Ya no quedaba nada de aquel hombrecillo con mirada encendida y alegría de duende que solía deslumbrar en el programa de Alejandro Fantino. Ahora, al promediar la mañana del 23 de agosto, el espía polimorfo Marcelo D’Alessio anticipaba con un carraspeo, desde una salita del penal de Ezeiza, las últimas palabras que diría por el zoom del Tribunal Oral Federal (TOF) Nº 2, antes de oír su condena. Lucía un buzo azul eléctrico algo holgado para su esmirriada figura, y sin disimular su incesante parpadeo tras unas gafas con marco negro, volteaba la cabeza una y otra vez hacia atrás, acaso perturbado por una enorme mancha de humedad en la pared. Recién entonces, se escuchó su voz:
–Si existe una grieta, me dejaron en el medio.
Y tras otro carraspeo, fue más específico:
–Me dolió mucho la canallada de quienes salieron corriendo en estado de pánico a usar los medios para decir que yo era un loquito.

En este punto, es necesario retroceder al 19 de febrero de 2019. Aquel día fue detenido en su lujosa residencia del country Saint Thomas, situado en la localidad bonaerense de Canning. Quedaba así a la intemperie una red de espionaje y extorsiones que involucraba a funcionarios y agentes secretos del régimen macrista con la complicidad de jerarcas judiciales y periodistas. En esa oportunidad también se le decomisó un cúmulo de elementos probatorios, mientras el falso abogado bramaba: “¡Yo quiero hablar con la ministra!”. Se refería a Patricia Bullrich.
Consultada ya entonces por la prensa al respecto, ella sostuvo: “Lo he visto una sola vez. Me pareció una persona que tiene algún tipo de problema. Jamás trabajó en el Ministerio de Seguridad. Va haber una querella por esto”. Y repitió tal frase a través del tiempo, siempre con dientes apretados, labios casi inmóviles y mirada esquiva.
Casi 30 meses después, D’Alessio insistía en resaltar la ingratitud de la ex ministra. No era sino un mensaje para ella, habida cuenta de que después de este juicio – en el cual fue condenado a cuatro años de cárcel únicamente por la tentativa de extorsión al empresario Gabriel Traficante – habrá otro proceso oral, cuya instrucción fue iniciada en Dolores por el juez federal Alejo Ramos Padilla por los aprietes al empresario Pedro Etchebest. Tal asunto sacó a la luz alrededor de 70 operaciones ilegales de todo tipo, que además provocaron los procesamientos de gente tan intachable como el fiscal federal Carlos Stornelli y el periodista del diario Clarín, Daniel Santoro. Todo indicaría que, desde ese banquillo, el nombre de la actual presidenta del PRO saldrá con frecuencia de los labios del principal acusado. Motivos no faltan.
Luces y sombras
En aquel expediente de Dolores brilla un embarazoso intercambio de mensajes entre D’Alessio y Bullrich por WhatsApp.

“Hola Patricia, espero estés bien. Vengo de Rosario. Tengo una escucha para darte. Cuando quieras nos vemos. Un beso”, le escribió él en 2018.
Días antes, Ramón Machuca, (a) “Monchi”, un líder del clan narco de la familia Cantero – conocido como “Los Monos” – departía en el locutorio de la Alcaidía del Centro de Justicia Penal (donde fue alojado durante el juicio a esa banda en Rosario) con un individuo menudo, de traje gris y ojos centelleantes. No era otro que D’Alessio. El Monchi lo miraba de soslayo, mostrándose muy cauto a sabiendas de que el otro grababa la entrevista a escondidas.
Aquel individuo había llegado a él a través de Lorena Verdún, viuda del “Pájaro” Cantero, el fallecido jefe de la organización. Y aseguró pertenecer al Ministerio de Seguridad, dándose dique por su cercanía con Bullrich.
En rigor, pretendía averiguar el paradero de 50 millones de dólares que – supuestamente – Monchi tendría a buen resguardo en algún “embute”. Pero también le soltó una propuesta indecente: efectuar tareas de espionaje desde la cárcel (entre otras, una cámara oculta) para involucrar con el narcotráfico al gobierno provincial de Miguel Lifschitz.
La contestación de Bullrich al mensaje de D’Alessio fue: “Ok. ¿Podés reunirte con Bononi? Y le das el material. Después nos vemos”.
Rodrigo Bononi era el funcionario que supervisaba los “trabajitos” que D’Alessio efectuaba por encargo de la ministra.
“¡Vos sabés, Patricia, que estoy a tu disposición! ¡Lo que vos digas!”. Así remató D’Alessio ese diálogo electrónico.
Esta evidencia fue una de las razones por las que Ramos Padilla dispuso su prisión preventiva. Y ahora coloca a su interlocutora en una zona de riesgo penal.
Es que el “Peladito” – como le decían al espía en el edificio de la calle Gelly y Obes – era una pieza crucial en la estructura inorgánica del Ministerio. Tanto es así que él estuvo detrás de casi todos sus hitos operativos.

