La historia como disciplina de las Ciencias Sociales es un campo de disputa permanente. Los orígenes del conocimiento histórico – las historias orales de las tribus y los pueblos que aún no habían desarrollado la escritura – y luego, las primeras crónicas escritas, tenían como objetivo generar identidades colectivas, una memoria común y un sentido de pertenencia. Transcurridos varios siglos desde aquellas primeras crónicas, no ha variado mucho el sentido de la recuperación del pasado y sus múltiples interpretaciones.
De un modo más o menos profesional, la producción y difusión de lo que llamamos historia encierra siempre una concepción sobre el pasado que se construye, inevitablemente, desde el presente. Es la gran paradoja que a veces nos sorprende incautamente a les propios historiadores: el “pasado” sólo puede conocerse desde el presente. Las preguntas, las búsquedas, las reconstrucciones históricas son, inevitablemente, el producto de las demandas que el presente nos hace.
Por este camino, los “hechos del pasado” sobre los que posan su mirada les historiadores cambian según los intereses sociales de cada presente. Lo que elegimos estudiar o no, lo que proponemos como “pasado”, valioso o disvalioso, está inextricablemente unido a las preguntas y necesidades de cada presente.
La vinculación de Ramón Carrillo con el régimen nazi tiene, por lo menos, cinco falsedades que no pueden soslayarse.
¿No hay “historia” entonces? ¿O hay interpretaciones de la historia? Bueno, sí y no. Hay un devenir histórico más allá de nosotres, pero hay una elección sobre cuál devenir histórico investigar y trabajar y, sobre todo, cómo interpretarlo. La “verdad histórica” siempre está sujeta a interpretación. Un ejemplo: la batalla de Stalingrado puede ser reconstruida en su complejidad por el número de soldados, el rol de la población civil, el armamento, la duración en el tiempo, las muertes o los prisioneros. Hay una cantidad de información que debe ser “interpretada”. Y allí, en el campo de las interpretaciones, es donde se juega la mirada que cada presente tiene sobre el significado de la batalla que comenzó a definir la derrota del nazismo en Europa.
Lo que no puede hacerse es, por ejemplo, negar que hubo una batalla o sostener que la ganaron los nazis. Digamos que en el proceso de reconstrucción histórica, dar el paso desde “interpretar” hacia “inventar” es dejar de lado a la historia para entrar en el campo de la mentira.
Ramón Carrillo, el Covid, los billetes y el Holocausto
En algún momento de mediados de mayo, apareció en los medios la posibilidad de comenzar a emitir un nuevo billete de 5.000 pesos. Hasta surgieron “diseños” de los mismos con las figuras de Cecilia Grierson y Ramón Carrillo como posibles referencias. No es casual esa elección: en tiempos de pandemia, homenajear a dos destacados médicos es, una muy buena idea, y muestra cómo el presente nos interpela sobre cuál pasado reconstruir.
Pero, como decíamos, el conocimiento histórico y su interpretación es un campo de disputa. En plena disputa sobre el sentido de la acción del Estado y su recuperación, los cuestionamientos al modelo neoliberal y sus evidentes incapacidades sistémicas para dar cuenta de los efectos de la pandemia, los billetes – y en ellos la figura de Ramón Carrillo – se volvieron un campo de disputa simbólica.

De golpe, nos enteramos que el Dr. Ramón Carrillo era un nazi.
Todo basado en el solo dato de un viaje de Ramón Carrillo a Alemania en 1932 . Un periplo de apenas un mes, previo a otro viaje a Berna, Suiza, para asistir al Congreso Internacional de Neurobiología. Carrillo había vivido los dos años previos en Holanda donde se formaba en su especialidad médica.[1]
Primera falsedad: Carrillo estuvo en Alemania poco menos que un mes antes que Hitler asumiera como canciller (ese trágico suceso ocurrió el 30 de enero de 1933).
Segunda falsedad: no hay ninguna prueba que Carrillo se hubiera reunido con Hitler ni con miembros de su partido, algo que además hubiera sido excepcional pues se trataba de un joven médico que estudiaba neurobiología, y no tenía ninguna representación diplomática ni renombre internacional.
Tercera falsedad: ante un supuesto pensamiento “racista”, Ramón Carrillo representa la cara opuesta a la perspectiva nacionalsocialista. En el Congreso nacional sobre Población[2] (1940), refutó las teorías sobre la supuesta debilidad e inferioridad intrínseca de las “razas nativas”. Por otro lado, dedicó toda su vida al tratamiento de las poblaciones pobres y vulnerables de nuestro país que son, precisamente, mestizas y aborígenes.
