Docente, investigador y crítico cultural, Alejandro Kaufman es uno de los integrantes de Comuna Argentina, el grupo de intelectuales que días atrás dio a conocer su manifiesto liminar, con un llamado a construir una “nueva imaginación democrática” en medio de una pandemia anclada en “la mayor crisis de la historia del capitalismo”. Para Kaufman, en una vida moderna hiperactiva y programada, el virus “produjo un detenimiento, una interrupción y una impredictibilidad”, con un impacto similar al del Titanic chocando contra un iceberg en medio de la noche. Profesor en las universidades de Buenos Aires, Quilmes y La Plata, e invitado por casas de altos estudios en Alemania, Estados Unidos y París, Kaufman destacó que la emergencia sanitaria global reforzó la centralidad estatal y que, más allá del tono ecuménico, “políticamente no hay ninguna concordia”.
– Después de tantos meses, ¿ya tenemos un pasado de la pandemia?
– Verbalmente, eso se puede constatar. Se habla así de los lugares donde se recuperó la vida habitual o se están haciendo cambios, como las desescaladas. Son más de seis meses, es mucho tiempo. Por ejemplo, para la niñez eso es muchísimo tiempo. Pero ese tiempo de la cuarentena compite con la manera de hablar del hecho como si uno lo controlara. El principal problema es la cuestión de la pospandemia. Que se hable bastante del después está conectado a que no se percibe claramente el nivel de gravedad. En una situación catastrófica no estás hablando de lo que pasará después. Por supuesto, no se puede generalizar. Cuando en Lombardía estaban muriendo decenas de personas no creo que se hablara del después. Es parte de la discusión sobre qué es esto que pasa, que en general se resuelve con demasiada facilidad, justamente porque no sabemos.
“Lo que vino a interrumpir la pandemia es una hiperactividad cada vez mayor y más protocolizada”.
– En esa discusión, ¿cuál es la perspectiva que elige para mirar esta coyuntura?
– Me interesa verla como una singularidad de incertidumbre, de pánico, de efectos reales también, porque hay un virus, una epidemia, muertos, contagios y cuidados que tener. Pero eso no se ha podido ponderar y entonces se genera una sobreactuación, una “inflación” de discursos, vaticinios, testimonios. Hay un fenómeno discursivo en redes y medios que es completamente inflacionario. Una inflación de artículos y enunciados, que se vincula a la incertidumbre, a que lo que ocurre es como un enorme objeto, un “hiperobjeto”, dicen algunos autores, que abarca todas las cosas. Y hay un problema para definirlo, para darle nombre, porque además fue cambiando lo que se sabe.
– Sobre esa “inflación” discursiva, al tiempo que no sabemos qué está pasando, por momentos también parecen haberse agotado las posibilidades de contarlo.
– Totalmente. Por eso creo que una de las crisis que hay es una crisis de narratividad. Nuestra forma de vida es una forma proyectual, financiera, crediticia, securitaria, actuarial. La vida moderna es una vida completamente programada. Ya en el jardín de infantes el calendario está lleno de compromisos y actividades. Es una época de superproducción, a diferencia de lo se deseó o soñó por tanto tiempo, que era que en el futuro se iba a trabajar menos porque la tecnología iba a cancelar necesidades laborales. ¿Por qué no pensamos que estuvimos décadas soñando con un mundo futuro donde todo iba a ser feliz, cómodo, tranquilo, donde no iba a haber que trabajar, y está ocurriendo exactamente todo lo contrario? Se trabaja cada vez más y, al mismo tiempo, hay cada vez más desocupación y no hay tiempo libre. Lo que hay es una hiperactividad cada vez mayor y más protocolizada. Eso vino a interrumpir la pandemia, no al calentamiento global. Que las ciudades estén menos contaminadas es algo que se va a olvidar por completo. Es una conjetura, claro, pero tampoco podemos afirmar lo contrario.

– ¿Las imágenes virales de los carpinchos y de los patos cruzando una avenida?
