Un hauptsturmführer es el equivalente alemán al grado de capitán. A ese cargo llegó Erich Priebke, el jerarca nazi, uno de los responsables de la matanza de la Fosas Ardeatinas, el director de la escuela de Bariloche donde estudió la ministra de educación, Soledad Acuña, la misma que reconoció que mantiene un muy buen recuerdo de su educador. Tal vez desde entonces, ella pergeñe ideas como, por caso, delatar a los maestros que bajan línea sobre conceptos asociados a la solidaridad, al humanismo, a la justicia.
Priebke nació en Hennigsdorf, un pequeño pueblo que por entonces, el 29 de junio de 1913, tenía menos de 4000 habitantes, ubicado en Oberhavel, Brandenburgo, al noreste de Alemania, cerca de la frontera con Polonia. Cumplió 100 años de vida en un departamento del último piso de un edificio ubicado cerca del centro de Roma. Murió el 11 de octubre de ese 2013. Cumplía una condena a cadena perpetua por la Masacre de las Fosas Ardeatinas. Murió a sólo 14 kilómetros del sitio donde perpetró la peor atrocidad en su rol de soldado nazi.

De joven se dedicó a la hotelería y trabajó en ese rubro en el norte de Italia. A los 21 regresó a Alemania y se inscribió en el partido nazi. Dos años después se enroló en la policía. En 1937, en las SS y fue admitido en la escuela de dirigentes de la siniestra policía política del régimen hitleriano.
La matanza
A las 15:30 horas del 23 de marzo de 1944, una columna de soldados alemanes “volksdeutsches” del Alto Adigio pertenecientes al Batallón Auxiliar “Bozen”, circulaban por la Vía Rasella. Cuando pasaron por la esquina de la Vía Tritone y los Jardines del Quirinal, explotó un artefacto con 18 kilogramos de trilita, escondido en un carrito de limpieza municipal, y mató a 33 militares alemanes pertenecientes a las fuerzas nazis de ocupación. En el Hotel Excelsior, a escasos 500 metros de allí, el coronel Herbert Kappler, jefe de las SS en Roma, juró una feroz represalia. Cuando se enteró, Adolf Hitler redobló la tétrica misión: ordenó que se ejecutarán a 50 civiles italianos por cada alemán muerto, algo así como 1.650 personas. Dicen que intentaron que reflexionara y tal vez lo hizo: su segunda orden fue que fueran 10 por cada alemán muerto, un total de 330.

Kappler ordenó a los guardias de las SS y a los soldados fascistas italianos de la Guardia Nacional Republicana, irrumpir en todas las viviendas de la manzana y sacar a sus habitantes. Fueron mucho más allá. La razzia incluyó a un niño de 15 años que hacía los deberes en casa de un compañero. El director Roberto Rossellini se inspiró en el tétrico clima que se vivía por esos días en la ciudad para concebir el film “Roma, ciudad abierta”.
Los arrestados atestaron la cárcel de Vía Tasso. A las 14 del día siguiente fueron trasladados en camiones de transporte para productos cárnicos. El coche del coronel Herbert Kappler era conducido por el colaboracionista italiano Massimo Parris. Los acompañaba un capitán, su lugarteniente, en el asiento de atrás.
La macabra comitiva arribó a las Fosas Ardeatinas, unas minas abandonadas, las cuevas en las que Jesús se le apareció al apóstol San Pedro, según la tradición cristiana. Fueron bajados en grupo de cinco prisioneros, con las manos atadas a la espalda. Los llevaban al fondo de las minas iluminadas por antorchas. Los hacían arrodillarse sobre los muertos o moribundos y los ejecutaban. Entre las víctimas había un niño, varios adolescentes, un sacerdote, cincuenta militares italianos, civiles y miembros de la Resistencia y 75 judíos italianos secuestrados, los primeros que cazaron en las calles de Roma. El propio Kappler agregó cinco víctimas a la nómina.
Priebke, el director de la escuela de Soledad Acuña, fue uno de los responsables de la Matanza de la Fosas Ardeatinas.
Quien organizaba ese trágico experimento era un joven hauptsturmführer de 31 años llamado Erich Priebke. Fue un 24 de marzo. Una siniestra coincidencia marca que exactamente 31 años después se cristalizaría un nuevo golpe de estado en la Argentina, el más horroroso y sangriento.
El escape
Cuando finalizó la II Guerra, Priebke fue capturado. Terminó en el campo de prisioneros nazis de Rimini, en la región de Emilia Romaña, sobre el Adriático. Pero en 1946, la organización Odessa planificó una enorme operación secreta para que muchos de ellos escaparan hacia Alemania y desde allí a otros países donde estuviesen a salvo.
Priebke recaló primero en Buenos Aires, con identidad falsa y pasaporte de la Cruz Roja, confeccionado en el Vaticano, a través de las diligencias de los amigos sacerdotes Johann Corradini, de Vipiteno, y Franz Pobitzer, de Bolzano. Fue en 1948. Poco después viajó Alicia Stroll, con quien se había casado diez años antes: con ella vivió en la Argentina hasta ser extraditado y tuvo dos hijos, Jorge e Ingo.
Su primer trabajo en Argentina fue de mozo en una de las cervecerías Münich, en el barrio de Retiro. Poco después recuperó su nombre verdadero en San Carlos de Bariloche, que desde antes de ese 1954 tenía una arraigada presencia alemana. Primero consiguió trabajo en el Hotel Catedral y luego en el prestigioso Bellavista, donde llegó a ser encargado. Se lo empezaba a conocer como un hombre trabajador y ambicioso. Luego instaló una fiambrería de delicatesen, justamente en el barrio alemán barilochense.

