La resolución del juez Alejo Ramos Padilla con la ampliación de procesamientos para el espía D’Alessio, el fiscal Stornelli, el periodista de Clarín Santoro, y ex policías y agentes de la AFI, complica aún más a la ex ministra macrista. Un caso testigo: la falsa trama narco con la que le arruinaron la vida a un empresario.
Durante la mañana del 15 de febrero de 2019 fue detenido el espía polimorfo Marcelo D’Alessio tras ser allanada su residencia en el country Saint Thomas, situado en la localidad bonaerense de Canning. Sobre él pesaba una denuncia por haberle exigido 300 mil dólares al empresario Pedro Etchebest en nombre del fiscal federal Carlos Stornelli, para despegarlo de la llamada “causa de las fotocopias”. Quedaba así al descubierto una red de fisgoneo con fines políticos y extorsivos, conformada por jerarcas judiciales, periodistas y agentes secretos del régimen macrista. En ese procedimiento se requisó un cúmulo de pruebas, mientras el acusado, con las muñecas ya esposadas, clamaba a viva voz: “¡Yo quiero hablar con la ministra!”. Se refería a Patricia Bullrich.
Consultada entonces por la prensa al respecto, ella sostuvo: “Lo he visto (a D’Alessio) una sola vez. Y me pareció una persona que tiene algún tipo de problema psíquico. Jamás trabajó en el Ministerio de Seguridad. Va haber una querella por esto”. Repitió tal frase a través del tiempo, siempre con dientes apretados, labios casi inmóviles y mirada esquiva.
Ramos Padilla amplió los procesamientos de D´Alessio, Stornelli, Santoro, Pinamonti, Bidone y Barreiro.
Ahora, transcurridos más de 20 meses desde ese viernes, el juez federal de Dolores, Alejo Ramos Padilla, acaba de dar por concluida la pesquisa del asunto con una resolución de 1.125 fojas, donde amplía los procesamientos de D’Alessio, de Stornelli (con retención de pasaporte y fianza por 10 millones de pesos), del periodista del diario Clarín, Daniel Santoro, del ex directivo de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Pablo Gonzalo Pinamonti, del fiscal provincial, Ignacio Bidone, y del agente Rolando Barreiro. Ellos y otros cinco acusados, entre quienes resaltan los ex comisarios de La Bonaerense, Aníbal Degastaldi y Ricardo Bogoliuk, quedaron así a solo unos pasos del juicio oral por integrar –según la letra del magistrado– una “asociación ilícita paraestatal” al servicio del gobierno de la alianza Cambiemos con objetivos persecutorios. Lo fundamenta con la descripción detallada de 50 operaciones de inteligencia contra alrededor de 80 víctimas, compuestas por ex funcionarios kirchneristas, dirigentes opositores y empresarios rivales. Pero si bien dicho escrito desnuda el lazo de aquella gavilla con la AFI, también deja a la intemperie el vínculo prácticamente orgánico de D’Alessio con el Ministerio de Seguridad. Tanto es así que él reportaba directamente a Bullrich. De modo que la actual jefa del PRO acaba de ingresar en una zona de riesgo penal.
En este punto conviene remitirse a un caso testigo.
El rey del garrón
El encuentro del abogado y empresario Mateo Corvo Dolcet con el autor de esta nota ocurrió a comienzos del año en una mesa del bar Aconcagua, de San Telmo. Veintisiete meses antes, aquel hombre había sido acusado de integrar una banda de narcos con sofisticados recursos, en base a pruebas antojadizas y detenciones signadas por el sagrado protocolo de la sociedad del espectáculo.