Cabe rememorar al respecto la operación “Bobinas Blancas”, realizado en junio de 2017 por fuerzas bajo la tutela de Bullrich. Su saldo: 1.984 kilos de cocaína oculta en enormes bobinas de acero. Lo cierto es que se trataba de una “entrega controlada” de la DEA.
En esa ocasión a Bullrich se la vio feliz, acompañada por su segundo, Eugenio Burzaco, y el jefe de la Policía Federal, Néstor Roncaglia, al brindar detalles del asunto en un galpón del Parque Industrial de Bahía Blanca. Ella se mostraba muy generosa con el periodismo.
En resumen, informó que la pesquisa fue instruida por el juez federal de Campana, Adrián González Charvay, y ejecutada por la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la PFA bajo el monitoreo del propio Roncaglia. Dijo que el valor de la droga se estimaba entre 60 y 80 millones de dólares, siendo su destino final España y Canadá.
Un cronista quiso saber el origen de la pesquisa.
Pero Bullrich, como si no hubiese esperado esa pregunta, calló por unos segundos, como calculando una evasiva.
Luego, al borde del tartamudeo, deslizó:

– Fue… bueno, un dato que obtuvo personal de Drogas Peligrosas.
Y tras otro silencio, añadió:
– La DEA sólo ayudó en la identificación de los detenidos.
En realidad el artífice del fabuloso decomiso había sido nada menos que el bueno de D’Alessio.
Pero otras hazañas suyas transitaron sin escalas de la gloria al ridículo.
La teoría del error
También en junio, pero de 2016, no pasó desapercibida en el lado brasileño de la Triple Frontera la aparatosa captura del traficante de efedrina, Esteban Ibar Pérez Corradi. Un arresto negociado, porque garantizaba al protagonista una confortable y corta estadía carcelaria a cambio de enlodar en su testimonio al ex ministro Aníbal Fernández.

Obviamente, el orquestador de la maniobra no fue otro que D’Alessio.
El trámite de extradición fue expeditivo y la llegada de Pérez Corradi a Aeroparque parecía una película de acción con bajo presupuesto.
El lugar estaba colmado de movileros.
Y Bullrich, maquillada en exceso, departía con el comisario Roncaglia.
Luego se entregó a la requisitoria periodística.
– Si yo fuese Aníbal Fernández estaría muy preocupada –dijo ante los micrófonos con rictus malicioso.
A su lado, el secretario de Seguridad Interior, Gerardo Milman, sonreía a sabiendas del acuerdo con el topo que en ese momento era bajado del avión.
Pero algo falló. Días después, en las maratónicas declaraciones de Pérez Corradi ante la jueza Servini de Cubría, lejos de nombrar al ministro de CFK, únicamente mencionó al principal aliado radical de Cambiemos, Ernesto Sanz, por una supuesta coima.
No menos decepcionante resultó el aparente esclarecimiento del crimen de dos narcos colombianos en el playón de Unicenter. De tal logro se adjudicó la ministra a los cuatro vientos al dar por cierto que el arma usada en el hecho pertenecía al barrabrava Marcelo Mallo, quien fuera jefe de Hinchadas Unidas Argentinas (de filiación kirchnerista), cuya captura fue transmitida en vivo por todas las canales de noticias.

D’Alessio tampoco fue ajeno a esta trama. Eso se desprende de una foto suya con la ministra al momento del mencionado arresto.
Sin embargo, el asunto se cayó de modo estrepitoso al comprobarse que los peritajes de aquella pistola habían sido hábilmente fraguados por una mano negra en los laboratorios de la Policía Federal.
Eso no hizo mella en la ministra.
No menos sublime fue la denuncia de corrupción efectuada por Bullrich al entonces director de Aduanas, Juan José Gómez Centurión. Se sabe que, al final, el viejo carapintada fue rehabilitado tras no comprobarse sus presuntos delitos. El derrumbe de aquella acusación fue para Bullrich otro duro golpe. Y por un tiempo se mantuvo muda ante la prensa.
Fue el diputado mendocino Luis Petri (UCR-Cambiemos) quien en esa oportunidad habló en su nombre. Al fin y al cabo, él era su espada y vocero en la Cámara Baja, además de presidir allí la Comisión de Seguridad.
El 22 de octubre de 2016, al ser entrevistado en el programa radial de su provincia, Tormenta de ideas, soltó a boca de jarro:
“El Ministerio de Seguridad está infiltrado por grupos criminales”.
Era una dramática revelación no debidamente valorada por los medios nacionales ni por la opinión pública.
Al legislador le habían preguntado sobre las graves inexactitudes en las que Bullrich solía incurrir con creciente frecuencia al informar ciertos hechos a la ciudadanía y a la propia Casa Rosada. Y Pietri amplió:

“Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas y la llevan a seguir líneas investigativas erróneas”.
Atribuyó tales maniobras tanto al “sistema penitenciario” como a “todas las fuerzas federales y provinciales de seguridad”.
Luego, cuando le preguntaron sobre el caso Gómez Centurión, dijo: “Si te dan información falsa y si uno confía en la fuente, vas a caer en el error. Pero en donde se originó el dato se aplicará una cirugía mayor”.
Con tal premisa, en aquellos días una atribulada Bullrich citó con suma urgencia a los integrantes de su mesa chica en la sede ministerial para tratar el asunto. Entre los presentes estaban D’Alessio y Pietri.
Aún hoy se ignoran las conclusiones del cónclave.
Durante el verano de 2019, con D’Alessio ya procesado y detenido por el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, aparecieron fotos de Gómez Centurión en su celular. Y en el allanamiento a su casa, fueron secuestrados documentos que acreditan las tareas de inteligencia sobre el ex jefe de la Aduana días antes de la denuncia efectuada por la ministra.
En su cuenta de WhatsApp también había un video con una salutación por el año nuevo enviada por Bullrich y su esposo, Guillermo Yanco. Aquella imagen, que los muestra sonrientes y con sendas copitas de champán, chorrea confianza, afecto y amistad.
Lástima que el devenir del destino malograra tan nobles sentimientos.