Transcurría el 2017 y la falta de agua en las villas no parecía un problema. En 2018 tampoco pareció. Ni en 2019. Pero este 2020 se despertó distinto, la falta de agua en la villa 31 es un escándalo y la voz de Ramona fue un grito desgarrador que se apagó clamando justicia. Las vecinas y vecinos no pueden lavarse las manos ni higienizar sus espacios; y sin que nadie lo exprese de esta manera y en voz alta también se constituyen en una amenaza para toda la ciudad y el país. Ahora varios intendentes del Chaco se quejan de que sigue llegando gente de la 31. Y es que la curva amenazadora crece en la villa a ritmo italiano y todas las noches tiene su espacio en el horario central de la televisión. La falta de agua en la 31 es causa de que no nos saquemos de encima esta pandemia que nos cansa, nos encierra, y nos impide disfrutar la vida como la disfrutábamos. Sin pandemia, la falta de agua en la villa no sería ni noticia ni problema, como tampoco lo es el riesgo eléctrico de la 21, ni la gente que come de la basura en el Ceamse de José León Suárez, y mucho menos los del basural de General San Martín en Jujuy, o los wichi que se mueren de hambre en un monte empobrecido del chaco salteño.
Sin pandemia, la falta de agua en la villa no sería ni noticia ni problema, como tampoco lo es el riesgo eléctrico de la 21.
Porque según parece la definición de un problema debe nombrar tácitamente a una población importante. Y si el riesgo cae sobre la clase media o los ricos entonces sí se constituye en un problema, se discute, se estudia, se convierte en agenda y entra en campaña. Pero si por una de esas cosas –como suele hacerlo– la amenaza se cierne solamente sobre los pobres, entonces ese problema no será nombrado, no tendrá discusiones públicas, ni horas de televisión, ni confrontaciones de Twitter. Será solo otro dolor silenciado, una llaga más de la injusticia consagrada en nuestra sociedad. Pero es que a esta altura las llagas son tantas, tantas… que el cuerpo de nuestra patria pareciera una sola herida continua.
Con su paradójica propiedad de relacionarnos, lamentablemente esta pandemia es de lo más democrático que nos pasó en los últimos tiempos.
Hay cosas más importantes que el negocio, si no nos salvamos todas y todos, nos hundimos porque todo está conectado.
Resulta muy elocuente que los emergentes de esta pandemia sean las mismas cosas que están mal desde hace décadas. Los problemas estructurales parece que ahora nos afectan a todas y a todos. La crisis habitacional, el hacinamiento de las cárceles, la pobreza y el hambre, la informalidad de la economía, las personas en situación de calle, la violencia de género, la burocracia del Estado, la incomunicación de los medios masivos, la cuarentena de las personas que sufren padecimientos mentales, el colapso del sistema fúnebre que tarda 10 y 12 horas en retirar un cuerpo, la falta de conectividad y la desigualdad educativa, la precariedad de las respuestas de cuidado para la infancia, las pibas y los pibes del paco… En una puesta en escena dantesca, todos los problemas aparecen juntos, y exigen respuestas. Cada uno, tocando su propia partitura. Cada uno, sumando su voz a una orquesta que no pareciera ser muy distinta a la del Titanic.
Sin embargo, a pesar de su rostro apocalíptico y fatal esta pandemia nos llega como una oportunidad. Al rompernos la cotidianeidad, nos obliga a encontrar nuevas formas de vivir y nos exige poner sobre la mesa los criterios con los que hacemos las cosas. Porque cuando la rutina avanza no nos preguntamos demasiado, simplemente repetimos la fórmula. Pero ahora se nos cambió todo. Las cosas que hacíamos ya no podemos hacerlas. Incluso la sombra del miedo cubre a nuestros seres queridos, y extrañamos abrazarnos. Comprendemos el lugar que tienen en nuestra vida el mate y el beso, y que aunque el vínculo, el afecto y el amor no estén escritos en nuestra legislación reconocemos que son esenciales y que no podemos vivir sin ellos. Comprendemos así que hay cosas más importantes que el negocio, y que si no nos salvamos todas y todos, nos hundimos porque todo está conectado y que una sociedad para pocos se termina convirtiendo en un boomerang.
