El próximo 25 de mayo se conmemora un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y, también, veinte años desde que el ex presidente Néstor Kirchner prestó juramento ante el Congreso para convertirse en el 51 presidente de la Nación Argentina. La fecha no es menor: se cumplen dos décadas de cierta estabilidad social y económica que nos regala una mínima pero suficiente distancia desde los estallidos y la debacle del 2001, como para entender que la política es la única herramienta posible para el progreso del país. Se llevará a cabo un acto en la Plaza de Mayo y Cristina Fernández de Kirchner estará presente.
La vicepresidenta ya lo dijo: ni da la patita, ni hace el muertito; Cristina no será mascota del poder. Publicó hace pocos días una carta a compañeros y compañeras en la cual enumera los enormes problemas y desafíos de la Argentina, y en donde también hace alusión a no subirse a la carrera presidencial para las próximas elecciones, teniendo en cuenta el avance y el descaro con el cual acciona buena parte de la justicia argentina, que viene de suspender dos elecciones provinciales, en Tucumán y en San Juan. Quizá sea tiempo de dejar de quejarse y empezar a protestar. Pero ¿quién dijo que todo está perdido? La oposición y el conglomerado de medios aún está intentado adivinar, como un lector en los versos de Nostradamus, qué cómo cuándo dónde y por qué, así sin comas ni respiros, porque todo va tan deprisa que no pueden siquiera especular, y siguen sin encontrar respuestas. Existe un viejo refrán popular que dice: primero es la obligación que la devoción. Pero claro, un tahúr jamás lo entendería.
Mientras algunos políticos ponen la espalda, Cristina Fernández de Kirchner sigue poniendo el pecho e invita a cualquier político de la Argentina a consensuar y sentar las bases para un acuerdo que le de aire al desinflado salvavidas de la Argentina. Pero desde la oposición el panorama no es muy alentador: mientras miran de reojo para qué lado va el peronismo, se disputan a puertas abiertas y con los trapillos al sol, candidaturas, pases de facturas, celos e incompetencia. La política a veces da esas señales claras: mientras unos se quiebran, otros rebotan. Y la realidad nos enseña algo demasiado esclarecedor: los verdaderos dirigentes son los que no obedecen a otros, y ése es un buen punto de partida para discernir quién debería gobernarnos.
El panorama es complejo, cuando menos. Los poderes se superponen, la justicia pisa la raya, la borra y después la cruza haciendo de cuenta que nunca existió, la inflación desbocada, el poder económico sacando tajadas cada vez más grandes, proscripción sobre el principal partido político de la Argentina, Fondo Monetario Internacional al acecho, cantantes de cumbia candidatos a intendencias, anulación de elecciones con forma de amenaza, y más. Por otro lado, la tercera posición de cara a las elecciones naufraga en desvaríos amorales que van desde vender un brazo al mejor postor, hasta abandonar a niños y niñas con tal de que el Estado no interfiera en la vida de los individuos. Mientras unos discuten disparates en televisión abierta, otros se codean en la cara para agarrar la sortija y otros buscan la luz que está al final del túnel con la única intención de que no se convierta en un pozo.
Lo cierto es que lo que sucede hoy en la Argentina, es que no sucede nada; y que en buena parte de la sociedad existe un amplio desencanto hacia la política. Quizá ése sea el principal problema que debemos afrontar y, como en tantos otros meollos, resulte difícil discernir cuál es el huevo y cuál la gallina, aunque lo cierto es que si la sociedad en su conjunto no vuelve a enamorarse de la política, la cosa va a oscurecer aún más antes de aclarar. Para la oposición, ser honestos es lo mismo que ser pobres a largo plazo, y el oficialismo no sabe si seguir buscando la llave que abra las puertas o inventar nuevas. El presente nacional es un desafío: si la Argentina vuelve a ir al lugar equivocado, volveremos a estar condenados.
Se cumplen veinte años de la asunción de Néstor Kirchner; de la asunción del presidente que levantó a un país quebrado y desanimado, y que logró poner a la política en su lugar natal: el centro. Del presidente que llegó después de los otros cinco y que encontró la manera de hacer de la Argentina un lugar mejor. Podríamos enumerar los logros y también los otros, pero la columna va de actualidad; va de que, como dice el Indio Solari, el futuro llegó hace rato. Y es hora de conquistarlo.
¿Quién dijo que todo está perdido? El Peronismo busca una hazaña, que no es cosa sencilla; si lo fuera sería tan solo un éxito. Y necesitamos más que eso.
¿Quién dijo que todo está perdido? La esperanza es que se desdiga… y se decida.