El primer signo visible de esta trama fue el allanamiento del Café de los Angelitos con el periodismo congregado en la esquina de Rivadavia y Rincón. Despuntaba la mañana del 29 de septiembre de 2017 y, como para calibrar el suspenso, la información era debidamente escueta, ya que, a regañadientes, las autoridades solo admitían que allí se buscaban evidencias para una causa por tráfico de drogas y lavado de dinero, a cargo del juez federal de Morón, Néstor Barral, quien en persona supervisaba el procedimiento.
En paralelo, desde el Ministerio de Seguridad, la señora Bullrich, junto al jefe de la Unidad de Información Financiera (UIF), Mariano Federici, daba una conferencia de prensa con el objetivo de resaltar la hazaña en curso “Esto da para una tercera parte de El patrón del mal”, soltó con jactancia, antes de revelar, ya con gesto adusto, un dato que sería del agrado de los televidentes: entre los involucrados estaba nada menos que el ex jugador colombiano de Boca, Mauricio “Chicho” Serna, además de la viuda y el hijo del fallecido Pablo Escobar Gaviria, quienes residen en Argentina. A la vez identificó como “cabecilla” del asunto al empresario –también de aquella nacionalidad– Juan Bayron Piedrahita Ceballos. Éste –especificó la funcionaria– ya se encontraba preso por la misma causa en Estados Unidos. Entonces supo revelar que la DEA participaba en el desbaratamiento de semejante organización junto a la UIF, la AFI, la Procelac (Procuraduría de Criminalidad Económica y Lavado de Dinero), la Procunar (Procuraduría de Narcocriminalidad) y, obviamente, los sabuesos bajo su mando.
“Esto da para una tercera parte de El patrón del mal“, afirmó Patricia Bullrich al informar sobre la causa narco en la que estaba supuestamente involucrado el futbolista “Chicho” Serna.
“Aquel mismo día hubo otros 34 allanamientos –relató Corvo Dolcet, sin dejar de revolver el azúcar en su café– y me detuvieron a mí, como jefe de esa presunta banda. Yo no sabía de qué me hablaban. También fue detenida mi esposa, además de mi concuñado y nuestra contadora”.
Así arrancó su peor pesadilla.
Pero sobre sus antecedentes fácticos, Corvo Dolcet pasó a explicar: “Mi calvario en realidad había comenzado en septiembre de 2016, al recibir el jefe de la Procunar, Diego Iglesias, un mensaje de la DEA firmado por un tal Steven Genevech. Allí, sin ninguna prueba, se lo puso en conocimiento de la ramificación en Argentina de una investigación por lavado de dinero que Piedrahita dirigía, ¿cómo decirlo? por control remoto desde Medellín. Y su responsable local era yo. En el mensaje se adjuntaban datos muy precisos sobre mi vida. Yo no entendía nada”.
El pecado de Corvo Dolcet fue haber articulado desde 2007 un proyecto inmobiliario a través de las empresas Insula Urbana SA y Pilar Bicentenario SA: construir una estación ferroviaria (en el kilómetro 46 de la Panamericana) y un centro de transferencia para pasajeros con un edificio de 920 cocheras. Entre los casi cien inversionistas que se asociaron al emprendimiento estaba Piedrahita, un empresario ganadero con reconocida trayectoria en Colombia.

“Mi nexo con ese hombre –admitió Corvo Dolcet en el Aconcagua– fue María Santos Caballero y Sebastián Marroquín (las nuevas identidades legales de la viuda y el hijo de Escobar), quienes sin violar la ley cobraron una comisión del cuatro por ciento de la transacción por haber intermediado ese contacto. Y “Chicho” Serna aparece en esta historia por haberle vendido a Piedrahita dos propiedades. Y el pago fue su incorporación al proyecto. Nunca hubo delito alguno entre nosotros”.
Lo cierto es que durante su ya remota juventud, Piedrahita no fue ajeno al negocio de las drogas. Pero desde fines de los ’80, absolutamente todas sus actividades estuvieron en el marco de la ley. Eso no habría sido suficiente para que la DEA desistiera de presionarlo por su pasado. Porque –probablemente en contra de su voluntad– él colaboró con tal organismo entre 2007 y 2011. El hecho es que a cinco años de finalizar el vínculo, la DEA se mostró interesada en reiniciarlo. Pero Piedrahita se negó. Y la agencia norteamericana recurrió entonces a métodos más drásticos para persuadirlo. Como su extradición de Medellín a los EE.UU. por el soborno a un agente norteamericano debido a un tema impositivo. Esa es la única razón por la cual él estuvo preso en aquel país mientras Corvo Dolcet era detenido en Argentina. Pero tanto en Colombia como en los EE.UU. no había denuncia en su contra por lavado de dinero o narcotráfico. En el marco de aquella “negociación”, lo de Corvo Dolcet fue apenas un “daño colateral”.
Corvo Dolcet estuvo detenido durante 133 días en la cárcel de Marcos Paz.
Es justamente allí donde afloran los artífices de su infortunio: el titular de la Procunar, quien a través de una grosera maniobra de fórum shopping, giró las actuaciones hacia su juez favorito, el doctor Barral. Y éste satisfizo el encargo con la colaboración con la ministra Bullrich, en alianza con la UIF y la AFI (a través de informes falsos) y el coro periodístico de siempre.
La impostura procesal continuó en Argentina, aun cuando Piedrahita ya había regresado a Colombia tras cumplir su condena por coima en los EE.UU. Es necesario aclarar que –a diferencia de lo que afirmaba Bullrich– ni antes ni después hubo en aquellos países denuncia alguna por narcotráfico o lavado. Es decir, su cártel no existía.
Corvo Dolcet languideció durante 133 días en el penal de Marcos Paz.
El jueves pasado, la resolución de Ramos Padilla le dio a Corvo Dolcet la oportunidad de rematar esa añeja entrevista con un mensaje de WhatsApp cargado de estupor: “Fijate que el Ministerio de Seguridad ya estaba tras el tema de mi proyecto del tren antes de que la DEA presentara a la Procunar la nota con la que se armó la precausa”.

