Samodi –así, a secas–, un entusiasta abogado porteño, baja del micro y llega a Clorinda, Formosa. Tiene un libro de Proust y la misión de esclarecer el asesinato de un cazador furtivo, por el que hace tres años está preso un baqueano de la zona. El viaje de Samodi por la justicia formoseña será, a la vez, un recorrido por el duro pasado de esa región, su lenguaje y sus costumbres. “Empecé a escribir una historia que tenía más que ver con un lugar que con un hecho en sí”, resume Rodolfo Yanzón, autor de Mandíbula, su primera novela. Reconocido abogado especializado en derechos humanos, en este debut literario Yanzón tomó precauciones respecto de su profesión: “Busqué despojarme del discurso jurídico, que es un discurso vacío y que oculta mucho. Traté de hacer todo el esfuerzo posible para que la novela no fuera escrita por un abogado. Si lo logré o no, no está en mí decirlo”. Lo que sin dudas sí consiguió, como dice Ricardo Ragendorfer en la contratapa del libro, es “un thriller guaraní en cuyas páginas se desliza una metáfora sobre la civilización universal”.
– Hasta este momento, ¿cuál había sido su relación con la literatura? ¿Era una actividad que desarrollaba en paralelo a la profesión de abogado?
– Hay un dicho francés que creo habérselo leído a Julian Barnes, un inglés, que dice algo así como que detrás de cada abogado se encuentran los restos de un poeta. Bueno, algo de eso seguramente hay, aunque muchos abogados, la mayoría, por no decir casi la totalidad, escriben pésimamente mal. Espero no ser de ese grupo. Mi relación con la literatura, obviamente, primero es como lector y desde siempre, de muy, muy pequeño. Y escritor también. He publicado distintas cosas, siempre relacionadas con mi profesión. He escrito artículos y he sido coautor en algunos libros y publicaciones. En cuanto a la literatura, tengo mucho material inédito.
“Busqué despojarme totalmente del discurso jurídico, que es un discurso vacío y, sobre todo, oculta mucho”.
– ¿Y qué llevó a tomar la decisión de publicar esta novela en particular?
– Decidí avanzar en la edición y la publicación de esta novela porque fue un trabajo en el que me sumergí mucho en la historia y en la historia de la historia. Porque hay una historia de un caso criminal que va paralela a la historia de un pueblo, la historia de una región. Y bueno, la pasión me llevó a editar este trabajo. Empecé a escribirlo hace varios años; lo dejaba y lo volvía a tomar y empezaba a meterme en la lectura de distintas cosas, tanto culturales como históricas, sociológicas, de esa región, de esa cultura. Puedo decir que fue más lo que leí que lo que escribí, y fue un proceso muy rico, maravilloso, de construcción de la historia, que finalmente fue lo que se publicó.

– ¿Qué escritores o escritoras tiene como referencias?
– Me gustan y me siento identificado con escritores como Carlos Fuentes o Augusto Roa Bastos. Pero he leído bastante y desde siempre, y me gustan escritores más clásicos como algunos que menciono en la novela: Stendhal y Goethe, por decir algunos entre tantos. Y sobre todo, me gustan los escritores norteamericanos del Siglo XIX, con Poe a la cabeza. Y no puedo no mencionar a Borges, que también aparece en la novela. Y como escritor argentino también rescato a don Domingo Sarmiento, un grande de la escritura latinoamericana y de la política argentina.
– ¿Cómo cree que incidió su profesión en el libro? ¿Tomó algún tipo de precaución para evitar que se volviera un reflejo literario de esa actividad?
– Es inevitable la influencia porque soy abogado. Inevitable sobre todo porque es una historia de un caso con ribetes judiciales. Traté de hacer todo el esfuerzo posible para que la novela no fuera escrita por un abogado. Si lo logré o no, no está en mí decirlo. Busqué despojarme totalmente del discurso jurídico, que es un discurso vacío y sobre todo que oculta mucho, ¿no? Un discurso hermético para la mayor parte de la gente. De hecho, muchas veces los abogados mismos no entendemos lo que quiso decir algún abogado, porque escriben mal y con esos términos tan crípticos. Todo el tiempo luché con eso. También es cierto que en mis mismos escritos judiciales trato de que la lectura sea comprensible para la persona que represento, que en general desconoce completamente lo que es una ley y el lenguaje jurídico. Es decir que también en mi actividad como abogado siempre traté de que mi prosa sea lo menos jurídica o judicial posible. Incluso, me he desprendido ya hace años de esas muletillas del “será ajusticia” y tantas otras cosas que ponen los abogados, y cierro mis escritos con un lacónico “atte.”. En mis escritos judiciales cito a escritores y no tanto a juristas, que también cito, pero especialmente a escritores. Y si cito juristas es porque creo que, sobre todo, escriben bien y son claros, que los hay, desde luego, pero no son muchos.
“He escrito artículos y he sido coautor en algunos libros y publicaciones. En cuanto a la literatura, tengo mucho material inédito”.
– ¿Cómo resolvió esa tensión entre ambos planos?
– Yo empecé a escribir una historia que tenía más que ver con un lugar que con un hecho en sí. Después, fui agregando la cuestión de la muerte en un paraje como ese, y una muerte que inevitablemente terminó con una investigación y con la intervención de jueces y policías y un juicio. Pero yo comencé a escribir una historia que tenía que ver con otra cosa. Después, hay partes que hacen referencia, por un lado, a la situación carcelaria, y por otro, a los jueces y a lo caprichoso del sistema. La novela también tiende a denunciar eso: una práctica judicial que es absolutamente caprichosa y en la que inciden además intereses del lugar donde el hecho ha transcurrido. Esa tensión a la que hacés referencia fue, de algún modo, desplazada por un ingrediente que para mí es fundamental, que es la excusa de narrar algo a partir de un caso concreto que me permitía utilizarlo como metáfora de lo que fue esa región, en términos históricos, culturales e incluso mitológicos, y lo que podríamos llamar un cierto sincretismo en la conjunción de culturas. El choque y los conflictos de culturas.
– En cuanto al personaje central, Samodi, ese abogado que llega a un pueblo de Formosa y se enfrenta a un caso judicial pero también a toda esa historia en la que de inmediato explora. ¿Puede volver a aparecer en otras novelas o cuentos?
– El personaje da para para ir por otros lados también, desde luego. Porque además es un personaje extraño a la historia y a la religión. Así que es un personaje móvil, podríamos decir. Y sí, tengo pensado que aparezcan en otras historias.