 2023 en Brasil van a consagrar a Lula como el nuevo presidente. ¿Y 2027? ¿Qué forma tendrá el nuevo gobierno del “socialismo democrático” que supieron construir el PT y sus alidadxs en la etapa que se abriría pronto? Las experiencias que estamos viviendo en América Latina como “progresismos de baja intensidad” o directamente como gobiernos jaqueados por la derecha y el imperialismo en un momento de realineamiento geopolítico dan espacio a expectativas moderadas que pueden tomar formas de fracaso por no asumir que las tareas de la coyuntura exigen de mayor movilización popular.
El film “Divino amor” ensaya una respuesta. En un Brasil reprivatizado por el bolsonarismo, donde el sentido común de un evangelismo de derecha triunfa bajo los estandartes de un orden conservador, el familiarismo, una ética del trabajo como bendición y no como derecho con nuevas formas institucionales: “¿Quién necesita de una iglesia cerrada cuando pueden ser a cielo abierto?”, dice la voz infantil que relata esta película. Mientras, cuenta que en el nuevo Brasil el carnaval ya no es la principal fiesta del país continental, sino la “Fiesta del Divino Amor”: una inmensa rave con música evangélica y estética futurista.
Fue un ministro del expresidente neoliberal Mauricio Macri quien hizo comparaciones entre fuerzas políticas y religiosas: comparó al peronismo con el catolicismo, al socialismo con los Testigos de Jehová y a ellxs mismos con el evangelismo pentecostal que se organiza en grupos con dudosas bases teológicas y claras condiciones políticas. En el Brasil de “Divino Amor”, las iglesias desaparecen y son sustituidas por un Drive Thru, una especie de servicio pastoral que se recibe a la carta sobre el auto en cualquier momento del día.
Un Brasil reprivatizado por el bolsonarismo, donde el sentido común de un evangelismo de derecha triunfa bajo los estandartes de un orden conservador, una ética del trabajo como bendición y no como derecho.

El film se estructura sobre el familiarismo e individualismo de una relación: Joana y Danilo son una pareja. Ella trabaja en la nueva estructura burocrática que considera como acción divina, intentando evitar divorcios; y él produce coronas de velorio en su casa, mientras ambos buscan con desesperación concebir un bebe, signo de consagración como familia, modelo del nuevo sistema teocrático que implica no solo una ética política como la que practica la pareja, sino también una estética caracterizada por la ausencia de colores, una arquitectura simple y una vida marcada por el trabajo; la adoración religiosa que incluye, pragmáticamente, conductas swinger para combatir la infertilidad.
En todo el film el Estado es declarado por la voz en off como un “Estado laico”, pero qué importa esa declaración si el sistema ideológico y pedagógico es el de evangelismo pentecostal neoconservador, actuando en cada momento y decisión de la población que orienta su vida con mantras simples como “Alcanza con tener fe”, “Dios sabe lo que hace” y “La recompensa llegará en el momento adecuado”. Cómo combatir esas orientaciones prácticas que no tienen modo de ser corroboradas. Del mismo modo, en nuestro país cierto evangelismo que realiza trabajo en las instituciones de encierro culpan al diablo de las malas acciones y a Dios de la buenas, todo en un marco en el que existe un plan para cada vida: ese determinismo que conserva aún la peor existencia es el “mejor de los mundos posibles” porque Dios así lo quiere.
Pero la distopía creada por el director Gabriel Mascaro deja abierta una puerta para la incertidumbre de la esperanza: ¿qué ocurriría si el hijo que finalmente concibe la pareja no encuentra ninguna coincidencia genética con ningún varón con quien tuvo relaciones aún en las prácticas de fertilidad? Un bebe que nace sin nombre “nace libre”, afirma la voz robótica e infantil que relata el film. Y la esperanza vuelve a quedar abierta.