Estaba en lo cierto. Porque recién ahora se sabe que su elección como chivo expiatorio corrió por cuenta de D’Alessio, quien –se cree que a pedido de Bullrich– lo venía “caminando” desde el inicio mismo del gobierno macrista.
En diálogo para este nota, el doctor José Ubeira, quien fuera defensor de Corvo Dolcet, esbozó una sonrisa al decir que D’Alessio “tiene un as en la manga: graduar su silencio mientras ve cómo se acomoda su situación, habida cuenta de que sus mandantes del PRO lo dejaron pedaleando en el aire, y aún está a tiempo de prender el ventilador para dejar un tendal”.
Y con respecto a su relación con Bullrich, sostuvo: “Era una especie de proveedor de información entre la DEA y la ex ministra. Ella confiaba más en D’Alessio que en la AFI”.
El hombre solícito
En el edificio ministerial de la calle Gelly y Obes el “Peladito” –tal como allí le decían a D’Alessio– se sentía a sus anchas, al punto de participar en ciertas reuniones de nivel jerárquico, donde era tratado con deferencia. No en vano se lo consideraba una pieza crucial de su estructura táctica, al punto haber estado detrás de casi todos sus hitos operativos.
“Bullrich confiaba más en D´Alessio que en la AFI”, afirmó José Ubeira, quien fuera defensor de Corvo Dolcet.
Recién en junio de 2017, las fuerzas bajo la tutela de Bullrich dieron un golpe a la altura de los estándares exigidos por los EE.UU. en su gesta global contra el narcotráfico: la operación “Bobinas de Acero”.
En esa oportunidad a Bullrich se la vio feliz, secundada por el jefe de la Policía Federal, Néstor Roncaglia, al brindar detalles del asunto en un galpón del Parque Industrial de Bahía Blanca. Allí se exhibían ocho enormes cilindros metálicos con un total de 1.984 ladrillos de droga. En ese momento la ministra se mostró muy generosa con el periodismo.
Un cronista quiso saber el origen de la pesquisa.
Pero Bullrich, como si no hubiese esperado esa pregunta, calló por unos segundos, como calculando una evasiva.

Luego, al borde del tartamudeo, deslizó:
– Fue… bueno, un dato que obtuvo personal de Drogas Peligrosas.
Y tras otro silencio, añadió:
– La DEA sólo ayudó en la identificación de los detenidos.
En realidad el “entregador” del fabuloso decomiso –valuado en más de 80 millones de dólares– había sido D’Alessio.
Pero otras hazañas suyas transitaron sin escalas de la gloria al ridículo.
A tal fin es necesario retroceder al 19 de junio de 2016. Ese domingo no pasó desapercibido en Foz de Iguazú –la parte brasileña de la Triple Frontera– el aparatoso arresto de Ibar Pérez Corradi, el presunto mandante del “Triple Crimen de la Efedrina”. En rigor, aquel procedimiento fue para potenciar el impacto mediático del asunto, con el debido rédito para Bullrich. Porque su captura ya había sido negociada con él: dicho pacto le garantizaba una breve y confortable estadía carcelaria antes de quedar en libertad, a cambio de enlodar en sus testimonios judiciales a ex funcionarios.