A mediados de los 70, se incorporó a la Asociación Cultural Germano-Argentina de Bariloche, que fue fundada oficialmente en 1953, responsable del “Instituto Primo Capraro-Deutsche Schule Bariloche”. Formalmente integró la comisión directiva del instituto, pero todos lo recuerdan como un hombre que imponía sus ideas y sus directivas, al punto de que se lo referencia como virtual director. Fue durante esos años en los que intensificó su ascenso social, mientras participaba en actos y fiestas en compañía de jefes militares y agentes de seguridad, importantes funcionarios de la ciudad y legisladores. Por supuesto que en muchas ocasiones participó activamente de los actos de entrega de diplomas a los egresados y de otras muchas actividades con ellos.
“El pintor de la Suiza argentina”, de Esteban Buch es un libro que tiene como protagonista al agente de inteligencia nazi de origen belga Antoon Maes y destaca la presencia de Priebke, arraigado en los grupos sociales barilochenses. Carlos Echeverría, por su parte, lo conoció en la fiambrería, cuando tenía no más de 10 años: cuando regresó a su casa y referenció el acento alemán del vendedor, su madre le respondió: “Sí, el nazi”. Lo volvió a ver años después en el colegio alemán. Estrenó el documental “Pacto de silencio en Bariloche”, en septiembre de 2006
“No cometimos un crimen. Una orden… Yo tenía que ejecutarla”, dijo Priebke sobre la matanza de las Fosas Ardeatinas, en una entrevista con la cadena ABC.
En 1994 fue redescubierto por un equipo de la cadena estadounidense ABC: el periodista San Donaldson llevaba el libro de Buch como guía. Priebke tenía la apariencia de un apacible jubilado. La primera pregunta que le espetó fue si confirmaba haber participado de la masacre de 1944. “Sí, estaba allí”, dijo. “Pero eso fue ordenado por nuestros comandantes. No cometimos un crimen. Una orden… Yo tenía que ejecutarla”. Cuatro años más tarde aceptó una entrevista con La Nación. Insistió una y otra vez en su convicción, con ausencia absoluta de remordimientos.
Fue extraditado a Italia en 1995 y sentenciado a prisión perpetua en 1998. Consiguió que se le otorgara un régimen de arresto domiciliario. Se le permitía salir acompañado por un escolta, hacía sus compras, daba paseos en el parque y hasta cenaba con amigos.
Un abogado de las víctimas, antes de la muerte del hauptsturmführer nazi señaló la paradoja de que él consiguió vivir hasta los 100 años, mientras que sus víctimas, algunas de apenas unos 17 años, nunca lograron envejecer.