A la distancia recibimos de directivos/as interminables recetas para educar en distancia. Pareciera que la virtualidad nos ha convertido, desde una silla, en “mediadores” entre lo que se debería enseñar y lo que efectivamente enseñamos.
¿Supimos a través de la virtualidad y por ende la distancia, detectar capacidades en niños/as y jóvenes? ¿Entendimos sobre el placer de aprender?, o ¿Acaso fue tan poca práctica la organización institucional, que perdimos “el norte”?
Para realizar una evaluación en medio de esta pandemia, debemos tener en claro como premisa que será la experiencia y sus resultados la que de sustento a otras formas desconocidas en este 2020, con las cuales en medio de incertidumbres nos hacen reflexionar en que “no deberíamos individualizar a cada niño, niña y/o jóven.”
Muchas son las incertidumbres y al momento de evaluar un año atípico e inusual, son varios los interrogantes acerca de qué tanto de beneficioso resulta evaluar a la distancia.
Son varios los interrogantes acerca de qué tanto de beneficioso resulta evaluar a la distancia.
Por un lado debatimos sobre las redes beneficios y obstáculos y por qué no, fortalezas y debilidades.
En esta situación y en este contexto, no cabe duda del beneficio en algunos aspectos a considerar en jóvenes, niñas y niños en el uso de herramientas tecnológicas:
-Amplían vocabulario con constante intercambio de contenidos en grupos de aprendizaje.
-Adquieren conocimientos que fácilmente permiten a los niños/as y jóvenes, ayudar y transmitir conocimientos novedosos a sus familias.
-Conocen idiomas, sobre todo inglés y palabras que al adulto no se les ocurren sino fuera con intervención de sus hijos/as.
-Comparan, buscan tutoriales, interpretan y en gran parte se guían con videos.
– Aprenden a anotar para transmitir información.
-Se enteran de un todo institucional, con una comunicación enriquecida.

Ahora bien, analizamos la educación de adultos y jóvenes: los primeros son más comprometidos, claro, los moviliza aprender para luego insertarse en trabajos, que a edad adulta requiere otro compromiso, pero además demuestran otro interés “el saber por el saber mismo”.
En sentido opuesto y sin generalizar, notamos que los aprendizajes a edad de jóvenes en sus secundarios, sin dudas, arrastran ese condicionamiento de obligatoriedad, que en sí es el consensuado por Ley Federal, pero que tal vez por sus formas, estrategias y desactualización de algunos contenidos, hacen que les juventudes, sientan una carga de obligatoriedad para después ver qué hacer con sus proyectos de vida o no.
Allí es cuando deben estar fundamentadas las diferencias entre preguntar para saber, y saber preguntar. Pero, ¿transmitimos a nuestros jóvenes cada enseñanza para que puedan realizar propuestas necesarias para educarlos y educarnos. A veces escuchamos a adolescentes sentirse “presos/as” en las escuelas o, rotular de “pabellones” a las aulas, ¿muy gráfico no?.
Pecamos siendo docentes con miedos generacionales; decisiones a veces incorrectas, temores heredados socioculturalmente, culpas, circunstancias improvisadas y más.
No todos los jóvenes han podido vincularse, ya sea sin recursos, con familias con enfermedades o por no tener conectividad,
A esta altura no puede faltar además el debate entre colegas sobre el uso de los celulares en el aula. En principio consideramos que el adulto debería ser responsable desde su familia en el uso de celulares. No los descartamos, tratamos de incorporarlos como otra forma más de aprendizaje, pero requiere la intervención constante del docente, con normas y límites preestablecidos, a manera de contrato áulico. Debemos ser prácticos ya que en alguna propuesta son muy interesantes, siempre y cuando se respete lo convenido. Por ejemplo “vamos a ver tal o cual video de YouTube, y luego de esto que relacionen el contenido propuesto con el video observado, y hagan por supuesto devolución escrita al docente, por hacer una cita.
Tenemos claridad entonces que, en estos tiempos, es el docente quien debe adaptarse a una tecnología que permanecerá por los siglos de los siglos. En este contexto, cada propuesta debe ser atractiva sin dejar de lado el leer, escribir y, por supuesto, ver. De otra forma los diferentes lenguajes de comunicaciones se limitarían en solo alguno de ellos.