De lo que sí hay pruebas es de los vínculos del nazismo con Coca Cola, IBM, el Duque de Windsor y Winston Churchill.
Cuarta falsedad: Ramón Carrillo, el amigo de los nazis, era obviamente antisemita. ¿Pruebas? Otra vez, ninguna. Pero sí hay datos concretos sobre la ayuda de Ramón Carrillo a la organización del Ministerio de Salud del Estado de Israel. [3]
Quinta falsedad: asignarle a todo visitante extranjero a Alemania el mote de “nazi”. Analizar el nazismo “de adelante hacia atrás” es un grave error de interpretación histórica. En 1933 no habían ocurrido las Leyes de Nüremberg (1935) ni la invasión a Polonia (1939). Tampoco había ocurrido el infausto sistema de exterminio que se aceleró durante la Segunda Guerra Mundial y que se terminó de organizar con la “solución final”, ese terrible genocidio (el Holocausto) y que se llevó la vida de 10.000.000 de personas (la enorme mayoría judíos) en toda Europa. Como bien dice el historiador Pablo Vázquez, sería como asignarle el mote de “nazi” a Mugica Lainez por haber estado en la Alemania nazi en 1935, haciendo unas notas para el diario La Nación.
Nada de lo que luego sí hizo el nazismo en el poder había ocurrido en 1932 – cuando Ramón Carrillo estuvo en Alemania – .
Alemania era un país más del concierto internacional y el nazismo no había mostrado aún la profundidad de su perversión criminal y racista, básicamente porque aún no había llegado al poder. Tanto es así, que en 1936 todos los países de Occidente se dieron cita en las Olimpíadas realizadas en Alemania y muchos de los atletas hicieron el saludo nazi. De eso sí hay abundante registro documental.

De lo que también hay registro documental es del apoyo al nazismo de Henry Ford, quien escribió un libelo antisemita digno de Hitler que llamó “El judío internacional”. Está documentado que el mismísimo Führer tenía una foto del empresario en su despacho.
De lo que también hay registro documental es de los vínculos de Coca Cola, de IBM (que confeccionó las máquinas para el “censo racial” alemán y cuyo presidente Tomas Watson se sacó fotos tomando el té con Hitler, quien luego lo condecoraría personalmente)[4], del Duque de Windsor, Eduardo VIII, quien también se tomó fotos con Hitler y admiraba públicamente al dictador en tiempos avanzados como 1937; y de nada más y nada menos que sir Winston Churchill, que públicamente dijo (hay registro documental) que desearía tener un Hitler si Gran Bretaña alguna vez estuviera en crisis como Alemania.
Resumiendo: Ramón Carrillo no estuvo en Alemania cuando el nazismo estuvo en el poder, nunca se reunió con Hitler, no sólo no era racista ni antisemita sino que se oponía a las concepciones raciales y, con su vocación por la salud pública, ayudó a construir el sistema de salud de Israel.
Como hemos señalado, y contrariamente a lo no dicho por la historia oficial, hay una enorme cantidad de pruebas documentales que vinculan con el nazismo a líderes de las democracias de occidente, a grandes empresas norteamericanas y británicos y a miembros de la realeza británica.
El Centro Simón Wiesenthal para América Latina, el gobierno israelí y el gobierno de Gran Bretaña (cuya embajada han actuado en consonancia ideológica y por intereses políticos y geopolíticos.
¿Y entonces? Cómo puede explicarse que el Centro Simón Wisenthal de América Latina (con Sede en Buenos Aires y miembros macristas) , la embajada israelí en nuestro país (con excelentes vínculos con ex funcionarios macristas) y la embajada británica (en ese orden) hayan lanzado una acusación tan falsa y , sobre todo, sin cotejar con la evidencia histórica.
Proponemos una explicación: por el uso y abuso de la historia como arma política. El Centro Simón Wiesenthal para América Latina, el gobierno ultraderechista israelí (del cual la embajada es su representación) y el gobierno ultraconservador de Gran Bretaña (cuya embajada es su representación) han actuado en consonancia ideológica y por intereses políticos y geopolíticos.