– Sí, porque muchos quedan capturados por esa lógica punitivista, medio de lo sagrado: esto fue un castigo divino, como el Diluvio, y ahora nos vamos a rectificar. Yo lo que diría es que en una vida tan programada y tan hiperactiva, esto produjo un detenimiento, una interrupción y una impredictibilidad; una situación donde no sabemos qué es lo que está pasando y qué va a ocurrir, y que eso se convirtió en algo bastante insoportable.
– ¿Para la política es frustrante que un virus haya puesto en entredicho al sistema?
– Creo que ese es un relato también. La narrativa según la cual esto demuestra lo mal que estábamos es discutible, porque en general pensamos así los que ya lo hacíamos antes, pero los que no, no es que están cambiando de idea, todo lo contrario. Los tenés a Trump, a Bolsonaro y a muchos otros. Lo que se ha fortalecido es la política, ocurre que hay una enorme diversidad. El grado cero del Estado es el conocimiento y el control de quién nace y quién muere. Esto lo sabemos tan bien los argentinos por las razones conocidas. El nuestro es el país donde el Estado dijo no saber sobre nacimientos y muertes, eso fue la desaparición y la apropiación de niños. Lo que define al Estado es la administración de la vida, y las epidemias vulneran esa característica. Por eso los estados se refuerzan, cada uno con un criterio diferente pero todos haciéndose cargo de lo que define a la estatalidad. Y eso nunca se ha globalizado o se ha globalizado muy poco. La crisis de la OMS y la ONU tiene que ver con eso. Se imaginó una entidad supranacional pero no es tan fácil, porque tendría que tomar responsabilidad sobre estas cuestiones y es muy complicado. Es un ejemplo de cómo la idea de lo virtual o lo informático está muy lejos de los cuerpos. Tener datos, big data, es sólo una parte. Eso también está en crisis. Fijate que se habla mucho de la intervención de la ciencia, pero en el caso argentino, y pasa en todos lados, gobierna el presidente, gobierna Alberto Fernández. Y de todos los científicos, que tienen muchas diferencias porque es un tema que no se conoce, él les pregunta a los que él quiere, a los que decidió preguntarles.
“La pandemia se percibe como una especie de concordia, pero políticamente no hay ninguna concordia”.
– Si la pandemia no suspendió los posicionamientos ideológicos ni políticos, eso va a contramano del supuesto perfil ecuménico que enarbolan muchos dirigentes.
– Eso es un modo político de expresar algo que sí es común, que es la enfermedad y la muerte, porque biológicamente esto afecta a todos por igual, pero política y socialmente no. No es lo mismo pertenecer a la clase media que a los movimientos sociales que se encuentran en condiciones de precariedad, y no es lo mismo vivir en África que en Nueva York. Está también la cuestión de los sistemas de salud que se habían privatizado o desarmado en muchos países, que entonces no pudieron responder ni estar a la altura de las circunstancias. Todo lo que está ocurriendo es la estatalidad política plenamente.
– En el caso argentino, el gobierno suma a la oposición en sus anuncios y medidas.
– La pandemia se percibe como una especie de concordia, pero políticamente no hay ninguna concordia. Sí hay un gobierno amplio y Alberto se sienta con Horacio Rodríguez Larreta. Es un fenómeno coyuntural y táctico que tendrá su utilidad, pero en el fondo no es lo que está ocurriendo, porque los que son representados por actores políticos como Rodríguez Larreta son los millonarios que no quieren conceder una mínima fracción de su riqueza en una situación de emergencia extrema como esta.

– El fortalecimiento de los estados, ¿pone en jaque la idea de la globalización?
