Para Arturo Jauretche la cuestión de fondo no era peronismo o antiperonismo o, aplicada a los tiempos que corren, kirchnerismo o antikirchnerismo. No. La cuestión de fondo era, y sigue siendo, nacional o antinacional. Es decidir, de qué lado de la vereda pararse, de qué punta tomar la soga y tirar con fuerza y esmero. Hacia dónde. Para qué. Contra quien. Porque vender antinacionalismo se ha convertido, trágicamente, en un negocio altamente rentable para muchos medios de comunicación. Y para muchos argentinos, reírse de la patria, por más triste e increíble que sea, les resulta divertido. Y así, quien defiende al país con palabras y convicciones resulta ser, para ellos, un corrupto por definición, o alguien que tiene, seguramente, algún interés creado. Ignorando que el sentido nacional y el pensamiento empático no son males, sino soluciones.
En esa zanja ha caído, una vez más, la Argentina. Como quien da círculos precisos y siempre golpea con la misma piedra en el mismo lugar, puesta allí por distintos hombres que siempre representan a los mismos intereses.
La renuncia de Máximo Kirchner enuncia algo sencillo: el sentido nacional a veces exige hacerse a un lado.
Arturo Jauretche lo sabía muy bien. Desde que abandonó su Lincoln natal y se enfrentó a la realidad de Buenos Aires y lentamente entendió a la sociedad y sus luchas, formó un pensamiento crítico, social y por sobre todo nacional. Para Jauretche primero estaba el país, después el movimiento y, por último, los hombres. Bajo ese lema vivió y murió. Siempre accionó en pos del pueblo; desde la creación de Forja hasta sus últimos libros y columnas periodísticas, Jauretche siempre priorizó los ideales y buscó el crecimiento del país y, por consiguiente, de todos los habitantes. Enumerar sólo algunas de sus posturas sirve para comprenderlo. Fue crítico de Hipólito Yrigoyen, luego fue uno de sus más fieles defensores, fue radical y fundó Forja (Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina), apoyó a Perón y ejerció un breve cargo durante su primera presidencia, luego apoyó a Arturo Frondizi, y luego, también, criticó a Perón exiliado y sus formas de ejercer el poder desde la proscripción. Este puñado de acciones no describen a un hombre contradictorio, sino a uno que siempre encontró, en cada decisión, el mismo claro objetivo: el bien de la Nación. Fue ese pensamiento tan claro, sostenido y coherente, el rasgo más maravilloso de Arturo Jauretche.
Hace tan solo unos días el diputado Máximo Kirchner renunció a la jefatura del bloque del Frente de todos. Su decisión no da demasiado margen para elucubrar. Pero la evidencia y franqueza de algunos actos siempre fastidian a quienes no pueden comprenderlos; a aquellos que no son capaces de una acción semejante. Pero lo cierto es que su renuncia enuncia algo sencillo: el sentido nacional a veces exige hacerse a un lado. Plantar bandera del lado de los más desamparados (que siempre es la inmensa mayoría del pueblo), y estar dispuesto a ser blanco fácil por más altruista que resulte una decisión. Pero para esta oposición mezquina, la acción política siempre debe, o debería, generar rédito inmediato y personal. Porque el ignorante no sabe de su ignorancia, ni el soberbio de sus errores, ni el cerdo de su chiquero.
Jauretche es la estela de un pensamiento y una forma de vivir y hacer política.
“Todos sabemos los males que hay donde estamos parados, por culpa de unos tarados y unos cuantos criminales, yo le pido a San Jauretche que venga la buena leche”, dice una canción de Los piojos. Y es que Jauretche es también la estela de un pensamiento y una forma de vivir y hacer política. Y aunque un puñado de periodistas y medios intenten demonizar la renuncia después de haber intentado socavar la imagen del diputado que ahora resulta, según ellos, de suma importancia para la estabilidad política es, cuando menos, contradictorio y un tanto jocoso. Se encontraron de frente con sus propias mentiras y saltaron por la ventana de una casa que no estaba en llamas. Esos periodistas representan al mismo poder cipayo que no comprendía y censuraba a Jauretche, sesenta o setenta años después.
Todavía hay quienes, por más irrisorio y arcaico que suene, quieren otra vez un país colonial, dependiente y sumiso. De fondos extranjeros o de quien sea. No quieren una sociedad libre ni trabajadores que asciendan en las escalas sociales. El mismísimo Jauretche alertó sobre los argentinos que no eran (ni son) capitalistas verdaderos: porque el capitalismo exige ganancias y consumo y un mercado amplio para comercializar sus productos. Pero también necesita obreros capacitados y con conocimientos y salarios dignos que les permitan consumir en ese mercado. Ellos buscan, en verdad, una sociedad aplastada con ingresos mínimos y obreros en pata. De este modo, escribió Jauretche, los que piden al extranjero el desarrollo capitalista, son anticapitalistas en el país y también, de este modo, el prestigio político del peronismo se nutre de la estupidez económica y social del antiperonismo. Por eso, capitalismo no: colonialismo. Dependencia. Un país arrodillado. Quieren, otra vez, una economía dispuesta a solventar el cumplimiento de una deuda, en vez de una regida por las necesidades del ascenso nacional.
Si hubieran más actores políticos alineados bajo el pensamiento de Jauretche, el país sería otro.
Para quienes no son capaces de tamaña acción política y moral, todo esto es una metáfora incomprendida; un cuento de ciencia ficción inverosímil y estúpido. Pero no. La renuncia del diputado deja al descubierto un compromiso con el país y la sociedad; deberíamos aplaudirla en lugar de juzgarla. Si hubieran más actores políticos alineados bajo el pensamiento de Jauretche, el país sería otro. Sin lugar a duda. Uno definitivamente más nacionalista y próspero. El problema es que hay quienes le bajan el precio al nacionalismo, y lo tildan de fenómeno local y ridículo, y la prosperidad únicamente la miden en cuántos ceros tienen sus propias cuentas bancarias.
En el año 2004 se decretó el 13 de noviembre como el día del pensamiento nacional. Fue el expresidente Néstor Kirchner quien lo impulsó y lo hizo en conmemoración del nacimiento de Arturo Jauretche. Y es que eso era él: nacionalismo. Defendió la historia y las conquistas y los logros alcanzados por un país al que nunca le dio la espalda. Hizo lo que creía correcto en pos de la mayoría, y no lo que la mayoría quería escuchar. Y es lo convierte, sin lugar a duda, en un prócer nacional.