¿En que se han apoyado? En ningún dato histórico, sino en el viejo y aceitado mecanismo de asignarle al peronismo – y a todo lo que se acerque a él – el mote de nazifascista. Aquella acusación nació en la campaña electoral de 1945, cuando recién terminaba la Segunda Guerra Mundial. La acusación de nazismo fue resultado de la política norteamericana que buscó , primero , que la Argentina rompiera la neutralidad y se sumara a la guerra y luego , cuando la guerra había concluido, para evitar a toda costa que Juan Domingo Perón y los sindicatos llegaran al poder. Aquella asociación peronismo-nazismo prendió fuerte en nuestras clases media liberales, socialistas y comunistas de la época. Desde aquel momento, los medios de comunicación hegemónicos reiteraron, una y otra vez , el viejo y falso presupuesto del peronismo vinculado al nazismo.

Cada tanto el mito vuelve. Periodistas sensacionalistas encuentran alguna pista nazi oculta – algunos siguen sosteniendo que Hitler vivió aquí, contra toda la evidencia histórica – y para el “sentido común” internacional la Argentina peronista no fue el momento de transformación industrial y popular en que las masas argentinas vieron por primera vez mejorar sus vidas concretas, sino el lugar adonde se refugiaron todos los nazis de la posguerra.
¿Evidencia histórica? Hubo nazis refugiados en Argentina, sí, los hubo y varios. Algunos de ellos, jerarcas criminales de lesa humanidad (como Eichmann, o Menguele, o Priebke). Sin embargo – y se cuidan mucho de decirlo los medios hegemónicos – no fue la Argentina el lugar donde un mayor número de nazis se refugió luego de la guerra. Esos lugares fueron los Estados Unidos[5] (con 1600 científicos nazis refugiados) y la Unión Soviética (con 1200), países que generaron programas estatales para apoderarse de los científicos nazis. No sólo no los juzgaron, sino que los incluyeron a sus programas de desarrollo nacional.
Paradójicamente, este tipo de mentira histórica ha sido utilizada también por los historiadores y los medios de ultraderecha para cuestionar el Holocausto[6]. A mediados de los años ochenta en Europa y EEUU surgieron quienes comenzaron a cuestionar la existencia misma del Holocausto, contra toda la abrumadora evidencia histórica y los testimonios de miles de sobrevivientes. Comenzaron señalando – sin data probatoria – que el número de asesinados en los campos de concentración estaba equivocado, que era mucho menor. Por ese camino afirmaron que el Holocausto no había existido. ¿El objetivo? El uso político de la historia que el resurgir de la ultraderecha xenófoba europea necesitaba para dejar en claro que el fascismo no había sido “tan malo” .
Las derechas actúan articuladas, sobre todo para cuestionar cualquier figura que trabaje en pos de la justicia social.
Volvamos a nuestro país en estos días de pandemia.
Con un gobierno peronista en el poder, con la embajada de Israel incómoda porque se había sentido muy bien con los apoyos y los negocios del gobierno pro-derechista anterior, con la embajada británica recelosa porque este gobierno no es como el anterior en relación a la entrega de soberanía en Malvinas, la vieja treta de acusar de nazi a todo lo vinculado al peronismo pareció dar nuevamente resultado.
No es para nada casual que, rápidamente, los miembros prominentes del partido derechista Cambiemos-Pro – como el presidente honorario del Museo del Holocausto en Buenos Aires y ex Secretario de Derecho Humanos, Claudio Avruj – se sumara rápidamente y sin ninguna prueba al coro acusatorio sobre Ramón Carrillo.
Las derechas actúan articuladas, sobre todo para cuestionar cualquier figura del campo nacional y popular que signifique trabajar en pos de la salud pública, la equidad distributiva y, en definitiva, la justicia social.
Eto es lo que ha ocurrido en este caso.
¿Y la verdad histórica? Ah! Esa te la debo.
[1] Chiarenza, Daniel. “El olvidado de Belem: Vida y obra de Ramón Carrillo”,(2005).
[2] Novick, Susana. Políticas migratoria en Argentina. Instituto Gino Germani-Conicet. 1997.
[3] https://www.pagina12.com.ar/266788-el-insolito-debate-sobre-ramon-carrillo-nazi
[4] Muchnik, Daniel. Los empresarios junto a Hitler. Ciclos, Año X, Vol. X, N° 19, 1er. semestre de 2000.
[5] Jacobsen, Annie. Operation Paperclip: The Secret Intelligence Program That Brought Nazi Scientists to America.
[6] Rodríguez Jimenez. El debate en torno a David Irving y el negacionismo del Holocausto. Universidad Rey Juan Carlos. Cuadernos de historia contemporánea Nro 22. Año 2000.