El problema surge en esta pandemia sin dudas, y finalizando el año lectivo con la evaluación de cada joven. Ya el docente está virtualmente, pero supimos que no todos los jóvenes han podido vincularse, ya sea sin recursos, con familias con enfermedades, o por no tener conectividad, sumado a esta altura del año el desgano generalizado post pandemia. Algo para no dejar desapercibido en conversación con varios colegas, es la importancia que dan socio culturalmente y por qué no tradicionalmente, las familias al nivel primario, dejando en segundo plano el nivel inicial y secundario. Al respecto se han escuchado devoluciones de tipo: -¡no entregó lo que pidió seño, porque mi hijo/a de primario estaba “haciendo su tarea”! Como si ese nivel fuera más importante que cualquier otro. Por lo tanto, aquí sostenemos que los mensajes de los docentes deben ser claros, ya sea por grupos de Whatsapp, blog institucional, videollamadas, algunas llamadas individuales para algunos niños/as, jóvenes. Existen planillas de seguimiento de trayectorias, ahora bien, ¿quién garantiza desde el núcleo familiar que cada actividad es realizada sin intervención familiar?
Es el docente quien debe adaptarse a una tecnología que permanecerá por los siglos de los siglos.
En referencia al nivel secundario, lamentablemente, los padres acudieron a docentes, a preguntar en el mes de noviembre si sus hijos/as realizaban las actividades. Sumemos la mala prensa que existe aún sobre el o la docente, más allá de la pandemia.
Volviendo al nivel secundario, la falta de proyectos luego de culminado nos invita a repensar si a veces ese “pabellón “pareciera además que los sienten los adultos responsables, y por qué no algún o alguna docente.
Subyacen dos cuestiones desde las familias: el pensar que porque son grandes deben tener completa autonomía y el insistir con esa “herencia generacional” de acompañar en lo que se puede al hijo/a de nivel primario (como si por algo fuera el “elegido”)
A esto se suma que las familias en medio de contagios y diferentes situaciones personales, fueron retomando sus trabajos, por ende menos control, límites y realización de actividades para niños/as y jóvenes.
Además del incremento de casos de violencia y esta vez, a la distancia.
Está claro que para aprender en el ambiente familiar, éste debe ser sano, amigable, pero muchos son y fueron los problemas que dificultaron los vínculos familiares, sin olvidar los contagios de COVID. Pero además en medio de esto somos autocríticos en la cantidad y calidad de contenidos que nos exigieron y exigimos, a veces arbitrariamente se “nos ocurrió” que como estamos y están en casa, por qué no podrían hacer tal o cual actividad, sin tener la más mínima empatía por conocer el placer en cada uno/a de los jóvenes en cuanto a sus aprendizajes, a la distancia claro, en el uso de las tecnologías. Y con todo esto, no nos olvidamos de los tiempos que el docente debe respetar desde sus instituciones, y como si fuera poco esa cuota de angustia (o no) al anoticiarse de contagios, enfermedades, aislamiento y secuelas de la enfermedad o alguna pérdida familiar.
¿Quién garantiza desde el núcleo familiar que cada actividad es realizada sin intervención familiar?
Ahora bien, la pregunta sería ¿Qué hacemos como docentes ante tantas contingencias? Y opinamos que aún en el más crítico momento jamás un docente debe rendirse, pero sí buscar herramientas atractivas, debe mediar entre el uso de las tecnologías, el libro, el papel, el lápiz, sin olvidar que los tiempos desde la virtualidad deberían ser novedosos y placenteros. Y cuando decimos actividades atractivas remarcamos al nivel secundario para que sea placentero y no solo una obligación.
Al respecto la profesora Gabriela Rodriguez, integrante de nuestra comisión, ejemplifica con una propuesta en nivel secundario aprendizajes que fueron de gran agrado para sus alumnos/as. La docente utilizó documentales de redes, en una de sus escuelas, y al culminar los mismos, preguntó si notaban alguna relación con los temas dados. Seguidamente propuso que con sus palabras relacionaran el documental con el tema que estaban aprendiendo: “La guerra fría”. Afirma que los resultados fueron excelentes, haciendo devoluciones primero en forma colectiva y luego en forma individual. Podríamos decir que “hubo conexión”.
No nos queda más que agregar como sentimos a las formas de evaluación ante cada actividad, contenido, aprendizaje. Por lo tanto con respecto a esta evaluación, en un año inusual y atípico, consideramos se vió opacada por situaciones particulares y por cierto, un desgano socio cultural en este fin de año. Tarea difícil para el docente, lo sabemos, pero cuánto más para las familias que además de ser padres, madres, hermanos, tíos, abuelos, debieron “enseñar” como pudieron y con las herramientas que a veces no tuvieron.
Y en esto de tener que “evaluar” individualizando cada aprendizaje, contenido, actividad o “tarea”, nos debemos un debate de conciencia docente. Sabemos que cada momento histórico nos enseña. Entonces a partir de esta experiencia seamos responsables en replantearnos cuáles fueron nuestras fortalezas y debilidades. Y en todo caso de ese resultado surja una mejor educación sin “pabellones”.
*Comisión de Educación y Tecnología del Grupo Artigas: Zapata Ana María, Rodríguez Gabriela, Beduino Claudia, Arrendal Matias, Legrini Catriel y Cinquemani Damián.