El orquestador de aquella tratativa había sido D’Alessio.
El trámite de extradición fue expeditivo y la llegada de Pérez Corradi al aeroparque parecía una película de acción con bajo presupuesto.
El lugar estaba colmado de movileros.
Y Bullrich, maquillada en exceso, departía con el comisario Roncaglia.
Luego se entregó a la requisitoria periodística.
– Si yo fuese Aníbal Fernández estaría muy preocupada –dijo ante los micrófonos con rictus malicioso.
Pero en vez de cumplir con lo pactado, Pérez Corradi únicamente acusó al principal aliado radical de Cambiemos, Ernesto Sanz, por una coima.
“Si yo fuera Aníbal Fernández estaría muy preocupada”, fue otra olvidable declaración de Patricia Bullrich cuando extraditaron a Pérez Corradi.
Otro papelón: el aparente “esclarecimiento” del crimen de dos narcos colombianos en el playón de Unicenter. De tamaño logro se ufanó la ministra a los cuatro vientos al dar por cierto que el arma usada en el hecho pertenecía al barrabrava Marcelo Mallo, cuya captura fue transmitida en vivo por todos los noticieros. D’Alessio tampoco fue ajeno a esta trama. Tanto es así que hay una foto suya con Bullrich al momento del arresto. Una lástima que el asunto se haya desplomado estrepitosamente al comprobarse que los peritajes de esa pistola fueron groseramente fraguados en el laboratorio de la Policía Federal.
Pero hay más bizarreadas para este boletín.
Entre las pruebas halladas el año pasado en el celular de D’Alessio se destaca un embarazoso intercambio de mensajes con Bullrich por WhatsApp. En esas voces y textos subyace una historia significativa.
“Hola Patricia, espero estés bien. Vengo de Rosario. Tengo una escucha para darte. Cuando quieras nos vemos. Un beso”, le escribió el falso abogado a comienzos de 2018.

Días antes, Ramón Machuca, (a) “Monchi”, un líder del clan narco de la familia Cantero –conocido como “Los Monos”– departía en el locutorio de la Alcaidía del Centro de Justicia Penal (donde fue alojado durante el juicio a esa banda en Rosario) con un individuo menudo, de traje gris y ojos centelleantes. Se trataba de D’Alessio. El Monchi lo miraba de soslayo, mostrándose muy cauto a sabiendas de que el otro grababa la entrevista a escondidas.
Aquel hombrecillo había llegado a él a través de Lorena Verdún, viuda del “Pájaro” Cantero, el fallecido jefe de la organización. Y dijo pertenecer al Ministerio de Seguridad, dándose dique por su cercanía con Bullrich.
En rigor, pretendía averiguar el paradero de 50 millones de dólares que –supuestamente– Monchi tendría a buen resguardo en algún “embute”. Pero también le soltó una propuesta indecente: efectuar tareas de espionaje desde la cárcel (entre otras, una cámara oculta) para involucrar con el narcotráfico al gobierno provincial de Miguel Lifschitz.
“Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas e hipótesis erróneas”, fue una de las defensas del diputado Petri para la exministra de Seguridad.
La contestación de Bullrich al mensaje de D’Alessio fue: “Ok. ¿Podés reunirte con Bononi? Y le das el material. Después nos vemos”.
Rodrigo Bononi era el funcionario que supervisaba los “trabajitos” que D’Alessio efectuaba por encargo de la ministra.
“¡Vos sabés, Patricia, que estoy a tu disposición! ¡Lo que vos digas!”, fue el final del diálogo electrónico.
Esos registros ahora están incorporados a la causa tramitada en Dolores.

No menos sublime fue la denuncia de corrupción efectuada por Bullrich al entonces director de Aduanas, Juan José Gómez Centurión. Se sabe que al final el viejo carapintada fue rehabilitado al no comprobarse sus presuntos delitos. El derrumbe de aquella acusación fue para Bullrich un duro golpe. En tal ocasión fue su amigo –y espada parlamentaria–, el diputado mendocino Luis Petri, quien habló en su nombre: “Ella es una tremenda trabajadora, pero la hacen equivocar, le pasan pistas falsas e hipótesis erróneas”
Recién durante la detención de D’Alessio fue descubierta en su casa la documentación que acredita los trabajos de inteligencia sobre el militar hasta horas antes de la denuncia presentada por Bullrich.
Aunque no todas eran operaciones: en su cuenta de WhatsApp también había un video con una salutación por el año nuevo de Bullrich y su esposo, Guillermo Yanco. Aquel registro chorreaba confianza, afecto y amistad hacia el agente secreto.
Al trascender el asunto a la esfera pública, ella esgrimió una excusa a su medida: el celular con tales intercambios en realidad lo usaba su nietito para entretenerse con los jueguitos.
Ahora, en cambio, guarda un tenso silencio.