– Venía ocurriendo y esto lo refuerza. Las fronteras, las lenguas, las culturas, las economías, los territorios, todo eso no se puede globalizar, no es globalizable. Un ejemplo de que hace mucho se había neutralizado a la globalización como narrativa es Internet. Al principio, la idea era que ibas a recorrer el mundo entero, que entrabas a la computadora y estabas en el planeta. Ahora, entrás a la computadora y estás en tu barrio. Si querés ver algo de otro lugar del mundo, no es fácil, porque los sistemas están organizados de tal manera que hay fronteras invisibles. Existe un despliegue de fantasías respecto de las tecnologías: que van a desaparecer los cuerpos, vamos a ser bits, nos vamos a “backapear” el cerebro. Son todas supersticiones que sin embargo movilizan a la imaginación y la tecnología, pero no significa que las tengamos que adoptar literalmente. El cuerpo lava la ropa, come, muere, se enferma, hace fiestas, goza. Es un cuerpo vivo que está en un lugar. Esa condición material produjo que hoy la virtualidad es una superposición de la ciudad informática sobre la ciudad histórica, y todo junto organiza una nueva forma urbana que tiene una sede, que es donde está el cuerpo. Es lo que somos, cuerpos vivos, que respiramos, que comemos. Por eso comparo esto con el hundimiento del Titanic. ¿Qué creía el Titanic? Que iba a ir a todos lados, a toda velocidad, sin ningún obstáculo. Pero no: hay icebergs y de noche, si no tenés un radar, no los ves. No había radar y chocaste. Y esto fue un choque también, un choque con la realidad. Chocamos con un virus como el Titanic chocó con un iceberg.
– La renta básica es uno de sus temas de interés, y la crisis global de la economía lo destacó en la agenda política. ¿Cómo impactó la pandemia sobre ese debate?
– Una cuestión que se venía discutiendo hace 50 o 60 años, encontró una circunstancia en donde permite resolver, a pesar de las divergencias ideológicas, ciertas condiciones de convivencia que de otro modo serían muy difíciles de encarar. Pero cuando vemos lo que pasa en Estados Unidos, vemos cuáles son las respuestas a ese avance igualitario o emancipatorio que es la renta básica, relativamente, porque ya van a venir los que la cuestionan por izquierda y tienen sus buenos argumentos. Pero es un movimiento progresivo que pueda haber una vida no coaccionada por la amenaza del desempleo.
“Hay una sobreactuación, una ´inflación´ de discursos, vaticinios, testimonios”.
– ¿Y qué viene pasando con esta discusión en nuestro país?
– Los movimientos sociales están tramitando una forma argentina de acercarse a la renta básica. En nuestro país, históricamente el tema surgió desde afuera y un poco en contra del peronismo, que mantiene una posición muy fuerte con respecto a la problemática del trabajo como empleo. Lo que hay es un acercamiento al modo argentino, que siempre es “sucio”, “negro”, “malo”, “piquetero”, “planero”, “choriplanero”, y es un modo muy eficaz y que está andando bien. Me produjo un entusiasmo infinito el acercamiento entre los movimientos sociales y la CGT, un fenómeno que yo creo que es único en el mundo. Por mucho tiempo, que los desocupados se equiparen fue percibido por los sindicalistas, y con lógica, como una amenaza organizacional o un problema, pero se llegó a superar esa divergencia. La renta básica se está discutiendo de esta manera, del modo argentino peronista, que es inventar cosas o adaptar. Vamos a ver que en 20 años van a decir: “El peronismo se apropió de una demanda que nosotros planteábamos y no nos hacían caso y ahora está ocurriendo de esta otra manera, con este otro nombre”. Y sí, porque la propiedad de las ideas no es sobre las ideas, sino sobre la sociedad que las realiza.
– Si algo hace bien el peronismo es tomar ideas sin preocuparse del copyright.
– Exactamente, porque apropiarse es la vida social y es lo que queremos que ocurra. Es parte de la discusión peronismo-antiperonismo en la Argentina. Es decir, que el defecto del peronismo es que hace cosas que las pensaron otros. Y bueno, pero las ideas no tienen un valor en sí mismas. Las ideas sirven para escribir libros, para dar conferencias, pero en la vida social lo que a la gente le sirve es que las cosas se hagan, que ocurran.