Aquellos países que intentaron enfrentar la pandemia solo con el mercado hoy son un puro clamor de injusticia.
Se manifiesta entonces con mucha claridad la necesidad del Estado. No es posible que el mercado por sí mismo hubiera podido gestionar las respuestas para la pandemia. Medicus y OSDE no hacen epidemiología, y no pueden mirar a nadie más que a sus clientes. Pero la realidad los desborda, porque estamos todas y todos conectados. Y aquellos países que intentaron enfrentar la pandemia solo con el mercado hoy son un puro clamor de injusticia. Por eso los panfletos del liberalismo están por estas horas negando la realidad, o guardados bajo la amenaza de exponerse al ridículo.
Pero en la misma medida que hoy queda de manifiesto la necesidad del Estado, se expone su insuficiencia. Pareciera que los gobiernos, de un día para el otro, deben adquirir conocimientos sobre los barrios populares porque no los tenían. Y es que los funcionarios provienen casi en su totalidad de la clase media o del selecto grupo de los ricos, y sus preocupaciones centrales y discusiones, aun cuando son bienintencionadas, son señaladas por esa agenda exclusiva. A su vez, los gobiernos tienen necesidad de resolver de inmediato los trastornos de una burocracia diabólica, que mientras los chicos se mueren de hambre porque en su casa no pueden salir a trabajar, no deja de completar sus interminables papeles.
La organización de los de abajo es siempre más rápida que los laberintos de la burocracia estatal y la limitada filantropía onegeista.
Pero la emergencia alimentaria exigía multiplicar comedores, y lo hicieron las organizaciones del pueblo. Los de abajo. Su organización es siempre más rápida que los laberintos de la burocracia estatal y la limitada filantropía onegeista. Ahí abajo se vive una solidaridad espontánea porque quien conoce el sufrimiento genera empatía y responde. ¿Qué hubiera sido de nuestra patria si los más pobres, quienes no tienen siquiera el poder para patentar un problema, no se hubieran puesto, otra vez, el sufrimiento al hombro?
Si el distanciamiento social bajó la tasa de propagación del virus y aplanó la curva de contagios del país, entonces el hacinamiento, que es el olvido histórico de quienes viven perpetuamente en crisis habitacional, fue la causa de que en las villas de la Ciudad de Buenos Aires esa tasa fuera muchísimo mayor, y esa curva tanto más pronunciada. Pero fueron ellas y ellos, las olvidadas y olvidados de siempre, las que se organizaron para comer, las que hicieron posible los testeos del plan Detectar allí donde los gobiernos no sabían recorrer y vincularse. Fueron ellas y ellos los que encontraron la respuesta chiquita, cálida, de cercanía; las que con independencia y autonomía construyeron las respuestas que no estaban. Recuerdo que en 2001 Bergoglio hablaba de la reserva moral de nuestro pueblo. Hoy estoy convencido que esas reservas de autonomía, solidaridad y hospitalidad están entre los más pobres, y se me hincha el pecho de pensar en la grandeza del pueblo argentino, paraguayo, boliviano con el que vivo desde hace 20 años en la villa 21-24.
Bergoglio hablaba de la reserva moral de nuestro pueblo. Hoy estoy convencido que esas reservas de autonomía, solidaridad y hospitalidad están entre los más pobres.
Termino con una cita de Francisco, de la carta que el pasado 12 de abril envió a los movimientos populares:
Espero que los gobiernos comprendan que los paradigmas tecnocráticos (sean estadocéntricos, sean mercadocéntricos) no son suficientes para abordar esta crisis ni los otros grandes problemas de la humanidad. Ahora más que nunca, son las personas, las comunidades, los pueblos quienes deben estar en el centro, unidos para curar, cuidar, compartir.
Que la Argentina que surja de la pandemia sea para todas y todos, y que todas y todos seamos convocados a la reconstrucción.
*Parroquia Virgen de Caacupé, Villa 21-24.